La creación abierta y sus enemigos

Asger Jorn

Editado en el # 5 de Internationale Situationniste. Traducción extraída de Internacional situacionista, vol. I: La realización del arte, Madrid, Literatura Gris, 1999.


1

"Las personas no hubiesen sido nunca conocidas si excelentes adversarios no hubiesen hecho estado de ellos. No hay venganza mayor que el olvido, porque sepulta a las gentes en las cenizas de su nada." - Baltasar Gracián, El hombre de corazón

"He considerado siempre a la Internacional Situacionista como uno de esos errores intelectuales que se debe dejar que el tiempo acabe por disgregar y esparcir sus cadáveres. Los explotadores de descubrimientos ajenos, que sólo se justifican por las síntesis que efectúan, siempre me han horrorizado. Tengo razón al considerar a los situacionistas como submarxistas de vigésima fila repletos de fórmulas trogloditas anticulturales. El ex-pintor del movimiento Cobra cuyos principios no han dado lugar a nada (es de mí, de quien se trata, Asger Jorn), que sólo reproduce abstracción lírica de cuarta fila y de quinto orden y que solo se ha manifestado de forma coherente después de la guerra, en 1948, con la formación de Cobra, inspirado por Bjerke Petersen, al que Richardt Mortersen, Egler Bille y Egill Jacobsen dieron su apoyo antes que él y cuya aportación en su propio país no ha tenido verdadera importancia (porque hay artistas que no desvelan nada en el plano internacional, pero aplican creaciones forjadas en otros sitios en un marco nacional), le aconsejo que se dedique a la pintura, no porque estime sus cuadros, sino porque he leído sus obras 'filosóficas'. El arte abstracto, sobre todo el de un fabricante prologado por Jacques Prevert, el Paul Géraldy del surrealismo, debe venderse bien y apasionar a todas las modistillas. Mi concepción cultural y mi creación imponen rigor a mis escritos. Tengo ya bastantes problemas para ser responsable únicamente de ellos, en los que no hay ninguna frase falsa, ningún juicio que reconsiderar." Por todas las razones que expone, comprendo perfectamente que el letrista Maurice Lemaître haya encargado a un escritor a sueldo llenar 136 páginas de su revista Poésie Nouvelle nº 13 en caracteres pequeños, muy apretados, con un estudio sobre la Internacional situacionista.

La enorme extensión de la obra es su único carácter excepcional, lo que se explica fácilmente. Un esfuerzo de invención y de comprensión como el que pienso haber mostrado en mi estudio sobre el valor no puede pagarse por horas, y en consecuencia no tiene una medida objetiva en dinero. Las costumbres del asalariado industrial han penetrado visiblemente algunas capas de la frontera de la vida intelectual, y, por ejemplo, el periodismo rutinario se paga por líneas. Y es evidente que a este tipo de trabajador le interesa aumentar la velocidad y la cantidad de su producción en detrimento de su calidad. Esto se ve sobre todo en la pobreza de las informaciones, puesto que deben reunirse en un tiempo no pagado. Y en el nivel de semejante trabajo, que implica que los que aportan los fondos, satisfechos con tan buen precio, tienen una inteligencia inferior y muy fácilmente colmada. Las "razones estratégicas" de las que parte Lemaître, y que le han forzado a cometer semejante imprudencia, siguen siendo oscuras. Si, como dice, había "descartado la idea de explicarse sobre la I.S." él mismo, más le hubiera valido dejar correr el asunto abiertamente o confiarlo a un hombre culto. Porque Lemaître, como empresario, es totalmente responsable del trabajo de su destajista.

En Internationale Situationniste, nº 4 había desvelado el sistema, la gramática semiológica de Lemaître, precisando que se trataba una óptica subjetiva cuyas posiciones estaban establecidas en función del propio Lemaître, y no de un sistema objetivo. Lemaìtre reconoce su ignorancia y su falta de creatividad científica (pág. 74). ¿Cómo puede entonces tomar mi constatación por un insulto? Es indiscutible que mi crítica del concepto marxista del valor es estrictamente científica, y que es además la primera crítica completa que se ha hecho. Lemaître la llama subsubsubmarxismo. ¿Y por qué no? Sin embargo, hay que señalar que Lemaître ha reconocido y dado valor a los aspectos científicos del trabajo experimental de la I.S., ya que ha podido tratar este tema en 136 páginas sin sentirse obligado nunca a mencionar uno sólo de los nombres de los participantes en esta experiencia. Es la objetividad pura. Lemaître ha jugado con la ley de las grandes cantidades. Las múltiples citas que atribuye indistintamente a alguien que llama "el situacionista" han sido tomadas de los escritos de diez de nuestros camaradas exactamente (sin considerar las declaraciones colectivas: esta cifra se aplica tan sólo a los textos que estaban firmados individualmente por sus autores).

Lemaître, como el marxismo, ha caído en el cepo entre el absoluto y el sistema de medida de la geometría euclidiana. Esto le lleva a involuntarios sinsentidos, como el de distinguir grados de eternidad. ¡Pretende (pág. 56) ser capaz de asegurarse una victoria 'más eterna' que nadie!

Leer a Lemaître es muy divertido por otra parte. El carácter postmarxista, inspirado en la organización de los obreros que luchan por mejorar su situación económica, se percibe claramente en la base de la erotología práctica que Lemaître ha puesto a punto en varios volúmenes. Su esfuerzo por organizar un sindicato de gigolos, sistematizar la lucha por el aumento de sus salarios y mejorar notablemente su técnica para satisfacer las pasiones de sus clientes, incluso las más dramáticas, es una honesta empresa reformista de defensa del nivel de vida en los empleos existentes en el marco económico actual. Lemaître había admitido poco antes que esta educación no podría darse en el estadio situacionista del prodigio, pero no ha sabido sacar provecho de esta intuición. El hombre puede naturalmente, si se esfuerza de verdad, considerarse como productor, y la mujer como consumidor en el proceso erótico si sus relaciones no tienen consecuencias. Y si el número de nacimientos de niños disminuyese considerablemente respecto al de niñas, esto podría abrir perspectivas que merecerían consideraciones económicas. Pero es imposible considerar a la juventud como menos productora que consumidora, y es totalmente contrario a sus intereses el disminuir su consumo en el plano cultural mediante la reducción de los años escolares que reclama Lemaître a fin de lanzarla más deprisa a la producción, aunque esto pueda interesar a la industria. La lucha de Marx en este campo seguirá siendo siempre de un valor apasionante, y nuestro fin es confirmar el derecho, no sólo de la juventud, sino de todo individuo, a realizarse según sus libres deseos en la creación y el consumo autónomos. Los focos de tal desarrollo podrían ser la UNESCO cuando la I.S. obtenga su mando, un nuevo tipo de universidades populares despreocupadas por el consumo pasivo de la vieja cultura, y en fin, centros utópicos que hay que edificar y que, con respecto a la gestión actual del espacio social del ocio, tendrán que liberarse totalmente de la vida cotidiana dominante y funcionar a la vez como cabezas de puente para una invasión de esta vida cotidiana, en lugar de pretender separarse de ella.

Considerada como obra literaria, como farsa a lo Rabelais, la teoría económica de Lemaître, que toma la revuelta de la juventud como caricatura del pensamiento revolucionario y socialista del siglo veinte, habría sido un libro excelente. Pero en cuanto Lemaître demuestra que la toma en serio es un demagogo. Uno de los trucos clásicos de los demagogos consiste en amotinar a la gente contra peligros que todos conocen, y que los excitan, pero que se han vuelto inofensivos. Desde la guerra, está de moda gritar contra el fascismo a tontas y a locas mientras se preparan los nuevos condicionamientos socioculturales y los nuevos peligros ideológicos parecen inofensivos: sobre todo el rearme moral mediante todas las variantes del fanatismo neorreligioso. Lejos de "desconocer el poder de su método", como dice Lemaître, lo reconozco, lo denuncio, le declaro la guerra.

Prefiero el método contrario. Y la única consideración que puedo conceder a Lemaître, a su lacayo y a los que podrían adherirse a su sistema de pensamiento o más probablemente retomarlo y utilizarlo sin ellos, es citar las frases a las que me opongo absolutamente. Se puede leer en este nº 13 de Poésie Nouvelle:

"Mi escala de méritos basada en las obras o las acciones que mejoran la condición humana coloca en un rango inferior las prácticas corrientes provisionales. Creo que en el plano cotidiano el 'no ser' formulado por algunos filósofos existencialistas es verdadero: no somos más que una masa de desperdicios que tienen unas posibilidades adquiridas y limitadas. Pero lo que distingue mi sistema es que, para mí, la única libertad, que es mínima, reside en el minúsculo invento o descubrimiento de algún ser raro al que se llama 'innovador', al que los demás seres humanos sólo pueden seguir en el campo de su revelación, como han seguido hasta ahora al 'menos bueno', al inferior." (pág. 116)

"He creído siempre, de nuevo, con razón o sin ella, poder utilizar a veces las energías de mis semejantes mejor que ellos mismos." (pág. 44)

"Deberían confiar en mí y seguirme, en lugar de permanecer para siempre a la zaga." (pág. 29)

"Los religiosos judíos pueden pretender que nadie ha ido más lejos que ellos ya que el Mesías no ha llegado. Los cristianos tienen razón al afirmar que no han sido superados como clase ya que sus semejantes no han sido salvados de la miseria y no ha asistido a la resurrección de los muertos... En este nivel general doy la razón a estas agrupaciones que defienden algunos valores esenciales y que espero superar honestamente ofreciéndoles lo que buscan: el Mesías, la salvación humana, la resurrección de los muertos, la Gnosis." (pág. 28)

"Los situacionistas, como sub-trogloditas que son, ya no quieren conservar nada... rechazan no sólo el futuro de las disciplinas culturales, sino también el pasado y el presente en nombre de una charlatanería pseudo-utópica invertebrada, infantil y atrasada... finalmente, la investigación de las disciplinas del conocimiento rechazará y castigará a nuestros reaccionarios ignorantes, como ha rechazado y castigado a otros en el pasado." (pág. 63)

Creo que estos extractos del Mein Kampf de Lemaître bastan para aclarar su inclinación principal hacia el arte degenerado. En cuanto a las amenazas, los que se aventuran a hacer uso de ellas no son siempre los que disponen de la mayor capacidad de sanción. Y no estamos, en modo alguno, desanimados ante esa vida "provisional" que hay que construir porque un tal Lemaître nos confiese (pág. 123) que "le horroriza su persona". ¡Es su problema"! Dice también que prefiere Malraux a los situacionistas (¿pero llegará a ser pagado con la misma moneda?). En todo caso, le dejo a Malraux. Y de nada.

2

"Estoy muy triste, a pesar de todos mis esfuerzos M. Mesens no quiere publicar PIN. Cuando le he dicho que no queríamos dinero, se ha reído incluso y ha dicho que, si lo publicaba, tendríamos que dárselo a él, pero que no tenía intención de hacerlo. Lo ha leído atentamente pero no le ha gustado. Dice que habría sido más actual hace veinticinco años, pero que ahora no encontraríamos mucha comprensión...
Aún hay algo más: hay imitadores, por ejemplo los letristas en París, que copian el Ursonate de Hausmann y mío y ni siquiera nos mencionan, a nosotros que lo habíamos hecho veinte años antes que ellos y con mejores motivos." - Kurt Schwitters. Carta del 29-3-47, citada en Correo Dadá.


¿Qué armas piensa utilizar Lemaître? Aquí cae en la teoría psiquiátrica de un pequeño suizo llamado Karl Jaspers que, desde su perspectiva, alcanza una "grandeza" igual a la de Moisés y Platón (pág. 66 y 80). Este Jaspers se ha hecho enorme porque se halla más cerca de él en el tiempo y en sus ideas. La enormidad de Jaspers, que tiene el mérito de estar considerado como uno de los imbéciles más famosos de nuestro siglo, es haber postulado, con la autoridad de la psiquiatría no científica, que todo individuo que no es un imbécil como él es un enfermo mental, y por tanto un peligro público que la sociedad debe encerrar y cuidar. Lemaître ha amplificado esta idea hasta darle una dimensión mundial: todo el mundo estaría enfermo. Sería necesaria y estaría completamente justificada una terapéutica integral, y el terapeuta sería él (cita: "...el único que ha propuesto una terapéutica integral, capaz de curar la enfermedad permanente de la juventud y de la historia del mundo", pág. 55).

Pero, ¿cuál es esta enfermedad permanente de la historia del mundo? Es su juventud y nada más. En la fase de juventud, todo individuo o grupo posee una voluntad fantástica en relación con unas capacidades mínimas y un conocimiento nulo. La edad adulta posee una potencia real más fuerte que su voluntad, que se ha sometido a la rutina de sus acciones. La fatiga del envejecimiento se compensa con la experiencia, el conocimiento que domina la potencia y la voluntad. Proponiendo la Gnosis para la salvación de la juventud, Lemaître propone tan sólo un método rápido de envejecimiento, igual que propone a la juventud que comprometa, tan rápido como sea posible, su voluntad a la voluntad de poder social, prisionera del marco existente.

Lemaître reprocha concretamente a los situacionistas no seguir las reglas de su juego: "Tantas fórmulas míticas y mistificadoras, que impiden su clasificación y su integración en el campo del Saber, impidiendo el establecimiento de las relaciones históricas necesarias entre superado-superador y superador-superado. En efecto. Firmemente seguro de su sucesión lineal, de su pequeña jerarquía, etc., ciego con respecto a todo lo demás, Lemaître grita que los situacionistas no le han superado y que hay que colocarlos mucho menos alto que a él. ¿Y? Mi amigo el poeta danés Jens August Schade me decía un día: "Se puede caer tan bajo que la caída se convierte en una ascensión". No hay nada de mistificante en nuestro comportamiento. No he tenido nunca la intención de superaros, Lemaître y Compañía. Nos hemos cruzado: eso es todo. Y vamos a alejarnos ahora por el mismo movimiento que nos ha aproximado, sin que este encuentro haya tenido la menor importancia.

El ejemplo leninista de los trogloditas está igualmente muy mal escogido. El conflicto de Lenin con los futuristas rusos sólo es un ejemplo de una crisis general y una desviación de la revolución a los que Lenin contribuyó con su ataque, demasiado apresurado y superficial, contra el izquierdismo, considerado como "enfermedad infantil" y no como enfermedad de la infancia, de la esperanza. Por otra parte soy bastante viejo para acordarme de la época en que el propio Lenin era considerado troglodita por todo el mundo. Un día seré probablemente utilizado, cuando esté muerto, como antitroglodita contra alguien.

Lemaître se obsesiona con la idea de que el tiempo podría abolir las referencias culturales pasadas de moda que ha encontrado, o ha hecho revelar a través de su escriba especializado, en las bibliotecas públicas. Pero cada cual sabe que, como realidad viviente, la cultura es lo que queda cuando se ha olvidado todo lo que se ha aprendido. Nada es peor que la estupidez combinada con una memoria a toda prueba. Sin querer entrar a discutir la poca calidad, las lagunas y el bluff del enciclopedismo divulgativo del grupo de peritos de Lemaître.

Lemaître parece desdeñar el valor experimental que hemos reconocido al movimiento letrista, hacia 1950, en dos o tres sectores de la cultura. Dice que el aspecto experimental existió, pero que fue despreciable en comparación con su valor esencial: el sistema de creación. Así, escupe imprudentemente en su único asiento, porque consideramos, y la historia nos dará la razón, a todo lo que llama su "creación" como algo absolutamente nulo e inexistente. Como Lemaître cree que su sueño solipsista de creación debe ser reconocido por todo el mundo como el único valor histórico, se sorprende de que, por ejemplo, no concedamos importancia a la poesía letrista. Pero es que esta poesía sólo tiene importancia como creación artística según la arbitraria e intransmisible sistematización "creática" de Lemaître. Aunque el conjunto del movimiento letrista haya tenido por algún tiempo la función de una verdadera vanguardia en determinada época, la poesía onomatopéyica que fue su principal manifestación no tenía nada de experimental veinte años después de Kurt Schwitters.

El caso letrista por otra parte no tiene nada de único salvo en París. Sin embargo, Lemaître se halla tan limitado geográficamente que compara sin reírse la influencia de la I.S. con la de grupúsculos que se han manifestado seis meses en la Rive Gauche de los que ha sido casi el único en saber qué ha sido; y lo hace por los artículos a primera plana que pueden dedicarles los periódicos cuando son hábilmente requeridos o por el hecho de "que llenan París de carteles con su nombre". (pág. 41) Este Lemaître, dispuesto a todas las concesiones para dar a conocer sus descubrimientos que, como se ha visto, tienen en oferta todos los mistificadores de la plaza, cristianos y demás, pretende que es hora de que se le comprenda, y no se pregunta las razones de esa incomprensión total, de ese rechazo generalizado hacia sus maravillosas creaciones. El letrismo surgió hace quince años, y no escogía enemigos en la sociedad, quería convertir a todo el mundo. Ha presentado sin descanso la demostración (subcartesiana) de sus dogmas a lo largo de una veintena de libros. Sin embargo sigue siendo muy poco conocido. Y Lemaître no quiere reconocer que el surrealismo o el simbolismo, por retomar sus ejemplos, se habían impuesto ampliamente en la cultura quince años después de au aparición, aunque estos movimientos aparecieron en épocas mucho menos ávidas que la nuestra de novedades en todos los campos, y aunque eran combatidos por ideologías culturales mucho menos descompuestas que las actuales en nombre de la conservación de un orden pasado. Así el paralelo alemán de esa anécdota del "pensamiento letrista", sistemático, paradialéctico y mortalmente aburrido, se llama Max Bense. Son igualmente típicos de la época. ¿Qué queréis? Son de una gran utilidad como clarificadores de valores. En términos de cultura americanizada, son los gadgets de las Artes Domésticas del espíritu.

3

"Hace falta muy poco tiempo para crear un material que falta, y mucho más para formar personal. Y si se ha cometido un error en la producción de material, se repara si es preciso destruyendo la máquina inútil y pasándola a pérdidas y ganancias. Un hombre, una vez formado, no se destruye; está dispuesto durante cuarenta años a ejercer la actividad que sabe hacer..." - Alfred Sauvy, De Malthus a Mao-Tsé-tung

La perspectiva china no es la cultura china. Pero es una óptica válida e importante. La humanidad viviente, real, cubre en todo momento aproximadamente dos siglos, teniendo el más viejo alrededor de cien años y estando destinados algunos de los recién nacidos a vivir el mismo tiempo en el futuro. Hay una tensión perpetua entre estos dos extremos temporales de la humanidad. El ciclo de esta rueda de la vida, ese retorno perpetuo, es la revolución permanente sobre la que se han hecho mil reflexiones desde los sumerios, los budistas, Platón, Schopenhauer, Nietzsche, y puede continuarse. El resultado de esta vía de pensamiento basado en la idea de un giro orientado del desarrollo de la historia desde un comienzo único hasta un fin definitivo e irreversible, es el zoroastrismo. Que ha transmitido esta óptica dualista y esta orientación unilateral al judaísmo, al cristianismo y al Islam, al tiempo que ha pasado al mitraísmo, al maniqueísmo y al gnosticismo. Es evidente, de acuerdo con las confesiones gnósticas de Lemaître, incapaz de comprender el dinamismo dialéctico del budismo, que seguirá el dualismo, y que su llamada a la juventud no es más que una simple corrupción de menores clásica y tradicionalmente occidental. Por tanto, lamento haber creído detectar la posibilidad de un sistema inédito y relativamente creativo en el sentido de que la aplicación de la perspectiva china a la dimensión temporal en Occidente habría dado resultados bastante imprevisibles. Esto hace el sistema de Lemaître más simple aún. No es más que un nuevo Sorel. Había buscado más lejos. El hecho de tomar a Lenin, a menudo, como testigo de sus argumentos, así como el de conceder el origen de estas perspectivas a Fichte, en lugar de confesar que su inventor es Sorel, al que por otra parte reconocía que haber leído, indican que Lemaître ha bebido más en esa fuente de lo que está dispuesto a reconocer en público. La perspectiva china de Lemaître se empobrece hasta la ideología soreliana, cuya posteridad conoce todo el mundo.

La astucia de Sorel era haber estudiado la fórmula del ascendente psicológico del cristianismo y haber traducido la creencia en el cero del futuro (el fin del mundo y la puerta al paraíso desconocido) a un sistema puramente técnico. Se cree entonces capaz de reemplazar el fin del mundo cristiano por cualquier cosa: la huelga general, la revolución socialista o, lo que es más moderno, el hombre que se apoya en el botón de los misiles atómicos. Se asegura igualmente el castigo de todos los que no marchen hacia esa perspectiva, utilizando la fórmula clave de todos los acontecimientos históricos de nuestro siglo: la acusación de traición (¿a qué? al sistema). Cuando me opuse (en La Roue de la Fortune) a las exigencias mitológicas de Benjamin Péret, tan estimado por Lemaître, era porque para mí todo arte es una multitud infinita de creaciones míticas, y porque opongo la creatividad libre al retorno a la creencia en un mito único o un sistema impuesto de mitos. Opongo la idea de los paraísos múltiples a la que quiere Lemaître: el paraíso único, carroña ideológica exhumada de nuevo. No creo que la actitud de Péret a este respecto haya podido aproximarse alguna vez a una estupidez como la de Lemaître, pero entonces ví venir el peligro, y ahora Péret no puede protestar cuando Lemaître, que lo insultaba estúpidamente en 1962 por "falta de creación", se apoya en él.

En todo caso, nadie puede hacer mayor cumplido al movimiento situacionista que esta confirmación de Lemaître: "No he conocido a nadie que crea en el 'grupo situacionista'". Como han escrito ya muchas veces, los propios situacionistas no son situacionistas. Hablar de un conjunto que no existe es atraerse la acusación de haberlo inventado. Pero nuestro único fin es precisamente inventarlo. Hemos inventado todo hasta el momento, y nos queda aún casi todo por inventar: nuestro terreno es tan rico que casi no existe aún.

Lo que vamos a inventar es la actividad situacionista. Y también su definición. Lemaître, que tiene la torpeza de deslizar en su panfleto un elevado número de proposiciones, de anticipaciones y llamadas totalmente vanas, pretende: "Los situacionistas y mi grupo quizá podamos llegar a entendernos espiritualmente en el terreno de la 'situación', siempre que mis censores se adhieran a mi concepción ética del Creador de elementos, superior al constructor de los momentos de la vida, y a la visión de situaciones culturales integrales y no simplemente lúdicas, resultado de la Creática". He mostrado ya que tenemos fines exactamente opuestos a los suyos. Hay que rechazar todas las opciones de Lemaître.

En una nota (pág. 80) en la que nos muestra la importancia de Einstein, Lemaître tiene la audacia de añadir que "el tiempo es una noción extrínseca a la situación". Nosotros, sin embargo, en la medida en que avanzamos en el estudio de los datos situacionistas, encontramos que la cuestión que se plantea es la de inventar, más allá de los conocimientos topológicos actuales, una situlogía, una situgrafía, y quizá incluso una situmetría.

Lemaître se maravilla de que haya una cultura escandinava distinta del Occidente clásico. La cultura escandinava es ante todo la cultura del olvido, la cultura olvidada y sin historia, ininterrumpida desde la Edad de Piedra, más vieja incluso y más inmóvil que la cultura china. ¿Qué puedo citar de mis ancestros, con una herencia tan abrumadora de olvido?

Soy un hombre sin ningún mérito. Pero al mismo tiempo soy bastante maligno. Los periodistas y otros pelmazos profesionales al servicio del orden existente nos llaman "generación abatida" y se extrañan de que sus golpes, su desprecio, su rechazo absoluto a darnos ocasión de comer, aunque sea tan mal como un obrero no cualificado en paro, hayan podido endurecernos hasta el punto de que nos neguemos a besar a los manporreros cuando empiezan a encontrarnos interesantes. Recuerdo la época del movimiento Cobra, cuando C. O. Götz constataba que nuestros camaradas alemanes tenían que vivir con la décima parte de lo que costaba un preso cualquiera de la República Federal. Conozco las condiciones indignas en las que el movimiento letrista debió realizar los notables trabajos de su época creativa. Y sigue siendo así. Un artista alemán, del que su país no dejará de obtener la mayor gloria, hace dos años no tenía otro domicilio que los vagones vacíos de la estación de Munich. Y yo, cuando descubrí estructuras sistemáticas en la tendencia situacionista, comprendí que había allí un método que, explotado en secreto por nosotros, podría darnos un gran poder social directo y la posibilidad de vengar muchos insultos. No dudé en explicar esta perspectiva a Guy Debord, que se negó rotundamente a tomarla en consideración, lo que me obligó a hacer públicas mis observaciones. Me dijo entonces que había que dejar tales métodos a gente como Pauwels y Bergier y a las ancianas místicas a las que arrebatan los pequeños conocimientos ocultos. Todo este mundo sueña con revender los ecos, como hacía Gurdjieff a los discípulos afortunados. Sé, después de reflexionar, que habría llegado exactamente a la misma actitud, como está en la lógica de todo mi comportamiento hasta la actualidad y en la razón de nuestra colaboración con la I.S.

Luego "puede concebirse mi duda ante la idea de entregar a la prensa incoherente el secreto de los secretos, la creación de las creaciones", escribe Lemaître (pág. 7), que defiende tanto más su derecho al secreto por cuanto se trata del secreto de la organización de su nulidad "creática". Se justifica con el ejemplo de los secretos atómicos y demás. En realidad, el secreto de los métodos transforma el arte en artesanía, en técnicas exclusivas de reproducción de normas que vienen de más lejos. Lemaître es un partidario consciente de esa supervivencia de la cofradía artesanal. Se accede a ella haciendo reconocer una obra maestra memorable. Lemaître ha mantenido así una debilidad por la primer película de Debord únicamente porque no la ha comprendido. La coloca fríamente en "la lista de las diez mejores obras de la historia del cine". Es él quien subraya (p. 25).

Lemaître me reprocha también haber declarado que estaba acabado. Afirma que está vivo. Es verdad, y yo no dije que estuviese muerto. Dije que (su sistema) estaba en coma. Lo que durará probablemente tanto como él. La apropiación paciente de secretos de maestría, sobre todo cuando se trata de una maestría arbitrariamente decretada por un individuo, garantiza evidentemente que se es capaz de producir dentro de esas normas una mercancía muy partícular. Pero de ningún modo el deseo de que alguien, sea quien sea, venga jamás a valorar esta producción.

Pienso, como Lemaître, que el hombre "que suscitó y definió el abstracto" es Vassili Kandinsky (pág. 111). Pero no pienso como él que fuera un "iniciador artístico", ni que yo sea un pintor abstracto. He hecho siempre sólo pintura anti-abstracta siguiendo una corriente que es primero la de Hans Arp y Max Ernst, y luego la de Mondrian y Marcel Duchamp. Kandinsky, en Von Punkt über Linie zur Fleche, había alineado el arte moderno en la perspectiva de la geometría euclidiana, mientras los innovadores mencionados avanzaban hacia una geometría inversa, yendo del cosmos polidimensional a la superficie y de la línea al punto. La técnica del dripping painting revela lo absurdo de la actitud de Kandinsky. Si se trabaja muy cerca del lienzo, la aplicación de colores forma superficies, manchas, pero si se pone una distancia entre el lienzo y la fuente de flujo, el color forma líneas. Y si se aumenta más, el color se divide en gotitas que no forman más que puntos. Exactamente como los elementos en la perspectiva. Comienzan como masas y desaparecen en el horizonte como puntos. Kandinsky empieza en el horizonte, en el abstracto, ¿para llegar a dónde? Yo he comenzado en el presente inmediato ¿para llegar a dónde?-



4

"Los pensamientos y observaciones son totalmente nuevos; las citas no han sido hechas aún; el tema es de una importancia extrema, y está tratado con un orden y claridad infinitos. Me ha costado mucho tiempo, os ruego que lo aceptéis y lo consideréis como el mayor esfuerzo de mi genio". - Jonathan Swift, Ensayo irrefutable sobre las facultades del alma

Si, como afirma Lemaître, el tiempo fuese una noción extrínseca a la situación, la situlogía como estudio de lo único, de la forma, sería idéntica a la morfología. Pero se puede decir justamente que la situlogía es una morfología del tiempo, puesto que todos están de acuerdo en definir la topología como el estudio de la continuidad, que es la no división en la extensión (espacio) y la no interrupción en la duración. El lado morfológico de la situlogía está incluido en esta definición: lo que concierne a las propiedades intrínsecas de las figuras sin relación con su entorno.

La exclusión de las suspensiones e interrupciones, la constancia de la intensidad y el sentido único de propagación del proceso que definen una situación excluyen también la división en varios tiempos que Lemaître pretende que es posible. Pero la confusión de ideas de un iletrado como Lemaître es mucho más perdonable que la que reina entre los topólogos profesionales, y que nos obliga a alejarnos del campo puramente topológico para inventar una situlogía más elemental. Esa confusión se introduce precisamente con la fórmula de la orientabilidad que, en realidad, no es más que la adaptación a la dimensión temporal. E. M. Patterson explica que "la idea de orientabilidad deriva de la idea física de que una superficie puede tener uno o dos lados. Supongamos que alrededor de cada punto de una superficie -con excepción de los puntos del borde (boundary), si los hay- se dibuja una pequeña curva cerrada en un sentido definido, bien en el sentido de rotación de las agujas del reloj o bien en sentido contrario, ligada a cada punto. En ese momento la superficie se dice que es orientable si se puede escoger el sentido de las curvas, de manera que éste sea el mismo para todos los puntos próximos entre sí. Si no, todas las superficies de un solo lado son no-orientables".

Esta mezcla de geometría y de física es totalmente ilegítima. Es fácil probar que una esfera no posee más que una superficie, igual que un anillo, que el cono posee dos superficies, el cilindro tres, etc., pero lógicamente una superficie no puede tener más que un lado.

En todo caso, una superficie con dos lados no es topológica, porque hay una ruptura de la continuidad. Pero la razón por la que se sigue la falsa pista de la doble superficie de dos lados es evidente: porque ello permite unir la topología a la tendencia general de la geometría: la búsqueda de igualdades o equivalencias. Se explica que dos figuras son topológicamente equivalentes u homeomorfas si cada una de ellas puede transformarse en la otra mediante una deformación continua. Lo que quiere decir únicamente que no hay más que una figura en transformación: la situlogía es la morfología transformativa de lo único.

El mayor error que se introduce al adaptar la perspectiva clásica de la geometría a la topología es la consiguiente adaptación a las distinciones clásicas de la geometría, según el número de coordenadas en topología lineal, topología de superficies y topología de volúmenes. Lo que es imposible y ridículo, si se quiere aprehender lo elemental de la situlogía, porque precisamente en la topología hay equivalencia entre punto, línea, superficie y volumen, mientras que en la geometría se da una distinción absoluta. Esta confusión se refleja claramente en las reflexiones sobre la banda de Moebus, que se dice que posee dos superficies sin homeomorfía", o que representa "dos superficies de un sólo lado", sin anterior ni posterior, sin exterior ni interior. Este fenómeno puede llevarnos a pensar que la banda de Moebus no posee más que una dimensión, lo que es totalmente absurdo, porque no podría hacerse una banda de Moebus con una cuerda y menos aún con una línea. Lo que es más interesante en la banda de Moebus es, concretamente, la relación entre las dos líneas de bordes paralelos.

Es posible estudiar equivalencias geométricas, congruencias y similitudes en una banda de Moebus si nos damos cuenta de un hecho preciso: la longitud de una banda de Moebus puede ser infinita con respecto a su anchura, pero no puede ser menor que determinada proporción en relación con ella. Son los matemáticos quienes tienen que construir y calcular la longitud de esta banda de Moebus de límites mínimos. Una vez que esté construida se descubrirá que estamos ante un objeto en el que la línea que marca la anchura de la banda en un punto tomado al azar forma un ángulo recto perfecto con la misma línea dibujada en la parte opuesta de la banda, a pesar de que las dos líneas son paralelas, si la banda está unida en forma de cilindro. La misma línea que representa en un punto la horizontal representa en otro la vertical. Si la banda no está aplanada, hay por tanto tres dimensiones espaciales sin que haya espacio. He ahí lo extraño de la banda de Moebus. Dos bandas de este tipo pueden ponerse en semejanza, y si tienen la misma longitud de banda, en congruencia.

Parece que nadie ha señalado hasta ahora el extraño comportamiento de todas las figuras y formas topológicas con respecto al sistema de coordinación espacial (verticalidad, horizontalidad, profundidad) en el que actúan haciéndolas nacer, desaparecer, transformarse una en otra. Para la geometría euclidiana, el sistema de coordenadas es la base. Para la situlogía no, porque crea y deshace las coordenadas a voluntad. Así la geometría euclidiana ha debido dejar de lado todas las consideraciones situlógicas para tomar como punto de referencia el sistema rectangular de coordenadas que sigue el esquema de la ley del mínimo esfuerzo. René Huygues muestra en su obra L'Art et l'Homme que con el desarrollo de la industria de los metales, después de la época agraria del neolítico, se produjo la división entre dos estilos, el de Hallstadt y el de la Tene, que no significa otra cosa que la división entre pensamiento geométrico y situlógico. El pensamiento geométrico se implantó en Grecia a través de los dorios, dando nacimiento al pensamiento racionalista. La tendencia contraria acabó en Irlanda y Escandinavia.

Walter Leitzmann señala en su libro Anschauliche Topologie: "En el arte, en la época vikinga por ejemplo, se empleaba el entrelazado como ornamento. Tengo ante mí una foto del jardín de los nudos de Shakespeare en Stratford-on-Avon, que presenta pequeñas combinaciones de flores en forma de nudos... ¿Qué es lo que Shakespeare tiene que ver con los nudos? No soy capaz de decirlo. Puede que se trate de un error, o más bien de una confusión deseada con el tema del laberinto. En él aparece dos veces: en El sueño de una noche de verano (II, 1), y en La Tempestad (III, 3).

No hay error posible. James Joyce, al pronunciar en Finnegan's Wake la frase absurda "No sturm, no drang", había superado el viejo conflicto entre clasicismo y romanticismo y había abierto una pista hacia la reconciliación entre la pasión y la lógica. Lo que falta ahora es un pensamiento, una filosofía y un arte que se conformen a lo que se proyecta en la topología, pero esto no es realizable más que a condición de reconducir esta rama de la ciencia a su vía original: la del "análisis situ" o situlogía. Hans Findeisen, en su Schamanentum, indica que el chamanismo, que sobrevive aún entre los lapones, halla sus orígenes en el espíritu de los pintores de las cavernas de la era interglaciar, y es bastante significativo que el ornamento que caracteriza la presencia lapona sea el entrelazado simple. El conocimiento de los secretos topológicos se ha indicado siempre por la presencia de signos de nudos, de cuerdas, de entrelazados, de laberintos, etc. Y los tejedores desde la antigüedad han transmitido de una forma curiosa una enseñanza revolucionaria de formas más o menos extravagantes, mistificadoras y desviadas. Historia bastante conocida por haber sido estudiada seriamente. Se destaca la perversión allí dentro, y no la subversión.

La relación que los escritos de Max Brod establecen entre Kafka y el astrónomo danés Tycho Brahé es tan profunda como la relación entre Shakespeare y Hamlet: y su presencia en Praga, que irradia desde la época de La Tene el pensamiento topológico y llega a superar incluso el barroco en sentido topológico, es tan natural como asombrosos los resultados que Kepler pudo extraer de los cálculos de Tycho Brahé adaptándolos al método de la geometría y las matemáticas clásicas, lo que era imposible para el propio Tycho Brahé. Esto muestra una vez más que la topología sigue siendo la fuente de la geometría, y que el proceso contrario es imposible. Indica también la imposibilidad de explicar la filosofía de Kierkegaard como una sucesión de la filosofía de Hegel. La influencia del pensamiento escandinavo en la cultura europea es incoherente y sin una continuidad permanente, como el propio pensamiento del absurdo. De forma que no nos podemos extrañar de que sea siempre un misterio; eso hace que exista una tradición filosófica escandinava totalmente distinta del pragmatismo inglés, del idealismo alemán y del racionalismo francés, que estructura la tendencia de Ole Roemer, H. C. Oersted, Carl von Linne y el resto. Ignorada la lógica de base de esta incoherencia profunda y oculta por los propios escandinavos, lo es más aún por los demás. Siento el mayor desprecio por todas las ideas sobre las ventajas del saber. Me parece sin embargo que la ignorancia acerca de esto puede representar un peligro en la situación europea actual. Así, considero que el hecho de haber sido ingenieros de minas es más importante para Swedenborg y Novalis que los aventurados postulados de Jaspers, que se permite endosarles un diagnóstico de locura esquizofrénica a ambos. No porque este hecho pueda establecerse de forma científica, sino porque es un oficio basado en el pensamiento topológico, como el de los tejedores, y esto puede llevarnos a observaciones preciosas para el establecimiento de una situlogía.

Pero todo esto no se presenta más que como una técnica posible, subordinada al trabajo de la I.S., cuyos enemigos y aliados se ven fácilmente. Cuando Bergier y Pawels proponen en su libro El retorno de los brujos organizar un instituto de investigación de técnicas ocultas para cuya fundación piden ayuda, y la formación de una sociedad secreta dominante reservada a quienes están hoy en condiciones de manipular los diversos condicionamientos de sus contemporáneos, los situacionistas rechazan esta posición con la mayor hostilidad. No podríamos, en ningún caso, colaborar con semejante empresa, y no tenemos ningún deseo de ayudar a financiarla.

"La igualdad es con toda evidencia la base de la geometría métrica" como dice Gaston Bachelard en El nuevo espíritu científico. Nos enseña: "Cuando Poincaré demostró la equivalencia lógica de las diversas geometrías, afirmó que la geometría de Euclides seguiría siendo la más cómoda, y que en caso de conflicto con la experiencia física, se preferiría siempre modificar la teoría física que cambiar la geometría elemental. Gauss había pretendido experimentar astronómicamente un teorema de geometría no-euclidiana: se preguntaba si un triángulo marcado en las estrellas, y por consiguiente de una enorme superficie, manifestaría la disminución de superficie indicada por la geometría lobatchewskiana. Poincaré no admitía el carácter crucial de semejante experiencia."

El punto de partida de una situgrafía, o de una geometría plástica, debe ser el análisis situ desarrollado por Poincaré, llevado a cabo en sentido igualitario con el nombre de topología. Pero todo discurso sobre las igualdades está evidentemente excluido si no hay al menos dos elementos que igualar. Así la equivalencia no nos enseña nada sobre lo único, ni sobre la polivalencia de lo único, que es en realidad el campo esencial del análisis situ o topología. Pero, evidentemente, todo discurso sobre las igualdades está excluido si no hay al menos dos elementos que igualar. Así la equivalencia no nos enseña nada sobre lo único, ni sobre la polivalencia de lo único, que es en realidad el campo esencial del análisis situ o topología. Nuestro objetivo es oponer una geometría plástica y elemental a la geometría igualitaria y euclidiana, y con la ayuda de las dos ir hacia una geometría de las variables, la geometría lúdica y diferencial. El primer contacto situacionista con este problema lo vemos en el aparato de Galton, que hace aparecer experimentalmente la curva de Gauss (ver figura en el primer número de Internationale Situationniste). E incluso aunque mi forma intuitiva de tratar la geometría es claramente antiortodoxa, creo haber abierto un camino, de haber tendido un puente sobre el abismo que separa a Poincaré de Gauss, en cuanto a la posibilidad de combinar la geometría con la física sin renunciar a la autonomía ni de la una ni de la otra.

Todos los axiomas son cierres a posibilidades no deseadas, y contienen por ello una decisión voluntaria ilógica. Lo ilógico que nos interesa en la base de la geometría de Euclides se juega entre los axiomas siguientes: -las cosas que se superponen son iguales; -el todo el más grande que la parte.- Este absurdo se percibe, por ejemplo, cuando comenzamos a aplicar la definición de línea, longitud sin anchura.

Si se superponen dos líneas iguales deben resultar, o bien dos líneas paralelas (lo que demuestra que la igualdad no es absoluta y perfecta, o que no lo es la superposición), o bien la unión de ambas líneas en una sola. Pero si esta línea es más larga que una de ellas, o si ha adquirido anchura, es que las líneas no eran iguales. Aunque las líneas son absolutamente iguales, el todo no es más grande que la parte. Esto es de una lógica indiscutible, pero si es cierto nos hallamos ante un absurdo puesto que la geometría métrica está basada precisamente en el axioma de que el todo es más grande que la parte.

Se cuenta, en la geometría métrica, con la idea de que dos magnitudes iguales son idénticas. Pero dos cosas no pueden ser nunca idénticas, porque eso quiere decir que serían una sola cosa. Si se debe identificar a un asesino ante un juez, no basta con que sea un individuo exactamente igual al que ha cometido el crimen, su hermano gemelo no puede reemplazarlo en esta circunstancia. Podemos estar seguros de que no hay iguales, ni repetición, como en la experiencia de los puentes de Königsberg. En geometría, una identidad de tamaño y posición excluye toda consideración cuantitativa. Pero ¿cómo es posible reducir mediante superposición un número infinito de líneas de igual magnitud a una sola línea que no es más grande que ninguna de ellas, cuando es impensable dividir una línea en dos, ambas iguales a la línea dividida?

Si se desplaza una línea de su posición al mismo tiempo que se la deja en ella, no se crean dos líneas, sino una superficie. La superposición, que demuestra que dos líneas son iguales, no puede practicarse sin que la dualidad desaparezca: no puede haber ya igualación. Una sola línea es igual a nada. Lo que prueba que el idealismo absoluto de esta fórmula de la ausencia de espesor en la línea de Euclides no tiene ninguna realidad.

Si se moderniza el procedimiento empleando la fórmula de la congruencia, o de una identidad de magnitud y forma, exceptuando la posición en el espacio, la prueba por superposición ya no es posible.

Podemos reducir mil puntos a uno sólo por superposición, y este punto es igual a cualquiera de ellos. Pero no se puede multiplicar un punto dejándolo en su lugar y desplazándolo al mismo tiempo. Esto daría lugar a una línea. Pero, ¿y el volumen? No se pueden superponer dos volúmenes idénticos más que en la imaginación. Esto sólo puede hacerse con dos volúmenes fantasmales, sin volumen real. Este carácter abstracto es la fuerza y la debilidad de la geometría de Euclides. La falta de abstracción en la topología es sólo debilidad.

Mil veces cero da cero, y de cero no se puede extraer nada. La utilización de la geometría de Euclides es, en este sentido, unilateral e irreversible: está orientada. Y todas las geometrías, excepto la situgrafía, lo están igualmente. La orientación es un concepto lineal, y una recta orientada se denomina también semirrecta, porque significa un recorrido, y el sentido que se ha escogido se llama su sentido positivo. El punto cero elegido se fija en cualquier parte de la línea como punto de comienzo. Una recta orientada no es por tanto una línea en sí, sino la combinación de una línea y un punto. Un plano orientado es un plano en el que se ha escogido un sentido de rotación llamado directo, y está también ligado a un punto, el centro de rotación, que podría permitir el establecimiento de un eje de rotación en ángulo recto con el plano de rotación.

El espacio está orientado cuando a cada eje del espacio se asocia un sentido de rotación, llamado sentido directo del espacio. Esta disposición permite todo lo que se llama medida. Pero ¿en qué consiste la medida? Es lo más curioso de este asunto. Todas las medidas de unidades iguales, ya sea de longitud, de anchura, altura, masa, tiempo o cualquier otra unidad derivada de estas nociones de base, consisten en la indicación de su extensión sobre una semilínea, una semidimensión espacial dividida en intervalos iguales y orientada del punto cero hacia el infinito. Esta semilínea no parece tener por qué ser recta, sino que puede inscribirse en la circunferencia de un círculo. Si la extensión supera varias circulaciones, éstas se convierten en los intervalos de una extensión, línea o círculo más grandes. He aquí el principio al que se reduce toda medida posible a fin de cuentas. Ninguna medida puede explicarse, cualquiera que sea, sin un desarrollo sobre una semilínea.

La propia geometría euclidiana y analítica se desarrolla, en su discurso clásico, según la orientación de una semilínea. Se comienza con el punto sin dimensión espacial, se le hace avanzar, y eso traza una línea. Se hace avanzar la línea en dirección perpendicular a su extensión y se obtiene una superficie, con la que se procede de la misma forma para crear un volumen. Pero este movimiento orientado que de un punto hace una línea, una superficie y un volumen, no es abarcado en sí mismo por las consideraciones geométricas en sus relaciones con las dimensiones espaciales. Lo ilógico es lo evidente. El acto de superposición también es imposible sin el movimiento, pero a partir del momento en que se cuestionan todos los movimientos necesarios para establecer la geometría clásica, no se puede hablar de fenómenos puramente espaciales, y sin embargo están ahí desde el principio. Nos podemos preguntar si el tiempo sólo posee una dimensión, y si en el futuro no estaremos obligados a aplicar al tiempo al menos tres dimensiones para poder llegar a explicaciones más homogéneas de lo que pasa. Está por ver. Pero una cosa es cierta: el tiempo puede reducirse a una semidimensión o a una longitud orientada, aportando un instrumento de medida. Otra cuestión es, pues, saber si lo que llamamos "tiempo" en su definición científica, como medida de la duración, y que es la forma bajo la que el tiempo entra en la teoría de la relatividad, no es exactamente el fundamento de la noción de orientación, o de la semilínea.

La geometría orientada puede, debido a su orientación, ignorar las nociones del tiempo inherentes a su sistema. Pero para tomar conciencia del papel del tiempo y de su función real en relación con las tres dimensiones espaciales estamos obligados a abandonar el camino de la orientación en semilínea y a fundar una homeomorfía unitaria.

Cuando queremos emplear la expresión dimensión nos hallamos inmediatamente ante el problema de su interpretación y definición exactas. Una dimensión puede definirse de una forma lógica como una extensión sin comienzo ni fin, sin sentido ni orientación, un infinito, pero no ocurre lo mismo con el infinito en la dimensión temporal. Es la eternidad. La extensión de una de las tres dimensiones espaciales representa una superficie, una extensión sin comienzo ni fin. Si el sistema de medida lineal no puede medir más que la semilínea, el sistema de medida de dos coordenadas en ángulo recto sólo puede dar la medida espacial para figuras inscritas en un cuarto de la superficie, y las informaciones de medida tridimensional son aún más pobres puesto que están inscritas en la octava parte de una esfera, a partir del ángulo de medida de 90º de las tres coordenadas orientadas en la misma dirección. Para evitar esta reproducción perpetua de conocimientos, procederemos en sentido inverso.

Identificar, para el testigo del crimen, es definir al sospechoso como el único posible. Pero la homeomorfía nos plantea problemas diferentes, que de una manera simple pueden imaginarse así: ahora ya no es al asesino al que se trata de identificar, sino a la pobre víctima que el muy bestia ha atropellado voluntariamente varias veces con su coche. Tiene un aspecto que difiere de forma trágica del buen hombre que se ha conocido cuando estaba vivo. Aún está allí, pero brutalmente desplazado. No es ya el mismo y sin embargo es él. Incluso en descomposición se le puede identificar. No hay duda. Éste es el campo de las experiencias homeomorfas, la variabilidad de una unidad.

Aquí el campo de la experiencia situlógica se divide en dos tendencias opuestas, la tendencia lúdica y la analítica. La del arte, del spinn y del juego, y la de la ciencia y su técnica. La creación de variabilidades en una unidad, y la búsqueda de la unidad entre las variables. Se ve que nuestro asesino ha escogido la primera vía, y que los identificadores deben recorrer la segunda, que limita el campo del análisis situ o topología. La situlogía va a dar un impulso decisivo a las dos tendencias en su desarrollo. Se puede poner de nuevo el ejemplo de la red representada por el dispositivo de Galton. Como aparato de juego, esta máquina que hace tilt se halla en la mayor parte de las tabernas de París: y como posibilidad de variabilidad calculada es el modelo de todas las redes telefónicas.

Éste es el lado creativo, que precede al lado analítico en la situlogía general y elemental: los situacionistas serán los que aplastarán las condiciones existentes. Vamos pues a comenzar nuestra demostración retomando el método de nuestro criminal. Pero para evitar hacer de este procedimiento un drama sangriento nos zambullimos en un mundo totalmente imaginario y abstracto, como Euclides.

Comenzamos por prestar a un objeto la cualidad de una homeomorfía perfecta, una cualidad absoluta y prácticamente inexistente como la ausencia de extensión espacial que Euclides daba a su punto. Atribuimos a una bola totalmente esférica y de un diámetro preciso una plasticidad absoluta. Puede deformarse en cualquier sentido sin romperse o agujerearse nunca. Nuestro objetivo ante este objeto de una simetría tridimensional perfecta es claro. Vamos a aplanarla completamente para transformarla en una superficie de dos dimensiones y encontrar la cifra de su equivalencia homeomórfica. Vamos a disminuir la altura de esta esfera en diez reducciones iguales hasta cero, y a calcular la escala de aumento de los dos diámetros correspondiente a las disminuciones registradas del tercero, a medida que la bola se transforma cada vez más en una superficie. La última cifra puede deducirse de las nueve precedentes. Es evidente que no se puede llegar al infinito, puesto que el mismo procedimiento con una bola cinco veces más grande debe dar una superficie al menos cinco veces mayor, y la existencia de dos infinitos con una diferencia de tamaño medible supera la lógica (salvo la de Lemaître cuando habla de eternidad). El trabajo práctico de cálculo vinculado a esta experiencia lo dejamos a los matemáticos, si no tienen nada mejor que hacer.

No hemos acabado. Escogemos una diagonal en esta inmensa oblea sin espesor y comenzamos a alargar la superficie, igual que en la experiencia anterior, para acabar en una línea sin espesor, haciendo los cálculos de la misma forma. Así tenemos la equivalencia homeomórfica expresada en cifras entre un objeto de tres, dos y una dimensión, y todo el mundo puede empezar a protestar. Los más inteligentes aguardarán pacientemente diciendo que Euclides empezaba por un punto. ¿Cómo reducir esta línea inmensa a un punto único? No puedo más que volver a la esfera. Esto sería verdad si la situlogía fuera tan sólo un fenómeno espacial y posicional.

Einstein explicó que si una línea pudiera alcanzar la velocidad de la luz se encogería hasta desaparecer totalmente en el sentido del recorrido en tanto que longitud, mientras que un reloj a esa velocidad se detendría. Es lo que vamos a hacer. Todo el asunto está regulado de la misma forma. El único inconveniente, menor, de que este procedimiento espectacular sea invisible, es que no puedo tomar posesión de mi punto que se alarga a través del universo. Si pudiera transformar este movimiento a través del espacio en rotación en un lugar sería de nuevo más o menos dueño de mi punto.

Einstein declara que "el espacio y el tiempo concebidos separadamente se han convertido en sombras vanas, y sólo una combinación de los dos expresa la realidad". A partir de esta observación precisé en otro sitio que el punto de Euclides, al no poseer dimensiones espaciales y tener sin embargo que representar una dimensión cualquiera, ya que está en el espacio, representaba al menos la dimensión del tiempo introducido en el espacio. Y tanto más cuanto es imposible fijar un punto sin duración en el espacio. Sin duración, no hay posición.

Pero para que ese punto pueda poseer la cualidad del tiempo, debe poseer la cualidad del movimiento, y como el punto geométrico no puede desplazarse en el espacio sin formar una línea, ese movimiento debe ser una rotación o evolución alrededor de sí mismo. Aunque debe ser continuo, no puede sin embargo poseer ni un eje ni una dirección espacial, y además ese torbellino no puede ocupar el menor espacio. Aunque esta definición del punto es más rica y positiva que la de Euclides, no parece menos abstracta. Pero desde que me he enterado que hay un geómetra griego, Héron, que había inspirado a Gauss una definición de la línea recta como una línea que gira alrededor de sí misma como un eje sin que haya ningún desplazamiento de los puntos que la componen, y teniendo en cuenta que mucha gente conviene en que es la única cosa positiva que se ha dicho nunca con respecto a una línea recta, me siento en buen camino.

Pero un eje sólo puede girar en un sentido. Hay que detenerlo para que gire en sentido contrario, mientras que un punto en rotación puede ser llevado a hacerlo en el sentido contrario y en cualquier sentido mediante un cambio continuo de su eje de rotación. De manera que la línea recta puede explicarse así: si se conectan dos puntos que rotan al azar, están obligados a hacer su revolución en el mismo sentido y con la misma velocidad, reduciéndose el más rápido y acelerándose el más lento.

Todos los puntos de una línea han adquirido así una presencia en la dimensión espacial que equivale a la pérdida de libertad de movimiento, que se ha hecho orientado en el espacio.

Si no queremos quedarnos con esta definición orientada y positiva de la línea hay que inventar rápidamente una definición plástica. Para alcanzarla hay que meterse en la cabeza que la geometría plástica no pone el acento en el carácter infinito de las dimensiones, sino en su carácter de presencia en un espacio y un tiempo generales que pueden ser finitos o infinitos, pero que son primarios con respecto a todos los objetos que se quiere estudiar en cuanto a su extensión. Todo volumen, toda superficie, todo segmento de línea o fragmento de tiempo forma parte o está extraído de la masa general del espacio y del tiempo universales. En el análisis, por ejemplo, de un segmento lineal en la geometría igualitaria de Euclides, se hace así abstracción del carácter "infinito" de la línea. Se corta un trozo olvidando el resto. En la geometría unitaria esto no es posible. Una línea no es una serie ininterrumpida de puntos, porque los puntos han perdido algo para poder establecer una línea. En un segmento de línea, sólo hay dos puntos que puedan ser observados desde los dos extremos de la línea. Pero ¿cómo explicar que haya dos sobre un segmento de línea, y no un punto cero, como en la semilínea? La única explicación posible es que un segmento, con dos extremos cero, debe estar compuesto por dos semilíneas superpuestas con sus puntos cero cruzados que vayan en sentidos opuestos. Un segmento es, por tanto, una línea de doble recorrido de ida y vuelta, y de una longitud doble de la distancia entre los dos extremos polarizados o en contrapunto. Esto es una base para la geometría plástica o dialéctica. Según esta óptica, todo volumen determinado es un volumen fragmentado del volumen general, o del espacio universal, por una superficie: igual que toda superficie determinada es un fragmento de la superficie general distinguida por líneas y toda sección de línea un fragmento de la línea determinado por puntos; y todo punto un momento en el tiempo determinado por su duración.

La superficie específica que determina un volumen, la superficie voluminosa, se llama recipiente, forma, etc. Y posee en su funcionamiento, como separación entre dos volúmenes, el carácter de una oposición interior-exterior; como la separación mediante una línea de superficie opone anterior y posterior, y como el punto en la línea distingue el sentido positivo y el negativo del recorrido. Estas indicaciones sólo tienen sentido en la relación entre los dos sistemas dimensionales, en la misma combinación de coordenadas. El problema se hace más complejo cuando se comienza a jugar con varios sistemas de coordinación, relacionados uno con el otro, lo que se llama la geometría proyectiva, cuyo ejemplo más conocido es la perspectiva central.

Para comprender bien no sólo el sistema de las proyecciones, sino el sistema de la objetivación en general, hay que ver cómo se crean los desdoblamientos de sistemas de coordenadas y cuál es el sistema inicial, primario. El sistema de coordinación primario a toda observación es el sistema de coordenadas inherente al observador mismo, sus coordenadas subjetivas. Ordinariamente se ignora este presupuesto elemental de la observación. Las coordenadas del individuo se llaman delante, detrás, arriba, abajo, izquierda y derecha, y juegan un enorme papel en la orientación no sólo en la ciencia, sino de una forma primordial en la ética y en la orientación social, donde el individuo es atraído a la izquierda y luego a la derecha, volcado hacia delante, siempre hacia delante por el progreso, empujado hacia atrás y acuciado hacia la ascensión y la carrera hacia lo alto para ser llevado al final bajo tierra. La dirección de la derecha es la dirección del mínimo esfuerzo, la línea recta, la dirección llamada justa o racional; y por el contrario la izquierda es por naturaleza la dirección anárquica del juego, del spinn o del máximo esfuerzo. Pero cuando la izquierda política se convierte en la dirección de una forma establecida de justicia siguiendo la vía del mínimo esfuerzo, esta oposición carece de tensión. Pero como la dirección del mínimo esfuerzo indica la línea de caída, en nuestra óptica de posiciones la línea de la izquierda, la del juego, debe representar la ascensión. Es lo que he tratado de probar con la inversión de la dialéctica. Sucede que la palabra derecha (alemán recht, inglés right) indica en las lenguas escandinavas la ascensión (högre) hacia lo alto, lo que simboliza por otra parte la izquierda. La confusión en la orientación social en Europa y en su vocabulario gana con ello el ser aún más rica y contradictoria. Éstas son observaciones puramente objetivas, sin ninguna consecuencia programática, pero que han tenido influencia incluso en los conceptos religiosos más elementales (cielo-infierno).

Las gradaciones métricas de un sistema de coordinación permiten en realidad establecer una red de líneas de coordinación paralelas de distancias iguales. Esta cuadriculación permite cambiar y elegir donde y como se quiera el punto cero y las direcciones positivas dentro del sistema. Lo mismo sucede con la línea y con el sistema de tres coordenadas.

Lo que necesita a veces la proyección es que el sistema de coordenadas del objeto observado esté desplazado en relación al sistema de coordinación de base para la observación y la medida. La geometría proyectiva indica así las reglas de las relaciones entre dos o más sistemas de coordinación como si hubiera dos o más espacios. Se puede, de esta manera, multiplicar el mismo espacio mediante la proyección. Pero esto sólo se justifica en la dimensión temporal.

La geometría positiva, que trabaja con la semilínea, la cuarta parte de la superficie y la octava del volumen, permite no obstante otro juego puramente espacial. Se puede desplazar el ángulo recto formado por las dos semilíneas negativas de una coordinación de dos dimensiones y colocarlo en oposición al ángulo positivo, y establecer entonces, por ejemplo, un cuadrado. Esta operación explica por qué el cuadrado puede encontrar su explicación en la relación entre la circunferencia y la diagonal del círculo, mientras que no se puede definir el círculo por uno de sus detalles, que es el cuadrado. Esta definición del cuadrado por yuxtaposición se une a nuestra definición dialéctica de la línea, y muestra cómo la situlogía es más inmediata que la geometría, que se enfrenta siempre al problema de la cuadratura del círculo.

Hemos esbozado aquí algunas consecuencias de las conmociones que podría introducir la situlogía en el pensamiento geométrico, pero es evidente para el que sabe de esto que las consecuencias no serían menores en lo que concierne a nuestros conceptos físicos o mecánicos. La definición de Einstein ya ha hecho comprender que la noción que tenemos de la luz no se presta a ninguna dimensión espacial. Pero sería falso sin embargo considerar que la luz es inmaterial. Se puede reconsiderar incluso la vieja noción mística de los cuatro elementos. Sabemos que no existen como fenómeno absoluto, pero es extraño sin embargo que la ciencia se haya negado a considerar una distinción de estados de la materia tan pronunciada como la existente entre los objetos sólidos, los líquidos, el aire -o el gas- y la luz. Cuando se ve un cubo de hielo fundirse de repente y extenderse sobre la superficie de una mesa, se podría concluir que el estado líquido representa la pérdida de una de las dimensiones espaciales, reemplazada por un derrame de sustancia liberada. Y la constancia de la tensión de una membrana de agua parece ser tan importante en la física como la constante de la velocidad de la luz. Esto haría considerar la conclusión lógica de que los gases no poseen más que una dimensión espacial, compensada por el juego de su movimiento. Y si hay que pensar algo que aún tenga menos dimensiones pensad en Maurice Lemaître y sus amigos.

 

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