Atmósfera de París, septiembre de 1995*
Richard Pinhas

Gilles dice: tengo una crisis de asma severa. Cuelga para coger aire. Otra vez el teléfono. Gilles: apenas puedo hablar. Voz metálica pero dulce. Un zumbido difuso en la combinación, como si un insecto-artefacto vibrara alrededor de su voz, máquina de reconstitución. La voz seca y descolorida, macilenta, de Gilles, ya lejana, aspirada y contenida, al ritmo del aire regurgitado, de las pulsaciones de oxígeno agradecidas de un último elan. Estamos en septiembre, él (lo) llama su Saint Leonard de Noblat, estupefacción. Debería estar de regreso en París: Gilles cuelga, farfullando una pobre excusa: "asma severa". Otra vez el teléfono: ¿el nuevo Philosophie ha salido ya en París? ¿Tú lo has leído? ¿Qué piensas, cómo son los textos, cómo son? Decepcionantes, no decepcionantes... ¿Y la inmanencia? ¿Cómo encuentras tú la inmanencia? Texto sublime y bello, la Inmanencia, una Vida; del otro lado la herencia encarna la densidad absoluta del estilo y la necesidad fundamental del pensamiento. Último respiro espiritual, estoy pegado al muro, conmovido y abatido. Es la narración pura del Clinamen Deleuze. Versión actual y, sin duda eterna, del acontecimiento singular e interno.

La voz es normal, quizá pálida, un poco jadeante. No, el número de Philosophie no está disponible, justo anunciado; pero Claire me ha dado el suyo. Extrema lentitud, he pasado estos dos últimos días con él. Ayer aún, en los muelles del distrito V, lectura en la esquina de la Tournelles, a pocos pasos de la Tour d'Argent. Permanezco miserable, un pequeño tabac con terraza, un cierzo vital, ligero y dulce aire sobre el muelle desierto de este fin de verano. Naturalmente comienzo por la Inmanencia, una vida, texto difícil, patético. Texto que revela que la filosofía puede ser, entre otras cosas, una búsqueda que modula en profundidad la densidad de las cosas y las múltiples variaciones de la superficie. Algunas lágrimas, formas inmediatas de la espontaneidad: inconsolable, lloro. Después revuelvo en los comentarios, a veces mediocres y, frecuentemente embrollados en post-agregativos apocalípticos. El pensamiento es claro cuando expresa la potencia del Devenir, o bien el ser Incorporal de los elementos... Mierda, han vuelto a lo agregacional, han hecho de ello una cantinela. Gilles nos había prevenido, sobre todo no inquietarse. Con frecuencia, paráfrasis sin gran interés ni utilidad. Estética de Kerenski en La menor. Es Nietzsche quien lo dijo: "Del acontecimiento han hecho una cantinela". Después de todo, era previsible, algunas veces discutimos sobre ello. Sonrisa pícara de Gilles. Reanudación de la Inmanencia que sustituye a los tristes y sombríos pensamientos... tantas horas para algunas páginas... estoy lento, tan lento... tan confuso. El texto reclama su mediodía, me captura e inicia un proceso metamórfico.

La inmanencia me penetra lentamente, como un néctar divino, como un sutil veneno. Sin duda su extraña belleza recela como el velo etéreo de un último texto. Percepción de una dirección última, como si después las cosas fueran menos consistentes, menos luminosas, ¿menos terrestres, quizás? Un mundo desencarnado, el mundo sin Gilles. Questión filosófica: c'est quoi, un monde sans Gilles? Pero visitaremos otras regiones, viviremos otras mañanas "bañadas de una serena claridad", posibles aún más reales. No las ha habido, o sí, poco después, algunos días, quizás dos meses. Yo estaba triste sin saber por qué. Sin duda la percepción confusa, la sensación difusa apenas oculta de un extravío, el más grande y el más pequeño al mismo tiempo, una suerte de distancia mínima y máxima simultáneas. Gilles y (es) nuestro "simultaneísmo interior"... un ensayo-clinamen, bloque de tiempo contraído. Y he aquí lo que me ponía triste: un bloque de tiempo condensado me revela, insidiosamente, que este presente inmediato deviene luego pasado inmemorial. Potencia intuitiva (sensitiva) del empirismo trascendental.

Tiro de la Inmanencia como un adolescente extraviado, especie de gamín celeste deslumbrado por un objeto mágico, Rimbaud de pacotilla. Lectura lenta, muy lenta, por la cual cada palabra resuena y reenvía, eco centelleante, hacia tal o tal año precedente... Recibir la recolección de una infinidad de dichos, de sonrisas, de miradas. En este momento veo bien lo que es la sourire sans chat du chat, o bien César cruzando el Rubicón en el comentario de Leibniz. Intuición fulgurante de la "coalescencia de lo virtual y de lo actual". Toco la materia misma del acontecimiento inefectuado, y vuelvo a sentir como un golpe instantáneo en el Tiempo. La gran escena del baile y de las máscaras pálidas y blancas, inscripción en halo, efluvios sublimes del Tiempo reencontrado. Gilles ama tanto estas páginas tan clásicas y populares hoy día. El texto me hace mal, he pasado con él demasiado tiempo, la tarde entera casi; el sol rasea el suelo y baña París con su luz surreal. Dulce luz de los primeros días de septiembre, sólo en París.

Vuelvo la página y una sorpresa me aguarda: un artículo titulado "Suidas". Un ensayo corto, breve, condensado, una oda de amor a Gilles. Esas pocas líneas, brillantes y graciosas, me arrancan al fin una risa franca. Un tal Bernold ha sabido atrapar una cierta esencia, una modalidad posible del "deleuzianismo". Suidas, o bien Soudas, fin del siglo dieciocho-diecinueve de nuestra era, colector o compilador filósofo. ¿Ha vivido, al menos? Apócrifo. Virtual realidad de un ser filosófico del que la misma existencia es dudosa. ¿Ha vivido, como Jenofonte, la Anábasis? Una imagen: Suidas comenta Demócrito y Epicuro. Choque brusco de las duraciones y lectura del tiempo, como si una Cronología activa y potente se adueñara de este pequeño número de la revista Philosophie. Raro momento de felicidad y pequeña alegría en estado puro. Gran risa y doble afirmación. Releo rápidamente la inmanencia, una última vez por hoy, y permanezco estupefacto por mi impresión de tristeza. Por qué esta tristeza entonces, si el texto es tan bello, tan potente, tan perfecto. Quintaesencia en acto de lo que puede ser la filosofía, y del Uno-Todo vital del que recela. Devenir imperceptible remontando, no después de Jussieu, no hacia Jussieu. Giro a la izquierda y me pierdo, una vez más, en el Jardin des Plantes. Nos acercamos a ver a mi amiga tortuga. Recuerdo haberle hablado a Gilles de esta amiga tortuga de la que la vida parece un enigma. Seguramente ha leído a Nietzsche, la tortuga del Jardin des Plantes. Nos ponemos de acuerdo sobre ello... entre un whisky y la traducción del fragmento Aión paidos del Oscuro, por Clémence Ramnoux. Entrada en cautiverio en 1870, ante la heroica Commune de París, la tortuga está ahí desde entonces, inmensa y valiente. ¿Qué edad tendría ya cuando la capturaron, su largo tránsito y después su entrada en París en 1870? La tortuga no es, ciertamente, el animal del concepto, sino la exacta encarnación de la lentitud y lo improvable: Zenón el eléata, la célebre paradoja, los movimientos de velocidad y de lentitud.

Le digo a Gilles por teléfono cuánto me gusta "suidas". Aaah! Bernold! -¿me lanza un pequeño grito de seducción, rugido-expresión de alegría? ¿Será un extraño animal, este Bernold desconocido? Parece serlo para Gilles, feliz de mi descripción entusiasta de su apología. ¿Ama las tarántulas, Bernold? -Sin duda, sin duda. Retorno a la Inmanencia. Le digo de mi profunda admiración. ¿De veras? ¿De veras?... Como si me expresara con ligereza, sólo para complacerle. Como si una duda indefinida subsistiera, como si quizá él no hubiera alcanzado su objetivo. Duda. No, yo permanezco firme en mi beata admiración: amo profundamente este texto, que logra una forma absoluta de perfección. Insisto y le describo la alegría que me procura sin, no obstante, ocultarle este trasfondo de tristeza y de melancolía. ¿Por qué ocurre? Como si una página se hubiera vuelto, y yo aún no lo supiera. No tardaré en comprender: posiblemente y, sin saberlo, estaba ya muy receptivo al sufrimiento de Gilles. Cada palabra-materia transmite una alegría (me repito, me repito...) y efectúa una protesta. De ese texto, acontecimiento sordo, un dolor sin fondo que he tardado su tiempo en comprender e incorporar. Dolor instantáneamente pasado por mi carne, como una máquina de grabar las palabras sobre la superficie de los cuerpos. En la lejana víspera, sombra tutelar, la segunda disertación de la Genealogía de la moral.

La semana siguiente siempre el teléfono. Gilles me habla de Ravel, del libro sobre la música que le gustaría escribir, de la forma-libro que le gustaría "superar", acceder a una nueva forma de enunciación, a otra materia-enunciación, un posible. Él evoca el Bolero electrónico, y yo permanezco sin voz cuando asocia en la misma frase el célebre bolero y el pequeño ritornelo electrónico. Al recordarlo se remonta hasta finales de los años 70 y, contento, rememora algunos episodios emotivos de Vincennes, nuestro camino común alrededor de la música. Tiene el deseo de permanecer conmigo (y por supuesto, yo con él), de remontar el tiempo; compartimos con emoción esos instantes estelares en un gran elan de placer. Gilles está muy enfermo, quiere hablar, transportarse... una traslación. Yo comparto, dolido pero feliz, Idiota coronado, este breve infinito. Sin duda, de golpe, no he comprendido su gran nostalgia, ni percibido su sufrimiento de cada instante. No podía seguirle. Ni siquiera concebirlo, o bien imaginarlo. Respirar, no poder respirar, máquina de respirar, máquina que respira por mí -y por él-, máquina de máquinas, sutil y terrible conexión. Sigue el hilo, dice Fanny...

Ahí está. Por primera vez, acaso, remonta el ciclo de los acontecimientos vincennianos, la música que escuchábamos en esa época. Me describe su pasión por Ravel, el Bolero, la Valse. Sobre todo el vals, suspensión de seres y Tiempo suspendido. El puro Éter. ¿Has comprendido bien la Inmanencia? ¿El texto no es demasiado difícil, demasiado abstracto? (Gilles odia la abstracción "intelectual"). ¿Será bien acogido, comprendido? Por primera vez siento en Gilles una singular inquietud, como si fuera verdaderamente importante que ese texto no se prestara a confusión, que fuera dicho en un único y mismo tiempo, portador testamentario de un doble imperativo: el plan de vida y el plano de composición.
En ese preciso momento componemos, él y yo, una secuencia sobre el plano: simbiosis de la Rizosfera.

Transcurren dos o tres semanas. ¿Qué hace Gilles? Le llamo a París, Fanny no puede pasármelo. Mismo escenario al día siguiente. Inquietud demasiado pequeña, y yo regreso a mi depresión cíclica de fin de octubre. Él me llama: de nuevo el chisporroteo eléctrico parece girar alrededor de su voz. ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?... ¿Sueñan las ovejas electrónicas con.. ( en un mundo en el que estas mismas ovejas electrónicas han sucedido a sus ancestros eléctricos)?... Cada grupo de palabras -en su voz descolorida y seca- deviene, literalmente, agenciamiento maquínico. El halo de buzz eléctrico compone un movimiento browniano alrededor de fonemas difícilmente articulados. Gilles deviene imperceptible: Challenger, es el fin del primer capítulo de Mil Mesetas. Richard, debo colgar. Otra severa crisis de asma. Yo le sonrío y él me abraza. Atravesando París siento el hilo de Ariadna que le separa, ahora, imperceptiblemente, de la vida.

Nos encontramos en St Leonard de Noblat, en donde avanzan con paso desigual los portadores vestidos con la carga más pesada. Una extraña y bella serenidad llena la atmósfera, en tanto que un vaho inmaterial de lágrimas extrañas pueblan mis ojos. Llueve. El tren. París.

Ile de Ré, abril 1997.

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Traducido del francés por Beñat Baltza. Original disponible en http://www.webdeleuze.com/TXT/rpinhas2.html.

Richard Pinhas, filósofo y compositor musical, es el animador de la web Deleuze (http://www.webdeleuze.com), lugar en el que se pueden encontrar numerosos cursos de Deleuze en francés, inglés, castellano e italiano. Asimismo es miembro del grupo de música Heldon. Acaba de publicar Les larmes de Nietzsche, Deleuze et la musique (Édit. Flammarion).