La sociedad del espectáculo, Guy Debord (1967)
Capítulo 7
El acondicionamiento del territorio
"Y quien llega a ser Señor de una ciudad acostumbrada a vivir libre
y al punto no la destruye, que tema ser destruido por ella, porque
ésta tiene siempre por refugio en sus rebeliones el nombre de la
libertad y sus viejas costumbres, las cuales ni por el paso del tiempo
ni por beneficio alguno se olvidarán jamás. Y por más que se haga o se
provea, si no se expulsa o dispersa a sus habitantes, estos no olvidarán
en ningún momento ese nombre ni esas costumbres..."
Maquiavelo, El Príncipe
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La producción capitalista ha unificado el espacio, que ya no está limitado por sociedades exteriores. Esta unificación es al mismo tiempo un proceso extensivo e intensivo de banalización. La acumulación de mercancías producidas en serie para el espacio abstracto del mercado, al mismo tiempo que debía romper todas las barreras regionales y legales y todas las restricciones corporativas de la edad media que mantenían la calidad de la producción
artesanal, debía también disolver la autonomía y calidad de los lugares. Esta fuerza de homogeneización es la artillería pesada que ha derribado todas las murallas chinas.
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Es para llegar a ser cada vez más idéntico a sí mismo, para aproximarse mejor a la monotonía inmóvil, para lo que el espacio libre de la mercancía es, a partir de ahora, incesantemente modificado y reconstruido.
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Esta sociedad que suprime la distancia geográfica acoge interiormente la distancia en tanto que separación espectacular.
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Subproducto de la circulación de mercancías, la circulación humana considerada como un consumo, el turismo, se reduce fundamentalmente al ocio de ir a
ver aquello que ha llegado a ser banal. La organización económica de la frecuentación de lugares
diferentes es ya por sí misma la garantía de su
equivalencia. La misma modernización que ha
retirado del viaje el tiempo le ha retirado también la
realidad del espacio.
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La sociedad que modela todo su entorno ha edificado su
técnica especial para trabajar la base concreta de este
conjunto de tareas: su territorio mismo. El urbanismo es esta
toma de posesión del medio ambiente natural y humano por
el capitalismo que, desarrollándose lógicamente como dominación absoluta, puede y debe ahora rehacer la
totalidad del espacio como su propio decorado.
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La necesidad capitalista satisfecha en el urbanismo, en
tanto que congelación visible de la vida, puede
expresarse - empleando términos hegelianos - como la predominancia absoluta de "la apacible coexistencia del
espacio" sobre "el inquieto devenir en la sucesión del
tiempo".
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Si todas las fuerzas técnicas de la
economía capitalista deben ser comprendidas como
operantes de separaciones, en el caso del urbanismo
se trata del equipamiento de su base general, del tratamiento del suelo que conviene a su despliegue; de la técnica misma de la separación.
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El urbanismo es la realización moderna de la tarea ininterrumpida que salvaguarda el poder de clase: el mantenimiento de la atomización de los trabajadores que las condiciones urbanas de producción habían reagrupado preligrosamente. La lucha constante que ha
debido sostenerse contra todos los aspectos de esta posibilidad de reunirse encuentra en el urbanismo su campo privilegiado. El esfuerzo de todos los poderes establecidos después de
las experiencias de la Revolución francesa para acrecentar los medios de mantener el orden en la calle culminará finalmente en la supresión de la calle. "Con los medios de comunicación de masas que eliminan las grandes distancias el aislamiento de la
población ha demostrado ser un modo de control mucho más eficaz", constata Lewis Mumford en La ciudad a
través de la historia. Pero el movimiento general del aislamiento que es la realidad el urbanismo debe también contener una reintegración controlada de
los trabajadores según las necesidades planificables de
la producción y el consumo. La integración en el
sistema debe recuperar a los individuos en tanto que
individuos aislados en conjunto: tanto las fábricas como las
casas de cultura, los pueblos de veraneo como "las grandes
urbanizaciones" están especialmente organizados para los
fines de esta seudo-colectividad que acompaña
también al individuo aislado en la célula
familiar: el empleo generalizado de receptores del mensaje
espectacular hace que su aislamiento se encuentre poblado de
imágenes dominantes, imágenes que solamente por
este aislamiento adquieren su pleno poder.
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Por primera vez una nueva arquitectura, que en cada época anterior estaba reservada a la satisfacción
de las clases dominantes, se encuentra directamente destinada a
los pobres. La miseria formal y la extensión
gigantesca de esta nueva experiencia de hábitat proceden conjuntamente de su carácter de masa, que
está implicado a la vez por su destinación y por
las condiciones modernas de construcción. La
decisión autoritaria, que ordena abstractamente el
territorio en territorio de la abstracción, está
evidentemente en el centro de estas condiciones modernas de
construcción. La misma arquitectura aparece en todas partes donde comienza la industrialización de los
países atrasados en este aspecto como terreno adecuado
al nuevo género de existencia social que se trata de implantar
allí. Tan claramente como en las cuestiones del armamento termo-nuclear o de la natalidad
- donde se ha alcanzado la posibilidad de manipular la herencia - el umbral traspasado en el crecimiento del poder material de la sociedad y el retraso en la dominación consciente
de este poder se despliegan en el urbanismo
.
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El momento actual es ya el de la autodestrucción
del medio urbano. La explosión de las ciudades sobre los
campos cubiertos por "masas informes de residuos urbanos" (Lewis
Mumford) es presidida de forma inmediata por los imperativos del
consumo. La dictadura del automóvil, producto-piloto de
la primera fase de la abundancia mercantil, se ha inscrito en el
terreno con la dominación de la autopista, que disloca
los antiguos centros e impone una dispersión cada vez
más pujante. Al mismo tiempo los momentos de
reorganización inconclusa del tejido urbano se polarizan
pasajeramente alrededor de "las fábricas de
distribución" que son los gigantescos hipermercados edificados sobre un terreno desnudo, con un parking por pedestal; y estos templos del consumo precipitado están ellos mismos en
fuga en el movimiento centrífugo que los rechaza a
medida que se convierten a su vez en centros secundarios
sobrecargados, porque han acarreado una recomposición
parcial de la aglomeración. Pero la organización
técnica del consumo no es más que el primer plano de la
disolución general que ha llevado a la ciudad a autoconsumirse de esta manera.
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La historia económica, que se ha desarrollado
enteramente alrededor de la oposición ciudad-campo, ha
alcanzado un momento de éxito que anula a la vez los
dos términos. La parálisis actual del
desarrollo histórico total en beneficio únicamente de la
continuación del movimiento independiente de la
economía hace del momento en que
empiezan a desaparecer la ciudad y el campo, no la
superación de su división, sino su hundimiento
simultáneo. El desgaste recíproco de la ciudad y el
campo, producto del decaimiento del movimiento histórico por el que la realidad urbana existente debería ser sobrepasada, aparece en esta mezcla ecléctica de sus
elementos descompuestos que recubre las zonas más
avanzadas de la industrialización.
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La historia universal nació en las ciudades y
llegó a su mayoría de edad en el momento de la
victoria decisiva de la ciudad sobre el campo. Marx considera
como uno de los mayores méritos revolucionarios de la
burguesía el hecho de que "ha sometido el campo a la ciudad", cuyo aire
emancipa. Pero si la historia de la ciudad es la
historia de la libertad, lo ha sido también de la
tiranía, de la administración estatal que controla
el campo y la ciudad misma. La ciudad no ha podido ser hasta
ahora más que el terreno de lucha por la libertad
histórica, y no su posesión. La ciudad es el
medio ambiente de la historia porque es a la vez concentración del poder social que hace posible la
empresa histórica y la conciencia del pasado. La tendencia actual a la liquidación de la ciudad no hace en consecuencia más que expresar de otra manera el retraso de una
subordinación de la economía a la conciencia
histórica, de una unificación de la sociedad
recuperando los poderes que se han separado de ella.
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"El campo muestra justamente el hecho contrario, el
aislamiento y la separación". (La ideología
alemana). El urbanismo que destruye las ciudades
reconstituye un seudo-campo, en el cual se han perdido tanto las referencias naturales del campo antiguo como las relaciones sociales directas y directamente puestas en cuestión de la ciudad histórica. Es un nuevo
campesinado ficticio el que recrean las condiciones de hábitat y
de control espectacular en el actual "territorio acondicionado":
la dispersión en el espacio y la mentalidad limitada, que
siempre han impedido al campesinado emprender una acción
independiente y afirmarse como potencia histórica
creadora, vuelven a caracterizar a los
productores -el movimiento de un mundo que ellos mismos fabrican
quedando tan completamente fuera de su alcance como lo estaba el
ritmo natural de los trabajos para la sociedad agraria. Pero
cuando este campesinado, que fue la base inmóvil del
"despotismo oriental" y cuya misma dispersión llamaba a
la centralización burocrática, reaparece como
producto de las condiciones de crecimiento de la
burocratización estatal moderna, su apatía ha de ser ahora históricamente fabricada y
mantenida: la ignorancia natural ha hecho lugar al
espectáculo organizado del error. Las "nuevas ciudades"
del seudo-campesinado tecnológico inscriben claramente en
el terreno la ruptura con el tiempo histórico sobre el
cual fueron construidas; su divisa puede ser: "Aquí nunca
ocurrirá nada y nunca ha ocurrido nada". Es muy
evidente, debido a que la
historia que debe librarse en las ciudades todavía no ha sido liberada, que las fuerzas de la ausencia histórica
comienzan a componer su propio paisaje exclusivo.
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La historia que amenaza a este mundo crepuscular es
también la fuerza que puede someter el espacio al tiempo
vivido. La revolución proletaria es esta
crítica de la geografía humana a
través de la cual los individuos y las comunidades deben construir los lugares y los acontecimientos que corresponden
a la apropiación, no ya solamente de su trabajo, sino de su historia total. En este espacio movedizo del juego y de las variaciones elegidas del juego se puede reencontrar la autonomía del lugar sin
reintroducir una vinculación exclusiva al suelo y con
ello recobrar la realidad del viaje, y de la vida comprendida
como un viaje que tiene en sí mismo todo su sentido.
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La mayor idea revolucionaria referente al urbanismo no
es ella misma urbanística, tecnológica o
estética. Es la decisión de reconstruir
íntegramente el territorio según las necesidades
de poder de los Consejos de trabajadores, de la dictadura
anti-estatal del proletariado, del diálogo
ejecutorio. Y el poder de los Consejos, que no puede ser
efectivo más que transformando la totalidad de las condiciones
existentes, no podrá asegurarse una tarea menor si quiere
ser reconocido y reconocerse a sí mismo en su
mundo.
Guy Debord: La sociedad del espectáculo. Trad. revisada por Maldeojo para el Archivo Situacionista (1998).
archivo situacionista