LA
ECONOMÍA DESDE EL FEMINISMO: TRABAJOS Y CUIDADOS*
Amaia
Pérez Orozco
Sira del
Río
noviembre 2002
* Publicado en la
revista Rescoldos, de la Asociación Cultural Candela,
en el
número dedicado a "Mujeres".
El discurso
económico y la comprensión general de la economía
están
plagados de
sesgos reflejo de actuales relaciones de poder. Lo que
entendemos por
economía, lo que vemos como hechos o problemas económicos
y, por tanto, las
políticas económicas que se proponen, no son verdades
objetivas ni son
el total dibujo de la realidad. Decir esto no es nuevo.
El marxismo
desveló hace ya tiempo los sesgos de clase de las
concepciones
liberales y neoliberales de la economía. Entender el mundo
de una manera
distinta a la hegemónica es un proceso de resistencia
crucial. El/los
(neo)marxismo(s) siguen en pie. Nuevas corrientes de
pensamiento
económico rebeldes surgen: La economía ecológica, que
intenta devolver
al sistema económico a su sitio, la economía como
subsistema del
sistema ecológico global y no los recursos naturales como
un elemento
más dentro de nuestro análisis de costes y beneficios, de
ofertas y
demandas. Concepciones alternativas del desarrollo que rompen
con las visiones
etnocéntricas de desarrollo como crecimiento del PIB
(producto
interior bruto) e industrialización; frente a la imposición
global de un
modelo único a seguir, fomentar la capacidad local de
decisión
de los caminos a recorrer o los lugares en los que
instalarse...
Nuevas visiones del mundo, de lo económico, con o sin
etiquetas, que se
rebelan contra mundos opresivos y contra las formas de
entenderlos. Y,
desde el feminismo, también surge la disidencia. Estamos
creando otra
forma de ver la realidad y afirmamos que, si no se nos
escucha igual que
nosotras escuchamos, esos otros mundos por los que
peleamos no son
tan/verdaderamente posibles.
En este texto,
nuestra intención no es más que colaborar en el actual
debate sobre la
economía y el feminismo: qué tiene que ver el sistema
económico
con las mujeres, qué cosas nuevas se están diciendo desde el
feminismo,
comentar algunos de los puntos de mayor discusión. Y,
partiendo de
ahí, extendernos en uno de los temas que consideramos
cruciales
actualmente, la que denominamos crisis de los cuidados. Crisis
que creemos es un
grave problema que afecta al conjunto de la sociedad,
pero en el que el
feminismo ha de tener una voz protagonista.
Pretendemos, por
tanto, exponeros algunas ideas, algunas discusiones,
tanto a nivel
práctico -lo que está ocurriendo en el estado español-
como a nivel
teórico y, si es posible, animar a quién aún no
esté
animada a
sentirse implicada y protagonista en el debate económico, eso
que aún
hoy a veces nos suena tan ajeno, tan a cifras incomprensibles
-tipos de
interés, PNB, inflación, déficit...- o tan limitado al
mundo
sindical.
Decir que trabajo
no es sólo trabajo asalariado, así, simplemente,
parece una
obviedad o un mensaje demasiado manido y ya sin fuerza. Sin
embargo, creemos
que tiene un potencial transformador no sólo
desaprovechado,
sino, a veces deliberadamente, negado. Decir que trabajo
es mucho
más que trabajo asalariado desde un posicionamiento feminista
implica hablar de
invisibilización de trabajos de las mujeres,
invisibilización
de las mujeres mismas, apropiación de sus experiencias,
negación
de la complejidad de sus vivencias de subordinación y
resistencia y
negación de sus diferencias, infravaloración de la
responsabilidad
de los mercados en la re-creación de jerarquías
sociales... e
implica seguir dirigiendo nuestra atención a un proceso de
acumulación,
en lugar de ponernos a nosotras mismas, nuestras
necesidades y
deseos en el centro de mira (1).
1. EMPEZANDO POR
DISCUTIR LOS TRABAJOS
Así que,
¿por qué no? Empecemos por ahí, por decir que trabajo es
mucho
más que
trabajo asalariado. Al fin y al cabo, es sólo una excusa, como
muchas otras,
para debatir tantas cosas... Si hablamos de una idea más
amplia de
trabajo, probablemente a mucha gente nos asaltará
inmediatamente la
imagen del trabajo doméstico. Y, efectivamente, la
reivindicación
del trabajo doméstico como trabajo fue una de las
primeras ideas
que dieron forma a esa intuición de que la subordinación
de las mujeres
iba mucho mas allá de la experiencia individual, que
tenia dimensiones
materiales junto a las ideológicas (2) y que estaba
enraizada en el
día a día mas allá de los lenguajes formales de la ley y
el derecho (3).
Existe todo un mundo de actividades humanas fuera del
terreno iluminado
de los mercados. Aún no sabemos cómo llamarlas. Cuando
decimos trabajo
doméstico nos referimos a aquél que tiene como límites,
más o
menos, a los hogares. Y aquí viene otro problema, ¿cómo
definimos
los hogares?
Hogares, quizás mejor grupo doméstico, como conjunto de
personas que
conviven, que comparten estrategias económicas; huyendo del
termino familia
por su asociación con la familia nuclear tradicional,
huyendo un poco
de algunas de nosotras mismas que durante tanto tiempo
hemos hablado
sólo de familia, refiriéndonos a la familia occidental,
blanca, burguesa,
heterosexual... creyendo que nombrábamos a todas las
mujeres. En todo
caso, grupo doméstico/hogar, como espacio propio del
trabajo
doméstico. Y el término trabajo doméstico enfatizando la
componente
material de esas actividades gratuitas (limpiar la casa,
hacer la compra y
la comida, lavar la ropa...). Frente a esa
"materialidad",
se sitúa la idea de trabajos de cuidados, donde
enfatizamos una
componente afectiva y relacional, el cuidar de otras/os,
atender sus
necesidades personales, materiales e inmateriales (ayudar a
un/a
niño/a a hacer la tarea, acompañar a tu pareja al la
médico...) y
con
límites más amplios que el grupo doméstico (también
puedes acompañar
a la
médica a tu vecina). Y luego vino el trabajo familiar, en respuesta
a ese complejo
mundo de instituciones con las que hay que lidiar -la
escuela, los
servicios sociales, la seguridad social, el banco, el
seguro...- y a
las que hay que dedicar tanto tiempo (¡los papeleos!) y
esfuerzo mental.
Así que, ahora, no sabemos muy bien como nombrarlo:
trabajo
doméstico y de cuidados, trabajo familiar doméstico, o
cualquiera de las
posibles combinaciones con estos (u otros) términos
(4).
En un intento de
dotarnos de nuevas palabras con las que referirnos a lo
que, durante
mucho tiempo y aún hoy en día en muchos espacios, ha
permanecido en el
limbo del no-trabajo, no-producción, no-valor, hemos
llegado a dedicar
mucho tiempo a discutir, no ya el adjetivo
(¿doméstico?,
¿familiar?, ¿reproductivo?) sino el sustantivo en si:
¿qué
es trabajo?.
Entonces, hay quien diferencia trabajo productivo e
improductivo,
quien asegura que la clave es la producción de valor,
quien dice que
también cuentan los valores de uso y no sólo de cambio,
quien enfrenta
trabajo productivo a reproductivo... Las fronteras entre
trabajo y
no-trabajo, económico y no-económico son, como toda frontera,
móviles. A
veces, es situada en el hecho mismo de que implique
intercambio
monetario, pero es esa misma frontera la que estamos
criticando. Otras
veces, la característica del trabajo es que lo pueda
hacer otra
persona diferente a quien consume su resultado y, entonces,
establecemos una
ruptura insostenible: si cocino durante una hora para
mí y para
mi familia, ¿debo decir que he trabajado tres cuartos de hora
(en mi familia
somos cuatro)?. Hay quienes aseguran que el límite del
trabajo es que
sea una tarea con un sustituto en el mercado y, entonces,
el mercado vuelve
a ser el referente central... En definitiva, no hay
conclusiones
sólidas. Frente a estos intentos de crear límites nítidos,
hay feministas
que afirman que "es más fértil un concepto con
límites
ambiguos, pero
ajustado a la realidad, que una noción muy precisa del
fenómeno,
pero poco útil para el análisis" (2000:5). Sin dar un
concepto
ajustado, nos
importa llamar trabajo a muchas más cosas, y nos importa
recuperar las
actividades invisibilizadas, resaltar las características
de "el otro
trabajo / los otros trabajos", nombrar a sus protagonistas,
rechazar los
mercados y lo monetario como el eje del análisis, poner en
su lugar el
mantenimiento de la vida y el tiempo de vida (¿y/o el tiempo
de trabajo?),
hablar de las relaciones de poder envueltas en el reparto
de los trabajos y
sus frutos, las riquezas... Pero vayamos por partes.
2.
CARACTERÍSTICAS DE ESE OTRO TRABAJO E INVISIBILIDAD
Volviendo a ese
trabajo, ¿cómo llamarlo?, en este texto optamos por el
término
trabajo de cuidados. Lo hacemos porque así hablando de trabajo
de cuidados,
rompemos con los límites del espacio doméstico y nos
alejamos de la
componente más material de los trabajos, para resaltar la
inmaterial (sin
excluir el resto) y, en ambos sentidos, rompemos con los
paradigmas
existentes (el hogar como único lugar de trabajos propios de
las mujeres y el
trabajo como una actividad que se puede delegar, el
trabajo
asalariado) (5). Volviendo, otra vez, a él, ¿qué cosas,
normalmente no
explicadas, sabemos del trabajo de cuidados? En primer
lugar, es un
trabajo mayoritariamente hecho por mujeres, por ejemplo,
por si
todavía alguien nos pide algún dato: en el estado español,
las
mujeres realizan
un trabajo de cuidado de personas mayores equivalente a
dos millones y
medio de empleos; para el caso de cuidados a menores,
esta cifra
asciende a los casi nueve millones de empleos (Durán, 2001)
(6). En segundo
lugar, es un trabajo que se guía por una lógica del
cuidado, es
decir, su objetivo directo es la satisfacción de
necesidades. Su
participación en este proceso de satisfacción no esta
mediado por
ningún objetivo intermedio (contrariamente a los mercados
que satisfacen
necesidades, cuando lo hacen, pero porque, en el ínterin,
se producen
beneficios). Además, es un trabajo que implica una fuerte
componente
afectiva y relacional; no se trata únicamente de prestar un
servicio, sino
que se presta un servicio a alguien, se crean redes
sociales, hay
emociones implicadas. Esta fuerte componente inmaterial,
hace muy
difícil o imposible encontrar un sustituto de mercado para este
trabajo, o para
ciertas dimensiones de él. Con todo esto no queremos
decir que el
trabajo de cuidados sea un trabajo "hecho por amor". La
retórica
del altruismo en el hogar ha servido para maquillar las
relaciones de
poder envueltas, lo rutinario de muchas tareas, las
dimensiones de la
obligatoriedad y la coacción. Queremos resaltar la
componente
afectiva porque queremos desmarcarnos de visiones
materialistas del
bienestar, queremos valorar eso "que no se puede
comprar con
dinero" (por muy cursi que suene), a la vez que llamamos la
atención
sobre los juegos de poder (7). Además de por la componente
afectiva y
relacional, es un trabajo que se caracteriza por la
realización
de múltiples tareas al mismo tiempo, por una componente de
gestión
constante de tiempos y espacios y por la polivalencia de los
conocimientos
necesarios. Es un trabajo donde la diferenciación entre
tiempo de vida y
tiempo de trabajo es sumamente dificultosa, más aún
cuando se combina
con diferentes formas de trabajo remunerado. En todos
estos sentidos,
se caracteriza por la transversalidad. Además, el sujeto
protagonista no
es individual, sino colectivo. Aunque hablaremos luego
más del
protagonismo de las mujeres, mencionemos ya que no son mujeres
individuales,
sino las mujeres como colectivo. Mujeres integradas en
diversas redes de
cuidados, redes en las que se conectan mujeres de
diversas
generaciones, clases, lugares de procedencia... lo cual
implica,
también, la operación entre ellas de relaciones de poder. Redes
en torno al
tercer sector (8), a las familias extensas, a las familias
transnacionales...
Protagonismo de las mujeres, lógica del cuidado,
afectos,
transversalidad y redes. Características a las que hemos de
añadir
otras cruciales: su gratuidad e invisibilidad (¡que no por
casualidad van
juntas!). Pero antes de pasar a hablar algo de ellas, no
podemos olvidar
un asunto fundamental.
Pasar de decir
que trabajo no es sólo trabajo remunerado a hablar de
trabajo
doméstico encierra una reducción enorme. Entre los trabajos no
remunerados, hay
muchos más que aquello a lo que nos hemos referido. Hay
un trabajo
gratuito, no reconocido, de ayuda a los negocios familiares
Hay toda una
serie de trabajos comunitarios de múltiples tipos. Desde el
"voluntariado"
y las ONGs, hasta proyectos autogestionados de todos los
colores, pasando
por la participación en partidos políticos,
asociaciones etc.
Ni siquiera el trabajo mas circunscrito al hogar se
limita a las
dimensiones apuntadas. En países de la periferia, por
ejemplo, la
agricultura de subsistencia es un elemento de importancia
extrema (9). En
todos los casos, tampoco queda claro el límite entre los
hogares y el
resto de redes comunitarias (10). De nuevo, los límites son
difusos y no
tienen ningún sentido fuera de un contexto histórico y
cultural
concreto. No queremos caer en la trampa de las visiones duales:
frente a trabajo
asalariado, trabajo de cuidados, que tan fácilmente nos
lleva a oponer a
un trabajador asalariado con el ama de casa, el mercado
frente a la
familia, sin imaginar otras formas colectivas de
organización
y esa misma transversalidad de las vivencias. Sin embargo,
estamos centrando
nuestra historia en torno al trabajo de cuidados. ¿Por
que? Porque, en
nuestro contexto del estado español, es el más
relevante, al
menos en términos cuantitativos. Pretendemos que esto se
entienda como una
muestra de la parcialidad de todo discurso, incluido,
claro
está, el nuestro, como una limitación que se opone a los intentos
de abarcar
"la realidad", como una invitación a hablar de todo lo que
aquí no se
dice.
¿Y por
qué aseguramos que otro de los factores definitorios es la
invisibilidad?
(11). Pongamos ejemplos. El trabajo de cuidados no es
invisible en
términos individuales. Casi todo el mundo (quizás seamos
muy optimistas,
dejémoslo en mucha gente) reconocería que el trabajo de
su madre en casa
es importante. Pero probablemente no se indignaría
porque su madre
no tenga derecho a la seguridad social a raíz de esa
labor tan crucial
de haberle amamantado. Es decir, es la significación
social, para el
conjunto del sistema socio-económico, la que se
invisibiliza.
Tampoco es un trabajo invisible para el OPUS Dei u otros
discursos
fundamentalistas católicos. Es más, la figura del ama de casa
se ensalza, pero
dentro de unas concepciones sumamente estrictas de lo
que es o debe ser
la mujer-mujer. Son las relaciones de poder intra
familiares que
generan una transferencia directa de bienestar desde las
mujeres hacia
"sus esposos" (hijos, suegros, etc. etc.) las que se
invisibilizan. Ni
siquiera en el discurso económico oficial el grupo
doméstico
ha sido siempre totalmente invisible. Es más, se enfatizaba el
hogar como
paraíso de amor (home, sweet home), donde se satisfacían las
necesidades
afectivas que mantenían el equilibrio emocional de los
trabajadores,
donde se invertía en o consumían niñas/os (¡!). Pero
siempre dentro de
una concepción que establecía unos estrictos límites
(¿cognitivos?,
¿reales?, ¿imaginarios?) entre lo público y lo privado.
En lo
público tenían lugar las actividades económicas, la
verdadera
producción,
el trabajo asalariado de los hombres. Ahí actuaban los
agentes
económicos racionales -el homo economicus- que, operando
libremente en los
mercados, guiados por el egoísmo y buscando su propio
bienestar,
lograban resultados sociales óptimos. La famosa mano
invisible del
mercado conseguía transformar los millones de egoísmos
individuales en
el máximo bienestar común. El espacio de lo privado, el
de las mujeres,
donde brillaba el amor, donde se delegaba la
responsabilidad
de traer cada día al mercado a los agentes económicos
racionales
lavados y planchados, no era realmente relevante para el
análisis
económico. Y así, el homo economicus dejó de llegar al
mercado
desde su hogar
para nacer espontáneamente en el mercado como si de un
champiñón
se tratara (12). Y la verdadera mano invisible, no la del
mercado, sino la
de los cuidados (o, como prefieren otras llamarlo, el
corazón
invisible), se volvió auténticamente fantasma (13). El conjunto
de la
organización social se estructuró con los mercados como
epicentro,
y la cotidiana,
crucial y difícil responsabilidad de mantener la vida se
delegó,
sin un solo gesto de reconocimiento colectivo, a la esfera de lo
gratuito, de lo
invisible, del espacio privado de las mujeres (14).
3. LOS MERCADOS
COMO EPICENTRO DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL
¿Qué
significa decir que los mercados se sitúan como epicentro de la
organización
social? Hablar de los mercados -capitalistas- como centro
de la
organización social significa decir muchas, muchísimas cosas: el
dinero como
única medida de valor, fomento del individualismo y el
consumismo...
Pero destaquemos una de ellas, no tan comúnmente señalada
y que tiene mucho
que ver con esos trabajos invisibles de los que
hablábamos.
Los mercados capitalistas se rigen por una lógica de
acumulación,
por el objetivo único de obtener beneficios, de expandirse.
Situarlos como
epicentro implica que todo otro objetivo social se
subordina al de
los mercados. Es la lógica de acumulación la que dirige
el funcionamiento
social, la que rige las decisiones sobre cómo
estructurar los
tiempos, los espacios, las instituciones legales,... el
qué,
cuánto y cómo producir: "[...] en la sociedad capitalista no
se
produce lo que
necesitan las personas -da igual producir medicinas o
bombas con tal de
que originen beneficios" (Del Río, 2000). Poner en el
centro la
lógica de acumulación hace imposible la existencia de una
autentica
responsabilidad social en la reproducción. ¿Qué queremos
decir
con esto? Desde
el feminismo aseguramos que economía es el proceso de
satisfacción
de necesidades, de mantenimiento de la vida. Si la lógica
de
acumulación prima, la sostenibilidad social no es una prioridad. Es
una
responsabilidad que se delega a los hogares y, dadas las relaciones
de poder
existentes en ellos y en el conjunto de la sociedad, a las
mujeres. Ni los
mercados, ni el estado, ni los hombres como colectivo
son responsables del
mantenimiento último de la vida. Por tanto, son las
mujeres,
organizadas en torno a redes, en los hogares más o menos
extensos, las que
responden y las que, finalmente, actúan como elemento
de reajuste del
sistema económico. Ellas son el colchón del sistema
económico,
frente a todos los cambios en el sector publico o privado,
cambios motivados
por una lógica de acumulación, ellas reajustan los
trabajos no
remunerados para seguir garantizando (¡en la medida de lo
posible!) la
satisfacción de necesidades, la vida.
Esta centralidad
de los mercados opera, claro está, en nuestra manera de
entender la
realidad. Las mismas categorías que usamos para comprender
la
economía tienen unos claros sesgos mercantiles y androcéntricos.
Usemos el ejemplo
de las variables con las que se mide la implicación
económica
de una persona, es decir, su trabajo, es decir, su trabajo
asalariado:
activa, inactiva, parada, ocupada. El par actividad -
inactividad es
otra forma de nombrar al par presencia - ausencia.
¿Durante
cuánto tiempo se ha considerado a las mujeres ausentes del
terreno
económico? Hasta que empezaron a entrar en el mercado de
trabajo, una
ausencia (inactividad) histórica que comenzaba a finalizar.
Pero nosotras nos
hemos considerado ausentes hasta que hemos visto que
realmente
estábamos presentes, en otra esfera, en la invisible; hasta
que hemos visto
que los hombres estaban ausentes en esos trabajos
gratuitos. Hasta
que hemos visto que la participación económica es un
continuo juego de
presencias y ausencias, simultáneamente y a lo largo
del ciclo vital,
en el conjunto de esferas económicas. Así, afirmamos
que el 92% de los
hombres en el estado español están ausentes (15),
ausentes del
trabajo que tiene como objetivo directo satisfacer
necesidades (16).
Estas cifras serían insostenibles, pero no se cuentan.
Así como
el dueto actividad - inactividad nos ha pintado largamente como
mayoritariamente
ausentes, tampoco ideas como las de ocupación y
desempleo o paro
reflejaban nuestras experiencias. La categoría
ocupación,
atendiendo sólo al trabajo remunerado formalizado, deja de
lado toda la
serie de trabajos remunerados informales, donde las mujeres
son pieza clave
(17). Y ya no tanto porque las mujeres sean mayoría en
esta esfera (los
datos no son claros, depende de lugares de qué se
considere como
trabajo informal...), sino porque hay elementos cruciales
en la
comprensión de las relaciones de dominación /
subordinación de
género que
desaparecen cuando no se atiende a la economía informal.
Fundamentalmente,
el trabajo doméstico por cuenta ajena y las
trabajadoras del
sexo. Por otra parte, tampoco el paro cuenta nuestras
historias de
falta de empleo adecuado: ¿dónde está el subempleo, el
trabajar
remuneradamente menos horas de las deseadas?, ¿o desempleo
oculto, quienes,
de puro darse contra la pared, ya no "buscan
activamente"
empleo, pero estarían deseosas de encontrarlo?, ¿o aquellas
mujeres que
quieren y buscan empleo, pero que no están inmediatamente
"disponibles"
porque tienen otra responsabilidad encima, por ejemplo,
cuidar a un
familiar? Las categorías creadas para medir la participación
económica
sólo se preocupan del mercado de trabajo, pero ni siquiera eso
lo hacen
reflejando la experiencia femenina. Ahora, con la feminización
del trabajo (18),
cada vez reflejan menos las experiencias masculinas, y
por eso empiezan
a replanteárselas.
También
hay quien comienza a replantearse el estado del bienestar en el
sentido de que ya
no responde a las necesidades de los ciudadanos (y el
masculino es
aposta). Tener todo un sistema de prestaciones públicas que
requieren de
previas y continuadas cotizaciones, cuando el empleo es tan
inseguro, tan
precario, ya no sirve para garantizar el bienestar social.
Sin embargo, el
que nunca ha servido para garantizar el bienestar de las
mujeres, que
nunca ha reconocido sus trabajos, que les ha relegado
siempre a
derechos derivados y no contributivos, peores en cualidad y
cuantía
que los directos y contributivos (los que mayoritariamente
recibían
los hombres) y que conllevaban una enorme injerencia en sus
vidas, que el
funcionamiento del estado del bienestar era, en ultima
instancia, un
lavado de manos que dejaba que la verdadera
responsabilidad
en el cuidado de la vida recayera en los trabajos no
valorados
-gratuitos- o mal valorados -las mujeres como empleadas del
sector
público con cualificaciones no reconocidas... Todo esto no se
incluye en muchas
de las críticas a los estados del bienestar (19).
4. PATRIARCADO Y
CAPITALISMO
Pero tanto hablar
de trabajos, de esferas económicas, de invisibilidad,
de mujeres, de
hombres... ¿Cómo articulamos todo esto en un discurso
coherente?
¿Cómo vamos a utilizar los siempre presentes términos
capitalismo y
patriarcado? Efectivamente, mucho del debate en torno, de
una manera u
otra, a la economía y el feminismo, ha pretendido aclarar
la
relación entre estos dos sistemas. Las propuestas son muchas y las
conclusiones, o
los acuerdos, pocos (¿o ninguno?). De manera muy
resumida, y, por
tanto, burda, podemos diferenciar a quienes hablan de
un único
sistema, de sistemas duales y de sistemas múltiples. Al hablar
de un
único sistema, generalmente se considera uno como efecto del otro:
el patriarcado
como parte del capitalismo, existe porque es funcional
para el capital,
de múltiples y cambiantes maneras (20); o el
capitalismo como
resultado del patriarcado (21), o como un tipo de
patriarcado
concreto. Otra visión distinta aseguraba que eran dos
sistemas
diferentes que se llevaban tan bien, que terminaron por ser uno
solo (22). Sin
poder dedicar una atención suficiente, digamos que
numerosos
problemas con la concepción de un solo sistema, destacando el
que, en general,
finalmente, se privilegiaba al capitalismo y las
relaciones de
clase por encima de los conflictos de género, llevaron a
la idea que la
realidad se comprendía y nombraba mejor en torno a dos.
Es decir, que
eran sistemas diferentes que coexistían, interaccionaban,
a veces con problemas,
en general, reforzándose (23). Pero entonces
arreciaron las
criticas al feminismo de las mujeres blancas y
occidentales, y
se exigió la toma en consideración de otros sistemas. Se
comenzó a
hablar de múltiples sistemas. Y en esas estamos, introduciendo
más y
más sistemas a medida que vamos siendo coherentes con la
percepción
de que las mujeres somos diferentes y vamos constatando la
existencia de
más y más formas de diferencia. Sin pretender dar
soluciones,
comentemos algunas de las cosas que parece van quedando
claras a medida
que sigue el debate.
En primer lugar,
que ya no queremos una teoría que nos nombre
objetivamente el
mundo. No creemos ya en la objetividad, entendida como
la creencia de
que hay una verdad indiscutible que hay que descubrir.
Cada cual
ve/entiende/nombra el mundo desde su propia situación. Los
instrumentos que
utilice para mirar, su localización en los complejos
ejes de
dominación y subordinación, sus valores... todo ello tiene una
influencia
inevitable en la forma en que vemos "la realidad" (24). ¡Pero
esto no es malo!
Saber que nuestras visiones son siempre parciales, nos
permite dialogar,
conversar, en lugar de tratar de imponer nuestra
verdad. Y el que
las visiones sean siempre parciales, además de que
están
sesgadas, significa también que ya no queremos teorizar el mundo
en nombre de los
Sistemas Globales. No queremos teorías que nos
expliquen en
abstracto los sistemas y que luego podamos aplicarlas a
cualquier tiempo
y lugar. Sino que queremos entender cómo funcionan
el/los sistema/s
en este lugar, ahora. Cómo opera el "'Patriarcado
Capitalista
Blanco' (¿cómo deberíamos llamar a esta escandalosa
Cosa?)"
(Haraway, 1995)
(25).
Por otra parte,
la idea de los múltiple sistemas nace de y nos hace ser
conscientes de
las diferencias entre mujeres. Y esto, en el terreno
económico,
es fundamental, porque no todas tienen la misma relación con
el mercado de
trabajo, ni con el trabajo de cuidados, ni el mismo riesgo
de
empobrecimiento,... ni siquiera todas están instaladas en la
precariedad
-precariedad con respecto a los trabajos, a los ingresos, a
los tiempos de
vida..-, aunque la precariedad es hoy uno de los nexos
fundamentales, en
sus distintas dimensiones y grados, entre muchas
mujeres. Y si las
diferencias entre mujeres siempre han sido un factor
crucial, con el
aumento de la inmigración a los países del centro
-nuestro
contexto- es, si cabe, todavía más ineludible.
Y, por
último, la idea de los múltiples sistemas supone un reto clave a
las divisiones
económico / no-económico, que tan asociadas han ido a los
pares capitalismo
/ patriarcado, clase / género, material / cultural
etc. Es decir,
nos hace introducir en el análisis económico cosas que
habían
permanecido desterradas de él, en el limbo de lo cultural e
ideológico:
los cuerpos, las sexualidades, las subjetividades. Las
concepciones de
lo económico siempre han operado mediante una clara
exclusión
de todos estos factores, exclusión mediante la cual lo
público,
la economía, se ha construido como el terreno masculino en
oposición
al terreno femenino y sus características asociadas: la
corporeidad, lo
natural, los sentimientos... Intentar reconstruir el
significado y la
visión de lo económico desde el feminismo implica
integrar todos
estos elementos, comprender cómo operan y se re-crean los
cuerpos sexuados,
las identidades individuales y colectivas en el
conjunto de las
esferas económicas, no sólo en los mercados, aunque
también.
Por eso no nos sirve intentar extender los paradigmas
existentes
-economía neoclásica, marxismos...-, porque su están
creados
sobre la
exclusión. Y, aunque puedan sernos herramientas útiles en casos
concretos, ya no
nos nombran el mundo (económico), sino que comenzamos a
nombrarlo con
nuestras propias, nuevas palabras.
5. PARTIENDO DE
UNA NUEVA PERSPECTIVA
Queremos empezar
a mirar y a nombrar la realidad de una forma nueva,
diferente,
intentando trazar nuevas líneas trasversales que alcancen
(porque alcanzan)
a todos aquellos espacios sociales que se nos muestran
desarticulados,
escindidos, sin conexión. Queremos aportar algo de luz a
la
confusión reinante en el uso de términos como
"políticas de igualdad"
o
"conciliación de la vida familiar y laboral", porque tras esos
términos
suelen esconderse los viejos discursos, vestidos para la
ocasión
con lo "políticamente correcto", pero sin variar
prácticamente
un ápice
el lugar al que miran y desde el que nombran: público,
mercados,
masculino, occidental, blanco, heterosexual. Con los mercados
situados como
epicentro de la organización social, en un mundo que nos
hace imaginar un
espacio público y otro privado, nosotras queremos
distanciarnos de
los análisis que tienen a los mercados como objeto de
interés
preferente (aunque sea desde una posición antagonista).
Afirmar la
primacía de la satisfacción de las necesidades humanas y la
sostenibilidad
social como objetivo básico de la sociedad, nos obliga
iluminar el lugar
social prioritario en el que se realizan dichos
objetivos: el
grupo doméstico. Entendiendo por tal una red de afectos,
de fidelidades,
de responsabilidad y de interdependencia, pero también
una red de juegos
de dominación y subordinación, que tiene límites poco
precisos y a la
que todavía no sabemos dar otro nombre. Una red de
atención y
cuidados tendida a través de la sociedad, que se extiende y
se ramifica, pero
que a veces también se contrae o se rompe y se re-crea
buscando nuevas
formas e itinerarios para cumplir su papel de
infraestructura
básica de la vida humana. Queremos poner en el centro de
la
cuestión los requerimientos del grupo doméstico para resolver las
necesidades
materiales e inmateriales de las personas que lo integran,
porque
consideramos que es desde estos procesos desde donde se debe
partir para mirar
y nombrar la realidad social en la que vivimos. En
este caso,
pretendemos iniciar brevemente algunas líneas de análisis
sobre las
contradicciones del trabajo de cuidados con el mercado laboral
y las
políticas que pretenden solucionarlas. Empezaremos por señalar
algunos rasgos
del grupo doméstico en nuestro entorno más cercano y de
su
situación actual.
6. CAMBIOS EN EL
GRUPO DOMÉSTICO Y DISTRIBUCIÓN DE LOS TRABAJOS
Hablábamos
antes del grupo doméstico, como lugar de convivencia, como
articulador de
estrategias para la vida, como espacio del trabajo de
cuidados y del
afecto, pero también de su relación con el mundo exterior
(los mercados,
las instituciones) y, como no, de sus amplios límites que
van más
allá de las personas que componen la unidad familiar. Ahora
vamos a ver
algunas de las características de este grupo doméstico.
En el estado
español hasta hace poco más de treinta años el escenario
familiar era
bastante distinto al actual. Esto no quiere decir que no
hayan sobrevivido
algunas de sus lacras y de sus virtudes. Este proceso
de cambio,
común a todo el denominado mundo occidental, ha tenido y
tiene unos rasgos
peculiares en nuestro país. En el franquismo la
familia fue un
pilar fundamental de la estructuración social (familia,
municipio,
sindicato). Se trataba de una familia extremadamente
jerárquica,
donde el marido / padre ostentaba explícitamente el poder
(26). En ella se
daba un rígido reparto de funciones entre hombres y
mujeres. "Traer el dinero a casa" era
un importante atributo masculino
que ocultaba no
sólo el enorme esfuerzo añadido que tenían que hacer las
mujeres para
sacar adelante a la familia, sino el trabajo remunerado que
muchas de ellas
también realizaban, aunque fuera estrictamente por
necesidad. Las
"virtudes" de la familia (sobre todo de las numerosas)
eran exaltadas
por todas las instancias públicas y desde las
instituciones, el
púlpito y los medios de comunicación se insistía
machaconamente en
el modelo a cumplir por las mujeres: paciencia,
abnegación,
entrega total... (ya lo decía la señora Francis... si te
pega, hija
mía, aguanta, ten paciencia... piensa en tus hijos).
El modelo
fordista de familia (27), totalmente funcional para el mercado
en este contexto,
suponía la existencia de un cabeza de familia,
trabajador
asalariado con disponibilidad total para el mercado laboral y
único
proveedor de ingresos monetarios. Este varón protagonista estaba
acompañado
-necesariamente- por una mujer dedicada en cuerpo y alma al
trabajo
doméstico y al cuidado familiar (y extra-familiar). Madres,
cuñadas,
abuelas, nueras, hijas, vecinas, amigas... establecían las
redes necesarias
para abarcar las múltiples tareas derivadas de atender
a los
hombres-fuerza de trabajo (que no cuidaban ni de sí mismos) y a
todas aquellas
personas de su entorno que lo necesitaran. Un enorme
esfuerzo
invisible y gratuito de las mujeres, cuya desvalorización (28)
permitía
ocultar la dependencia de la economía de mercado respecto a
este
"no-trabajo", sin el que no podría sobrevivir.
Con la
transición política española este escenario sufrió
cambios de
forma acelerada.
Las mujeres, sobre todo las jóvenes, comenzaron a
introducirse cada
vez más masivamente en el mercado laboral. Muchas ya
no lo
hacían porque el salario del marido o del padre no fuera
suficiente, sino
porque querían tener sus propios ingresos. La
independencia
económica era necesaria para posibilitar la autonomía y la
capacidad de
decisión de las mujeres sobre su propia vida, pero un
empleo era algo
que iba a limitar el tiempo y la dedicación que requería
la tradicional
profesión de las mujeres: "sus labores". Pero, además,
¿qué
era eso de "sus labores"? En ese momento el trabajo doméstico,
con
todos sus
sambenitos, y entendido entonces en su faceta más material, se
veía como
una atadura del pasado de la que había que huir lo más deprisa
posible.
Sin embargo, no
era un trabajo que pudiera dejar de hacerse. Se podía no
tener la casa
como los chorros del oro, incluso alardear de ello para
epatar a las
más "antiguas", pero las necesidades seguían
ahí. Había que
seguir comiendo,
habitar un lugar con una mínima higiene, vestirnos...
pero
también había que cuidar a las criaturas, a quienes enfermaban o
a
las personas
ancianas incapacitadas para cuidar de sí mismas. Pero, aún,
había
más: todas estas tareas estaban cargadas de emociones, de
sentimientos,
cuyo valor no se había tenido suficientemente en cuenta y
que,
además, representaban una tensión añadida: la
culpabilidad.
Muchas nos hemos
preguntado "pero, ¿la liberación era esto?".
Habíamos
salido de la
sartén para caernos en el cazo salarial (con la sartén
incluida). Y ya
en el cazo laboral (discriminadas y en muchos casos
precarias) las
mujeres tuvimos que seguir haciendo el trabajo "de la
casa" porque
se entendía que era un asunto "nuestro". La mayoría de
los
hombres siguieron
considerándose ajenos a estas tareas a pesar de que
las mujeres
intentásemos (y no con poco esfuerzo) que las compartieran
(todavía
hoy la tele da clases de técnicas de resistencia pasiva (29)).
Desde las
instituciones, las ayudas eran más bien escasas y su lógica
era facilitar
que, ante las empresas, nos pareciéramos lo más posible a
los hombres (a su
forma de vida, a su disponibilidad) para que no te
discriminaran por
ser mujer. Vamos, que al trabajo (asalariado, claro)
no se puede ir
acompañada de los problemas de atención familiar.
Una mujer, si
quiere un empleo, tiene que disponer de una
infraestructura
suficiente (familiar, pública o privada) que la
sustituya durante
su jornada laboral, determinada exclusivamente por las
exigencias
organizativas de la empresa. Esto es una muestra de la
centralidad del
mercado en la organización social y de cómo sus
imperativos se
consideran inflexibles frente a la necesidad de atender
al cuidado de las
personas, algo realmente esencial para la
sostenibilidad
social. Las mujeres nos incorporamos y permanecemos en el
mercado laboral
como una anomalía (y debemos seguir siéndolo (30))
porque es una
estructura pensada para personas que no tienen que cuidar
de nadie. Esta
paradoja insostenible constituye la "normalidad" desde la
que se construyen
las retóricas de igualdad y conciliación.
La etapa
posterior al franquismo también trajo otras transformaciones en
la
organización familiar. El grupo doméstico al que podemos
referirnos
hoy tiene muchas
formas. No sólo se ha llenado de otras voces que han
llegado de todas
las partes del mundo, sino que está compuesto por
múltiples
combinaciones: personas ancianas que viven solas (31),
familias
monomarentales y minoritariamente monoparentales, amigas/os que
viven juntas/os,
parejas homosexuales o heterosexuales con o sin
hijas/os,
jóvenes que comparten piso cómo única forma de
independizarse,
familias que
comparten piso como única forma de sobrevivir... Estas
combinaciones se
entrelazan entre sí para poder conjugar los afectos y
los desafectos,
las necesidades materiales e inmateriales y, como no,
para enfrentarse
a una vida cada vez más marcada por las inhumanas
exigencias de la
globalización. Redes para la sostenibilidad de la vida,
donde las mujeres
siguen teniendo un papel esencial, ya que siguen
siendo las que
mayoritariamente las mantienen y las nutren, todavía hoy,
desde la
invisibilidad.
Sin embargo, no
podemos olvidar que, aunque también ha sufrido cambios
en sus relaciones
internas, la forma más generalizada de organización
sigue siendo
todavía la denominada familia nuclear. Quizá el cambio más
determinante
proviene de la nueva posición de las mujeres, que se
rebelan contra el
papel social que se les había asignado y quieren ser
protagonistas de
sus propias vidas. Este cambio está suponiendo fuertes
tensiones en las
relaciones de poder intrafamiliares (32) y, entre otras
cosas, avanzar
(muy lentamente) hacia una forma de familia más
igualitaria,
aunque no sin una gran resistencia masculina. En los casos
más
extremos, el desafío que supone para algunos hombres esta nueva
libertad de las
mujeres y la pérdida de poder y control que lleva
aparejada, son
intolerables. Su respuesta es la violencia, una enorme
violencia que
comprobamos cotidianamente (33).
LA CRISIS DE LOS
CUIDADOS
Con la quiebra
del modelo de familia fordista, en la que la
infraestructura
social doméstica y de cuidados se resolvía mediante la
dedicación
exclusiva de las mujeres a este trabajo gratuito, nos
encontramos ante
un nuevo escenario, que supone también la quiebra de la
antigua
estructura de cuidados, en la que la reciprocidad diferida
garantizaba que
las personas que eran cuidadas en su infancia y en su
juventud,
serían en el futuro cuidadoras de sus mayores. Pero, aquí
también
hay que hablar en femenino. Hasta hace treinta años era obligado
que una
hija-esposa-madre se dedicara en exclusiva a la familia para
cuidar,
dependiendo del ciclo vital, a su esposo e hijas/os y a sus
padres cuando
fueran ancianos. Estas tareas también se extendían a las
personas de su
entorno que pudieran necesitarlo de forma puntual. Ahora,
nos encontramos
ante un nuevo marco social donde las personas
dependientes
encuentran cada día más dificultades para que sus
necesidades sean
atendidas. Con la inversión de la pirámide poblacional,
el problema se
agudiza sobre todo en el caso de las personas ancianas
(34). Sin la
corresponsabilización de los hombres, sin servicios
públicos
suficientes, con una organización social estructurada en torno
a las necesidades
de los mercados y no a las de los seres humanos, las
mujeres seguimos
cubriendo las necesidades del grupo doméstico, a menudo
de forma
simultánea a nuestra participación en el mercado laboral. Las
dobles y triples
jornadas, la doble presencia, la presencia / ausencia,
son
términos que se han ido acuñando desde el feminismo para poner
nombre a esta
nueva realidad, que no sólo es terriblemente injusta con
las mujeres, sino
que es a todas luces insuficiente para resolver las
necesidades
sociales de trabajo de cuidados.
Esta
situación se despliega sobre un mundo globalizado por unas
políticas
neoliberales que generan precariedad laboral, incrementan la
presión
sobre el trabajo de cuidados y propagan la mercantilización de
todos aquellos
aspectos de la vida que pueden ser transformados en
dinero,
difundiendo un individualismo cada vez más feroz. La lógica de
los beneficios se
apodera también de esta necesidad social para
convertirla en
una nueva fuente de negocios. Mercados de servicios para
aquellas mujeres
que puedan pagarlos y mercados de empleo precario para
las mujeres
más desfavorecidas. La globalización, y sus efectos sobre
países de
la periferia, está produciendo fenómenos como la
inmigración
que terminan
relacionándose con el trabajo de cuidados. Las condiciones
de vida en sus
países de origen obligan a muchas mujeres a abandonar a
sus propias/os
hijas/os, dejándoles al cuidado de alguna mujer de la
familia, para venir aquí a cuidar a
nuestras/os hijas/os o a nuestras
personas mayores
a cambio de un salario, lo que habitualmente se produce
en condiciones
abusivas, debido a su estado de necesidad. De la misma
forma que el
mundo occidental se ha apropiado de las materias primas de
otros pueblos y
de sus trabajos, ahora parece que pretende también
apropiarse de sus
afectos. Se genera así lo que se empieza a denominar
la "cadena
de cuidados global", una cadena de mujeres que, desde el
trabajo
doméstico no remunerado o remunerado, se encarga de solucionar
esta necesidad
social. Esta cadena está llena de tensiones. Las
diferencias entre
mujeres crecen y antiguas relaciones de poder (señora
- criada) vuelven
a manifestarse bajo nuevas formas.
Pero, ni siquiera
estas fórmulas son suficientes para resolver el
déficit de
cuidados. Lo serán menos en un próximo futuro. El problema es
de una enorme
magnitud y se manifiesta de manera cada vez más aguda.
Como respuesta se
han ido poniendo en marcha alternativas, desde
distintas
perspectivas políticas, que tienen como ejes la "igualdad de
las mujeres"
y los problemas para atender a las necesidades sociales de
cuidados, pero
que, en ningún caso ponen en tela de juicio la
centralidad de
los mercados en la organización social. Partiendo de esa
base, estas
alternativas no pueden ser más que simulacros que
acrecientan,
aún más, la confusión reinante, en la que siempre queda
oculta la
incompatibilidad del funcionamiento y de la lógica del mercado
laboral con la
atención a las necesidades humanas y la lógica del
cuidado. Aunque
un análisis pormenorizado de las alternativas que se
plantean tanto
desde el ámbito de las instituciones estatales, como
desde otros
ámbitos políticos y sociales, excede el objetivo de este
texto, queremos
señalar algunas de los ejes del discurso oficial. De los
múltiples
ejemplos que podían citarse, hemos elegido la Ley para la
Conciliación
de la Vida Familiar y Laboral de las Personas Trabajadoras,
aprobada en el
año 1999, ya que es un claro exponente de la lógica
oficial, que, por
otro lado, no ha sido impugnada como tal por lo que
podemos englobar
en el término "la oposición". Las críticas a
esta Ley,
que han sido
muchas, se han centrado en la mayoría de los casos en
aspectos
concretos de su articulado, pero no en su lógica interna.
En su
Exposición de Motivos, la Ley alude, en primer término a tres
preceptos
constitucionales. En primer lugar, al derecho a la igualdad
ante la ley. En
segundo lugar al deber de los poderes públicos de
asegurar la
protección social, económica y jurídica de la familia. En
tercer y
último lugar al deber de los poderes públicos de promover las
condiciones para
la participación de los ciudadanos en la vida política,
económica
y cultural. Es decir, empieza por vincular varios temas que,
efectivamente, lo
están: la igualdad de las mujeres y su derecho a
participar en la
vida económica y la protección a la familia, o lo que
es lo mismo: el
derecho (formal) de las mujeres a tener un empleo y como
los efectos que esto
puede producir sobre la institución familiar. Su
preocupación
no carece de sentido. La Ley continua señalando que la
incorporación
de las mujeres al trabajo (35) ha motivado uno de los
cambios sociales
más profundos de este siglo, lo que hace necesario
configurar un
sistema que contemple las nuevas relaciones sociales.
Inmediatamente
después se aborda la necesidad de conciliación del
trabajo y la
familia (que, por lo que se ve, no da ningún trabajo). Pero
¿de
configurar qué nuevo sistema se está hablando? ¿qué
tipo de
conciliación?
Antes de seguir,
es conveniente indagar acerca de las causas por las que
la
incorporación de las mujeres al trabajo asalariado ocasiona estas
dificultades,
especialmente para atender la necesidad social de cuidado
de las personas
dependientes. Una de las más importantes es el propio
mercado laboral,
que con su organización autorreferente no contempla más
que sus propias
necesidades, y donde una persona que tiene un empleo
está
obligada (legalmente) a priorizar sus requerimientos si no quiere
perderlo. Si esta
lógica es inapelable ¿de qué conciliación estamos
hablando? Las
exigencias del mercado laboral impiden cumplir el
prioritario
objetivo social de los cuidados (36). Un verdadero nuevo
sistema
sólo es posible si el eje de la organización social son las
necesidades de
las personas y no el mercado laboral.
Sin embargo, no
parece que vayan por ahí las cosas. Basta citar este
párrafo de
la Ley: "Con la finalidad de que no recaigan sobre los
empresarios los
costes sociales de estos permisos, lo que podría
acarrear
consecuencias negativas en el acceso al empleo, especialmente
de la
población femenina,..."
ALGUNA
CONSIDERACIÓN FINAL
No es necesario
un análisis exhaustivo de la ley de conciliación para
apreciar que la
lógica de la organización social permanece, no sólo
inamovible, sino
sin cuestionar. Los mercados siguen entronados y todo
aquél
trabajo o situación vital que imponga límites o condiciones sigue
viéndose
como una anomalía, una desviación. Sin embargo, todas estas
políticas
utilizan cierta retórica apropiada del feminismo. Se están
produciendo
cambios sociales fundamentales, en los que un antiguo status
quo -un modelo de
trabajador asalariado a tiempo completo, con todo un
conjunto de
mujeres detrás encargadas de los cuidados gratuitos de la
población,
estado y mercado huyendo de ninguna responsabilidad al
respecto- se
está volviendo insostenible. Estos cambios no sólo "tienen
que ver" con
las mujeres, sino que están íntimamente ligados a una
estructuración
social en la que mercados y subordinación de las mujeres
son
términos profundamente interconectados. En este momento de crisis,
quizá
podamos aprovechar para romper el círculo vicioso por el que la
dominación
de las mujeres se re-crea de múltiples formas en el devenir
del sistema
económico. Sin embargo, los discursos predominantes, se
sitúan
claramente en una posición contraria a nuestros intereses
feministas, a
pesar de, en ocasiones, robarnos términos o argumentos
edulcorados y a pesar
de tener de su parte al feminismo
institucionalizado.
En este contexto, hemos de tener claras nuestras
ideas y ello
pasa, inevitablemente, por un duro proceso de debate y
reflexión
en el cual podamos construir un discurso colectivo. Los puntos
comentados a lo
largo de este texto son simples apuntes de algunos de
los debates por
los que, quizá, deba pasar ese proceso de reflexión
conjunta. En ese
sentido, nuestra apuesta es por colocar la
sostenibilidad de
la vida en el centro de nuestra atención, para poder
nombrar a sus
protagonistas, ver nítidamente las actuales prioridades
sociales,
vislumbrar las profundas y complejas ramificaciones de las
relaciones
sociales de poder, incluyendo aquellas entre mujeres y
conectar
diferentes facetas de nuestras vidas que tan a menudo aparecen
desarticuladas
-trabajo, afectos, familias, cuerpos...- generándonos una
dolorosa y
maligna escisión, teniendo que entender de forma separada
aquello que
vivimos simultáneamente.
Notas
(1) Un debate fundamental en torno a la
economía feminista (que puede
leerse en
términos de la eterna discusión sobre la igualdad y la
diferencia) es el
si queremos asimilarnos a los paradigmas económicos
existentes. Es
decir, si queremos ampliar las teorías ya desarrolladas
(neoclásicas,
keynesianas, marxistas...), centradas en los mercados y
que parten de una
atención primera y básica al trabajo asalariado, a las
vivencias de las
mujeres: p. e. ¿cómo se insertan las mujeres en el
mercado de
trabajo?, ya que vemos que se insertan de forma diferente,
¿será
por que sus trabajos no remunerados les influyen?. O si, por otra
parte, queremos
resaltar la(s) diferencia(s), lo cual implica, de forma
crucial, quitar a
los mercados del lugar privilegiado de atención.
(2) Claro
está, entre debate y debate, hemos dejado de vislumbrar esa
división
en principio tan clara de lo material y lo cultural.
(3) La segunda ola del feminismo
conllevó un gran interés por el
trabajo
doméstico, visto como la, o una de, las bases materiales de la
opresión
de las mujeres. Intentar entenderlo en relación al capitalismo,
es decir, aclarar
su estatuto conceptual y, por tanto, si la lucha por
la
liberación de las mujeres debía ser parte de la lucha de clase
contra
el capital o si
debía ser una lucha autónoma, fueron los ejes del
llamado debate
sobre el trabajo doméstico, que, de clara impronta
marxista,
duró desde finales de los 60 hasta principios de los 80. Un
buen balance es
Molyneux en Borderías et al. (1994). Citemos algunas
autoras: V.
Beechy, L. Benería, M. Benston, M. R. Dalla Costa, S.
Himmelweit, P.
Morton∑
(4) El conjunto
de artículos incluidos en Borderías et al. (1994) dan
una buena idea de
cómo ha evolucionado el concepto trabajo y los debates
en torno a
él. Particularmente, la introducción hace un repaso
exhaustivo.
(5) Es una
opción, claro está, no exenta de riesgos, como el caer en
visiones
románticas de estos trabajos, desviando la atención de sus
dimensiones
negativas.
(6) Para datos
globales, PNUD (1995) establece que las mujeres realizan
más de dos
tercios del trabajo no remunerado mundial. Para el caso
español,
ellas se encargan del 75% (Encuesta sobre Uso del Tiempo
CSIC-ASEP, 2000
en Durán, 2001). Al no existir un método unitario para
contabilizar esta
actividad, los datos varían, pero siempre corroboran
esa
participación femenina mucho mayor.
(7) La crítica
a la retórica del altruismo va junto a la crítica de la
asunción
del egoísmo en los mercados. Los motives que mueven a la gente
en los mercados
son mucho más amplios que el puro egoísmo. La crítica
feminista, por
tanto, pretende hacer más compleja, pero menos sesgada,
la
comprensión de los motives tras las actividades económicas. Ver,
por
ejemplo, Hartmann
y Folbre en Carrasco (ed.) (1999).
(8)Para una
discusión sobre el tercer sector, ver Grupo de Estudios
Feminismo y
Cambio Social (2001).
(9) Es muy
común en la literatura de economía feminista hablar del
trabajo de
subsistencia como diferenciado del trabajo doméstico. Sin
embargo, esto se
hace en base a llamar trabajo de subsistencia a todas
aquellas
actividades realizadas, más o menos, en los límites espaciales
o personales del
hogar y que no se incluyen en la definición occidental
de trabajo
doméstico. Por ejemplo, mientras que cocinar es trabajo
doméstico,
cultivar hortalizas en Guatemala para luego cocinarlas es
trabajo/agricultura
de subsistencia (por cierto, no queda muy claro si
cultivar
hortalizas en un rincón del jardín de una casa en Zamora,
pongamos por
caso, también es agricultura de subsistencia). Por tanto,
diferenciar
trabajo de cuidados y de subsistencia implica un fuerte
sesgo
etnocéntrico que preferiríamos evitar. Un crítica puede
verse en
Wood (1997) que
conecta los sesgos androcéntricos y etnocéntricos de
muchas
concepciones feministas de lo que es trabajo.
(10) Y, en todos
los casos también, parece haber claras diferencias por
géneros,
bien en el tiempo de trabajo (las mujeres dedican muchas más
horas a la ayuda
familiar no reconocida), bien en el tipo de trabajos
realizados.
Mientras que el trabajo comunitario masculino suele
dirigirse a
actividades políticas, el de las mujeres suele ir hacia la
satisfacción
directa de necesidades humanas, tanto si hablamos de
comedores
populares en países de la periferia, como de cooperativas de
cuidados en las
zonas industriales deprimidas del Reino Unido o el
"voluntariado"
del estado español.
(11) Un buen
debate sobre las razones de la invisibilidad, además de
sobre las ideas
de los trabajos y los tiempos, y su articulación social
hoy para el
contexto del estado español es Carrasco (2001).
(12) Este primer
reconocimiento de la coexistencia de lo público y lo
privado
corresponde a la economía política clásica.
Posteriormente, con
la creciente
importancia de los mercados como centro del discurso y de
la
atención social, la esfera de lo privado despareció de la vista.
Algunas autoras feministas
reclama una vuelta a la economía política
clásica,
eliminando los diversos sesgos androcéntricos que encerraba.,
por ejemplo,
Picchio del Mercato en Borderías et al. (1994).
(13) Carraco
(2001) habla de "la poderosa 'mano invisible' de la vida
cotidiana",
Folbre (2001) prefiera usar el termino de "corazón
invisible".
(14) Los trabajos
de las mujeres se invisibilizaron no sólo en el
terreno de lo
privado, también en el de lo público. Numerosas mujeres
han estado
presentes siempre en el mercado de trabajo, aunque se suponga
que "las
mujeres se han incorporado" a partir de la IIGM. En la
invisibilización
de estas mujeres concurren temas de clase -la
experiencia de
las burguesas está mucho más limitada al hogar- además de
la
operación, en este caso más imaginaria que real, de la
división
público/privado.
(15) Datos de
Carrasco y Mayordomo (2000).
(16)
También hay que afirmar que el 26% de las mujeres están ausentes
de
esta esfera y
este hecho, aunque no haya espacio aquí para comentarlo
como merecería,
es digno de mucho debate, porque nos lleva directamente
al asunto de las
diferencias entre mujeres.
(17) De nuevo,
falta espacio para discutir tantas cosas∑ En primer
lugar,
¿economía informal o sumergida, que termino preferimos?,
¿u otro?
(18) La feminización
del trabajo se refiera al proceso por el que "el
contenido y las
condiciones del trabajo hoy, impuestas tras violentas
reestructuraciones,
no son más que la extensión tendencial de las
características
del trabajo, tanto asalariado como no asalariado,
estructural e
históricamente asignado a las mujeres, al trabajo en
sentido
genérico"
(http://www.nodo50.org/enciclopediaespejos/enciclopedia/FEMINIZACION%20DEL%20TRABAJO.htm).
Esta
características incluyen: inseguridad, flexibilidad, precariedad,
adaptabilidad, no
distinción tiempo de vida y tiempo de trabajo, y esa
componente
afectiva y relacional. Usar este término es una forma de
resistencia ante
la apropiación de las experiencias femeninas. Lo que
esta ocurriendo
no es nuevo, sólo es nuevo para los hombres
(occidentales).
(19)
Evidentemente, nos referimos a las críticas que, mal que bien,
creen en el
estado del bienestar y tratan de extenderlo o modificarlo,
mejor no hablar
de quienes pretenden destruirlo en aras del libre
mercado. Entre
las críticas feministas Del Ré (199?), Laurin Frenette
(2001)
(20) Por ejemplo,
muchas/os de las/os autoras/es en torno al debate
sobre el trabajo
doméstico, sobretodo, cuando se fue volviendo más
teórico y
perdiendo el compromiso feminista. El patriarcado es
beneficioso para
el capital, por ejemplo, reproduciendo de forma barata
la fuerza de
trabajo, o porque genera la existencia de un ejército de
reserva (las
mujeres). Una versión más actual y que liga el patriarcado
con occidente
(una lacra capitalista y occidental que se extiende por el
mundo) es M. Mies
(1994).
(21) Por ejemplo,
S. Firestone (1971).
(22) Por ejemplo,
I. Young.
(23) Las llamadas
teorías de los sistemas duales, entre las autoras, H.
Hartmann (1980) y
los artículos de Eisenstein en el libro del cual es
editora (1979).
(24)
Críticas feministas a la idea de objetividad son, por ejemplo,
Haraway (1995) y
Harding (1996).
(25) No toda la
gente que aboga por los sistemas duales comparte estas
ideas.
Todavía hay quienes creen en la objetividad y en la posibilidad
de sistemas
abstractos que nos expliquen la totalidad del mundo, p.e.
Beasley (199)
(26) Hasta la
transición las mujeres al casarse se obligaban a obedecer
a sus maridos, a
los que correspondía en exclusiva la patria potestad de
las/os hijas/os,
durante largo tiempo las mujeres necesitaron el permiso
de su esposo para
tener un empleo, no podían tener cuentas propias en el
banco... ...
(27) Nos
referimos fundamentalmente a los sectores urbanos y / o
industrializados,
ya que en las zonas rurales los grupos domésticos que
no
dependían totalmente del mercado mantenían otras formas de
organización,
aunque sobre la base de una estructura familiar igualmente
opresiva.
(28)Ya hemos
comentado en qué sentido hablamos de desvalorización.
(29) Anuncio:
Hombre friega platos y, mientras, dice a su hijo (para que
vaya
comprendiendo de qué va el tema): "si no quieres fregar... hazlo
mal...".
Bueno, para no ser malas hay que terminar diciendo que la
calidad del
lavavajillas que se anuncia descubre la estratagema.
Mensaje: los
hombres son irreformables y la relación de desigualdad con
las mujeres,
insuperable. Pero el mercado tiene la solución con un buen
lavavajillas.
(30) Si no
queremos vernos convertidas en una nueva versión del homo
economicus imaginado por el liberalismo (en su
versión laboral)
(31) El
incremento de personas que viven solas, no sólo ancianas, es una
muestra de
cómo tampoco nos vale la definición de "grupo"
doméstico como
unidad de
convivencia, ni la de "hogar" unipersonal. Esta persona no es
un
"grupo" y, salvo en casos excepcionales, está inserta en una
red de
interdependencia,
más allá de los muros de su propia "hogar".
(32) Aunque nos
estemos refiriendo a la relación de poder más
significativa, la
de los hombres sobre las mujeres, no hay que olvidar
otras
jerarquías, como por ejemplo la que supone la edad.
(33) La
denominada "violencia doméstica" no es la única
violencia contra
las mujeres y debe
entroncarse con las formas más duras de resistencia
patriarcal. En
los patriarcados de consentimiento también la violencia
es esencial para
mantener la posición estructural de poder de los
hombres.
(34) En 2010
habrá en nuestro país entre 1.725.000 y 2.352.000 personas
mayores
dependientes y la población cuidadora se reducirá potencialmente
en un
millón de personas (Fuente: Asamblea Mundial sobre Envejecimiento,
marzo 2002)
(35) Como puede
verse la utilización del término "trabajo" para
designar
exclusivamente al
asalariado, produce el ocultamiento del trabajo no
asalariado
realizado por las mujeres. Parece que, de repente, las
mujeres nos hemos
incorporamos al "trabajo", como si no hubiéramos
trabajado nunca.
El camuflaje no sexista con el que han querido vestir
esta ley, cuyo
nombre no habla de "trabajadores", sino de "personas
trabajadoras"
(lenguaje bastante insólito en la legislación y que no
conocemos que se
haya vuelto a utilizar) no llega mucho más allá de su
título.
(36) Tampoco
podemos olvidar la responsabilidad de unos poderes públicos
que legislan para
que los empresarios tengan todo el poder que necesiten
para hacer y
deshacer a su antojo.
BIBLIOGRAFÍA
Borderías,
C.; Carrasco, C. y Alemany, C. (comp.) (1994), Las mujeres y
el trabajo:
algunas rupturas conceptuales, Icaria, Barcelona.
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