Tránsitos
feministas
Cristina
Vega
«Escapar o es cosa hecha o jamás se
hará. Las preguntas tienden generalmente hacia un futuro. El futuro de
las mujeres, el futuro de la revolución, el futuro de la
filosofía, etcétera. Pero mientras tanto, mientras que uno anda a
vueltas con esas preguntas, hay devenires que actúan en silencio, que
son casi imperceptibles. Pensamos demasiado en términos de historia,
personal o universal, pero los devenires pertenecen a la geografía, son
orientaciones, direcciones, entradas y salidas»
(Deleuze, G y Parnet, C., Diálogos, Pretextos,
Valencia, 1980)
«A pesar de este cuerpo intento llevar una vida
alegre y correcta»
(Ranma, del comic manga con el mismo título de
Rumiko Takahashi, Barcelona, Ediciones Glénat, 2001)
La propuesta
de escribir acerca de la institucionalización del feminismo quiero
convertirla, en esta ocasión, en una excusa para hablar en voz alta
sobre el momento presente del movimiento feminista, sobre lo que considero
algunos retos e incertidumbres apasionantes y sobre algunos puntos de
recursividad improductiva, de parálisis incluso que atenazan la
recomposición de un movimiento que en los últimos años ha
asistido a la desarticulación de numerosos grupos de mujeres y que en
estos momentos carece de la agilidad e imaginación necesarias para leer
y abordar algunas de las transformaciones que está imponiendo el
capitalismo patriarcal globalizado o, de forma más sugerente, el circuito
integrado[1].
Estos retales, escasamente
hilvanados, están hechos desde el tránsito. Tránsito entre
la intervención política y la investigación precaria y los
«trabajillos». Tránsito entre la escritura feminista
autónoma y las desacompasadas y contradictorias citas del movimiento de
resistencia global. Tránsito entre la entrecortada soledad organizativa
y la efervescencia en las redes. Desplazamiento que hace la vida y
confusión de las fronteras del «dentro» y
«fuera», de lo público y lo privado, del trabajo y la
existencia, de lo propio y lo ajeno en un continuum biopolítico[2] que desafía las
categorías –identidad, solidaridad, integración, igualdad,
liberación, etc.– con las que pensar la realidad
obligándonos a reenfocar los espacios y los tiempos.
Desplazamientos de identidad
Los tránsitos –los míos, los de
otras, los que hacemos juntas– son múltiples y en distintos
sentidos, no siempre agradables desde luego; sin embargo, pensar sus aperturas
internas (en los sujetos) y externas (entre los sujetos) y sus ambivalencias es
una tarea fundamental. Pensarlos en Europa al calor del cierre de fronteras y
la nueva ofensiva conservadora que aspira por ende a reformular el lugar de las
mujeres en relación a las exigencias de la nueva economía y del
sacrificio reproductivo se hace imprescindible. La movilidad por la
geografía del género y por el género de la
geografía se ve interceptada, abocada al lugar de sobra conocido o a un no
lugar que
impide la libre construcción de territorios habitables para todas.
Creo que estos tránsitos, que de algún
modo son desplazamientos de identidad o identificaciones –lesboprecaria,
madre-solaperiférica, transmigrante, etc.– tienen mucho que ver
con el célebre enunciado de «lo personal es político»
o «lo privado es polítco» como matizan algunas en el sentido
de que arrojan una nueva luz sobre la intimidad que los cambios económicos, por
ejemplo, están teniendo
para muchas mujeres en todo el planeta: precariedad laboral que condiciona la
composición de los hogares, sobrecarga en el cuidado que obliga a
determinadas decisiones afectivas de supervivencia, incertidumbre y
estrés que provocan angustia e inseguridad. Pero también a la
inversa, cambios en los modos de relación que están obligando a
una modificación de los diseños capitalistas, siempre a la
captura del exceso que es la vida: liberaciones personales y colectivas que se
traducen en decisiones reproductivas autodeterminadas –índices
demográficos, incertidumbres raciales, insubordinaciones sexuales–
o inquietudes materiales y/o espirituales que desencadenan un paso adelante en
la migración y que se ven nuevamente capturadas por el racismo, por la
falta de derechos y por la explotación laboral.
El capitalismo homogeneiza, segmenta, recorta…
gestiona y fagocita la materia que surge de la producción incesante de
subjetividad y de los diagramas, clasificaciones y jerarquías raciales,
sexuales y espaciales, que le proporcionan los sistemas de dominación
con los que intima. Algunas intervenciones feministas como las que tuvieron
lugar recientemente en el marco del Foro Transatlántico en Madrid en
contra de Inditex y Telefónica bajo el lema «Hagamos de nuestras
sexualidades, deseos y afectos un desorden global», el piquete de
encuestación de mujeres durante la huelga general del 20 de junio o la
huelga que en estos momentos están llevando a cabo las trabajadoras
despedidas por la Contrata Ferrovial en el Hospital Ramón y Cajal, por
hablar del contexto más cercano, ponen en evidencia la complejidad de la
intensificación y el entretejimiento de las políticas de
privatización, el recorte de los derechos sociales, civiles y laborales,
las desigualdades geográficas y de género y el mando sobre la
comunicación que tienen lugar en el capitalismo mundial integrado. Estas
luchas ponen, así mismo, de manifiesto el valor social de dimensiones
tales como la imagen, la atención, el bienestar y el cuidado[3].
La transposión que experimenta, por ejemplo, el
cuerpo de la dependienta de Zara o el de la joven trabajadora del Circo del Sol
que ha integrado una interpretación activa de la moda o de la compostura
hasta convertirla en hábito remite a esta intimidad. Evidentemente, la
corporeidad de esta mujer es anterior a su empleo en Zara, no podemos reducirla
a un mero efecto de su socialización en el trabajo. Sin embargo, resulta
inseparable de la misma desde el momento en el que su empleo demanda una
estilización que va más allá de la ropa.
¿Cómo experimenta esta mujer su cuerpo cuando sale de casa camino
del trabajo y, a la inversa, cuando regresa a casa sin desprenderse del
uniforme? ¿Qué tránsito tiene lugar en/a través de su cuerpo? No es
posible pensar en un fenómeno de estas características sin tener
presente un sujeto «intelectualizado» en el sentido de agente capaz
de fabricar y poner en circulación productos y/o ideas culturales y
capaz, así mismo, de subvertir o desplazar su funcionamiento[4].
La fuga
La
interrupción y el mando sobre los tránsitos ilustra, en
último término, lo que ya sospechábamos: que lo que hoy se
denomina imperativos económicos representa la imposición de una
ordenación y una disciplina determinadas en el cotidiano (¡se nos
ha olvidado que la economía, como dicen las economistas feministas,
puede ser otra cosa!) y que el deseo no se deja gobernar tan fácilmente.
Yann Moulier Boutang ha empleado la figuración
de la fuga –de
la plantación, de la servidumbre, del trabajo asalariado– para
explicar la positividad de los sujetos frente a los aparatos de captura y el
modo en el que éstos están constantemente nutriéndose y
modificándose con el fin de aprehender la liberación. La historia
del capitalismo, sostiene Boutang, es la historia del control de estas fugas,
que van mucho más allá del trabajo en tanto avatar del sujeto y
se extienden a la totalidad de la existencia cotidiana[5].
En un sentido similar, cabe afirmar que
la fuga de las mujeres con respecto al patriarcado a partir de la década
de los 60 se ha generalizado: fuga matrimonial, fuga de la maternidad como
destino, fuga de la norma heterosexual, fuga intelectual, fuga de la autoridad
religiosa y paterna, fuga de la madre-patria, etc.
El contrato sexual que según Pateman ponía de
relieve el carácter moderno de la dominación y de la
subordinación de las mujeres en la fundación de la sociedad civil
se ha resquebrajado, se está resquebrajando. El virus de la fuga y el
agenciamiento entre mujeres, movilizado por el movimiento feminista, se ha
hecho cada vez más extensivo y ha puesto de manifiesto, como en la
desesperada y apasionada huída de Thelma y Louise, la obscenidad de la dependencia
económica, de las diferencias salariales, de la violencia machista, de
la miseria sexual, de la mediocridad de la «mística de la
feminidad», de las complicidades patriarcales de la ley y el orden. Ha
puesto, así mismo, de manifiesto la potencia de las alianzas femeninas
para subvertir el mundo.
La fuga lleva implícita un
movimiento de autovalorización y crecimiento irreversible. La
relación de fuerzas es otra y las formas actuales de sujeción de
cuerpos, corazones y cerebros femeninos están siendo reformuladas a
raíz de este tremendo despliegue de energía pacificado por las
«políticas de igualdad»[6],
que si bien han constituido un profundo fracaso en lo que se refiere a los
cambios reales en las vidas de las mujeres (al menos en el contexto del Estado
Español) han asentado en la década de los 90 y coincidiendo con
el ascenso de la derecha el imaginario autocomplaciente del «esto ya no
es lo que era».
Como señalaba recientemente Maite
Ayllón, una compañera del MF de Madrid, integrado en la
Coordinadora de Organizaciones Feministas del Estado Español, la
irrupción institucional con el PSOE en el gobierno no sólo supuso
la «suplantación» y fragmentación por parte del
Instituto de la Mujer de la voz de las mujeres y del movimiento feminista sino
una decisión deliberada de ruptura del mismo por medio fundamentalmente
de la política de subvenciones. Efectivamente, esto ya no es lo que era;
la cuestión ahora es saber cómo se está recomponiendo el
nuevo mapa de la dominación patriarcal, cuáles son sus nodos,
cuáles sus fisuras.
Gestos estratégicos
Hoy, instaladas en los 2000, asistimos a una oleada
conservadora y neoliberal que reinterpreta, como ya comentábamos en otro
lugar[7],
cuestiones como la violencia contra las mujeres o las formas de la
reproducción a través de las políticas de
«integración de la vida familiar y laboral» bajo el prisma
de la flexibilidad, el gobierno a distancia y la gestión de la emergencia con su
obsesión por abordar las cuestiones sociales como problemas de seguridad
y control de riesgos.
En este sentido, las feministas que se
agarran desesperadamente al Estado social, allí donde éste ha
adquirido un desarrollo significativo, hacen quizá un gesto
estratégico necesario aunque inútil en su irreversibilidad, pero
no advierten o prefieren no enfatizar algunos hechos clave que en
términos generales se refieren a los dispositivos de control que el
Estado ha acondicionado históricamente para el control de las mujeres,
desde su exclusión de la esfera pública en el primer Estado
moderno y el disciplinamiento y la regulación sustentada en la
división sexual del trabajo en la familia en el Estado de Bienestar
hasta las formas de gestión asistenciales diferidas del Estado
neoliberal avanzado[8].
Preservando el caparazón de lo
público-estatal, el Estado ha ido progresivamente practicando un vaciado
de sus funciones, transfiriéndolas según el caso al sector
privado o al tercer sector[9]
al tiempo que preservaba las de monitorización y legitimación a
través de la comunicación en el espacio social. La derecha, al
menos en este país, se ha limitado a heredar y dar un empujón a
este modelo poniéndolo del revés, es decir, proclamando a los
cuatro vientos la necesidad de «agilizar» y desburocratizar las
instituciones para devolver la iniciativa a la dinámica sociedad civil.
Esta transformación silenciosa de la racionalidad administrativa no deja
de sorprendernos cuando escarbamos mínimamente y descubrimos que, en el
mejor de los casos, los servicios sociales efectivamente están
ahí pero que nosotras nos hemos convertido en clientes, asistidas o
subcontratadas.
Las mutaciones subjetivas y su
filtración a toda la cotidianeidad social que a lo largo de tres
décadas provocara el feminismo y, en particular, el movimiento feminista
en tanto encarnación de una vida política distinta, inquieta y
sometida a debate en las luchas de liberación –luchas en el
terreno de las representaciones, de los placeres, de los derechos civiles,
etc– están hoy estancadas o en franco retroceso.
La victoria en el campo de la igualdad de
derechos formales no ha alcanzado a repensarse de forma colectiva como un paso
útil aunque insuficiente y, en ocasiones, perverso para una
rearticulación de los deseos de las mujeres. Esto no quiere decir ni
mucho menos que se hayan alcanzado todos los derechos formales –¿Cuántos
y cuáles serían todos y para todas?– o que se estén
implementando realmente. En algunos lugares del mundo occidental están
más bien en peligro, como sucede con el derecho al aborto en Estados
Unidos; en muchos, los derechos son constantemente rediseñados para la
dependencia o ni siquiera han llegado a desarrollarse como es el caso de los
que deberían amparar a las mujeres inmigrantes sin papeles
víctimas de la violencia machista.
En este sentido, las batallas de las
personas transexuales y de las prostitutas y sus aliadas constituyen un reto
fundamental, una politización del tránsito que opera
simultáneamente sobre la identidad sexual, el trabajo, la
formulación de los derechos y tantas otras cosas.
La forma política feminista
actual, al menos la hegemónica, es la del lobby o grupo de presión que ha asumido
la capilaridad del feminismo y las prácticas institucionales de
fragmentación, y «trabaja» a destajo desde la ONG, las
empresas de formación o el sindicato elaborando listas, proyectos,
servicios, haciendo informes, viajando a Bruselas o montando alguna que otra
concentración.
En la universidad, donde yo trabajo
in-and-out, más bien esto último, la profusión de
«estudios de género» es apabullante aunque, eso sí,
éstos sigan perteneciendo –en muchos casos por vocación de
las propias estudiosas– al acotado coto de las «cosas de
mujeres», los empleos en condiciones ínsólitos y la
pasión política –la que podría provocar un
agenciamiento político de la intelectualidad feminista–
prácticamente nula. En los espacios institucionalmente mediados donde se
practica el feminismo se ha renunciado de manera más o menos
explícita, si es que alguna vez se albergó, al desarrollo de una
reflexión colectiva encaminada a rearticular un movimiento amplio que se
enfrente a los nuevos y viejos desafíos.
Desmemoria
Desde los grupos e iniciativas feministas
autónomas, por lo menos desde las que yo frecuento, se producen
intervenciones puntuales sugerentes que no acaban de conformar una
práctica política sostenida, de acumulación de memoria,
reflexión y potencia, que sea capaz de hacer propuestas públicas
ricas, ágiles y no totalizadoras en temas tan importantes como la
feminización de la pobreza y el trabajo precario.
El exceso de prudencia, la desmemoria de
las eclosiones pasadas y futuras, la falla entre los propósitos
personales y los colectivos y los cortes «administrativos» entre
espacios, momentos y colectividades son algunos elementos de esta
descomposición que ya de por sí merecen una indagación pausada.
Hacer de los afectos, las sexualidades y los deseos un desorden global,
politizar nuevamente el placer, interrumpir las segmentaciones y
normatividades; estos son nuestros gritos de guerra. En la última
«manifestación» del día del orgullo lesbiano,
transexual y gay algunas personas llevaban carteles en los que se podía
leer: «el PP nos odia». A ver, ¿por qué nos odia el
PP? Pues porque introducimos un desorden innecesario en una heterosociedad que
ya de por sí les cuesta controlar; las familias se desbaratan, cambian,
las unidades domésticas no hay EPA que las entienda, la doble jornada
nos tiene extenuadas, el índice de natalidad de las
«nacionales» anda por los suelos y ahora encima vienen estas locas
y dicen que se quieren casar, que se quieren operar a cuenta de la seguridad
social pero que no quieren ser clasificadas en función de sus genitales.
¡Tránsitos!
El PP nos odia porque además de
representar una dislocación del modelo de regulación sexual
dominante, el de la familia heteropatriarcal, con el que la reproducción
social marcha divinamente (para algunos), estiramos los límites de lo
existente. ¿Hasta dónde la insubordinación?
¿Cuánto va a costar en términos sociales,
simbólicos, económicos…? ¿Cómo va a
determinar esta apertura el acceso a los derechos y a los recursos? Tienen
miedo de que la boda no nos domestique ya de una vez por todas y luego
propongamos casarnos de tres en tres o de veinte en veinte, que no nos queramos
poner el babi o que desobedezcamos en masa y vayamos todas a casarnos en grupo
y por la iglesia con personas sin papeles. Eso ya sí que sería
too much.
Para una cartografía del patriarcado
Existe un debate teórico sobre qué
sustenta el patriarcado contemporáneo, debate que en muchos casos se
resuelve a la vieja usanza, es decir, bajo la fórmula de la
opresión fundamental y la identificación de las fuentes
primordiales del poder haciéndolas extensivas a todas las relaciones de
dominación. Para Jónasdóttir[10],
por ejemplo, lo que hoy sustenta el patriarcado, y está hablando desde
lo que ella entiende por sociedades occidentales, implícitamente
uniformes en el sentido étnico, sexual y de clase, es la materia que proporcionan los procesos
socio-sexuales, fundamentalmente, «el amor socialmente organizado».
Ahí y no meramente en el trabajo
como sostenían las marxistas durante los debates que tuvieron lugar en
la década de los 70 es donde la promesa de la igualdad como horizonte
más o menos consumado se topa con su límite propio: un
intercambio desigual de cuidados y placer entre hombres y mujeres. De acuerdo
con esta reformulación materialista de las tesis radicales en torno a la
sexualidad, se sostiene de modo sugerente que el capital se están
volviendo cada vez más dependientes del poder recreativo del amor. Las
mujeres se implican activamente en intercambios desiguales no dominados
necesariamente por la violencia y la coherción, los hombres alienan y
explotan las capacidades de las mujeres para el éxtasis erótico y
el cuidado y el déficit de dignidad persiste[11].
El interés del planteamiento de Jónasdóttir se topa
irremediablemente con dificultades insalvables.
Por un lado, la ya indicada: su
abstracción de las articulaciones múltiples y complejas del poder
según la raza, la clase social, la edad, el lugar de procedencia, la
localización, las sexualidades y todos las partículas
existenciales habidas y por haber. Sólo las operaciones
cartográficas permiten hoy, a pesar de que los brutos anden por
ahí echando espumarajos contra las políticas de la identidad y de la localización[12], comprender los nodos o
estratificaciones del poder. Sólo un pensamiento cartográfico nos puede ayudar a entender
prácticas tan importantes en el mundo actual como la constitución
de las «cadenas mundiales de afecto y asistencia», que representan
una transferencia singular de sentimientos que hacen que éstos no puedan
concebirse como «recursos» que pueden arrebatarse a una persona en
un lugar del planeta y dárselos a otra en otro, pero que tampoco son
completamente distintos a un recurso[13].
El análisis de estas transferencias sólo es
posible teniendo en cuenta, entre otras cosas, las prácticas y
requerimientos afectivos que operan en distintos lugares del mundo y las
dislocaciones y recomposiciones múltiples a las que se ven sometidas las
familias y los hogares en el mundo globalizado. Por otro lado, la
simplificación a la que esta autora somete al amor, a menudo confundido
con el matrimonio, con las relaciones heterosexuales de pareja, con la sexualidad
o con la identidad sexual, en consonancia, en último término, con
los imperativos binarios sobre los que se sustentan lo que Teresa de Lauretis
denomina tecnologías del género.
El amor aparece estructuralmente disociado de otros
aspectos de la existencia como la organización social del trabajo, la
puesta a punto de la reproducción en el seno de los hogares –por
ejemplo, a través de la externalización de algunas actividades
«amorosas»–, la privatización de la asistencia, los
hogares en la diáspora, las condiciones de vida en la ciudad o la
emergencia de las nuevas tecnologías con sus particulares expresiones de
sexo y amor.
A pesar de considerar el amor (¿entre mujeres y
hombres? ¿en pareja?) como una fuerza activa y generadora de valor, y no como una maldición (como
pensaban las feministas culturales), como un delirio de sensualidad y bajo una
mistificación del «vínculo» (como sostienen algunas
feministas de la diferencia) o como un modo de producción en el sentido
más estrecho del término[14],
Jónasdóttir no explica de qué está hecho el amor,
cuáles son su(s) historia(s), cuáles sus cualidades, cómo
opera en el nivel de la micropolítica, cómo se solidifica, en
definitiva, cómo el amor se convierte, así mismo, en una fuerza
domesticada e indómita[15].
El análisis de
Jónasdóttir tampoco hace justicia a las fugas de las que hablaba
anteriormente. Las parodias del amor romántico o de la entrega incondicional
a un hombre –paradigma dominante del amor que se emplea en estos
análisis– están en crisis, a pesar de que algunas amigas
insistan en lo contrario
a la vista de las representaciones más comunes en el cine y la
literatura, y a la luz de la experiencia de muchas mujeres
«realizadas» que en último término se sienten solas e
infelices y añoran otro tipo de relaciones. Yo, por mi parte,
apostaría a que las niñas ya no juegan con las Barbies del mismo modo,
a que en la representación de los géneros se ha colado con
más fuerza el juego pervertido de la parodia, un cierto escepticismo,
una desnaturalización desubicada, una ironía pragmática si
se quiere.
Si me he detenido en la propuesta de
Jónasdottir es por dos motivos. Por un lado, porque nos devuelve a un
modo de análisis que aísla analíticamente e incluso
jerarquiza las formas de dominación. Por otro, porque se centra en un
campo complejo –el del afecto, la sexualidad, el deseo, la
atención, etc.–, con una enorme reflexión feminista a las
espaldas, que está en el núcleo de una transformación
social clave que atañe conjuntamente a la producción social entre sujetos y a los procesos de
(auto)producción de/en los sujetos.
Situar la reproducción en el centro
Las transferencias en forma de esfuerzo emocional a
familias, empresas, ongs, individuos e intituciones semi-públicas es una
fuente de trabajo femenino, aunque no sólo, que se ha visto socializada,
con o sin salario, durante las últimas décadas. El trabajo sexual
no ha sido ajeno a esta dinámica; internet es un claro ejemplo de ello.
Así, por un lado, asistimos a modificaciones importantes del circuito
del «amor privado», cada vez más alejado de la forma
contractual de la familia nuclear heteropatriarcal en sus modalidades
más autoritarias y, por otro, a la irrupción de lo que
podríamos llamar el «amor público» al que se concede
un valor ínfimo en el mercado y fuera de él, que además se
acentúa con las desigualdades de la presente globalización.
Nancy Fraser tiene razón cuando
sostiene que este modelo se aleja de la autoridad y el parentesco pero se
equivoca cuando siguiendo a Eli Zaretsky defiende la autonomía de lo que
esta autora llama «vida personal», «un espacio de relaciones
íntimas que incluye la sexualidad, la amistad y el amor, que ya no puede
ser identificado con la familia y que es experimentado en su desconexión
con respecto a los imperativos de la producción y la
reproducción».
Decir que «el modo de
regulación sexual» no es simplemente «una parte de la
estructura económica» no equivale a decir que es independiente,
particularmente si aceptamos que la producción y reproducción de
las normas, significaciones y construcciones de la personalidad, incluyendo las
concernientes a la sexualidad, se articulan materialmente, también en el
terreno de la economía, algo que Fraser, frente a Butler, no está
dispuesta a admitir[16].
Si pensamos que esto es así, que como apunta Foucault más
allá de algunos análisis marxistas, el poder y las cuestiones
relativas a la reproducción están, de manera creciente,
subsumidas en la producción, y que ésta se define en
términos económicos pero no sólo (¡por dios!),
entonces la propuesta feminista de «situar la reproducción en el
centro»[17] se
convierte en un vuelco fundamental. Un vuelco que precisa de una
articulación política más amplia y precisa; de unas
alianzas híbridas y sospechosas para la desobediencia global.
Hablar desde dónde
El feminismo, a lo largo de su historia de
diálogos y encontronazos como movimiento y en su alianza con distintas
perspectivas, nos ha proporcionado, particularmente en los últimos
años, valiosas herramientas con las que leer y actuar sobre la realidad.
La teoría y la práctica de
la «ubicación» y la «experiencia» en la
crítica antiesencialista de la ciencia y el humanismo, de las imposturas
frente a las disciplinas raciales y culturales y de la intervención
cotidiana sobre los placeres y las hibridaciones de las queer son, en su mezcolanza, algunas de ellas.
No podemos conformarnos con posiciones acomodadas que se limitan a resistir
desde la consabida falta de reconocimiento de la que tanto nos resentimos las
mujeres y mucho menos renunciar a una articulación política en
nombre de una reflexión sobre el carácter paradójico del
poder cuyo efecto sea el estar atenazadas por el fantasma de la dominación
y la totalización[18].
Si es cierto, como sostiene D. Haraway, que «la única manera de
encontrar una visión más amplia es estar en algún sitio en
particular», construyamos esos sitios, transitémolos y sigamos
conversando.
1 De acuerdo
con la imagen que propone Donna Haraway: Ciencia, cyborg y mujeres, la
reinvención de la naturaleza, Barcelona, Cátedra Feminismos,
1991.
2 Acerca de la biopolítica véase la obra de M. Foucault.
Más cosas en: http://www.sindominio.net/arkitzean/otrascosas
y en Hardt, M. y Negri, T. Imperio, Barcelona, Paidós, 2002, también
disponible en la red.
3 Más información sobre estas intervenciones en diversos
artículos publicados en http://acp.sindominio.net/article.
4 Sobre estas transposiciones y «múltiples
presencias», véase el dossier del colectivo Sexo Mentiras y Precariedad, 2000.
5 Véase la entrevista realizada en
1999 por Stanley Grelet «El arte de la fuga» en: http://www.sindominio.net/arkitzean/espacioliso.htm.
6 "Ética y estética: aportes feministas a los
movimientos sociales», Jornadas Feministas, Córdoba 2000, Feminismo
es y será,
Universidad de Córdoba, 2001.
7 Véase Vega, C. Y Marugán, B., «El cuerpo
contra-puesto. Discursos feministas sobre la violencia contra las
mujeres» y «Gobernar la violencia. Apuntes para un análisis
de la rearticulación del patriarcado», http://www.cholonautas.edu.pe/genero.htm.
8 Existe una extensa literatura sobre la crítica feminista al
Estado del Bienestar. Me gustaría destacar:
Del Re, A. «Tiempo del trabajo asalariado y del trabajo de
reproducción», Política y Sociedad, 19, 1995, págs. 75-81 y
Carrasco, C. (ed.), Mujeres y Economía. Nuevas perspectivas para viejos y nuevos
problemas, Barcelona,
Icaria, 1999.
9 Grupo de Estudios Feminismo y Cambio Social, «La
domesticación del trabajo. Trabajos, afectos y vida cotidiana», Feminismo
es y será, 2001.
10 Jónasdóttir, G. A., El poder del amor ¿Le
importa el sexo a la democracia?, Madrid, Cátedra, 1993.
11 "El amor es una especie de poder
humano inalienable y con potencia causal, cuya organización social es la
base del patriarcado", pág. 311.
12 Los detractores de la
política de la identidad la caracterizan en su conjunto como una defensa
de las diferencias esencializadas; una pluralidad de identidades marginalizadas
que son las que habitan el debate del multiculturalismo al uso. Desde esta
perspectiva, se generalizan las propuestas no ya de las gentes subalternas y
sus formas de lucha sino su propia teorización sobre el sujeto y el
poder. Todo esto revuelto con una suerte de encono con el postmodernismo,
así no más, y tendremos una de las corrientes más
reaccionarias de nuestro tiempo en la que la izquierda más caduca se
funde en un mortal abrazo con la derecha, esta última más
preocupada por controlar y deslindar las diferencias que por meterlas a todas
en el mismo saco. El ataque a lo que se entiende como feminismo postmoderno,
con sus dentro/fuera y demás contorsiones de sujeto descentrado e
incoherente, también es objeto de ataque, aunque en ocasiones no
adquiera apenas la sombra de un fantasma. Sobra señalar las
concomitancias entre este tipo de posturas y la visión hegemónica
post-11 de septiembre. Para una reflexión crítica sobre las
políticas de la identidad: Bondi, L. «Ubicar las políticas
de la identidad», Debate Feminista, año 7, vol. 14, págs. 14-37 y Butler,
J. «Encuentros transformadores», en Beck-Gernsheim, E., Butler J. y
Puigvert, L. Mujeres y transformaciones sociales, Barcelona, El Roure, 2001.
13 Hochschild, R. A., «Las cadenas mundiales de afecto y
asistencia y la plusvalía emocional», en A. Giddens y W. Hutton, En
el límite,
Barcelona, Tusquets, 2001.
14 La primera posición estaría encarnada por B. Adrea
Dworkin y C. MacKinnon; con respecto a la segunda, véanse los
comentarios de R. Osborne frente a M. M. Rivera en Violencia de
género y sociedad: una cuestión de poder;
con respecto a la tercera, véase el capítulo V de Jane
Flax, Psicoanálisis y feminismo. Pensamientos fragmentarios.
16 J. Butler, «El marximo y lo meramente cultural», N.
Fraser, «Heterosexismo, falta de reconocimiento y capitalismo: una
respuesta a Judith Butler», New Left Review 2, 2000 págs. 109-121 y 123-134.
Véase también Hardt, M. y Negri, T., 2002.
17 Grup Dones i Treballs, Ca la Dona, Barcelona, «Repensar desde el
feminismo los trabajos y los tiempos en la vida cotidiana» y
«¿Qué hacemos con el trabajo doméstico?», en Feminismo
es y será,
317-324 y págs. 467-474.
18 Sobre las paradojas del poder y la subjetivación
–«cómo adoptar una actitud de oposición ante el poder
aun reconociendo que toda oposición está comprometida con el
mismo poder al que se opone»–, sus callejones sin salida, sus
ambivalencias y emergencias, véase Butler, J. Mecanismos
psíquicos del poder. Teoría sobre la sujeción, Barcelona
[1] La imagen tecnológica del circuíto integrado permite a Donna Haraway teorizar la red de relaciones sociales –hogar, mercado, puesto de trabajo remunerado, Estado, escuela, clínica-hospital e iglesia– desde el punto de vista de las sociedades capitalistas avanzadas. Así, mientras que con este término Haraway evoca el entretejimiento entre estas dimensiones, mediante el de informática de la dominación se refiere a «la intensificación masiva de la inseguridad y el empobrecimiento cultural con un fallo común de la subsistencia de las redes para los más vulnerables» (pág. 295). Ciencia, cyborg y mujeres, la reinvención de la naturaleza, Barcelona, Cátedra Feminismos, 1991.
[2] Acerca de la biopolítica: Foucault, M., «Nacimiento de la biopolítica», Archipiélago, 30, 1997, págs 119-124 e Historia de la sexualidad, Madrid, Siglo XXI, 1995. Más cosas en: http://www.sindominio.net/arkitzean/otrascosas y en Hardt, M. y Negri, T. Imperio, Barcelona, Paidós, 2002, también disponible en la red.
[3]
Más información sobre estas intervenciones en: http://acp.sindominio.net/article.pl?sid=02/05/20/0131215&mode=thread,
http://acp.sindominio.net/article.pl?sid=02/05/19/0014252&mode=thread,
http://acp.sindominio.net/article.pl?sid=02/05/27/229240&mode=thread,
http://www.nodo50.org/upa-molotov/infos/articulosmolo26/huelgapeques.htm,
y http://www.nodo50.org/railesverdes21/noticias/limpiezas.htm.
[4] Sobre estas transposiciones y «múltiples presencias», véase la colección de textos recogidos en el dosier del colectivo Sexo Mentiras y Precariedad, 2000.
[5] Véase Yann Moulier Boutang: De l'esclavage au salariat. Économie historique du salariat bridé. PUF (Actuel Marx/Confrontations), 1998. Véase, así mismo, la entrevista realizada en 1999 por Stanley Grelet «El arte de la fuga» en: http://vacarme.eu.org/article15.html, http://www.sindominio.net/arkitzean/espacioliso.htm.
[6] «Ética y estética: aportes feministas a los movimientos sociales», Jornadas Feministas, Córdoba 2000, Feminismo es y será, Universidad de Córdoba, 2001.
[7] Véase Vega, C. Y Marugán, B., «El cuerpo contra-puesto. Discursos feministas sobre la violencia contra las mujeres» y «Gobernar la violencia. Apuntes para un análisis de la rearticulación del patriarcado», http://www.cholonautas.edu.pe/genero.htm.
[8] Existe una extensa literatura sobre la
crítica feminista al Estado del Bienestar. Me gustaría destacar:
Del Re, A. «Tiempo del trabajo asalariado y del trabajo de
reproducción», Política y Sociedad, 19, 1995, págs. 75-81 y las
reflexiones que aparecen en Carrasco, C. (ed.), Mujeres y Economía. Nuevas perspectivas para viejos y
nuevos problemas,
Barcelona, Icaria, 1999.
[9] Esta reflexión ha sido ampliamente desarrollada por el Grupo de Estudios Feminismo y Cambio Social, «La domesticación del trabajo. Trabajos, afectos y vida cotidiana, Feminismo es y será, 2001.
[10] Jónasdóttir, G. A., El poder del amor ¿Le importa el sexo a la democracia?, Madrid, Cátedra, 1993.
[11] «El amor es una especie de poder humano alienable y con potencia causal, cuya organización social es la base del patriarcado contemporáneo. El amor hace referencia a las capacidades de los seres humanos (poderes) para hacer y rehacer ‘su especie’, no sólo literalmente en la procreación y socialización de los niños, sino también en la creación y recreación de los adultos como existencias socio-sexuales individualizadas y personificadas», pág. 311.
[12] Los detractores de la política de la identidad la caracterizan en su conjunto como una defensa de las diferencias esencializadas; en este caso, no se trataría de una única identidad –la hegemónica–, sino de una pluralidad de identidades marginalizadas que son las que habitan el debate del multiculturalismo al uso. Desde esta perspectiva, se generalizan las propuestas no ya de las gentes subalternas y sus formas de lucha sino su propia teorización sobre el sujeto y el poder. Todo esto revuelto con una suerte de encono con el postmodernismo, así no más, y tendremos una de las corrientes más reaccionarias de nuestro tiempo en la que la izquierda más caduca se funde en un mortal abrazo con la derecha, esta última más preocupada por controlar y deslindar las diferencias que por meterlas a todas en el mismo saco. El ataque a lo que se entiende como feminismo postmoderno, con sus dentro/fuera y demás contorsiones de sujeto descentrado e incoherente, también es objeto de ataque, aunque en ocasiones no adquiera apenas la sombra de un fantasma. Sobra señalar las concomitancias que se están produciendo entre este tipo de posturas y la visión hegemónica post-11 de septiembre. Para una reflexión crítica sobre las políticas de la identidad: Bondi, L. «Ubicar las políticas de la identidad», Debate Feminista, año 7, vol. 14, págs. 14-37 y Butler, J. «Encuentros transformadores», en Beck-Gernsheim, E., Butler J. y Puigvert, L. Mujeres y transformaciones sociales, Barcelona, El Roure, 2001. Para una reflexión feminista sobre el 11 de septiembre: http://sindominio.net/unomada/desglobal/1/transnac.html.
[13] Hochschild, R. A., «Las cadenas mundiales de afecto y asistencia y la plusvalía emocional», en A. Giddens y W. Hutton, En el límite, Barcelona, Tusquets, 2001.
[14] La primera posición estaría encarnada, en distinto grado y modo, pór autoras como Kathleen Barry, Adrea Dworkin y Catherine MacKinnon; con respecto a la segunda, véanse los recientes comentarios de Raquel Osborne en relación al libro de Maria-Milagros Rivera, Mujeres en Relación (Feminismo 1970-2000), Barcelona, Icaria, 2001, en «Ni demonios ni mártires. La «impotencia» de las mujeres como fundamento de la violencia de género» en Violencia de Género y sociedad: una cuestión de poder; con respecto a la tercera, véase el capítulo V de Jane Flax, Psicoanálisis y feminismo. Pensamientos fragmentarios.
[16] J. Butler, «El marximo y lo meramente cultural», N. Fraser, «Heterosexismo, falta de reconocimiento y capitalismo: una respuesta a Judith Butler», New Left Review 2, 2000 págs. 109-121 y 123-134. Véase también Hardt, M. y Negri, T., 2002.
[17] Grup Dones i Treballs, Ca la Dona, Barcelona, «Repensar desde el feminismo los trabajos y los tiempos en la vida cotidiana» y «¿Qué hacemos con el trabajo doméstico?», en Feminismo es y será, 317-324 y págs. 467-474.
[18] Sobre las paradojas del poder y la subjetivación –«cómo adoptar una actitud de oposición ante el poder aun reconociendo que toda oposición está comprometida con el mismo poder al que se opone»–, sus callejones sin salida, sus ambivalencias y emergencias, véase Butler, J. Mecanismos psíquicos del poder. Teoría sobre la sujeción, Barcelona, Cátedra, 2001.