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Consideraciones desde Bruselas
Algunas reflexiones sobre/para el movimiento global

Ludovic Prier

La primera cita europea de las movilizaciones internacionales contra la globalización neoliberal después de Génova (el pasado julio) y el 11 de septiembre, permite sacar algunas lecciones sobre ese tipo de iniciativas y diseñar así el contorno de algunas hipótesis sobre el futuro de la lucha contra la política imperial.

La amplitud de la movilización tras Génova y el 11 de septiembre

     Hay que constatar necesariamente que estas jornadas no han supuesto ninguna sorpresa o ruptura radical con las movilizaciones precedentes. Aunque pertenecían al calendario de los movimientos europeos contra la globalización neoliberal, no representaban, a la vista de su preparación, un momento crucial para esos movimientos. Constituían una cita no despreciable, que tenía su importancia sobre todo para el norte de Europa. ¡Y así ha sido! Una movilización más que respetable sobre el plano cuantitativo si tomamos en cuenta la manifestación del viernes y aquellas organizadas para el sábado (la del jueves no tenía mucho interés a nuestros ojos por su composición y el contenido expresado). Ciertamente, muy por debajo de Génova -aunque las dos movilizaciones no son comparables en cuanto a su respectiva importancia, tanto sobre el plano objetivo como subjetivo- pero muy por encima de Niza, acontecimiento muy similar al de Laeken. Esto demuestra de aquí en adelante que el movimiento ha sabido digerir las violencias sufridas en Génova e incluso las polémicas internas y que ha salido reforzado.

     Tampoco la guerra parece haber tenido un efecto desmoralizador, incluso si podemos preguntarnos por las razones de cierta incapacidad global de las multitudes (con pocas excepciones, como la italiana) para producir un discurso contra la guerra que tuviese cierto eco en las opiniones públicas europeas: ¿acaso la voluntad de algunos de no hacer de la guerra una cuestión central en la batalla contra la ideología y el reforzamiento de las políticas neoliberales? ¿El hecho de aceptar la trampa de tener que elegir un campo? ¿La incapacidad para ver esta guerra fuera de los modelos clásicos de una interpretación en términos de imperialismo americano? ¿La propuesta de los sempiternos métodos de acción para expresar el dissensus (la acumulación de manifestaciones que no tiene más objetivo que mostrar la oposición a la guerra sin una gran investigación comunicativa ni objetivos a alcanzar, aunque fueran parciales, como la insumisión, la desobediencia y la deserción a la lógica de guerra)? ¿La incapacidad o la no voluntad de dotarse de un espacio de debate y de propuestas contra ésta? Ciertamente, todas estas razones tiene validez, y algunas más podrían añadirse y será oportuno que esa grave carencia fuese objeto de una reflexión individual y colectiva, sobre todo cuando están a la vista las consecuencias de la guerra tanto sobre el territorio local como global: la gestión de la fuerza por el Imperio como medio para anular las contradicciones, no sólo por el envío de tropas sobre el terreno de conflicto, sino también por el desarrollo e un verdadero arsenal jurídico que pretende aniquilar toda forma de expresión que se oponga a su lógica, demostrando si es necesario su voluntad de aniquilar todo espacio de dialéctica política y social.      Pero volvamos a Bruselas. La dinámica de las movilizaciones precedentes se ha verificado también al nivel de la presencia juvenil. En efecto, en Bruselas, y este es sin duda el aspecto más positivo, numerosos jóvenes participaron en las manifestaciones. Esto representa bien la vitalidad de ese movimiento y su capacidad de atracción que desmienten los patéticos análisis que afirman que los jóvenes "pasan" de política.

¿Polifonía, cacofonía o sordera?

     Por el contrario, si nos detenemos sobre el contenido de la manifestación y ante todo sobre las modalidades de comunicación empleadas, se puede pensar que Bruselas no ha sido un laboratorio experimental, que ha sido de hecho un paso atrás con respecto a Génova. Las manifestaciones no tenían más objetivo que recorrer la ciudad, sin dotarse de fantasía ni lanzar mensajes fuertes. Si tomamos la del viernes, la única que reunió a casi todas las galaxias del movimiento, cada uno desfilaba bajo sus banderas, con sus códigos y sus lenguajes, sin gran voluntad de intercambio, de contaminación. Poniéndose en el lugar de un individuo que no perteneciese a ningún grupo, era difícil captar el mensaje de esa manifestación, pero sobre todo era difícil ver ahí un movimiento bien entendido que, felizmente, con sus diferencias en las travesías políticas, culturales e identitarias, es capaz de preparar una metodología en que la búsqueda del conflicto y del consenso permite la extensión del propio movimiento. En Bruselas no se trataba de una polifonía, sino más bien de cacofonía, ¡incluso de sordera!

     Y esa sensación se reveló todavía con más fuerza el sábado. La elección de hacer tres manifestaciones, de las que dos (volveremos más adelante sobre el "street parade"), la de los anarquistas y la manifestación por la paz, tenían por objetivo bien preciso poner de manifiesto las diferencias, es elocuente. Más que de hacer públicas las diferencias, parecía que se trataba de indicar dos hipótesis separadas que se presentan (¡como los candidatos a las elecciones!) al conjunto del movimiento y entre las que éste tiene que elegir. Resultado, el movimiento no escogió, ¡se abstuvo! En efecto, esas manifestaciones no convocaron más que a los militantes de cada campo y no consiguieron atraer a la gente no organizada, o muy poco. Esto debería hacernos reflexionar, no sólo a los que escogieron la separación, sino al conjunto de las multitudes. Porque si bien en Génova, o incluso Praga, se proponían numerosos recorridos y afinidades, la comunicación era muy grande entre todos ellos y el objetivo se definió en común. En Bruselas, no, la separación era omnipresente.

     Y esa separación conlleva mucho riesgos, como por ejemplo oponerse por facciones, reivindicar la exclusividad de la legitimidad del movimiento y la hegemonía y el control sobre la calle. De ahí resultan esos discursos (¡porque no podemos hablar de debates cuando las partes se insultan y no quieren escucharse!) perniciosos e inútiles sobre violentos/no violentos, reformistas/revolucionarios... ¡La violencia o la carga revolucionaria no se mide por el número de cristales o vitrinas rotas! ¡Cómo el hecho de denunciar la violencia no da más crédito al movimiento a los ojo de las autoridades imperiales! En ese contexto, cada una de las facciones intenta criminalizar a la otra: "traidores son aquellos que denuncian la violencia! ¡saboteadores son aquellos que llevan a cabo acciones violentas". Y bien, después de haber lanzado esas afirmaciones, ¿qué hacemos?

     Una vez más, no olvidemos el objetivo de esas movilizaciones: buscar un equilibrio entre conflicto y consenso. Sin el consenso, toda acción, incluso la más radical del mundo, será en vano, porque así aislada no tendrá ninguna posibilidad de transformar las condiciones materiales y subjetivas de lo existente. Sin el conflicto, el consenso será estéril, porque no creará una verdadera relación de fuerzas y se limitará a representar una fuerza de lobby electoral de la que ya conocemos los límites y las perversiones.

     Desde ese punto de vista, la "Street parade" representaba la elección más interesante y arriesgada. Se trataba de reapropiarse de la ciudad y esa era la razón que animó a organizadores a no pedir autorización ni fijar un recorrido preciso (como habían hecho los otros cortejos), no una veleidad de radicalismo oscurantista. Recordemos de nuevo que las prácticas deben responder a los objetivos... Y esa reapropiación de la ciudad se inscribía en otra batalla: contra la especulación inmobiliaria y la privatización de espacios en beneficio de intereses económicos (en particular, los barrios que rodean la Gare du Midi, como Thalys, están destinados a convertirse en una enorme zona de negocios para los ejecutivos europeos, y la primera consecuencia será la expulsión de la población inmigrante, como pudimos verificar durante la "Street").

     Esa manifest-acción muy festiva quería lanzar un mensaje fuerte a la ciudad y sus habitantes contra el proyecto económico-urbanístico deseado por los poderosos del Europa y el planeta. La elección de los otros dos cortejos de unirse a esta iniciativa era en sí un punto muy positivo, una manera de reencontrar un objetivo común y de quebrar esa cerrazón, esa separación. Pero en realidad no funcionó. El cortejo por la paz desembarcó muy poca gente en la manifestación. Y el cortejo de los anarquistas llegó en asa y constituyó un bloque , no se disolvieron realmente en la "Street". Y ahí entró en juego un detalle que puede parecer ridículo a primera vista, pero tuvo efectos importantes. ¡Las apariencias! No se trata de una tesis sociológica, sino de un reflexión sobre la capacidad de comunicación y de contaminación. Como se recordará, en Génova los Tute Bianche decidieron quitarse sus "famosos" monos blancos para no suscitar la impresión de quedar asimilados a los que habían decido unirse a ellos. Los Tute Bianche hablaron entonces de apertura, pusieron en cuestión una identidad fuerte para favorecer la extensión del movimiento y la práctica de la desobediencia. No se trata aquí de hacer apología de ese gesto, sino de afrontar el problema de la capacidad de dialogar con lo otro componentes de la multitud.

     Ahora bien, los participantes de la manifestación anarquista impusieron la separación por su atuendo y apariencias. ¡Está claro que no se trata de pedirles que se vistan de rosa o de amarillo! Pero, ¿qué razón había para llevar puesto sobre el rostro pañuelos o capuchas? ¿Se trata de algo que se lleva para no ser reconocido o la panoplia que identifica a alguien como miembro del "Black Block"? En el primer caso, su empleo es más que comprensible e incluso necesario si se quiere desarrollar una práctica ilegal, pero esa práctica no tenía razón de ser atendiendo a las intenciones enunciadas por los organizadores de la "Street". Y si algunos temían ser reconocidos lo mejor hubiera sido no quedarse rezagados por las calles para evitar así todo riesgo de identificación policial (como pueden testimoniar algunos que tuvieron la experiencia). En el segundo caso, se plantea realmente un problema, porque el hecho de simular el conflicto es por un lado inútil y, por otro, crea una mitología de la violencia. En todo caso, el atuendo para-militar no debería pertenecer en ningún caso al patrimonio de nadie que se afirma opuesto al machismo, al autoritarismo, etc.

     Esa voluntad tan fuerte de diferenciarse no tiene más que efectos negativos: crea un fenómeno de ghettos para sus autores y facilita así la tarea a los que quieren afirmar que no forman parte de esos movimientos. Pero tiene también un efecto contraproducente sobre los objetivos que se habían marcado los otros, en este caso los organizadores de la "Street": abrir un diálogo y un recorrido común con los habitantes de ese barrio. La población del barrio estaba desconcertada e incluso temerosa a la vista de los rostros cubiertos y camuflados, sin hablar ya de alguno individuos que llevaban barras de hierro. El solo hecho de ir exhibiendo un arma y no utilizarla dice mucho sobre los que la llevaban. Pero además, ¿en qué contexto podrían haber usado una barra de hierro? ¿para romper algún pequeño comercio o algunos coches? ¡Qué acto heroico y útil para luchar contra el capitalismo vistas las circunstancias recordadas anteriormente! Volviendo a la "simple" cuestión del atuendo, será bueno que los que hayan hecho esa elección se interroguen sobre ella, porque no se puede pensar que no quieran comunicarse con las poblaciones con las que -y por las que- quieren batirse.

     Por lo demás, la "Street" cumplió su misión en buena parte. Se impuso a las autoridades a pesar de los momentos de tensión y creó un espacio temporalmente autónomo. Podría haber sido más comunicativa para la población de aquellos barrios, pero el mero hecho de haberlos atravesado haciendo visible la contestación tendrá sin duda repercusiones positivas para todos aquellos que tienen el proyecto de oponerse a su privatización.

El fin de un ciclo

     Han sido muchos lo que, como yo, piensan y afirman que después de Génova el ciclo de movilizaciones globales se había terminado de alguna manera. O, al menos, que la metodología desarrollada, a saber cumbres de los poderosos y contra-manifestaciones, constituía una práctica y una significación superada o a reinventar. Génova representó la cúspide de la contestación y al mismo tiempo demostró sus límites. Ahora es preciso repensar las modalidades de la contestación. Instintivamente, los nuevos trayectos parecen indicar un retorno a las luchas locales con el fin de consolidar las protestas globales y enriquecerlas. Las jornadas de Bruselas, tal y como las hemos analizado, parecen corresponder a esta hipótesis. Al no haber sabido o podido proponer un salto cualitativo, han confirmado sin ningún genero de dudas que es necesario inventar otra trayectoria política.

     En efecto, no podemos contentarnos con afirmar que las movilizaciones de Bruselas han atraído a más personas que en Niza. Más allá de la cantidad, en Bruselas no se ha tratado en ningún caso de un pasaje paradigmático sino de una reproposición de viejos esquemas que sólo buscan sumar a más gente. El retorno a lo local o es la negación de lo global, sino precisamente la voluntad real de dotarlo de cualidad. Por ejemplo, si se quiere combatir realmente el nuevo dispositivo de legislación europeo sobre terrorismo, es necesario construir un antagonismo que no sólo tenga capacidad para producir conflicto, sino que también pueda conquistar cierto consenso en las poblaciones locales. Por otra parte y sobre el plano de la subjetividad, no debemos únicamente responder al calendario fijado por el Imperio, sino más bien estar en posición de definir los momentos y los contenidos de la contestación, que se convertiría así en la expresión real de luchas y de realidades que las llevan a cabo.

La represión policial y jurídica

     Bruselas habrá sido, por el contrario, un laboratorio desde el punto de vista de la gestión del orden público y no podemos dejar de sacar lecciones. La voluntad de las fuerzas del orden, y por tanto de las autoridades, de ser muy poco visibles en la mayor parte de los casos (salvo el sábado durante la "Street"), es muy destacable. La policía se mostraba lo más a menudo al final de las manifestaciones o, al menos, cuando estimaba que éstas debían disolverse. En los casos excepcionales de cerco a la manifestación anarquista o a otros cortejos, el despliegue desmesurado de fuerzas quería demostrar la capacidad de control del territorio y la arrogancia del poder. El empleo o, al menos, en la mayor parte de los casos, la exhibición en primera línea de los cañones de agua (con ese frío...), colaboraba, junto al cerco establecido a veces, en la estrategia de no dar ninguna salida a los manifestantes: el número de heridos hubiese sido dramático entre estos últimos. Cuando cercaba algunos cortejos, la policía permitía a los manifestantes abandonar el espacio rodeado a condición de registrarles.

      Ese procedimiento sirvió sobre todo para que, durante la “Street”, muchos manifestantes que rechazaban el riesgo de enfrentamiento la abandonasen. De todas formas, en ese caso preciso no funcionó, porque muchos otros manifestantes se unieron a la “Street” cuando se levantó el cordón policial. Las autoridades decidieron aceptar algunos coches o cristales rotos (marginales, de hecho) y evitar así el enfrentamiento directo contra los manifestantes durante el desarrollo de las manifestaciones. Por el contrario, se aplicaron mucho en identificar a los que juzgaban como autores de estos actos para intentar detenerlos más adelante, al margen de las manifestaciones. Muchos sufrieron ciertamente esta suerte y por supuesto la mayor parte no había participado en los delitos que se le imputaban.

      Las fronteras fueron controladas sin que Schengen tuviera que ser suspendido. En ese sentido, se pudo observar la gran cooperación entre policías europeas, en especial alemanas y belgas, en la frontera cercana a Aix-La-Chapelle.

El recurso a la expulsión sistemática de los extranjeros detenidos por las fuerzas el orden, hubiesen cometido o no un delito, incluso de orden administrativo, dice mucho sobre el valor concedido por las autoridades imperiales al aparato legislativo. En efecto, podemos interrogarnos sobre la validez jurídica de ese tipo que práctica que consiste simplemente en expulsar a los indeseables sin perseguirles jurídicamente en modo alguno. Esa práctica fue constante durante toda la semana. Algunos extranjeros (dos australianos, por ejemplo) se encontraron incluso internados en los centros de detención temporal reservados para inmigrantes sin papeles antes de ser expulsados a su país. Esa práctica muy fluida de la represión impidió durante la mayor parte del tiempo a los manifestantes movilizarse para obtener la liberación de los detenidos. Esto tuvo como efecto que la opinión pública no se cristalizase en torno a la represión, a lo que contribuyó también el rechazo al contacto físico y violento masivo con los manifestantes.

      El Legal Team” (equipo legal) fue un objetivo privilegiado de las autoridades, demostrando así que la presencia de los profesionales del derecho era un verdadero problema para ellas. Lo que no hace sino confirmar a su vez la ilegalidad de las medidas dispuestas.

Las herramientas de la represión tienen por tanto un nuevo perfil. Ciertamente, esto depende en gran medida del país que “acoge” a los manifestantes, pero podemos pensar también que el rechazo del contacto físico y la violencia puede ser una elección mas general con el fin de evitar que la opinión pública apoye todavía más a los movimientos de contestación. Podremos verificarlo próximamente, en febrero en Munich, en la cumbre de la OTAN, y un poco más tarde en Barcelona, en la cumbre europea. Mientras, esperemos que los movimientos de disenso de la lógica imperial se desarrollen con potencia en el ámbito local y que una dinámica de insumisión y de desobediencia social se intensifique un poco por todos lados en nuestro viejo continente.

---- Traducción: Universidad Nómada (este texto aparecerá en el segundo número de "Desobediencia Global"

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