Una buena parte de los proletarios se dan cuenta de que no tienen ningún poder sobre la utilización de su vida, lo saben, pero no lo expresan según el lenguaje del socialismo y de las revoluciones precedentes.
Escupamos de paso sobre esos estudiantes convertidos en militantes de grupúsculos con vocación de partido de masas, que osan a veces pretender que la I.S. es ilegible para los obreros, que su papel es demasiado brillante para que sea puesto en las carteras y que su precio no tiene en cuenta el S.M.I.G. Los más consecuentes consigo mismos difunden pues, a multicopista, la imagen que se hacen de la conciencia de clase en la que buscan febrilmente su Obrero Albert. Olvidan, entre otras cosas, que cuando los obreros leen literatura revolucionaria, llegan hasta a pagarla cara, relativamente más cara que el precio de una entrada para el T.N.P., y que cuando tengan ganas de hacerlo, no dudarán en gastar dos o tres veces el precio de la revista Planète. Pero lo que sobre todo no tienen en cuenta esos detractores de la tipografía, es que los raros individuos que cogen sus boletines son precisamente los que tienen algunas referencias para comprendernos a la primera, y que lo que escriben es totalmente ilegible para los otros. Algunos, que ignoran la densidad de la lectura de los graffitis en los W.C., los de los cafés en particular, han pensado exactamente que con una escritura que parodiase la de la escuela comunal, en papeles pegados sobre los canalones a la manera de los anuncios de alquiler de apartamentos, sería posible hacer coincidir el significante y el significado de sus slogans. Tenemos aquí la muestra de lo que no hay que hacer.
Para nosotros se trata de unir la crítica teórica de la sociedad moderna a la crítica en acto de esta misma sociedad. En el acto, tergiversando las proposiciones del espectáculo, daremos las razones de las revueltas de hoy y de mañana.
Propongo que nos dediquemos:
La ilegalidad de tales acciones inhabilita a toda organización que no haya escogido la
clandestinidad un programa continuo en este campo, porque necesitaría la constitución en su
seno de una organización específica; lo que no se puede concebir (y ser eficaz) sin separación,
por tanto sin jerarquía, etc. Es una palabra sin encontrar de nuevo la resbaladiza pendiente del
terrorismo. Conviene referirse aquí más bien a la propaganda por los hechos, que es un modo
muy diferente. Nuestra ideas están en todas las mentes, es un hecho muy conocido, y cualquier
grupo sin relación con nosotros, algunos individuos que se reúnan para esta ocasión, pueden
improvisar, mejorar las fórmulas experimentadas por otros. Este tipo de acción no concertada no
puede aspirar a vuelcos definitivos, sino que tan sólo puede acentuar la toma de conciencia que
saldrá a la luz del día. Por otra parte no se trata de obnubilarse con la palabra ilegalidad. La
mayor parte de las acciones en este campo puede no contravenir en absoluto las leyes existentes.
Pero el temor de tales acciones llevará a los directores de los periódicos a desconfiar de sus
tipógrafos, los de las radios de sus técnicos, etc., esperando la puesta a punto de textos
represivos específicos.
Al servicio de la mercancía y del espectáculo, es lo menos que se puede decir, pero libre de sus medios, el cine publicitario ha asentado las bases de lo que entrevía Eisenstein cuando hablaba de filmar La Crítica de la economía política o La ideología alemana.
Me comprometo a rodar Le déclin et la chute de l'economie spectaculaire-marchande de una manera perceptible inmediatamente a los proletarios de Watts que ignoran los conceptos implicados en este título. Y esta nueva propuesta en forma contribuirá sin ninguna duda a profundizar, a exacerbar, la expresión "escrita" de los mismos problemas; lo que podremos verificar, por ejemplo, rodando el film Incitation au meurtre et à la débauche antes de redactar su equivalente en la revista, Correctifs à la conscience d'une classe qui sera la dernière. El cine se presta particularmente bien, entre otras posibilidades, al estudio del presente como problema histórico, al desmantelamiento del proceso de reificación. Ciertamente la realidad histórica no puede ser alcanzada, conocida y filmada, más que a través de un proceso complicado de mediaciones que permite a la conciencia reconocer un momento en el otro, su fin y su acción en el destino, su destino en su fin y su acción, su propia esencia en esta necesidad. Mediación que sería difícil si la existencia empírica de los hechos mismos no fuera ya una existencia mediatizada que no toma una apariencia de inmediatez más que en la medida que, y porque, por una parte la conciencia de la mediación falta, y por otra parte, los hechos han sido arrancados del conjunto de sus determinaciones, situados en un aislamiento artificial y mal empalmados en el montaje en el cine clásico. Esta mediación ha faltado precisamente, y debía faltar necesariamente, en el cine presituacionista, que se ha detenido en las formas llamadas objetivas, en la recuperación de los conceptos políticomorales, cuando no es en el recitativo de tipo escolar con todas sus hipocresías. Eso es más complicado de leer que de ver filmado, y he ahí muchas banalidades. Pero Godard, el más célebre de los prochinos suizos, no podrá comprenderlas nunca. El podrá recuperar bien, como tiene por costumbre, lo que precede, es decir en lo que precede recuperar una palabra, una idea como la de los films publicitarios, no podrá nunca hacer otra cosa que agitar pequeñas novedades tomadas en otro sitio, imágenes o palabras en boga de la época, y que tienen de seguro una resonancia, pero que no puede aprehender (Bonnot, obrero, Marx, made in U.S.A., Pierrot le Fou, Debord, poesía, etc.). Es efectivamente un hijo de Mao y de la coca cola.
El cine permite expresar todo, como un libro, un artículo, un opúsculo o un cartel. Es por lo que es necesario exigir, de ahora en adelante, que cada situacionista se halle en estado de rodar un film, tan bien como escribe un artículo (clave Anti-public relations, # 8, pág. 59). Nada es demasiado bello para los negros de Watts.