La vanguardia de la presencia

Internationale Situationniste


Publicado en Internationale Situationiste # 8 (1963). Traducción extraída de Internacional Situacionista vol. II: La supresión de la política, Madrid, Literatura Gris, 2000.



En el número 4 de Médiations, Lucien Goldmann, convertido ahora en crítico especializado en la vanguardia cultural, habla de una "vanguardia de la ausencia", aquélla que expresa en el arte y la escritura cierto rechazo de la reificación de la sociedad moderna, pero que según él sólo expresa eso. Descubre este papel negativo de la cultura de vanguardia en nuestro siglo alrededor de cuarenta y cinco años después del acontecimiento, pero, cosa extraña, entre sus contemporáneos y amigos. Se encuentra bajo la máscara de los dadaístas resucitados, nada menos que a Ionesco, Beckett, Sarraute, Adamov y Duras, sin olvidar al Robbe-Grillet de Marienbad. El alegre equipito al completo conforma como farsa la tragedia de la muerte de las formas artísticas. ¡Adamov! ¿Quién lo hubiera creído? Goldmann, como buen espectador, comenta con gravedad lo que ve: "la mayoría de los grandes escritores de vanguardia expresan sobre todo, no valores realizados o realizables, sino la ausencia, la imposibilidad de formular o percibir valores aceptables en cuyo nombre pudiesen criticar la sociedad". He ahí precisamente lo que es falso, como vemos inmediatamente si abandonamos a los actores de la novela cómica de Goldmann para examinar la realidad histórica del dadaísmo alemán o de los surrealistas de entreguerras. Goldmann parece literalmente ignorarlos -lo que resulta curioso; ¿creerá que se basa en la contestación total de su Dios oculto, a pesar de señalar que no se ha leído ni a Pascal ni a Racine porque el siglo XVII es complejo y ya es bastante pesado acabar las obras completas de Cotin? No vemos cómo, con un conocimiento sumario del original, podría alcanzarse semejante frescura en el enmascaramiento. El propio vocabulario se adapta mal al tema. Se habla de "grandes escritores" de vanguardia, noción que la vanguardia puso definitivamente en ridículo hace mucho tiempo. Más aún, al evocar los divertimentos de buen gusto que monta primorosamente Planchon con piezas y fragmentos de una tradición teatral acabada, Goldmann, que olfatea ahí todavía algo de vanguardismo, dice que no constata que exista "una creación literaria de la misma importancia centrada sobre la presencia de valores humanistas y del devenir histórico". La notable cantidad de nula importancia que corresponde indeleblemente a la vanguardia goldmanniana da sin embargo a Planchon las mejores bazas. Pero, a fin de cuentas, Goldmann habla de creación literaria. ¿Cómo puede ignorar que el rechazo de la literatura, la destrucción de la escritura misma, fue la primera tendencia de los veinte o treinta años de investigaciones de vanguardia en Europa, que sus payasos espectaculares sólo han visto por el lado equivocado de los anteojos y explotan con una parsimonia de pequeños rentistas? Esta vanguardia de la autodestrucción real del arte había expresado inseparablemente la ausencia y la posible presencia de una vida completamente diferente. ¿Habrá que caer por tanto en la mistificación del humanismo para no seguir a Adamov en esa ausencia que le va tan bien que está a punto de convertirse en propietario?

Seamos más serios que Goldmann. Se pregunta en el mismo artículo si existen en la sociedad actual, en ese capitalismo moderno que se consolida y se desarrolla tan impertinentemente como sabemos, "fuerzas sociales lo bastante poderosas como para provocar su superación o al menos orientadas hacia ella". Esta cuestión es muy importante en efecto. Trataremos de probar la respuesta afirmativa. Precisamente el estudio desmitificado de los movimientos artísticos o políticos reales de vanguardia puede dar en todos los casos elementos de apreciación que más bien son raros tanto en la obra de Ionesco como en la de Garaudy. Lo visible socialmente en la sociedad del espectáculo está más alejado que nunca de la realidad social. Hasta su arte de vanguardia y su pensamiento cuestionante se maquillan a partir de ahora en la iluminación de este visible. Los que se mantienen al margen de este Sol y Luz del presente que asombra a Goldmann están precisamente, como los situacionistas hasta el momento, en la vanguardia de la presencia. Lo que Goldmann llama la vanguardia de la ausencia no es otra cosa que la ausencia de vanguardia. Afirmamos abiertamente que, de todas esas pretensiones y agitaciones, no quedará nada en la problemática real y en la historia de esta época. En este punto como en los demás, veremos dentro de cien años si estamos equivocados.

La vanguardia goldmannista y su absentismo están, por otra parte, ya pasados (excepto Robbe-Grillet, que apuesta a todos los números de la ruleta del espectáculo vanguardista). El último grito es integrarse, integrar diversas artes entre sí, integrar al espectador a cualquier precio. Desde Marienbad, que es la referencia periodística obligatoria, ya no se tienen en cuenta más que las obras que pueden existir "para la participación individual del espectador, estando cada uno destinado a sentir esta participación de forma diferente" (Jacques Siclier en Le Monde, 28 de noviembre de 1962, a propósito de un ballet televisado cualquiera). Marc Saporta acaba de publicar una novela-juego de cartas que tenemos que barajar antes de leerla, de forma que participamos. Luego se integra una música experimental que podrá escuchar el visitante en unas cerámicas (exposición parisina de Starczewski). Música de Stockhausen, con una partitura "móvil" a gusto del intérprete, en un film abstracto del alemán Kirchgäser (Instituto de música contemporánea de Darmstadt). Tenemos la integración de Nicolás Schoeffer y la casa Phillips en un clima audiovisual (la "creación-muro"). En fin, mil integraciones a través de Europa que se reintegran en las bienales de todas partes, que se convierten en Himalayas de la integración. En la misma revista Médiations hay que destacar la integración de un nuevo oficio: la crítica en prosa "abstracta" de la obra abstracta, que era corriente hace quince años en los catálogos de pintura y en la que Michel Tapié ha conseguido maravillas, hace su aparición en la literatura con Jean Ricardou, que transpone simplemente la modesta e infantil forma del comentario de texto, pero con el progreso que supone comentar, peinando negro sobre negro, páginas muy poco legibles y voluntariamente pobres de contenido de la "nouveau roman" pura en un lenguaje crítico informal digno del modelo por el contenido y la legibilidad. También podemos integrar treinta cucharillas, cien mil botellas, un millón de suizos en el "nuevo realismo", ésa es su fuerza. La nueva figuración, seguro a todo riesgo para los amantes del abstracto y para los del figurativo a la vez, quiere integrar el pasado, el presente y el futuro de la pintura en cualquier cosa que se pague bien.

Siendo la cultura lo que es, es preciso que sólo se integren disoluciones unas en otras. Y estas disoluciones son siempre más o menos repeticiones, que nadie quiere indicar, de algo más viejo (la novela-juego de cartas de Saporta es la recuperación del poema-juego de cartas de Paul Nougé Le jeu des mots et du hasard de antes de 1930, reeditado hace algunos años. Podríamos multiplicar los ejemplos). En cuanto a la integración del espectador en estas bellezas, es una imagen empobrecida de la integración en las nuevas ciudades, en la densidad de televisores del territorio, en la empresa que le emplea. Persigue el mismo plan, pero con muchísima menos fuerza y muchísimos menos cobayas. Las viejas formas del arte de la neo-descomposición están ahora lejos en sí mismas del centro de las luchas por el dominio de la cultura moderna. El cambio del territorio cultural no es únicamente una tesis de la vanguardia revolucionaria en la cultura; es también el proyecto inverso, ampliamente realizado, de los dirigentes actuales. Sin embargo hay que poner aparte a los especialistas del movimiento "cinético". Estos sólo quieren integrar el tiempo en el arte. No han tenido suerte, pues el programa de nuestra época es más bien disolver el arte en el tiempo vivido.

En varios puntos ya algunos investigadores, para asegurarse una investigación menos molesta, se aventuran más allá de esta integraciones prematuras y de sus justificaciones sumarias. Los técnicos quieren reformar el espectáculo, como Le Parc en un opúsculo del "Grupo de Investigación del Arte Visual", en septiembre de 1962, que piensa que se puede hacer evolucionar al espectador pasivo hasta ser "espectador-estimulado" o incluso "espectador-intérprete", pero siempre en el marco de las antiguallas especializadas que darían lugar a "esculturas para ser lidiadas, danzas para ser pintadas, cuadros para practicar esgrima". A lo sumo, Le Parc llega a utilizar algunas fórmulas parasituacionistas: "Admitiendo francamente el derrumbe de la situación tradicional del espectador-pasivo, se elude la idea de espectáculo...". Sin embargo vale más no eludirla, sino darle su justo valor en la sociedad. La futilidad de las esperanzas de Le Parc, que su espectador colmaría esperando "la participación real (manipulación de elementos)" -¡sí! y los artistas visuales tendrán allí, sin duda, todos sus elementos dispuestos- desemboca en algo más sólido cuando, al final del texto, se tiende la mano a "la noción de programación", es decir, a los cibernéticos del poder. Los hay que van mucho más lejos (cf. France-Observateur de 27-12-1967), como ese "Servicio de Investigación de la R.T.F." que lo único que quería el pasado 21 de diciembre era "crear una situación" organizando una conferencia en la U.N.E.S.C.O. con la participación de los famosos extraterrestres que dirigen la revista Planète.

La dialéctica de la historia es tal que la victoria de la Internacional Situacionista en materia de teoría obliga ya a sus adversarios a disfrazarse de situacionistas. Desde ahora, hay dos tendencias en la lucha cerrada contra nosotros: los que se proclaman situacionistas sin tener la menor idea (las diversas variedades del nashismo), y los que, por el contrario, se deciden a adoptar algunas ideas sin los situacionistas y sin que se nombre a la I.S. La probabilidad creciente de verificación de algunas de nuestras tesis, entre las más simples y menos recientes, lleva a mucha gente a retomar buena parte de la una o la otra por su cuenta sin decirlo. Sin duda, esto no es una cuestión de antecedentes que hay que reconocer, de celebridades personales merecidas, etc. Si es interesante señalar esta tendencia es para denunciarla en un punto crucial: esa gente puede, haciendo eso, hablar de un nuevo problema para banalizarlo ellos mismos, después de haber rechazado tanto como han podido, extirpando únicamente la violencia, su conexión con la subversión general, y por tanto desarmándolo al nivel de una exposición universitaria o peor. Es necesario con esta intención ocultar a la I.S.

Así el número 102 de la revista Architecture d'aujourd'hui (junio-julio 1962) se consagra finalmente a un inventario de"arquitecturas fantásticas", de las que ciertos ejemplos antiguos y actuales pueden ser muy interesantes. Pero resulta que sólo la I.S. tiene la clave de su aplicación interesante. En manos de los pintamonas de Architecture d'ajourd'hui sólo sirven para adornar las murallas de la pasividad. El director de esta revista, por ejemplo, en su actividad personal de artista, por llamarlo de alguna manera, ha probado casi todos los géneros de escultura de moda imitándolos en su confusión, lo que parece haberle proporcionado una autoridad confirmada en cuestión de plástica del condicionamiento. Si gente como ésta se da cuenta ahora de que es necesario mejorar el decorado, es porque actúan, como todos los reformistas, para oponerse a una presión más fuerte absorbiéndola con rapidez. Estos responsables de hoy quieren reformar el decorado, pero sin tocar la vida que se lleva en él. Y llaman frívolamente "sistema" a las investigaciones a este respecto, a fin de hallarse a resguardo de cualquier conclusión. No en vano se desarrolla en este número la parte pobre en el subproducto "técnico" del urbanismo unitario que debió abandonar la I.S. en 1960. Incluso esta teoría en su máximo grado de empobrecimiento es demasiado molesta para el eclecticismo de los convertidos del viejo funcionalismo. Sin embargo nosotros no defendemos precisamente ningún sistema, y vemos mejor que nadie, en todos los niveles, el sistema que defienden y que les defiende a ellos mutilándolos de tal forma. No queremos estar en el pellejo de semejante sistema.

Debemos hacer la misma objeción a las personas que han comenzado desde hace de seis o diez meses a repensar en algunas revistas el problema del ocio, o el de las nuevas relaciones humanas necesarias en el interior de la futura organización revolucionaria. ¿Qué falta? La experiencia real, el oxígeno de la crítica despiadada de lo existente, la totalidad. El punto de vista situacionista parece ahora indispensable como la levadura, sin la cual se deshincha la masa de los mejores temas planteados por la I.S. desde hace años. Los que están amoldados completamente por el aburrimiento de la vida y el pensamiento dominantes sólo pueden aplaudir el ocio del aburrimiento. Los que no han percibido nunca ni lo actual ni lo posible del movimiento revolucionario sólo pueden buscar una piedra filosofal psicotécnica. La que transmutará a los trabajadores modernos despolitizados en militantes devotos de organizaciones de izquierda que reproducen tan bien el modelo de la sociedad establecida que podrían emplear, como una fábrica, algunos psicosociólogos para engrasar un poco sus microgrupos. Los métodos de la sociometría y del psicodrama no llevarán a nadie muy lejos en la construcción de situaciones.

A medida que la participación se hace imposible, los ingenieros de segunda clase del arte modernista exigen, como algo que se les debe, la participación de todos y cada uno. Distribuyen esta factura con los prospectos de uso como regla explícita del juego, como si esta participación no hubiera sido siempre la regla implícita de un arte donde se daba efectivamente (con los límites de clase y de profundidad que han encuadrado todo arte). Se nos acucia insolentemente a "intervenir" en un arte que nos concierne tan poco. Detrás de lo cómico de esta mendicidad gloriosa, se unen las esferas siniestras de la policía superior de la sociedad del espectáculo que organiza "la participación en algo en lo que es imposible participar", trabajo u ocio de la vida privada (cf. I.S. 6, pág. 16). Probablemente hay que revisar bajo esta luz la aparente ingenuidad del citado texto de Le Parc, en su irrealismo tan extraño con respecto al público al que quiere "estimular". "Se podría incluso", escribe, "llegar en esta inquietud de participación violenta de los espectadores a la no-realización, no-contemplación, no-acción. Podemos imaginar, por ejemplo, una decena de espectadores no-acción en el negro más completo, inmóviles, no diciendo nada". Ocurre que, colocada en esa posición, la gente grita muy fuerte, como se han dado afortunadamente cuenta todos los que han participado en la acción real de la vanguardia negativa, que en ninguna parte ha sido, como cree Goldmann, vanguardia de la ausencia pura, sino siempre puesta en escena del escándalo de la ausencia para reclamar una presencia deseada, "la provocación a ese juego que es la presencia humana" (Manifiesto en I.S.). Los colegiales del "Grupo de Investigación del Arte Visual" tienen una idea metafísica de un público abstracto que no encontrarán ciertamente en el campo del arte -todas estas tendencias postulan con un descaro increíble un público totalmente embrutecido, y capaz de una seriedad tan penosa como la de estos artistas por sus maquinitas. Pero, en revancha, ese público está en camino de constituirse al nivel de la sociedad global. Es la "muchedumbre solitaria" de la sociedad del espectáculo, y aquí Le Parc no se adelanta tanto como cree a la realidad; no hay espectador libre de permanecer puramente pasivo, su propia pasividad está organizada, y los "espectadores estimulados" de Le Parc están ya por todas partes.

Constatamos aún más, que la idea de construcción de situaciones es una idea central de nuestra época. Su imagen inversa, su simetría esclavista, aparece en todo el condicionamiento moderno. Los primeros psico-sociólogos, de los que Max Pagès dice que sólo han surgido una cincuentena en los últimos veinte años, van a multiplicarse rápidamente; comienzan a saber manipular algunas situaciones dadas, todavía primitivas; como lo es también la situación colectiva permanente que ha sido calculada para los habitantes de Sarcelles. Los artistas que se afilian a este campo para salvar una especialización de decoradores de la maquinaria cibernética no ocultan que hacen de la manipulación de la integración sus arma más importante. Pero del lado de la negación artística rebelde a esta integración, parece que no pudiésemos aproximarnos al terreno minado de la situación sin rozar la recuperación, salvo que nos coloquemos en las posiciones de una nueva contestación coherente en todos los planos. Y ante todo en el plano político, en el que no puede ya concebirse seriamente ninguna organización revolucionaria futura sin varias cualidades "situacionistas".

Hablamos de recuperación del juego libre, cuando está aislado en el terreno de la disolución artística vivida. En la primavera de 1962, la prensa comenzó a dar cuenta de la práctica del happening entre la vanguardia artística neoyorkina. Se trata de un espectáculo descompuesto hasta el extremo, una improvisación de gestos, de aspecto dadaísta, por parte de personas que se encuentran juntas en un lugar cerrado. La droga, el alcohol, el erotismo tienen su participación. Los gestos de los "actores" producen una mezcla de poesía, pintura, danza y jazz. Podemos considerar esta forma de encuentro como un caso límite del viejo espectáculo cuyos despojos son arrojados a una fosa común; como un intento de renovación, demasiado atestado de estética, de la surprise-party ordinaria o de la orgía clásica. Podemos estimar incluso que, por la búsqueda ingenua de "que pase algo", la ausencia de espectadores separados, y la voluntad de innovar, por poco que sea, en un registro tan pobre de las relaciones humanas, el happening es, en el aislamiento, la búsqueda de una construcción de una situación basándose en la miseria (miseria material, miseria de los encuentros, miseria heredada del espectáculo artístico, miseria de determinada filosofía que debe "ideologizar" la realidad de estos momentos). Las situaciones que la I.S. ha definido, por el contrario, no pueden construirse más que sobre la base de la riqueza material y espiritual. Lo que viene a decir de nuevo que el esbozo de la construcción de situaciones debe ser el juego y la seriedad de la vanguardia revolucionaria, y no puede existir para quienes se resignan en determinados puntos a la pasividad política, la desesperanza metafísica e incluso a la pura ausencia de creatividad artística que padecen. La construcción de situaciones es a la vez el fin supremo y la primera maqueta de una sociedad en la que dominarán las conductas libres y experimentales. Pero el hapenning no ha esperado mucho tiempo para ser importado en Europa (en París, en diciembre, en la galería Raymond Cordier) completamente vuelto del revés por sus imitadores franceses, obteniendo un amontonamiento de espectadores fijados a un ambiente de baile de escuela de Bellas Artes, como pura y simple publicidad de un barnizado de pequeñas cosas surrealizantes.

Lo que está construido sobre la base de la miseria será siempre recuperado por la miseria del ambiente y servirá a los garantes de la miseria. La I.S. evitó a principios de 1960 (cf. "Die Welt als Labyrinth", I.S. 4) la trampa en que se había convertido la proposición del Steledijk Museum de construir un escenario que sirviera de pretexto para una serie de derivas en Amsterdam, y de esta forma para algunos proyectos de urbanismo unitario en esta ciudad. Lo que sucedió fue que el laberinto cuyo plano había sido impuesto por la I.S. sería llevado, mediante treinta y seis tipos de limitaciones y controles, a algo apenas diferente de una manifestación del arte de vanguardia tradicional. Entonces rompimos el acuerdo. Este museo vanguardista parece que quedó desconsolado durante mucho tiempo, ya que finalmente acaba de hacer realizar "su" laberinto en 1962, pero confiado con menos complicaciones al bando del "nuevo-realismo", que ha reunido algo muy fotogénico "que tenía dadá en el corazón", como decía Tzara en sus buenos tiempos.

Vemos que los que nos apremian a exponer proyectos de detalle utilizables y convincentes - ¿y por qué tenemos que convencerlos a ellos?-, si se los damos, o bien los vuelven al instante contra nosotros como prueba de nuestro utopismo, o bien favorecen una difusión edulcorada en lo inmediato. Se pueden pedir proyectos de detalle a casi todos los demás -sois vosotros los que os persuadís de que muchos podrían ser satisfactorios-, pero no precisamente a nosotros; nuestra tesis es que no habrá renovación cultural fundamental de detalle, sino únicamente en bloque. Evidentemente estamos muy bien situados para detectar, algunos años antes que los demás, todos los trucos posibles de la extrema descomposición cultural actual. Como no son utilizables más que por nuestros enemigos guardamos algunas notas escondidas en un cajón. Después de algún tiempo, muchos son espontáneamente reencontrados y lanzados con gran ruido por tal o cual. Poseemos sin embargo una mayoría que aún no ha sido "alcanzada por la historia". Algunos pueden no serlo jamás. No es un juego, es una verificación experimental más.

Pensamos que el arte moderno, allí donde ha sido realmente crítico e innovador por las mismas condiciones de su aparición, ha cumplido su papel, que era considerable; y que sigue siendo, a pesar de la especulación sobre sus productos, detestado por los enemigos de la libertad. Basta ver el miedo que inspira en este momento a los dirigentes de la desestalinización homeopática el signo más pequeño de retorno del arte entre ellos, que lo habían olvidado. Lo denuncian como una vía de escape de la ideología, y confiesan que el monopolio de la manipulación de esta ideología en cada nivel es vital para su poder. Sin embargo, la gente que prospera actualmente en el Oeste en las prolongaciones respetuosas y en las reanimaciones artificiales del antiguo juego cultural bloqueado, son en realidad los enemigos del arte moderno. Y nosotros sus herederos universales.

Estamos contra la forma convencional de la cultura, incluso en su estado más moderno; pero sin preferir a ella evidentemente la ignorancia, el sentido común del carnicero, el neoprimitivismo. Hay una actitud anticultural que es la corriente del retorno imposible a los viejos mitos. Estamos a favor de la cultura, por supuesto, contra semejante corriente. Nos situamos al otro lado de la cultura. No antes de ella, sino después. Decimos que hay que realizarla, superándola en tanto que esfera separada; no sólo como dominio reservado a los especialistas, sino como dominio de una producción especializada que no afecta directamente a la construcción de la vida, incluida la de los propios especialistas.

No estamos completamente desprovistos de humor; pero hasta este humor es de una clase algo nueva. Si se trata de elegir someramente una actitud a propósito de nuestras tesis sin entrar en refinamientos o en la comprensión más sutil de los matices, la más simple y correcta es tomarnos con una seriedad total al pie de la letra.

¿Cómo vamos a provocar la quiebra de la cultura dominante? De dos formas, primero gradualmente, y luego bruscamente. Nos proponemos utilizar de una manera no-artística conceptos de origen artístico. Hemos partido de una exigencia artística, que no se parece a ningún viejo esteticismo porque era precisamente la exigencia del arte moderno revolucionario en su momento más álgido. Hemos llevado esta exigencia a la vida, por tanto a la política revolucionaria, en realidad a su ausencia y la búsqueda de las explicaciones para su ausencia. La política revolucionaria total que deriva de ella, confirmada por los momentos más álgidos de la lucha revolucionaria real de los cien últimos años, repite entonces el primer momento de este proyecto (una voluntad de vida directa) pero sin que existan ya ni política ni arte como formas independientes, ni el reconocimiento de ningún otro dominio separado. La contestación y la reconstrucción del mundo no existen más que en la indivisión de semejante proyecto, en el que la lucha cultural, en sentido convencional, ya no es más que el pretexto y la cobertura para un trabajo más profundo.

Es fácil hacer una lista interminable de los problemas que hay que resolver prioritariamente, de las dificultades, o incluso de algunas imposibilidades entristecedoras a corto plazo. Es probable que la gran popularidad que ha encontrado por ejemplo, entre los situacionistas, el proyecto de un escándalo notable en los locales parisinos de la U.N.E.S.C.O., testimonie en primer lugar el gusto, latente en la I.S., por encontrar un terreno de intervención concreto, en que una actividad situacionista apareciese abiertamente como tal, positivamente, un tipo de construcción del acontecimiento que acompaña aquí a la ruidosa toma de posición contra el centro mundial de la cultura burocratizada. Complementarios a este estado de cosas, los puntos de vista sostenidos por Alexander Trocchi, anteriormente y en la actualidad, sobre la clandestinidad de una parte de la acción situacionista, pueden llevarnos a aumentar nuestra libertad de intervención. En la medida en que, como escribe Vaneigem, "no podemos evitar el darnos a conocer hasta cierto punto de forma espectacular", estas nuevas formas de clandestinidad serían útiles, sin duda, para luchar contra la imagen espectacular que forjan ya nuestros enemigos y nuestros seguidores desgraciados. Como todo prestigio que puede constituirse en el mundo (y aunque nuestro "prestigio" sea verdaderamente muy particular) hemos comenzado a desencadenar las fuerzas funestas de la sumisión a nosotros mismos. Para no ceder jamás ante estas fuerzas tendremos que inventar las defensas adecuadas, que en el pasado se han estudiado poco. Otra de las fuentes del cansancio de la acción situacionista es la suerte de especialización que constituye forzosamente, en una sociedad del pensamiento y de la práctica altamente especializados, la tarea de sostener la base de la no-especialización que asedia y golpea severamente todo, de llevar los colores de la totalidad. Otra aún, la obligación de juzgar a la gente en función de nuestra acción y de la suya, de romper muchas relaciones que, en el marco de la vida privada -referencia inaceptable- serían agradables. Sin embargo la contestación de lo existente, si considera también la vida cotidiana, se traduce naturalmente en luchas en la vida cotidiana. La lista de esas dificultades es larga, como decimos, pero los argumentos que se derivan de ello siguen siendo extremadamente débiles, puesto que vemos perfectamente el otro lado de la alternativa del pensamiento en la encrucijada de nuestra época, a saber, la sumisión incondicional en todos los puntos. Hemos fundado nuestra causa sobre casi nada: la insatisfacción y el deseo irreductibles a propósito de la vida.

La I.S. está aún lejos de haber creado situaciones, pero ya ha creado situacionistas, lo que no es poco. Liberado este poder de contestación, y llevadas a cabo sus primeras aplicaciones directas, el ejemplo de semejante liberación no es imposible. De forma que se verá el trabajo en diferentes materias en poco tiempo.

 

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