Cualquiera que haya visto un poco el medio social que está definido por la propiedad especializada de los objetos culturales, sabe muy bien que en él todo el mundo desprecia a todo el mundo y que cada uno aburre a todos los demás. Pero eso es una condición no disimulada de este medio, una constatación clara para todos, y la primera banalidad que los individuos se transmiten en el primer instante de cualquier conversación. ¿Qué mantiene su resignación? Evidentemente el hecho de que no pueden ser portadores de un proyecto común. Cada uno reconoce en los demás su propia insignificancia y su condicionamiento: precisamente la dimisión que él mismo ha tenido que suscribir para participar en este medio separado y en sus fines regulados.
Encerrada en este marco, la gente no tiene ni la necesidad ni la posibilidad objetiva de ningún tipo de sanción. Se encuentra siempre en el mismo punto, con corrección. Los disentimientos ideológicos o personales permanecen como algo secundario en relación con esta comunidad. Para la I.S. y la lucha que se propone, la exclusión es un arma posible y necesaria.
Es el único arma de todo grupo basado en la libertad completa de los individuos. A ninguno de nosotros le gusta controlar o juzgar, y este control es válido por su uso práctico, no como sanción moral. El "terrorismo" de la exclusión en la I.S. no puede ser comparable en ninguno de sus aspectos a las mismas prácticas llevadas a cabo en los movimientos políticos por burocracias que detentan el poder. Por el contrario, es la extremada ambigüedad de la condición de los artistas, solicitados en todo momento a integrarse en la pequeña esfera de poder social reservada para ellos, la que impone una disciplina. Esta disciplina define claramente una plataforma incorruptible, cuyo abandono es irreversible. Si no fuese así rápidamente habría una ósmosis entre esta plataforma y el medio cultural dominante por la multiplicidad de entradas y de salidas. Nos parece que la cuestión de la vanguardia cultural no puede hoy plantearse más que a nivel de conjunto, no sólo de trabajos colectivos, sino de una colectividad de problemas en interacción. Hay pues gente que ha sido excluida de la I.S. Algunos se han integrado en el mundo que combatían; otros apenas llegan a aproximarse miserablemente entre ellos, cuando no tienen en común más que su ruptura con nosotros, que ha tenido lugar por razones opuestas. Otros permanecen dignos en el aislamiento y nosotros estamos bien colocados para reconocer su talento. ¿Pensamos que saliendo de la I.S. han roto con la vanguardia? Sí, lo pensamos. No hay, por el momento, otra organización unida con vistas a un proyecto de esa amplitud.
Nos parece que las objeciones de orden sentimental encubren la mayor mistificación. Toda la formación económico-social tiende a hacer predominar el pasado, a fijar al hombre vivo, a reificarlo en mercancías. Por tanto, un mundo sentimental donde los gustos y las relaciones con las personas vuelven a comenzar es el producto directo del mundo económico y social en el que los gestos deben repetirse cada día en la esclavitud de la producción capitalista. El gusto por lo falsamente nuevo expresa su nostalgia infeliz.
Las injurias contra la I.S., sobre todo cuando proceden de personas que previamente han sido excluidas de este acuerdo, están en relación sobre todo con la pasión personal que se le ha podido dedicar. Convertida en hostilidad sin reserva, tal pasión ha podido hacer decir que éramos holgazanes, estalinistas, impostores y otros cien rasgos rebuscados. Uno ha dicho que la I.S. no era más que una entente económica bien organizada para el tráfico de arte moderno, pero otros han denunciado que era más bien para el tráfico de drogas. Otros, todavía, afirman que no hemos vendido nunca droga, teniendo nosotros mismos una gran inclinación por su consumo. Se narran nuestros vicios sexuales. Se ha llegado a tratarnos de arribistas.
Estos ataques han sido cuchicheados a nuestro alrededor por la misma gente que fingía ignorarnos. Pero ese silencio empieza a romperse cada vez con mayor frecuencia por vivas críticas públicas. Como ese reciente número especial de Poésie Nouvelle que mezcla con muchas acusaciones de este calibre dos o tres contrasentidos que son quizá sinceros. Nos definen como "vitalistas", aunque hayamos hecho la crítica más radical de toda la vida permitida; y están tan perfectamente rebozados en el mundo del espectáculo que, para vincular nuestra concepción de la situación a algo conocido por ellos, han ido a buscarlo nada menos que en la historia de las pretensiones de puesta en escena del teatro. (Los propios sostenedores de un neoletrismo, al presentar en junio pasado una exposición de arte "supertemporal" que pedía una colaboración ulterior del público, han querido integrar así el antiarte de la I.S., y particularmente la pintura desviada de Asger Jorn, pero transcribiéndola a su sistema metafísico de un espectáculo firmado por todos, que trata de arrastrar hasta la aniquilación total del arte las ambiciones ridículas del artista oficial del siglo pasado.) No dudamos que algunas manifestaciones de arte público empleadas en este momento por la corriente situacionista pertenecen también a esta aniquilación de la cultura. No sólo la pintura desviada, sino también, por ejemplo, la unidad escénica, de la cual se publica un prefacio en este número, o una película como Crítica de la separación. La diferencia es que toda nuestra acción en la cultura está ligada a un programa de destrucción de la misma y a la formación y al progreso de una instrumentación nueva, que es la fuerza situacionista organizada.
Curiosos emisarios viajan a través de Europa y más lejos, encontrándose, portadores de instrucciones increíbles.
A la cuestión: ¿Por qué hemos favorecido un reagrupamiento tan apasionado en esta esfera cultural, cuya realidad presente rechazamos sin embargo? -la respuesta es: porque la cultura es el centro de significación de una sociedad sin significación. Esta cultura vacía está en el centro de una vida vacía, y la reivindicación de una tarea de transformación general del mundo debe también y en primer lugar plantearse en este terreno. Renunciar a reivindicar el poder en la cultura será dejar este poder a quienes lo tienen.
Sabemos muy bien que la cultura que hay que abatir no caerá fácilmente más que con la
totalidad de la formación socioeconómica que la sostiene. Pero, sin esperar más, la Internacional
situacionista se propone enfrontarla en toda su extensión, hasta imponer un control y una
instrumentación situacionista autónoma contra los que detentan la autoridad cultural existente,
es decir, hasta un estado de doble poder en la cultura.
17 de mayo de 1960