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NO HAY SINO RESPUESTAS A RESPUESTAS.
La intervención consta de dos exposiciones diferentes que responden
también a dos biografías diferentes. Como se verá
no hay diálogo entre los dos textos, sin embargo, sí es cierto
que se cruzan, se oponen y que también cada uno resuena en el otro.
I
Puede ser un buen punto de partida para entrar en esta obra inmensa
que es Mille Plateaux, arrancar de dos pequeñas citas a pie de página.
Lo que voy a hacer, por tanto, es citar dos citas con la pretensión
de reconstruir la obra entera de Deleuze.
En la primera cita (página 175) Deleuze-Guattari compara
y diferencia su concepto de disposición - esta unidad de cofuncionamiento
que involucra lo más variado: cuerpos, palabras...- respecto del
concepto de dispositivo de poder de Foucault. La diferencia esencial sería
que para Deleuze-Guattari primero está el deseo, la línea
de fuga, en su plenitud y positividad y no como una respuesta o reacción.
En otras palabras, se podría afirmar que para ambos autores la disposición
es de deseo, y que el poder siempre viene después, en tanto que
captura, territorialización de este deseo.
En la segunda cita (página 589) Deleuze-Guattari compara,
pero esta vez, iguala la concepción que es la suya y que anteriormente
hemos comentado, con la relación que existe entre el capital y el
trabajo en la corriente marxista conocida con el nombre de operaismo. La
referencia es, en concreto, a Tronti, Negri para quienes la clase obrera
es antes que nada un sujeto vivo, activo, con una preeminencia ontológica
frente al capital. Es decir: como el deseo frente al poder, la clase trabajadora
tiene que ser siempre y continuamente re-integrada en el Plan del capital.
Esta preeminencia ontológica es la que estaría detrás
del ciclo: lucha obrera(activa, pasiva etc)--crisis--reestructuración
o salto tecnológico.
Las dos citas a pie de página son complementarias y sirven
perfectamente para definir la posición filosófica de Deleuze.
Podríamos decir que a la famosa frase de Foucault (por lo demás
muy pocas veces realmente comprendida) : "No existen relaciones de poder
sin resistencias" Deleuze apoyándose en el operaismo italiano opone:
"Y siempre hay algo que huye (al poder)". Sería un error creer que
con este cambio de perspectiva seguimos estando en el interior de una discusión
política. El acercamiento de estas dos citas nos lleva mucho
más lejos. Nos deja en el centro mismo de la ontología social
de Deleuze.
Porque para Deleuze una sociedad no se define por sus contradicciones
(por ejemplo las contradicciones entre base y superestructura, fuerzas
productivas y relaciones de producción...) sino por sus líneas
de fuga, por las líneas de desterritorialización que la atraviesan,
por el modo como continuamente se está deshaciendo. Pero es más.
Esta primacía del deseo, de la fuga, en la filosofía social
y política tiene su correspondencia en la filosofía primera
de Deleuze. Es su intento de salvar la diferencia frente a todas las formas
de crucificarla (la diferencia encerrada en la identidad, la analogía,
la oposición, la semejanza) que lleva a cabo el pensamiento metafísico
desde Platón hasta el propio Heidegger. Con lo que al final resulta
que lo que había empezado siendo aparentemente una discusión
política acerca del poder, era en realidad, la exposición
de lo que es la vida. Más exactamente, de la intuición que
Deleuze tiene de la vida. Afirmar la inmanencia de las líneas de
fuga o del deseo en "lo social", es lo mismo que afirmar la vida como pura
fluencia sin forma, como puro indeterminado e ilimitado al que nada falta
y que continuamente escapa, como el agua escapa a la mano que quiere
cogerla.
Pero sucede algo extraño. Ante esta ontología de
lo social nosotros (y nosotros es un simulacro para poder hablar) dudamos.
Nos parece que el hombre y la mujer anónimo - que somos todos y
cada uno- que han puesto el "yo vivo" en el centro de su existencia, y
que se orientan en un espacio del miedo definido por dos vectores
(la muerte social que supone el paro y la precariedad, y el propio miedo
ante la fuerza del anonimato) están muy lejos de este deseo puramente
afirmativo, están muy lejos de poder actualizar una singularidad
preindividual y prepersonal. Dicho de otro modo: el plano de inmanencia
y el espacio del miedo nos parecen inconmensurables. Ante esta inconmensurabilidad
una sospecha nos envuelve: ¿Y si hoy tuviéramos que reterritorializar
el pensamiento de Deleuze ?
Reterritorializar el pensamiento de Deleuze consiste en poner
en el centro de su pensamiento un acontecimiento que para él no
tiene estatuto de tal. Un acontecimiento que su teoría del acontecimiento
no podía pensar: la derrota. La derrota, el fracaso, el hecho de
que los que queríamos cambiar la vida y transformar el mundo
hemos sido vencidos. Las fechas múltiples y conocidas podemos
indicarlas todos: mayo 1968, 1977 (Italia)... Y digo que su teoría
del acontecimiento no puede concebirlo como tal porque, diciéndolo
en sus mismos términos, habiéndose realizado en las cosas-
basta constatar la desarticulación técnica y política
de la clase trabajadora - no existe una proposición que pueda expresarlo,
no existe un verbo que pueda decirlo tan grande es su magnitud.
Y entonces sucede que, en el mismo instante, en que la derrota,
el fracaso en "asaltar el cielo" se pone como el acontecimiento verdaderamente
determinante, como el acontecimiento que define y es nuestra Noche del
Siglo, o sea, nuestro estar perdidos, entonces en el mismo instante las
líneas de fuga que Deleuze propugnaba se convierten necesariamente
en travesías del nihilismo. Travesías del nihilismo son las
puertas que se abren cuando pronunciamos las frases que dicen nuestra actualidad:
"estoy perdido", "estoy solo", "no hay nada que hacer"... porque únicamente
tenemos claro que hay que "resistir sin esperar nada". De otra manera.
Para nosotros que asumimos esta derrota no como algo externo sino como
constituyente de lo que somos, ya que cuando se juega de verdad la derrota
jamás es exterior - y esta asunción es fáctica y no
tiene nada que que ver con la memoria histórica - la vida no fluye
en "lo social" como esas líneas de fuga de las que habla Deleuze.
Al contrario: la vida misma hoy se ha hecho problemática en su propio
estatuto. Por eso: la vida no fluye quiere decir que la vida sólo
puede emerger. Que la vida es una emergencia y en un doble sentido:
una emergencia como peligro para el poder; una emergencia como riesgo
para nosotros. ¿Por qué es así? Porque la vida sólo
surge, sólo emerge cuando se hace del querer vivir un desafío.
De aquí que no sea suficiente un pensamiento de la diferencia que
promueve la proliferación del deseo basada en una ontología
que sustituye el "o bien, o bien " por el rizomático "y...y". Podríamos
afirmar que la actualidad nos pide un esfuerzo más. No basta con
hacer fluir la vida plegándose a las fuerzas que la atraviesan,
aboliendo toda distancia. Hay que hacer de la vida misma un desafío.
Ahora bien. ¿Qué implica este planteamiento que
es la base de una política nocturna? El querer vivir como desafío
no tiene nada que ver con la intensificación de una potencia
(de una potencia que coincidiría con el ser), pues con ello ignoraríamos
lo que es esencial: que el querer se pone precisamente como desafío
por su ambivalencia. En el carácter aporético de la constitución
del querer vivir en tanto que desafío está la fuerza y la
debilidad del propio querer vivir. Dicho en forma paradójica: el
querer vivir se pone como desafío gracias a su ambivalencia. Es
decir, la ambivalencia que construye/disuelve el orden es la condición
de posibilidad del desafío. Pero esta misma ambivalencia le impide
el ponerse como tal desafío. Las figuras de "lo social" que he analizado
en otro lugar (el extranjero, el marginado etc.) serían la traducción
sociológica de ello. La ambigüedad del hombre anónimo
frente al poder sería su traducción política. La ambivalencia
del querer vivir no puede por tanto aproximarse a partir de las múltiples
expresiones de la relación sujeto/objeto, ni de la oscilación
schopenhauriana de la voluntad de vivir pues el querer vivir es un verbo,
tampoco puede reconducirse a una u otra forma de "poder ser". La ambivalencia
del querer vivir es la expresión de la inadecuación entre
el querer vivir y el ser. Inadecuación que brevemente puede explicitarse
así:
* el querer vivir es: la pura fuerza de dispersión de
la vida (en las vidas paralelas vividas y no vividas que podemos abrir/cerrar).
* el ser es, en cambio: el recogimiento de dichas vidas. El ser nos
encierra en ser lo que somos. Por esto Artaud afirmaba que quería
liberarse de la "argolla del ser". Porque el ser es relación nos
salva, aunque también nos condena.
Esta inadecuación entre el querer vivir y el ser
aquí simplemente apuntada, o lo que igual, que el querer vivir siempre
esté más allá del ser (por eso es pura fluctuación
de la nada) es lo que permite que el querer vivir pueda ser a la vez fuerza
y relación. Pero el nombre de esta concomitancia, que no unidad,
entre fuerza y relación es justamente el de desafío. Un desafío
es un ofrecerse. En nuestro caso el querer vivir como desafío es
un "ofrecer la vida por nada". Y sin embargo hay que advertir en seguida
que la muerte no es capaz de desafío, la amenaza de la muerte únicamente
reproduce el poder. En cambio desafiar con la vida sí es un verdadero
ofrecerse. Este ofrecer tiene un doble sentido:
*el querer vivir (en tanto que desafío) ofrece resistencia cuando
se presenta como fuerza.
*el querer vivir ( en tanto que desafío) ofrece amistad
cuando se presenta como relación.
Lo que sucede es que esta concomitancia entre fuerza y relación
que define todo desafío, y en particular, el que nos ocupa, implica
necesariamente una des-substancialización. Para comprender lo anterior
el mejor ejemplo es el dinero. El dinero es la otra cosa que puede ser
simultáneamente fuerza y relación. El dinero es relación,
vínculo social y, eso, hoy más que nunca. Y, a la vez,
el dinero es una fuerza que empuja a la sumisión, a la prepotencia...
La condición de esta simultaneídad reside en que el dinero
es equivalente general, o sea, pura indiferencia que permite tanto el intercambio
relacional como su uso en tanto que fuerza.
El querer vivir como desafío comporta, por tanto, una
des-substancialización, un vaciamiento. Más exactamente.
Hacer del querer vivir un desafío es poner un desierto en el interior
de uno mismo: decir no a las sujeciones, a las dependencias. Es un estar
dispuesto a perderlo todo en cualquier momento. En definitiva, el querer
vivir como desafío se vacía de la forma sujeto y se
convierte en un sujeto imposible. Y no hay que olvidar que un sujeto imposible
es aquel que es insoportable. Insoportable frente al poder pero también
frente a sí mismo.
Cómo se materializa esta ambivalencia del querer vivir en el
sentido del desafío aquí apuntado requiere, paradójicamente,
un pensamiento de la unilateralización. Pero eso es ya otra cuestión.
Santiago López Petit
II
Ser hijo de la noche del siglo significa, antes que nada, haber nacido
en el espacio/tiempo de una derrota que ya no es nuestra, es decir, en
el espacio/tiempo de una derrota de la que no podemos disponer ya como
acontecimiento determinante. Ser hijo de la noche del siglo significa por
lo tanto estar ya embarcado en unas travesías que no dejan nada
atrás y que no tienen como punto de referencia ni siquiera la luz
ténue de lo que se ha perdido. Por otra parte, y paradójicamente,
ser hijo de la noche del siglo significa también ser heredero de
una manera de pensar y de vivir que nos hace prisioneros: la del posibilismo
y sus formas de relación con el tiempo. De esta manera, los hijos
de la noche del siglo hemos heredado del pasado un futuro hecho de posibles
pero desprovisto de fin último. En su estructura, ya vacía,
es donde se aprisiona y se ahoga la vida, que sigue presentándose
como lo que siempre está aún por hacer posible.
En esta encrucijada paradójica, donde nos atraviesan una derrota
que ya no es nuestra y un futuro que no nos pertenece, los hijos de la
noche del siglo ESTAMOS PERDIDOS sin HABER PERDIDO. Como a las criaturas
que Agamben, recuperando la simbología cristiana, sitúa en
limbo, no nos precede ningún pecado ni nos aguarda ningún
destino. Nuestra situación no es fruto de un castigo ni nuestro
estado es el de la angustia o la desesperación. Agamben añadiría
que a las criaturas que habitan en el limbo no les está reservado
ningún dolor, porque su estado es el de una impasible alegría
natural. Pero como veremos más adelante, toda forma de vida se despliega
hoy acarreando sus propias formas de dolor: la alegría no puede
seguir siendo nuestro criterio para juzgarlas. Parafraseando las palabras
de Agamben, podríamos resumir así el carácter límbico
de nuestra situación: somos criaturas irreparablemente extraviadas,
pero en una región situada más allá de la perdición
y de la salvación.
Para ser más precisos, tendríamos que decir que más
que ESTAR PERDIDOS ANDAMOS ya PERDIDOS en un mundo que paso a paso censura
y deslegitima nuestra protesta; un mundo hecho de gobiernos democráticos
que requieren continuamente nuestra participación, (des)compuesto
por familias estalladas que necesitan nuestra intervención y construido
por escuelas reformadas y maestros endulzados que obtienen nuestra más
íntima adesión; pero un mundo en el que a la vez nadie nos
necesita para trabajar y en el que tenemos que inventarnos el “para qué
servimos” cada día.
Cuando los posibles se han agotado en una derrota que ya no es nuestra,
dos ejes determinan nuestro pensar/vivir:
1- la IMPROPIEDAD que nos constituye
2- la IMPOSIBILIDAD bajo cuyo espectro se despliegan hoy todas las
formas de vida
1) Decir que no disponemos ni de la derrota como acontecimiento determinante
podría traducirse, en otros parámetros de la siguiente manera:
no tenemos nada propio pero nada nos ha sido expropiado. Con esto la impropiedad
que nos constituye salta rápidamente fuera del paradigma de la alienación
y de la polaridad dialéctica apropiación / expropiación.
La pregunta que debemos plantearnos no es ya entonces ¿cómo
salir de ella? sino ¿cómo relacionarnos con ella?
Esto nos obliga a prestar otra vez atención a Agamben, porque
su propuesta al respecto es un ejemplo perfecto para descubrir cuáles
son los límites que tenemos que evitar. Lo que propone Agamben es
APROPIARNOS DE LA IMPROPIEDAD. Esto quiere decir, por una parte, dejar
de ser sujetos de y dejar de estar sujetos a nuestras propiedades, para
devenir mediante un proceso de desidentificación unas singularidades
cualsea. Cualsea son aquellas que se singularizan por su ser así
o su ser tal, es decir, con total in-diferencia respecto a sus propiedades
(indiferencia significa aquí, concretamente, que ninguna propiedad
constituye diferencia alguna). Para Agamben, sólo ellas hacen pensable
una comunidad sin prejuicios y sin sujetos, una comunidad inesencial e
irrepresentable para la cual ya no valga la pertenencia a una determinanda
clase o conjunto sino la pertenencia a la pertenencia misma.
Lo que hasta aquí resulta una aproximación interesante
al problema que nos ocupa se revela , y éste es el primer límite
al que queremos apuntar, como una reformulación del viejo esquema
de la alienación. Porque, apropiarse de la impropiedad y hacerse
así singularidad cualsea no es para Agamben otra cosa que
recuperar la naturaleza lingüística del hombre, es decir, la
comunicatividad, que en la sociedad del espectáculo ha sido convertida
en un esfera autónoma que no sólo se ha separado de los hombres
sino que los separa entre sí. Apropiarse de la impropiedad, hacer
experiencia del lenguaje mismo sin contenido real alguno, es entonces abrir
el espacio de una comunidad que, rompiendo toda identidad o pertenencia
representable (poniéndose fuera y en contra del Estado) se construye
sobre una potencia o posibilidad esencialmente común: la comunicatividad.
Teniendo en cuenta lo que hemos dicho hasta aquí, la propuesta
de Agamben no sólo reformula el paradigma de la alienación
sino que se construye como un pensamiento que aún tiene la noción
de posibilidad en el centro. Y lo hace en un doble sentido: por un lado,
apropiarse de la impropiedad es considerado por Agamben como la única
posibilidad verdaderamente humana que se abre hoy para el hombre; y por
el otro, apropiarse de la impropiedad, hacer esta experiencia del lenguaje
sin contenidos o de la comunicatividad, es en definitiva existir como potencia,
que siempre es una potencia común (General Intellect). Éste
es el otro límite que queríamos señalar y que consideramos
especialmente importante porque nos conduce al segundo eje que a nuestro
entender determina el pensar/vivir de los hijos de la noche del siglo.
2) Para los hijos de la noche del siglo, para los que la derrota no
sirve ni como horizonte, la vida se despliega en todas sus formas bajo
el espectro de lo IMPOSIBLE, que es el que va de ES IMPOSIBLE VIVIR a ES
IMPOSIBLE NO VIVIR. Entre los extremos de esta polaridad discurre nuestra
experiencia, una experiencia que cuando se libera del posibilismo descubre
por fin que la vida ya no es lo que está por hacer posible.
ES IMPOSIBLE VIVIR, primer extremo de la polaridad, recoge nuestras
frustraciones, desengaños y prisiones. Es la expresión de
lo que nos captura y de lo que no escucha. Y a la vez es el lugar de nuestras
miserias, seguridades y mediocridades. Pero lo que esta expresión
no puede llegar en ningún caso a constituir es una coartada: es
imposible vivir no es el refugio del “aún no” y del “vivo que no
vive”, porque no tiene un después ni pone la vida en otra parte.
ES IMPOSIBLE NO VIVIR, el otro extremo de la polaridad que articula
nuestras formas de vida, es la única formulación de la que
disponemos para hacer lo que en Deleuze y en otras filosofías de
raíz nietzscheana sería afirmar o intensificar la vida. Pero
se ha dado un desplazamiento importante que hace que, bajo la formulación
“es imposible no vivir” no funcione ya la alternativa deleuziana que determina
el comportamiento de las líneas de fuga y de toda práctica
o experimentación en general. La alternativa deleuziana es la que
pone de un lado todas las formas de bloqueo, segmentación, estratificación
e incluso destrucción de la línea de fuga y, del otro, la
liberación de la línea que, haciéndose imperceptible,
crea alianzas y devenires múltiples que hacen proliferar el deseo
y la vida. En este caso, la línea que inventa posibilidades de vida
es creativa con toda su positividad y plenitud. Su efecto es multiplicador
de encuentros y alianzas impensadas y su expresión es la alegría.
Pero cuando nuestra relación con la vida se establece
bajo las formas de la imposibilidad, eso que en Deleuze siempre queda y
siempre huye, esa línea de fuga que se libera, se nos clava. La
vida se afirma y a la vez se nos echa encima. Este, a nuestro entender,
es el lugar en el que puede darse hoy toda experimentación que pretenda
no quedar prisionera del vacío de los posibles. Someter la experimentación
a este cambio de perspectiva, abandonar la invención de posibilidades
de vida para embarcarse en una multiplicación de los espectros de
lo imposible, puede tener sus resultados. Por ejemplo, un lugar como el
Laboratorio de Madrid podría ser pensado ya no como un lugar en
el que experimentar posibilidades de vida sino como un lugar en el que
la experimentación hace imposible no vivir (...)
Desde este planteamiento que acabamos de hacer, se hace obligado hacer
un aviso o puntualización sobre el error en el que muchas filosofías
de la vida pueden hoy incurrir cuando se privilegia la alegría y
su positividad como criterio para juzgar las formas de vida. Este error
lo expresa magníficamente un verso de Salvador Espriu:
“Preguntes fredament com estimo la vida,
quan no vols sentir què diria un crit.”
La pregunta que se plantea a partir de aquí es la siguiente:
¿qué consecuencias tiene hacer de este cambio de perspectiva
un atrevimiento?
Diremos algo sobre dos de ellas:
1) en primer lugar, se impone la necesidad de repensar la VIDA bajo
nuevos conceptos que den cuenta de las múltiples caras de su imposibilidad,
unos conceptos que, prescindiendo del recurso a la positividad y la plenitud,
consigan hacer suya la PROVOCACIÓN DE LA VIDA, de esa vida que podemos
provocar pero que a la vez, inesperadamente, nos provoca.
2) en segundo lugar y último lugar, atreverse a pensar y a vivir
las imposibilidades de la vida nos pone en otro lugar: a NOSOTROS dos,
que hemos hablado aquí, a todos nosotros, que estamos participando
en estas jornadas y a cualquier nosotros que se quiera o se pueda coagular.
La comunidad de Agamben, como hemos visto, era la comunidad que se construye
sobre la comunicación de una comunicabilidad; era la comunidad,
por lo tanto, que hace experiencia de una potencia o posibilidad común.
La de Deleuze sería la de una multiplicidad rizomática que
siempre se está rehaciendo gracias a la proliferación de
alianzas perversas y devenires minoritarios, posibles por la reserva que
siempre nos queda de virtualidad. Cuando el espacio/tiempo en el que habitamos
es el de los espectros de lo imposible, cuando el lugar de una potencia
común se hace problemático, la comunidad tiene que ser otra.
Podría ser, por ejemplo, una comunidad hecha de respuestas a respuestas,
una comunidad que, habiendo vaciado el lugar autoritario y jerarquizante
del que pregunta, permite todo tipo de usos y alianzas que no presuponen,
necesariamente, el lugar de un encuentro o de un lugar común.
Nosotros dos, actualizando en un breve espacio de tiempo lo que pueden
ser la totalidad de las jornadas y de los vínculos que se pueden
establecer entre nuestros discursos, cada uno con su texto, sus palabras
y sus experiencias nos hemos usado, respondido y aliado. No ha habido preguntas,
ni mucho menos diálogo. Lo que falta por saber, aunque en realidad
no importa mucho, es si ha habido un encuentro.
Marina Garcés
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