Un
momento contenporáneo:pensar los encuentros artísticos
:.Renée Green
Si
tuviéramos que juzgar el arte a partir de los media que habitualmente
lo representan, releer la noción de pensamiento con los encuentros
artísticos podría parecer un anatema, algo absolutamente
fuera de lugar. O, quizá, la idea de pensamiento, o el cliché
de qué es el pensamiento, y el modo en que esa idea debería
de funcionar en relación con lo que es el arte, todo ello
se ha vuelto muy enojoso. Enumeremos algunos de los clichés
operativos que circulan:
1. El arte no tiene fronteras.
2. Pensar ocasiona el exceso de seriedad y la deflación del
placer y de la belleza, iguales al placer estético.
3. Pensar es demasiado pensar, y eso entra en conflicto con la experiencia
(concebida en términos binarios y, así, asociada al
sentimiento, a saber, sentimiento/experiencia contra pensamiento)
Podríamos
oponer la afirmación de que el pensamiento es ausencia de
toda asociación con el arte, llamando la atención
sobre la aparición creciente de referencias a la ciencia
en las esferas del arte. La ciencia releva al pensamiento. Estas
apariciones toman la forma de exposiciones, de actividades que tratan
de aspectos museológicos de la ciencia, y hacen entrar en
el siglo XXI un dispositivo propio del siglo XIX -al mismo tiempo
que asombrosas experimentaciones científicas, de una talla
y de un coste inéditos- hasta interpretaciones del estado
actual de la ciencia, inspiradas en un numérico cada vez
más técnico, ligadas a la tecnología y a la
legibilidad de los códigos. Estas exposiciones acometen problemas
como la tecnología genética, las transformaciones
corporales o un aspecto cualquiera del environnement, natural
o artificial; existen frecuentemente bajo la forma de curiosas derivas
de la búsqueda científica dura, concebida para circular
en la economía del arte.
A veces las palabras y los signos se conciben también para
sustituir al pensamiento, o para volver a trazar su camino. Sistemas
y diagramas variados de datos se aglomeran en los campos visuales.
Una vez más cuestiones como «¿Extraemos más
placer de lo visual que de lo verbal? ¿Es necesario elegir
entre uno y otro?» hacen alusión al supuesto deseo
de confundir arte y placer. Esta instancia, acerca de un «placer»
generalizado, concebida como factor dominante del proceso de recepción,
¿es particularmente típica del momento actual?
Una
parte de lo que observamos en este momento consiste en retornos
y referencias a retornos diversos. Eso ya ha sido dicho en otras
épocas. ¿Se repite la historia bajo forma de farsa?
Ese no parece que sea siempre el caso. Hay un cierto número
de repeticiones, por ejemplo la importancia renovada de la pintura,
tras las afirmaciones periódicas de «la muerte de la
pintura» que la precedieron. Hoy día es evidente que
muchas cosas regresan y coexisten. Toda afirmación de neo-lo-que-sea
parece en este punto inadecuada. ¿Cómo describir el
presente?
Cada
vez que soy tentado de hacer una descripción del momento
actual del arte contemporáneo, tarea que se perfila como
temible y altamente subjetiva, más que sentirme tentado de
hacer una investigación de los hechos, lo que me tienta es
producir una ficción. Eso podría tomar la forma de
una novela, con la posibilidad de extraer de ella un escenario y
las diversas perspectivas de productos superados. Este pensamiento
me viene con frecuencia cuando cubro el trayecto de Chelsea a New-York,
o cuando asisto a veladas de gala, como la apertura de la Tate Modern
y, seguidamente, durante las conversaciones en pequeños grupos
en diferentes marcos. Incluso esta reflexión parecería
indicativa del presente. ¿Qué significa este deseo
de cambiar, casi inmediatamente después de haberlo encontrado,
el escenario vivo de un acontecimiento artístico en una representación
de ficción, como por una reacción/reflejo ante el
encuentro que se está produciendo? ¿Por qué
este deseo de intermediario con una forma popular, como una novela
o un film? Estas son cuestiones que me planteo repetidamente. Hasta
ahora, el escenario de ficción ha permanecido en mi cabeza,
en donde yo puedo embellecerlo y alterarlo sin cesar. Fijarlo en
una forma que tuviera un comienzo y un fin precisos me conduce al
temor de crear una sátira ya fijada en el momento en el que
sería publicada o producida.
Este
temor se lee con el reconocimiento de la rapidez del cambio de nuestros
días, y con la atención limitada que concedemos hoy
día a un momento, sea el que sea. La moda, en el sentido
de estilo o de lo que se estila, y que se presenta como parte del
arte, se entrelaza en un frenesí de consumo compartido, en
donde la obsolescencia es necesaria para conservar los ciclos del
capital. Este aspecto ha adquirido una insigne importancia en los
últimos años. Benjamin H. D. Buchloh lo ha señalado
en un artículo aparecido en la sección «Critical
Reflections» de Artforum, en abril de 1997. No se trataba
de una simple reflexión melancólica, sino de un hecho
ineludible. Las páginas de Artforum, como sugería
Buchloh, y muchas exposiciones, dan cuentan del fenómeno.
Sin contar, seguramente, Armani en el Guggenheim.
¿Qué
excluye esta insistencia en el placer? ¿Qué otros
tipos de retorno están en juego, dejando a parte el retorno
a la pintura y a una producción creciente de objetos de lujo?
¿A qué se asemeja el campo del arte, en sentido amplio?
Responder a estas cuestiones de repetición parece particularmente
oportuno cuando pensamos el tiempo presente como sucesor del(os)
momento(s)de una declarada posmodernidad, y que ella misma no era
sino un recuadro suplementario de lo contemporáneo.
Encontramos
constantemente las cuestiones del placer y del pensamiento cuando
examinamos lo que históricamente se ha designado como las
prácticas del arte conceptual. La historización de
este trabajo ha ganado en potencia estos últimos años,
hasta el punto de que ya algunas gentes se preguntan si no está
este trabajo en vías de canonización. Por definición,
tendríamos ahí la calcificación de un imaginario
potencial radical. Pero parece que las aspiraciones radicales son
el objeto de una reexaminación, y que diferentes interpretaciones
se proponen para el presente.
¿Cómo
es que todo esto existe en medio de lo que parecía una conexión
inextricable entre espectáculo (entertainment) y arte?
Lo que es popular -a saber, por extensión, lo que es espectacular,
parece, en el presente, proporcionar la base de la determinación
del valor de lo que es el gran público. Esto no tiene nada
de extraordinario, es aún simplemente una señal hacia
la cuestión de cómo pensar el arte y de cómo
saber si el placer anula o no el pensamiento.
El
placer visual fue ya vivamente disputado en las discusiones de los
años 70 y 80 sobre el film, el feminismo y la mirada. Las
cuestiones de referencialidad se discutían también
en referencia a lo que llamamos arte conceptual. En este momento
es el espectáculo y los intereses de la industria lo que
predomina, en términos de reconocimiento y de análisis
de lo que volvemos a encontrar hoy día cuando entramos en
un museo o en una galería, tanto es así en las orientaciones
existentes más allá de estos espacios como en las
diversas maneras como se nos reclama atención, por hacer
alusión a los análisis de Jonathan Crary sobre la
función de las formas culturales («Doctor Mabuse y
doctor Edison», en Art and film since 1945: Hall of Mirrors,
ed. Kerry Brougher, MOCA, Los Angeles, 1995). No tenemos más
que leer las descripciones de acontecimientos artísticos
en Tiem Out u hojear las páginas de Artforum
para encontrar un ejemplo de la conexión inextricable entre
espectáculo, arte e intereses de la industria. En esta esfera,
¿es posible, es necesario pensar? Yo diría que sí.
Afirmaría también que una de las diferencias notables
entre el verdadero espectáculo y el arte es que el cociente
de placer es frecuentemente más elevado para formas como
films o música, si nos basamos en su accesibilidad o su grado
de deseo que suscitan en la vida cotidiana, en comparación
a las tentativas barrocas de la esfera artística de ajustarse
a criterios del espectáculo, del que algunos incluyen, en
la galería o el museo, efectos espectaculares destinados
a hacer olvidar a cada uno el ambiente que le rodea, es decir, su
propia presencia. ¿Qué queda entonces?
Otras
conversaciones, casi nunca destacadas por los grandes media, pero
frecuentemente presentes en los coloquios del medio universitario
o en los espacios del arte contemporáneo independientes,
tienen por objeto las «nuevas formas de producción»,
las «naciones del dinero», los «clubs culturales»,
la circulación del capital y las nociones de trabajo y tiempo
libre. Estas conversaciones reflejan ciertos aspectos de discusiones
ligadas a las recientes tentativas de activistas de perturbar el
supuesto buen funcionamiento de los mercados capitalistas. Han adquirido
una cierta publicidad, especialmente desde la manifestación
de Seatle en noviembre de 1999 contra el Banco Mundial y el FMI.
Estas discusiones han ganado en potencia con el uso de Internet.
Las actividades de los activistas y su inserción en el dominio
cultural se confunden también con el espectáculo,
pero podemos describir estas formas del espectáculo como
desarrollando una forma de «pro-requerimiento»: la división
entre público y productor es ahí permeable, e implica
una relación de ida y vuelta. Uno de los ejemplos más
citados estos últimos años, en lugares diferentes
y por diversos motivos es el de las free parties públicas:
«Este tipo de espectáculo, que comporta un sonido móvil
que produce golpeos repetitivos amplificados, al ritmo de entre
130 y 180 BPM, para una multitud que danza, olvidada del sentido
del tiempo, deviene, en 1997 en Gran Bretaña, un modo extendido
de pasar sus horas de ocio. Pero se necesita la aprobación
de las autoridades legislativas para poder practicarla.» (Hillegonda
Rietveld, «Repetitive beats: free parties and the politics
of contemporary DiY dance culture in Britain», DiY Culture,
ed. GeOrge McKay, p. 243).
Es
por esto que es necesario y posible examinar el lugar en donde podría
crecer el espectáculo, el placer y el pensamiento. El reto
es realizar y mostrar que las producciones que implican estos elementos
existen en esferas que no coinciden necesariamente con las oficialmente
reconocidas en términos de actividad artística. Desde
hace cierto tiempo, lo que se considera en el arte como relevante
ha cambiado (sin ninguna duda, si recorremos el siglo XX), si bien
es verdad que en los media el gran público parece aún
considerar que el arte continúa refiriéndose a la
pintura y a la escultura. Si se reconoce el efecto que sobre una
y otra tiene la cultura numérica, es evidente que lo que
en adelante tenga valor será lo que siga dando cuenta de
estas divisiones en el campo del arte. Los retos llevados a estas
esferas provienen de otras orientaciones, tales como la del sonido
y la música, que se ve como co-opción de manera notable
durante el año 2000 por diversas instituciones artísticas,
en diferentes países, bajo forma de una exposición
como «Bed of sound», PS1/Museum of Modern Art en New
York, y exposiciones en Londres y en Viena en donde el sonido hacía
el efecto de un embalaje específico, destinado al dominio
artístico. Pero he aquí un escenario alternativo:
«Alcanzando cuotas de popularidad en el mismo momento en que
las poblaciones de inmigrantes se enfrentaban a una creciente hostilidad,
a los ataques de gamberros anti-extranjeros, estas grabaciones testimonian
conexiones y contradicciones complejas, que caracterizan los encuentros
entre la música popular y la vida social. En estas ciudades,
público y artistas hacen que las colisiones culturales de
la vida cotidiana pasen por la música, señalando las
diferencias étnicas en el momento mismo en que dan cuenta
de modos de superarlas. La fusión sofisticada, en la música,
de culturas en apariencia incompatibles, tenía para este
público y para estos artistas un sentido, ya que por medio
de esta fusión reflejaba su experiencia de una sociedad intercultural»
(George Lipszit, «Immigration and assimilation: Rai, Reggae
and Banghramuffin», dangerous Crossroads, Lipszit,
p. 119)».
Se
persiguen diversas formas de actividad que implican la combinación
del pensamiento y de diversas formas de placer con la creatividad,
y que ponen en juego algunas de las esferas de interés que
podemos observar en los palacios del arte más oficialmente
promovidos. Y se hacen con la intención de proporcionar una
dimensión ausente de esas situaciones que dependen al más
alto punto de la necesidad de maximizar las ganancias de capital
al promover proyectos «confortables», supuestamente
destinados al gran público, para extraer de ellos un beneficio.
Se trata de conjurar los exorbitantes alquileres de los agentes
inmobiliarios, como es el caso de New York y Londres.
El
grupo que ha producido la publicación Made in Barcelona
(madeinbarcelona@yahoo.com) sugiere otro tipo de actividad. Presenta
un punto de vista crítico de la expansión y de la
«regeneración» de Barcelona, en su voluntad de
convertirse ella también en una «ciudad global».
Este grupo, que no tiene nombre y que está formado por gentes
con diferentes trabajos y en diferentes esferas profesionales, y
que trabajan con grupos que existen en diferentes comunidades locales,
ha rechazado hacer circular su punto de vista en diarios como El
País, y, sin embargo, ha podido afectar de manera activa
a la opinión pública. Ponen el acento sobre lo que
los slogans optimistas defensores del «crecimiento»
se guardan muy bien de señalar. En respuesta a una iniciativa
que desmantelará un barrio obrero en beneficio de la expansión
de compañías internacionales, escriben:
«Forum
2004 se compone de la transformación radical de la zona de
Sant Adrià del Besos-La Mina, y de la celebración
de un acontecimiento multicultural que da a esta transformación
la sanción ética y cultural que constituye el moderno
concepto de «ciudad global». Es un multiculturalismo
a la Benneton, un cosmopolitismo enteramente formal, una modernización
tecnológica de tarjeta postal, en donde la participación
de la ciudadanía no es sino una pura ficción. El fin
no es otro que el de ocultar operaciones económicas, urbanas
e inmobiliarias específicas bajo el velo protector de una
legitimidad cultural genérica» (Made in Barcelona).
Más que aprobar las tácticas utilizadas para promover
la privatización forzada, este grupo ataca la imagen inocua
de lo que se proyecta como el futuro de Barcelona, y se concentra
específicamente en el uso instrumental de la cultura en las
esferas mediáticas en las que circulan estos proyectos.
Platform,
un proyecto que yo organicé en New York, en el Swiss Institute,
de noviembre de 2000 a enero de 2001, es también una tentativa
para situar posibilidades de pensamiento y de creatividad en un
espacio social. Este proyecto se alimenta de un cuestionamiento
sobre los procesos de producción del trabajo, la forma que
éste toma hoy día, el crecimiento del trabajo y del
ocio en el dominio cultural, sin olvidar las formas en las que podemos
relacionarnos socialmente.
Una
de las razones de la organización de Platform es la
de crear una situación que de cuenta de/autorice la posibilidad
de trabajar en lo que verdaderamente nos interesa, de forma capacitada,
y no como una simple rueda en un sistema del arte que funciona como
si fuera guiado por una mano invisible, determinando los gustos
por el corte de los intereses burocráticos de las grandes
sociedades. Platform trata de alejarse de la constante enfermedad
que afecta a la gente: «No hay actualmente nada interesante
(en la escena del arte»); o, lo que a unos interesa (lo que
posee por un tiempo el máximo de valor de cambio) es insoportable
para otros, que podrían considerarse como puestos sobre el
espectro de alguna cosa como contrarios, si bien el propio término
puede parecer que describe inadecuadamente las diversas maneras
de como se perciben. Examinar un campo de trabajo más amplio
(«cuadros múltiples» [Craig Owens] o «circuitos»
[Cildo Meireles]) e investigar acerca de la herencia de conceptuales
históricos repensándolos para el presente de las empresas
de activación, tales han sido las impulsiones de este proyecto.
Otro
centro de interés es la manera múltiple como crecen
las producciones en el presente, y así se persiguen formas
de producción que definen las fronteras de las disciplinas.
Hay también un crecimiento de lugares y de recursos que estimula
la cuestión de las situaciones susceptibles de hacer que
nazca un interés. No existen reglas fijas. Todos los productores
invitados -se incluyen pequeñas casas de edición,
arquitectos, cineastas, productores e ingenieros de sonido, diseñadores
de Web, filósofos, historiadores, geógrafos y escritores-
producen obras que resisten a ser avaladas sin más, sin pensarlas.
No tienen ni el temor de agotarse por exceso de trabajo ni el escrúpulo
de superar sus límites. Se desea la tensión. Pero
su público receptor es diverso. Platform funciona
como un vehículo para el transporte y la circulación
de las ideas y deseos de aquéllos que estimulan las posibilidades
anteriormente citadas. Y el site Internet (freegentmedia.net) funciona
como punto de contacto de búsquedas en curso.
* * *
«Michel
Claura- ¿Por qué haces arte?
Laurence Weiner- El arte continúa siendo un medio de representación
viable para ciertas conclusiones (problemas)». (Michel Claura,
«Entrevista con Laurence Weiner», Conceptual Art:
A critical Anthology, ed. Alexander Alberro y Blake Stimson,
The MIT Press, 1999)
De
alguna manera, mi reacción refleja -representar un momento
contemporáneo en relación al arte como una ficción-
se prolonga. ¿Qué podría incluir este escenario
de una novela lista-para-ser-escenificada? Procedería por
nudos de historias enmarañadas. La acción ocurriría
en New York, en Chelsea, en Williamsburg, en Long Island City, en
Londres, en el este, en el oeste o en Bankside, en Berlín,
en diversos lugares de bienales: Venecia, Sao Paulo, Kwangiu, Johannesburg,
La Habana, etc. Otras capitales culturales surgirían simultaneamente,
en todas las ciudades modestas a lo largo y ancho del mundo. Todo
lo que sigue se entrelazaría:
Diversas
exposiciones emergiendo en el Este de Europa, veladas de gala de
entregas de premios, a saber, Hugo Boss con actores como maestros
de ceremonia, exposiciones que implican a fabricantes de coches
y grandes modistas, iniciativas escandinavas y puentes entre culturas,
la agitación política como un buen medio de la producción
cultural, manifestaciones de masa contra el FMI y el Banco Mundial,
que llevarían en su repertorio ofensivo estrategias situacionistas
y otras sacadas del arte conceptual; gentes de numerosos países
harían el ensayo del modelo milagroso, el modelo escandinavo,
el milagro suizo, el milagro praguense, etc. Miradas concebidas
por fidelidades regionales o nacionales como dispositivos de marketing,
destinadas a dotar a estas regiones de posiciones económicas
y culturales más eminentemente internacionales. Las divisiones
entre un comercio potente y los sentimientos de izquierda devendrían
imprecisas. Las alianzas entre gentes con intereses profundamente
divergentes, pero compartiendo la necesidad de ganar dinero para
sobrevivir, y encontrándose en un circuito internacional
universitario artístico de coloquios y exposiciones no serían
raras. La cultura pop sería una de las referencias principales.
Los films serían el principal estimulante, además
de nuevos restaurantes, grandes costureros e inmobiliarias. Los
actores serían las gentes más buscadas. Rendiríamos
homenaje a los grandes directores de cine, por su manera de proporcionar
un pasatiempo a la gente, y, por extensión, una razón
de ser. Estos homenajes tendrían un significado particular
para estos aspirantes a directores que actualmente trabajan en los
sweatshops de los creadores de sites Internet.
|