Por el contrario, los grupos de vanguardia que formulan claramente un programa de cambio de todas estas condiciones o de algunas de ellas chocan con una represión social consciente y organizada. Las formas de esta represión han cambiado mucho desde hace, por ejemplo, cuarenta años, con la evolución de la sociedad y de sus enemigos.
Alrededor de 1920 en Europa, lo que provocaba el escándalo contra los valores admitidos de la cultura y de la vida social era señalado con el dedo. La vanguardia estaba maldita entonces, y era conocida como tal. En la sociedad que se ha desarrollado desde la última guerra mundial ya no hay valores, y corolariamente la acusación de no respetar una convención cualquiera sólo puede encontrar la adhesión de los sectores atrasados del público, que siguen apegados a sistemas coherentes de convenciones muy pasados de moda (como la concepción cristiana). Los controladores de la cultura y de la información no levantan ya el escándalo alrededor de los que son portadores de un nuevo sistema de valores: tienden a organizar sólidamente el silencio.
Estas nuevas condiciones de lucha retrasan sobre todo el trabajo de la nueva vanguardia revolucionaria: obstaculizan su formación y luego ralentizan su desarrollo. Pero poseen también un significado muy positivo: la cultura moderna está vacía, ninguna fuerza sólida podrá oponerse a las decisiones de esta vanguardia en cuanto haya logrado hacerse reconocer como tal. La tarea de esta vanguardia debe ser únicamente imponer un día su reconocimiento antes de haber dejado que su disciplina y su programa se perviertan. Es lo que la Internacional situacionista piensa hacer.