[los ojos de la escalera (algunos poemas) - Beñat Arginzoniz]





Estuve vivo, ya lo sé, pero ahora
déjame olvidar,
                      porque estoy muerto
y qué silencio: no hay
hombres aquí, ni sol, y somos
los muertos como enfermos. Pero es mejor
este hospital con flores que caen
y se deshacen, es mejor
el cementerio a este suplicio
que la luna repite en otros ojos:
              esa existencia
que se arrastra y sufre
suplicando innoble desde el fondo; y no quisiera
saber otra vez más de los labios
que en la tumba aún me hablan y son
nuevo frío, son despertar, porque estuve
vivo, ya lo sé, pero ahora
déjame olvidar.

 
 
 
 
 
 
Desde el infierno de la dicha llega hasta mí
el cadáver de tu risa,
y es como si todo fuera
una interminable secuencia de pies y cigarrillos,
un cine desesperado con máscaras de olvido
y rótulos de neón:
                           no había
nadie en aquel cuerpo, estaba
vacía la calle, dije, cuando supe
en aquel demasiado donde brilla lo inefable
que yo también era un muerto y esperaba como Ellos
la paga del soldado, la última caridad
de tu Yo-imposible, cuando caída
una vez más mi mano y rotas
todas las personas malolientes del verbo, supe
que sólo era posible tu desprecio, esa ofrenda
de amor, esa plegaria
donde acoger la muerte y la limosna de oro falso
escupida por los labios del presente.
 
 
 
 
 
  UN ASESINO EN LAS CALLES (versión)

Así mataba yo.
Así mataba un hombre sin cabeza
viviendo a costa del asesinato.
Así mataba yo cuando vosotros erais
intérvalos en mi agenda y una fecha
en mis ojos de asesino:
  descarga
de vez en vez sobre las torpes figuras
que avanzan por la calle
oscuramente aferradas a un sentido que no hay.
Así goza un cuerpo
viviendo sin esfuerzo a costa de otros cuerpos,
y matando bajo el cielo entero,
             rezando
para saber al fin de tu susurro, para
saber al fin de tu sollozo
y que la sangre nos absuelva del pecado de la vida.
 
 
 
 
 
 
Tú has llegado hoy a ese lugar
que es algo así como una representación fantástica
o el misterio inaprehensible de una vida
donde se mueven ingenuos los hombres
confusos acerca de sí mismos,
            o bien
simplemente grotescos, feroces como un resucitado
que no acabara nunca de despertar.
                    Pero has llegado
y a pesar de todo esres:- en los pliegues,
en los espasmos de nadie inconfesables,
                           y callas
la vergüenza secreta de tu alma.
Otorgando a ese cielo de desprecio, a esa órbita vacía
por completo de tu imagen, una tras otra
las palabras indecibles de una infancia desenfrenada
que hoy vuelven como embalaje extraño, las horas
perdidas como en haro que ya en humo se disuelven,
                                          porque es verdad,
es verdad que ha llovido,
es verdad que no ha cesado desde entonces, desde el día
en que alguien sin saber ya cómo y aun perdiendo su vida hizo
de tu gesto una promesa,
      y desde entonces
recorres frenéticamente el camino de Nadie, porque quién,
quién sabe si no es cierto, si aquello no era,
si no fue lo Otro:
                         la despedida, la barraca alejándose todavía
bajo la inmensa lluvia, bajo la lluvia, bajo la lluvia entera,
y en la cuneta extraviada
      La Obra,
de nombre, quizá Melancolía.


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