[Itzuli/volver]
LA
LUCHA CONTRA EL TAV
¿ASAMBLEAS O PLATAFORMAS?
Conferencia
leída en la Koldo Michelena Kulturgunean de Donosti, el
3 de enero de 2002
por Miquel Amoros
Dos, tipos de lucha aparecen frente a la devastación del
entorno social y la degradación de las comunidades. Uno
apuesta por reconstituir la comunidad al margen del orden
social dominante enfrentándose a él; el otro trata de actuar
desde dentro sirviéndose de las instituciones, buscando
objetivos limitados mediante la negociación. Estamos ante
la vieja alternativa entre Reforma o Revolución. Los partidarios
de las reformas y del diálogo con el orden establecido opinan
que no se deben oponer las mejoras cotidianas obtenidas
en los despachos a las metas finales perseguidas en la calle,
al fin y al cabo la meta, sea cuál sea, no importa nada;
el logro constante de las reformas lo es todo. Los partidarios
de la liquidación del orden. La forma en que el orden se
altera depende del momento; en la asamblea el nuevo grano
rompe la cáscara, es decir, el social piensan todo lo contrario:
que el fin lo es todo, que las reformas no son posibles
en las condiciones actuales de desarrollo capitalista y
que, no se pueden conseguir objetivos por mínimos que sean
sino tras duras luchas y amplias movilizaciones. También,
al fin y al cabo, entre las luchas, por detener los efectos
catastróficos del desarrollismo, y la reconstrucción de
una sociedad libre dónde el hombre, sea la medida de todas
las cosas, existe un lazo indisoluble: la luchas son el
medio, la humanización de la sociedad es el fin.
La
controversia entre los métodos institucionales y la acción
directa de masas no es pues una simple cuestión de táctica,
porque está en juego la propia existencia de los movimientos
de lucha contra la contaminación y la degradación en tanto
que movimientos reales de transformación social. Son métodos
que no se pueden combinar: o bien se escoge la vía de la
presión institucional y se aceptan las reglas del juego
político, o bien no, se aceptan y se escoge la vía de la
alteración movimiento de luchas encuentra su propio derrotero
y la adecuada expresión. Por este sistema de asambleas (el
único verdaderamente democrático) el movimiento de luchas
puede convertirse en un poder municipal paralelo y de eso
es precisamente de lo que se trata; por el sistema de plataformas
cívicas, el movimiento no pasará de ser un complemento secundario
de la política, el telón de fondo de las discusiones sobre
el nivel tolerable de la destrucción. Los plataformistas,
que no por casualidad suelen ser militantes sindicales o
políticos, buscan la resolución del conflicto entre jerarcas
abogados y expertos, olvidando que lo que está en juego
no son sus poltronas, sino la vida de la gente puesta sin
su consentimiento en la balanza de los intercambios mundiales.
Precisamente por eso, incluso la más modesta de las luchas
es demasiado importante para quedar en manos de esos aprendices
de brujo y la población afectada no puede encargarse de
asuntos que tanto le atañen sino a través de asambleas.
Los plataformistas aceptan la división de la sociedad entre
dirigentes que deciden sobre la modalidad de supervivencia
y dirigidos que consumen sus productos y usan sus servicios.
Para ellos han de ser los dirigentes quienes resuelvan,
cosa que no significa sino que administren el desastre.
Los asambleistas, que creen en cambio en la necesidad de
suprimirlo, pisan el mismo terreno que aquellos, pero han
de saber que están presentes en él como enemigos, so pena
de verse reducidos al papel de comparsas. El plataformismo
no es más que un intento de los elementos políticos y reformistas
que han ingresado en el movimiento de luchas para corromper
sus prácticas y reducir sus fines en beneficio propio. Es
una variante de lo que llaman en otras partes "ciudadanismo".
Las plataformas son agrupamientos de entidades variadas.
Las asambleas son reuniones de individuos desposeídos. El
problema de plataformas o asambleas, es básicamente, el
problema del carácter ciudadano o proletario del movimiento
de luchas:
Si contamos con que una parte de nuestras rentas del trabajo,
se invierte en medios de transporte que nos llevan al lugar
donde trabajamos, y que, una vez fuera de él ejercemos el
oficio de consumidor, concluiremos que la jornada laboral
no se termina en las puertas de la fabrica, de la oficina,
o dondequiera que curremos, sino que dura todo el día. Estamos
doble o triplemente explotados en el trabajo propiamente
dicho, en nuestros desplazamientos y en el ocio. Nuestra
jornada laboral dura veinticuatro horas. Somos proletarios
a tiempo completo: somos individuos privados permanentemente
de todo poder de decisión en la producción de nuestras condiciones
de existencia. Podremos tener toda clase de objetos que
representen hoy en día el confort y el bienestar, pero estamos
privados del derecho a organizar nuestra vida como queramos.
No somos dueños de nada y dependemos cada vez más de los
artilugios que nos rodean. Nos enseñan a desear nada más
que lo que se nos ofrece con la promesa de ser un poco más
libres pero jamás nuestra existencia estuvo tan condicionada,
ni tuvo tantas cadenas, y jamás la esclavitud fue tan aclamada
como libertad. Cada novedad técnica del mercado ha significado
por nuestra parte una abdicación. Los verdaderos organizadores
y administradores de nuestra existencia se dirigen a nosotros
con aparente deferencia: ya que no tenemos libertad para
decidir, nos aseguran que somos libres, para ir de un lado
a otro, comprar una cosa u otra, libres para votar a éste
o a aquél. Nos toman a la vez por turistas y electores,
pero ante todo, por consumidores. Y efectivamente, nos relacionamos
con todo mediante el consumo. Consumimos aire, consumimos
paisajes, y consumimos política. Entonces adquirimos el
status de ciudadano. El ciudadano, es el consumidor por
antonomasia; confía en el sistema establecido aunque discrepe
de algún aspecto, puesto que como consumidor se cree exigente.
Piensa que a través de sus representantes forma parte de
él, y que puesto que una parte de la decisión es obra de
aquellos, es también obra suya. Por lo tanto, cree factible
la posibilidad, de modificarla llamando al orden a los cargos
responsables. Lejos de dudar de su legitimidad y de oponérsele
frontalmente, el ciudadano descarta actuar fuera del sistema.
Respeta todos, sus valores: confía en la bondad del jaleo
mediático, de las mociones consistoriales o de las preguntas
parlamentarias, en el saber de los expertos y en la ley.
En buena lógica el ciudadano no recurrirá a las masas porque
para él solamente existen ciudadanos debidamente encuadrados
en asociaciones de vecinos, entidades cívicas, partidos
o sindicatos. La legitimidad no descansa para él en el seno
de las masas agitadas sino el reconocimiento institucional
de la labor de sus líderes. Apelará por lo tanto a presidentes,
vocales, periodistas, abogados y ediles para construir sus
plataformas e influir en la acción política dentro de las
instituciones. No se desalentará ante resultados adversos
porque habrá demostrado que el sistema es a pesar de todo
reformable puesto que "funciona". Y funciona gracias a él.
El proletario en cambio sabe que otros mueven los hilos
y que todo está dispuesto para que él no pueda remediarlo,
de forma que oponiéndose realmente a un aspecto concreto
de su desposesión ha de oponerse a la desposesión en conjunto.
Cada pieza del sistema se relaciona con las otras: para
cambiar una sola pieza habría de cambiarse todo. A fin de
cuentas no tiene nada que perder, sino las cadenas del consumo
y del confort tecnológico. La lucha de clases reaparecerá
allí donde él proceso de proletarización se haga más visible,
en los movimientos contra la degradación del entorno social
y la contaminación. El proletario tendrá que elaborar en
ellos un interés general qué sirva para reunir una multitud
a su alrededor. Hallará entonces en la asamblea el medio
de la autoorganización de los desposeídos y el lugar donde
dicho interés se plasma colectivamente en objetivos concretos.
Para la tarea que se impone no necesita la ayuda de políticos
ni demás mediadores porque no quiere discutir con el poder,
con el orden dominante. Quiere hacerlo retroceder, para
lo cual no necesita ir a despachos, ni frecuentar pasillos,
ni recoger firmas, ni convocar a la prensa, ni presentar
alegaciones: necesita demostrar fuerza y dar miedo. El poder
ha de convencerse de que será peor resistir. Inteligencia
colectiva, gente y marcha es pues lo que hace falta. La
asamblea echará el resto.
Las
luchas contra el Tren de Alta Velocidad se han encontrado
ante la disyuntiva de las plataformas o las asambleas, inclinándose
muchas veces por las primeras. Los resultados han sido obviamente
muy pobres y la critica formulada contra el TAV muy parcial
y poco difundida. Conviene señalar sus puntos débiles para
contribuir a una reelaboración más certera por parte de
las comisiones asamblearias que se ocupen de hacerlo. El
primer lugar habría de quedar claro que la solución al transporte
por Alta Velocidad no es otro transporte, un punto menos
veloz o más económico. A modo de ejemplo hay plataforma
que, cayendo en el error de querer dar lecciones de economía
a sus gestores han llegado a intentar demostrar que el TAV
es caro y poco rentable, como dando a entender que es menos
capitalista. En segundo lugar, si se admite 1o que por convención
se llama "progreso" se eliminan los mejores argumentos para
rechazar el TAV, reduciéndose el rechazo a reformas de detalle.
Muchas plataformas convencidas de que "no sé puede estar
contra el progreso", han acabado por admitir él supuesto
benefició del TAV, con tan sólo un soterramiento de vías,
una menor velocidad, túneles, otro trazado... Finalmente,
en algún momento todos han reivindicado "un transporte público
de calidad", e incluso han tratado de convencer a los inversores
(el Estado, la Unión Europea, los consorcios privados) y
a los potenciales usuarios del TAV (a los ejecutivos y a
los turistas) de que el Talgo pendular era una alternativa
mejor, más cómoda, segura y barata. En vano, ya que con
calidad o no, el transporte público no podrá desarrollarse
más que sobre las ruinas del transporte privado. La sociedad,
que construye TAVs es aberrante, en sí misma. Si aceptamos
una aberración mayor aceptamos todas las aberraciones que
la componen: el transporte privado y por supuesto, el TAV.
Para criticar coherentemente el TAV hay que conectar la
cuestión de la Alta Velocidad con la de la movilidad creciente
de la población, relacionada con el con el crecimiento ilimitado
de la ciudad, la colonización tecnológica de la vida cotidiana,
la división del trabajo y la fragmentación del espacio social.
Es decir, precisamente con aquello que llaman "progreso".
Nuestra existencia se halla esparcida entre lugares alejados:
trabajamos en un sitio, habitamos en otro, la escuela está
en otro también, compramos en otro, nos divertimos en otro,
pasamos las vacaciones en otro, y así sucesivamente. Nuestras
necesidades de movilidad se han multiplicado y el coche
parece ser la única solución. Citando a una organización
que en Inglaterra se ocupa de ello como conviene, "Reclaim
the Streets": Los coches han dominado nuestras ciudades,
contaminando, congestionando y dividiendo las comunidades.
Han aislado a las gentes unas de otras y nuestras calles
se han convertido en simples canalizaciones de vehículos
a toda velocidad, indiferentes a los trastornos que causan
en el vecindario. Los coches han creado vacío social; gente
que permanece en movimiento lejos de sus casas, vidas y
actividades cotidianas dispersas, anomia social creciente.
Reclaim the Streets cree que la sociedad montada en coche
debería quitarse de en medio para que recreásemos un entorno
viviente más atrayente y seguro, devolver las calles a la
gente que vive en ellas y quizás descubrir el sentido de
la solidaridad social. Pero los coches son, solamente una
pieza del rompecabezas y Reclaim the Streets también se
plantea cuestiones más amplias acerca de la solución al
transporte y de las fuerzas políticas y económicas que dirigen
la "cultura del automóvil". Los Gobiernos proclaman que
"las autopistas son buenas para la economía". Mayor número
de mercancías viajan durante más largas jornadas; más petróleo
se quema, más clientes para los hipermercados de las afueras
todo gira sobre el aumento del "consumo" porque es un indicador
del "crecimiento económico". La rácana explotación a corto
plazo de recursos limitados sin mirar los costes inmediatos
o a largo plazo. Por consiguiente el ataque de Reclaim the
Streets a los coches no pueden desligarse de un ataque más
amplio contra el propio capitalismo.
La cultura del automóvil significa el triunfo de la ideología
burguesa de la vida cotidiana. Un ciudadano, no vería en
ella sino "progreso" por los cuatro costados con tal de
que los conductores respetasen las señales. Con el coche
llega la promesa de una libertad de movimientos y un alto
standing social que no se cumple; en su lugar resulta una
absoluta dependencia, lentitud y uniformidad. Pero si la
libertad prometida no existe, 1a cultura del automóvil permanece.
Los intereses que se alimentan de esa máquina tan incómoda
y peligrosa quieren que sea el único medio de locomoción
y han procurado suprimir todas las posibles alternativas,
principalmente el tren. Cada camino abierto al tráfico ha
vuelto más vulnerables los espacios naturales. Cada carretera
ha disuelto un poco más las comunidades agrarias sin que
por ello las ciudades salieran ganando. Cada autopista ha
sentenciado un poco más al ferrocarril tradicional. La decadencia
del tren (y en general, la del viaje) es fruto del auge
del automóvil. Sólo el avión ha podido competir con el coche
en la larga distancia. Y ahora el Tren de Alta Velocidad,
que como lo definió Borrell, no es más que "un avión que
vuela bajo". Pero el TAV no busca competir con el tráfico
rodado de mercancías, aunque puede, ni tampoco desplazar
al automóvil de los largos recorridos, sino solamente al
avión. Es más bien un complemento y un aliado del coche.
Llegamos en coche al estacionamiento de una estación del
TAV y partimos en coche de otro. El TAV es pues un simple
paréntesis entre coche y coche pero pronto dejará de serlo
porque está previsto que los automóviles acompañen a sus
propietarios en vagones preparados para tal menester. Las
razones que podamos aducir contra el TAV pueden aplicarse
mejor todavía a las carreteras y autopistas. La lucha contra
el TAV y la lucha contra el coche (la lucha contra la motorización
de la vida, es un mismo combate. Es el combate por la recuperación
de las ciudades, por la reconciliación con la naturaleza,
por el restablecimiento de estructuras comunitarias.. Por
la abolición del Capital y el Estado. Esas son las perceptivas
que hay que tener presentes siempre, por limitado que; se
el estadio en el que se halle una lucha particular, por
escasas que sean las fuerzas reunidas, por sospechosos que
sean sus aliados o por ambiguas que se vuelvan das tácticas
empleadas a causa de las condiciones adversas en las que
la lucha se desenvuelve. De todas formas él final de un
combate no será sino el preludio del combate siguiente.
En la actualidad no podemos hablar de un movimiento antiindustrial
que se oponga firmemente a los avances de la mundualización
tecnológica y por eso las luchas concretas han de surcar
un mar de contradicciones. Tal movimiento no existe porqué
las luchas retroceden aterradas cuando descubren la enormidad
de sus propios fines, sin que las circunstancias les impidan
la marcha atrás y les griten "hic Rodhus, hic salta!" Por
esa razón no nos puede sorprender la presencia del ciudadanismo
en aquellas, sino más bien su pobreza y debilidad. En determinados
momentos, al calor de una promoción mediática, parece disponer
de una base práctica seria, pero cuando sus personajes públicos
discurseara sólo escuchamos el lenguaje manido de la política
y del orden. Ni una idea nueva, ni la sombra de un pensamiento
original; nada qué otros no hayan dicho antes mucho mejor
o que no haya sido contundentemente refutado. Basta pues
que el oportunismo cívico hable para qué demuestre que no
tiene nada que decir. En realidad el plataformismo ciudadano
no es sino el reflejo de la debilidad de las luchas, que
por ahora difícilmente consiguen estructurarse en eficaces
asambleas; pero en la medida en que éstas pongan el dedo
en la llaga y consigan atraer a masas conscientes de su
desposesión, observarán las miserias ciudadanistas y se
apartarán de ellas con arrogancia y desdén.
[Itzuli/volver]