¿Por qué el letrismo?

Guy E. Debord y Gil J. Wolman


Aparecido en Potlatch, # 22, 9 septiembre 1955. Traducción: Archivo Situacionista (1997)


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Parece necesario definir el período de postguerra en Europa como el de un fracaso generalizado de los intentos de cambio, tanto en el campo de las emociones como en el campo político.

Al tiempo que las espectaculares innovaciones técnicas están multiplicando los riesgos de las configuraciones futuras tanto como los que conciernen a contradicciones todavía irresueltas, se presencia un estancamiento de las luchas sociales y, en el plano mental, una reacción completa contra los movimientos utópicos que culminó hacia 1930 con la socialización de las demandas de más amplio alcance y con la intención práctica de embaucarlos.

Desde el surgimiento del fascismo hasta la Segunda Guerra Mundial, el ejercicio de las pretensiones revolucionarias ha sido decepcionante y la regresión de las esperanzas relacionadas con ellos ha sido inevitable.

Tras la incompleta liberación de 1944, la reacción intelectual y artística estalló por todas partes. La pintura abstracta - un simple momento de la evolución pictórica moderna en la que ocupa un lugar muy exiguo - es presentada por todos los medios publicitarios como base de la nueva estética. Se dedican alejandrinos al renacimiento proletario, donde el proletariado es presentado como una forma cultural tan anticuada como la cuadriga y la trirreme como medios de transporte. Los subproductos literarios que habían causado escándalo, y que no estaban disponibles, obtienen una efímera pero resonante admiración: la poesía de Prevert o Char, la prosa de Gracq, el teatro atroz del cretino Pichette, y todos los demás. El cine, en el que se utilizan varias puestas en escena diversas como si fueran armónicas, proclama su futuro en el plagiarismo de De Sica, y encuentra lo nuevo - lo exótico, más bien - en ciertas películas italianas en las que la pobreza de medios ha impuesto un estilo de rodaje poco diferente de los hábitos de Hollywood, pero mucho después de E. M. Eisenstein. Se sabe, además, a qué laboriosos refinamientos fenomenológicos se han entregado los estudiosos que, por otro lado, no se mueven en las cavernas.

Ante este catastrófico y provechoso revoltijo, en el que cada repetición tiene sus discípulos, cada regresión sus admiradores, cada remake sus fanáticos, un simple grupo manifiesta una oposición universal y una rebeldía plena en nombre de la necesidad histórica de superación de los viejos valores. Una suerte de optimismo invertido ha tomado el lugar de la negación, afirmándose a sí mismo más allá de la negación. Es necesario reconocer el papel saludable que Dada asumió en otra época, a pesar de sus muy diferentes intenciones. Se nos dirá que no es un proyecto muy inteligente restaurar el Dadaísmo. Pero no es cuestión de reproducir el Dadaísmo. El serio retroceso de los políticos revolucionarios, relacionado con la notoria debilidad de la estética de la clase trabajadora confirmada en la misma fase retrógrada, ha llevado la confusión a todos los campos, una confusión que pronto cumplirá treinta años. En el plano espiritual, la burguesía ha estado siempre en el poder. Tras serias crisis, su monopolio está mucho más extendido que antes: todo lo que actualmente se imparte en el mundo - ya sea literatura capitalista, social-realista o falsa vanguardia formalista que se alimenta de configuraciones que han caído en el dominio público, o la dudosa y teosófica agonía de ciertos movimientos emancipadores recientemente surgidos - se alza enteramente sobre el espíritu pequeño-burgués. Bajo la presión de las realidades de la época es necesario terminar con ese espíritu. Desde esta perspectiva todos los medios son buenos.

Las insoportables provocaciones que el grupo letrista lanzó o prefiguró (poesía reducida a letras, recitales metagráficos, cine sin imágenes) desataron una fatal inflación en las artes.

Nosotros las hemos reunido ahora sin dudarlo.


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Aunque ejerciendo siempre una loable intolerancia hacia el mundo exterior, alrededor de 1950 el grupo Letrista fomentó una confusión terriblemente seria de ideas entre sus miembros.

La poesía onomatopéyica misma, habiendo aparecido con el futurismo y alcanzado mucho más tarde una cierta perfección con Schwitters y algunos otros, dejó de atraer nuestro interés con la sistematización absoluta con que fue presentada como la única poesía del momento, condenando así todas las demás formas a la muerte y dándoles un corto período de vida propia. Mientras tanto, la verdadera conciencia del papel que asignábamos al juego fue descuidada por muchos en favor de una concepción infantil del genio y la fama.

La tendencia de la mayoría todavía fue la creación de nuevas formas como el más alto valor de toda actividad humana. Esta creencia en la evolución formal sin causa ni final, o sin otra causa y final que ella misma, es la base del idealismo burgués en las artes. (La creencia imbécil en las categorías conceptuales inmutables lleva a algunos ex-miembros del grupo a un misticismo americanizado.) Extrayendo conclusiones que un idiota como Malraux no se atrevió o no supo cómo extraer de premisas esencialmente similares, la aplicación rigurosa que los letristas hicieron de los beneficios de la experiencia produjo el colapso definitivo de esta conducta formalista tomándola por sus límites, la aceleración vertiginosa de la evolución alrededor del vacío, en una clara ruptura con todas las necesidades humanas.

La utilidad de destruir el formalismo desde dentro es clara: no deja ninguna duda acerca de que las disciplinas intelectuales, cuya interdependencia es compartida con el resto de la sociedad, están sujetas a una crisis relativamente autónoma que surge de los descubrimientos precisos para su propia determinación como técnica. Juzgar todo en función del contenido, como se nos ha invitado a hacer, es volver a juzgar los actos en función de sus intenciones. Si es cierto que la explicación del carácter normativo y el encanto persistente de algunos movimientos estéticos debe buscarse del lado del contenido - ya que el cambio en el tiempo, o en las necesidades contemporáneas, hace que otros contenidos nos afecten, lo que nos lleva a una revisión de la clasificación de las "grandes épocas" - no es menos cierto que la fuerza de una obra dentro de su propia época no solamente depende del contenido. Uno puede comparar este proceso con el de la moda. Después de medio siglo, por ejemplo, todos los trajes pertenecen a modas igualmente pasadas, en las cuales la sensibilidad contemporánea puede redescubrir todas las clases de apariencias. Pero cualquiera advierte la ridiculez del porte femenino de hace 10 años.

Por eso el movimiento "preciosista", a pesar de haber sido oscurecido por las mentiras escolásticas del siglo XVII -, así como las formas de expresión que ha inventado, que son tan extrañas como puedan ser para nosotros hoy, están llegando a ser reconocidas como la corriente principal de ideas del "Gran Siglo" debido a la necesidad que sentimos de un derrumbamiento constructivo de todos los aspectos de la vida - descubre el modo en que el Capital emergente contribuyó a este desarrollo a través de las costumbres y la decoración (la conversación y el paseo como actividades privilegiadas y, en la arquitectura, la compartimentación de los espacios vitales cambia bajo los principios de la decoración y el mobiliario). Por el contrario, cuando Roger Vailland escribió "Beau Masque" a la manera de Stendhal, a pesar de que su contenido era bastante estimable, se trataba sólo de una eventual elección placentera y de un pastiche bellamente realizado. Es decir, él no dudaba ir contra sus intenciones, dirigiéndose a los intelectuales con gustos anacrónicos. Y la mayoría de la crítica que estúpidamente atacó el contenido, elogió el estilo de la prosa.

Volveremos sobre esta anécdota histórica.

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Desde esta oposición fundamental - que es en definitiva el conflicto entre un modo lo suficientemente nuevo de vivir la propia vida contra una vieja tradición de alienarla - surgen antagonismos de todo tipo, que son provisionalmente sofocados con vistas a la acción general que es entretener y que, a pesar de sus intenciones e insuficiencias, es positiva.

Emanan bastantes ambigüedades del sentido del humor que muchos ponen (y otros no ponen) en la elección de sus afirmaciones acerca de su aparente estupefacción. Aunque indiferentes a cualquier deseo de supervivencia nominal en la estela de esta o aquella renombrada literatura, nosotros escribimos de tal forma que nuestros trabajos - prácticamente inexistentes - quedarán para la posteridad con más certeza que aquellos histriónicos que se pretenden "eternos". Es más, en todo momento hemos afirmado que somos hermosos. La bajeza de argumentos que se nos presentó en los cineclubs y en otras partes no nos permite una respuesta seria. Los tenemos de sobra allí donde vamos.

La crisis del letrismo, anunciada por la oposición abierta prácticamente entre el letrismo tardío y el experimentalismo cinematográfíco, que ellos juzgaban de una violencia "incapaz" de desacreditarlo, estalló en 1952 cuando la Internacional Letrista (que reagrupó la facción extremista del movimiento a la sombra de una revista del mismo nombre) distribuyó textos injuriosos contra Chaplin en una conferencia de prensa. El Letrismo estético, ahora en minoría, no fue solidario con esta acción - señalando una ruptura que sus excusas cojas no consiguieron posponer ni posteriormente subsanar - porque, según ellos, el papel creador llevado a cabo por Chaplin en el cine lo situaba más allá de toda crítica. El resto de la opinión "revolucionaria" nos lo reprochó también, porque les parecía que el trabajo y la persona de Chaplin tenían aún una perspectiva progresista. Desde entonces, muchas de estas personas se han retractado de esta ilusión.

Denunciar la senectud de las doctrinas y de las personas que les han dado sus nombres es una tarea urgente y fácil para quienes sienten todavía placer en dar respuesta a las cuestiones más intrigantes que plantean nuestros tiempos. Como aquellas imposturas de la Generación Perdida, que se manifestaron entre la última guerra y hoy, están condenadas a desenmascararse a sí mismas. Sin embargo, ante la ausencia de pensamiento crítico que estos fraudes han tenido que enfrentar, podemos estimar que el letrismo ha contribuido a su más rápido olvido, y que no es extraño que la presentación de un Ionesco, reelaboración de muchos excesos escénicos de Tzara treinta años más tarde y veinte veces más estúpidos, no provocara la cuarta parte de la atención que atrajo en aquellos años el cadáver sufriente de Antonin Artaud.

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Las palabras que inventamos durante esta época tienden desgraciadamente a limitarnos. Sin duda el término "letrista" define mal a aquellas personas que no tienen ninguna estima particular por este género de "bruitage", y excepto en las bandas sonoras de algunas películas, no se ha hecho uso de él. Pero el término "francés" parece darnos un idea exacta de esta nación y su colonias. Se ha calificado el ateísmo de "cristiano," "judío" o "islámico" con desconcertante facilidad. Y es evidente que se debe a nuestra educación "burguesa" más o menos refinada el que tengamos, si no estas ideas, al menos este vocabulario.

Así, un buen número de términos se mantuvieron, a pesar de la evolución de nuestras investigaciones, gracias al uso - dirigido al refinamiento - de muchas olas de seguidores: la Internacional Letrista, el metagrafo y otros neologismos con los que hemos intentado excitar la furia de todo tipo de personas. La primera condición de nuestro acuerdo es preparar para estas personas un largo camino que parta de nosotros.

Se nos podría objetar que propagamos una confusión arbitraria, tonta y deshonesta, en medio de la élite intelectual, cuyos miembros nos preguntan a menudo "¿qué queremos exactamente?" con un aire preocupado y protector que se destruye inmediatamente a sí mismo con tales preguntas. Pero ante la evidencia de que ningún profesional de las letras o de la prensa se ha ocupado seriamente de lo que hemos llevado a cabo durante un cierto número de años, tenemos la certeza de que ninguna confusión se engendra en nosotros. Y, por otro lado, esto nos agrada.

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En la medida en que esta "élite intelectual" de la Europa de hoy dispone de una aproximación de inteligencia y un poco de cultura, la confusión de que hemos hablado no tiene ya lugar. Aquellos de nuestros compañeros de hace años, que buscan todavía atraer la atención, o simplemente vivir del trabajo menor de la pluma, han llegado a ser demasiado estúpidos para engañar a su mundo: ellos rumian tristemente las nuevas actitudes que se desgastarán todavía más rápidamente que las otras. No saben cuánto envejece la vida un método de renovación. Están dispuestos a todo por aparecer en las "nuevas nuevas revistas francesas", bufones exhibiendo benevolentemente sus ejercicios porque hoy la demanda escasea, se lamentan de no conseguir, en ese magma que son, un lugar, como el de Etiemble (la consideración, que se ha concedido del mismo modo a Caillois), los salarios de Aron.

Hay motivos para creer que su próxima ambición será fundar una pequeña religión judeo-plástica. Con un poco de suerte acabarán por encontrar un Padre Divino, o como mormones de la creación estética.

Pasemos de estas personas que nos tuvieron engañados en el pasado. Los engaños que ligan a un hombre son la medida exacta de su mediocridad. Béisbol o escritura automática, ¿qué más da? La idea de éxito, cuando no se liga a los deseos más simples, es inseparable de un trastorno completo a escala planetaria. El residuo de los logros permitidos es siempre la peor parte. Lo que encontramos más valioso en nuestras acciones es haber conseguido deshacernos de muchos hábitos y actitudes. Puede decirse que son bastante raras las personas que viven (siquiera sea esa pequeña parte de su vida en que se les permite alguna elección) en armonía con sus sentimientos y con sus juicios. Es bueno ser fanático en determinados puntos. Una revista sobre ocultismo oriental nos contaba, a principios de año, cómo "los espíritus más etéreos, teóricos anémicos por el virus de la 'superación', tienen un efecto puramente verbal." Lo que molesta a estos miserables es que no sea un efecto meramente verbal. Por supuesto, no vamos a dinamitar los puentes de la isla de Louis para acentuar el carácter isleño de esta lugar ni, en el lado opuesto, a complicar y embellecer los muros de ladrillo del muelle Bernard. Atendemos a lo que es más urgente con los recursos limitados de que disponemos en el momento presente. Así, contradiciendo a los diferentes tipos de cerdos que se nos aproximan, poniendo un rápido final a los intentos confusionistas, de quienes dicen "actuar en común" con nosotros, olvidando por completo la indulgencia, probamos a esos mismos individuos la necesaria existencia del virus en cuestión. Pero si nosotros estamos enfermos, nuestros detractores están muertos.

Y ya que tratamos este asunto, precisar igualmente una actitud que ciertas personas, las menos frecuentadas por mí, tienden a reprocharnos: la expulsión de buena parte de los participantes en la Internacional Letrista, y la aplicación sistemática de este tipo de castigo.

En efecto, nos vemos obligados a tomar posiciones más bien cercanas en todos los aspectos de la vida que se nos presentan, tenemos por precioso el acuerdo común tanto sobre el conjunto de estas tomas de posición como sobre ciertas direcciones de la investigación. Cualquier otro tipo de amistad, de relaciones mundanas, e incluso de buenos modales nos resultan indiferentes o nos disgustan. Las limitaciones objetivas a este tipo de acuerdo sólo puede sancionarse con la ruptura. Es mejor cambiar de amigos que de ideas.

A fin de cuentas el juicio viene dado por la existencia que unos y otros llevan. Las promiscuidades por las que los excluidos fueron en su mayor parte aceptados, o reaceptados; los compromisos generalmente deshonestos, y en algunos casos extremos, que fueron suscritos, dan la medida exacta de la gravedad de nuestras discordancias rápidamente resueltas; y quizá también de la importancia de nuestro acuerdo.

Lejos de pretender hacer de estas hostilidades cuestiones personales, declaramos por el contrario que la idea que tenemos de las relaciones humanas nos obliga a concebir las cuestiones personales como sobredeterminadas por cuestiones de ideas, más definitivas. Quienes se resignan se condenan a sí mismos: nosotros no tenemos nada que castigar; y nada por lo que excusarnos.

Los disidentes del letrismo empieza a ser un buen número. Pero hay infinitamente más seres que viven y mueren sin haber tenido una sola oportunidad de entender y tomar partido. Desde este punto de vista cada cual es en gran medida responsable de los talentos que pueda poseer. ¿Debemos conciliar con miserables dimisiones particulares una consideración sentimental?

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Por cuanto precede, se debe entender que nuestra tarea no es una escuela literaria, una forma nueva de expresión, un modernismo. Se trata de una manera de vivir que tendrá lugar merced a exploraciones y formulaciones provisionales, que tiende ella misma a no ejercerse más que de una manera provisional. La naturaleza de esta empresa nos obliga a trabajar en grupo y manifestarnos poco: esperamos a muchas personas, y eventos, que vendrán. También tenemos esta otra gran fuerza, la de no esperar nada de las actividades conocidas, de los individuos y las instituciones.

Tenemos mucho aprender, y que experimentar, en la medida de lo posible, con las formas de arquitectura tanto como con las reglas de conducta. Nada nos urge menos que la elaboración de una doctrina: estamos lejos de explicarnos demasiadas cosas para sostener un sistema coherente que se edificara integralmente sobre las novedades que nos parezcan dignas de pasión.

Como se suele decir, es necesario un comienzo para todo. También se dice que la humanidad nunca se plantea problemas que no pueda resolver.


 

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