Actualmente,
podemos encontrar el nombre de renta básica (RB) para referirse a
propuestas totalmente diferentes; lo cual es una forma de confundir y desviar
el debate. Partamos de una base concreta: la RB es un derecho de todas las
personas a recibir, cada una de ellas y de una manera periódica, una
cierta cantidad de dinero con la que puedan satisfacer sus necesidades
básicas. Es una propuesta en sí misma peligrosa y, al mismo
tiempo, con un alto potencial transformador. Normalmente, suele hablarse tanto
de sus riesgos como de las posibilidades que abre desde una perspectiva de
cómo afectará a la relación de las personas con el trabajo
asalariado. Su peligrosidad puede venir por dos caminos. Por una parte, el que
sea utilizada como un instrumento de aumento de la flexibilidad y precariedad
laboral. Por otra, porque sea un mecanismo que “humanice” y
justifique el sistema capitalista. El potencial de transformación social
se encuentra en el hecho de que es la forma más directa de hacer
realidad ese supuesto derecho a una vida digna que tenemos todas/os
independientemente de toda otra circunstancia personal. Y se debe
también a que hablar de RB supone un magnífico pretexto para
sacar a la luz innumerables debates sobre la sociedad en que vivimos y la
sociedad que deseamos. Por tanto, para que la RB no sea un medio del que se
apropien para justificar y perpetuar un sistema socioeconómico injusto,
es necesario impregnarla de un fuerte contenido político transformador.
Si decidimos luchar por la RB para exigir ese derecho fundamental a tener unas
condiciones materiales de vida dignas (como, al menos teóricamente,
tenemos derecho a la educación y a la salud); derecho que no puede estar
condicionado a “la buena marcha de la economía”. Si
decidimos luchar por todo ello, hemos de tener claros nuestros objetivos
políticos de cambio social. Y en base a esos objetivos hemos de hacer
una propuesta específica de cómo implementar la RB; hemos de ver
sus deficiencias (para proponer otras medidas simultáneas, a las que la
RB puede complementar, pero nunca sustituir); y hemos de aprovechar la excusa
de la RB para debatir todo aquello que nos parezca inaplazable.
Normalmente, se discute todo esto en
torno a cómo ayudará o perjudicará la RB en la lucha
anticapitalista. Pero nosotras sabemos que nuestros intereses feministas no
suelen estar incluidos de por sí en esa lucha. Aunque podamos discutir
qué anticapitalismo existe si no es antipatriarcal (y viceversa),
sabemos que, o peleamos por la destrucción del patriarcado, o
éste permanecerá. El patriarcado es un sistema terriblemente
adaptable. Puede cambiar sus formas, la opresión puede modificar su
rostro y su escenario; pero manteniendo el fondo, la subordinación misma
de las mujeres. Por eso, o nos esforzamos porque la RB sirva a nuestros
intereses feministas, o será otro elemento más que quizá
remueva un poco la superficie, pero que deje inalterada la profundidad de la
opresión de las mujeres.
Así que nos encontramos ante
el reto de hacer una proposición feminista y evitar que el debate sobre
una reivindicación potencialmente rompedora desprecie nuestras
reivindicaciones. En efecto, si se argumenta que la RB es un eficaz
método contra la pobreza, debemos enfatizar que la pobreza es un
fenómeno que sufren mayoritariamente las mujeres. Si desde el feminismo
se ha luchado por una concepción de la pobreza que no atienda
sólo a los aspectos de ingresos, ¿se está recogiendo esta
multidimensionalidad al hablar de pobreza y RB? Una medida igual para hombres y
mujeres, ¿es suficiente para atacar un fenómeno que les afecta de
forma diferente? ¿Son necesarias otras medidas? ¿Cuáles?
Se ha asegurado que la RB evita la trampa del desempleo que encierran otros
programas de ingresos mínimos. Pero también el desempleo afecta
de forma más grave a las mujeres. Por eso hemos de tener una voz y unas
reivindicaciones diferenciadas. Un serio riesgo de la RB es el papel que
podría jugar incentivando a algunas mujeres a permanecer / volver a los
hogares. Para el caso de mujeres con muy pocas probabilidades de lograr un
empleo digno, ¿no actuaría la RB como un aliciente para no salir
del espacio privado de la familia? Podemos alegar que encargarse en exclusiva
de los trabajos domésticos y de cuidados no es en sí mismo
perjudicial. Y esto es cierto cuando se trata de una opción
verdaderamente libre. Pero, en un contexto en el que son las mujeres las
encargadas del hogar, en las que se las culpabiliza constantemente por la
desatención que sufren las/os niñas/os desde que sus madres
están en el mercado de trabajo; en este contexto, ¿es una
elección el encargarse del hogar? Nos encontramos ante el problema de
que, si bien la RB es incondicional, por definición, al empleo, no
ocurre lo mismo con el trabajo no remunerado. Debemos perseguir que la RB no
presuponga que las mujeres van a seguir encargándose de los mismos
trabajos, ahora con mayores facilidades que antes, si cabe. Y, desde
aquí, entramos de lleno en el debate sobre el reparto de los trabajos.
¿Pone la RB facilidades para avanzar en este reparto? ¿Son
necesarios otros métodos de lucha y otros debates simultáneos?
Hay quien asegura que la RB supone una implícita revaloración de
los trabajos no remunerados. ¿Es esto cierto, desde nuestro criterio? Y,
si no revaloriza los trabajos invisibles de las mujeres o no lo suficiente,
¿de qué manera tenemos que articular el debate sobre la RB para
lograr en este proceso esa revalorización? ¿Y para lograr el que
exista una auténtica responsabilidad social en la reproducción,
en el cuidado del conjunto de personas? Claro está, estas reflexiones
van unidas a las del reparto de la(s) riqueza(s). La RB supone unos ingresos
iguales para el conjunto de la ciudadanía, ¿es suficiente con
esto? Y, teniendo en cuenta que la RB supone distribuir recursos, ¿de
dónde obtenerlos?, ¿qué vía de financiación
proponemos desde el feminismo? Tanto la creación de nuevos impuestos,
como la modificación de los existentes y la redirección de los
recursos ya disponibles tienen efectos de género ante los que hemos de presentar
planteamientos propios. Además, desde una perspectiva feminista,
perseguimos que se reconozca la riqueza inmaterial, la riqueza de los afectos,
la riqueza no monetaria. ¿Afecta o podría afectar la RB al
reparto de este conjunto amplio de riquezas? En este sentido, queremos cambiar
el centro social de atención desde la acumulación de capital
hasta los procesos de satisfacción de necesidades humanas. ¿Nos
ayuda la RB en este intento? ¿Cómo instrumentalizar la RB para
avanzar hacia modelos de vida no consumistas / productivistas?
Hablar de RB desde un
posicionamiento político concreto, feminista en este caso, implica tener
que hacer una propuesta muy concreta. En ese enunciado general de lo que es la
RB quedan muchos cabos sueltos, de los que depende, en gran medida, lo
beneficiosa o perjudicial que resulte finalmente. Primeramente, la
cuantía recibida, que normalmente se establece en torno al umbral de
pobreza, ¿sería suficiente para que la gente no sintiera la
necesidad de obtener más ingresos, o sea, de trabajar en el mercado?
¿Debería sustituir o todo otro tipo de prestaciones?
¿Qué opinamos las mujeres, las grandes perjudicadas del actual
sistema de (des)protección social que no nos da derecho a prestaciones
dignas por nuestros trabajos no remunerados? Aparte de la cuantía, hemos
de decidir quién ha de ser el colectivo beneficiario. ¿Qué
ocurrirá con la población inmigrante? Si pedimos la RB como un
derecho a vivir, si peleamos porque las mujeres somos quienes más
trabajamos, en peores condiciones y a cambio de menores recursos,
¿asumiremos que hay mujeres por quienes no vamos a luchar y que
asimilarán, aún más pesadas, las cargas de las que
queremos deshacernos? Otro debate aún en fase inicial y de especial importancia
para las mujeres es el de cómo afectaría la RB a las/os menores;
qué cuantía les correspondería, en qué condiciones,
quién se responsabilizaría y en qué medida debe sustituir
o estar acompañada de otra serie de servicios públicos.
Planteemos otra pregunta final, ¿cuál debe ser la entidad
pública desde la que se otorgue la RB, las naciones o instituciones
supra o subnacionales? Hay que plantearse qué sistema político
deseamos, si creemos –o no- en esta democracia y si la vía de
mejora se sitúa hacia entidades políticas más o menos
grandes. ¿Cuál es nuestra propuesta feminista en torno a la
“democracia”, qué poder queremos otorgar a las personas y
qué poder a los grandes grupos de presión en los cuales no
estamos representadas y en los que, tras años de intentarlo, se ha visto
que nunca lograremos situar nuestros intereses (quizá porque es de esa
misma concepción de la política de la que huimos)?
¿Sería más coherente avanzar hacia la
descentralización máxima del poder (ya que queremos luchar contra
el patriarcado cuya última esencia es la existencia de relaciones de
poder y de organizaciones sociales jerárquicas)?
En conjunto, reivindicar la RB es
reivindicar el derecho a vivir digna y libremente. Pero, sin una fuerte
movilización social que la respalde, con unos objetivos de
transformación social claros, puede sernos arrebatada, asimilada por el
sistema y usada para perpetuar el caótico estado de las cosas. Como
feministas hemos de ser aún más conscientes de los riesgos,
porque nuestros intereses antipatriarcales ni siquiera están siendo debatidos.
Antes de que la RB se institucionalice (o de que llamen RB a cualquier cosa),
hemos de hacer un esfuerzo por tener unas voces propias; por proponer la RB que
nosotras deseemos, aquella más cercana a nuestras ideas; por sacar a la
luz los temas que más nos interesan, aquellos habitualmente
invisibilizados. Porque sin feminismo no hay auténtica
transformación social y esta tarea es nuestra.
Amaia Pérez Orozco
Marzo 2002