| El 
              anillo de oro: inteligencia colectiva y propiedad intelectual
 :. Pierre Lévy
 Pensar a un tiempo, con los mismos conceptos, la inteligencia colectiva 
              y la economía del conocimiento, tal es el proyecto teórico 
              que sostiene este artículo. Dentro del cuadro general, quisiera 
              sugerir que el capitalismo informacional que se inventa hoy día 
              en la cybercultura se dirige hacia una cierta forma de comunismo, 
              pero un comunismo paradójico, puesto que no excluiría 
              la propiedad privada del principal medio de producción contemporáneo: 
              la idea. El conocimiento humano deviene el principal factor de producción 
              de riquezas, mientras que los servicios e informaciones que engendra 
              tiende a convertirse en los bienes esenciales cambiados en el mercado. 
              Continuamos y se continuará siempre vendiendo y comprando 
              objetos materiales. Pero las mercancías ponderosas se producen 
              a partir de ideas, que vienen ellas mismas de procesos de búsqueda 
              y de desarrollo. Ellas manifiestan estilos estéticos que 
              contribuyen intrínsecamente a su valor, e incorporan agenciamientos 
              complejos de competencias entre colaboradores, proveedores, socios 
              y consumidores; cristalizan toda una coordinación compleja. 
              Su coste implica pagos periódicos sobre patentes y derechos 
              de autor, gastos de formación, de marketing, de publicidad, 
              de comunicación, etc. La materia se sobrecarga de información. 
              Las cosas son acumuladores de conocimientos.
 El uso de una información no la destruye, y su cesión 
              no hace que quien la tenía la pierda. Añadamos a esto 
              que la extensión del cyberespacio vuelve todos los signos 
              virtualmente omnipresentes en la red, disminuyendo notablemente 
              su coste de reproducción o de acceso. Desde ese momento, 
              el postulado de la escasez de bienes pierde su pertinencia, lo que 
              cuestiona los fundamentos de las teorías clásicas, 
              y debe animarnos a imaginar nuevas formas de pensar los fenómenos 
              económicos. Es por esto que, sin excluir otras aproximaciones, 
              propongo aquí afrontar el capitalismo informacional como 
              la forma que toman hoy día los fenómenos cognitivos 
              a escala colectiva. En esta perspectiva, la economía 
              devendría (con la antropología, la filosofía, 
              la psicología social, la robótica social, la vida 
              artificial, la ecología, la teoría de los juegos, 
              etc.) una de las disciplinas concurrentes a la comprensión 
              de la inteligencia colectiva. Entre los hechos que me animan a seguir 
              esta línea de pensamiento quisiera señalar que las 
              empresas de la llamada «nueva economía» obtienen 
              la mayoría de sus rentas de servicios intelectuales, copyrights, 
              licencias y patentes. Su actividad cotidiana consiste en un arriesgado 
              proceso de aprendizaje y de búsqueda colectiva. Su posición 
              es de mobilización de redes, de animación de comunidades 
              virtuales y de concurrencia planetaria en el cyberespacio. Por otro 
              lado, las universidades y laboratorios públicos razonan como 
              empresas, registran patentes, venden sus servicios intelectuales, 
              etc. Dicho de otro modo: existen cada vez más semejanzas 
              entre el trabajo en la nueva economía y la actividad de la 
              comunidad científica (que tiende a recuperarse), incluso 
              con el tipo de trabajo creativo tradicionalmente practicado por 
              los ciudadanos de la república de las ciencias y de las artes. 
              Esto no significa, en absoluto, que el mundo del trabajo se transforme 
              en paraíso, sino que el trabajo cambia de naturaleza al hacerse 
              progresivamente más creativo, intelectual, relacional, virtual, 
              problemático... y, de este modo, quizá más 
              «difícil».
 El 
              triángulo creador de la economía de la información: 
              ideas, informaciones, moneda
 Me 
              gustaría presentar ahora el triángulo creador de lo 
              que parece ser la dinámica común de la inteligencia 
              colectiva y del capitalismo informacional (-> 
              idea -> 
              moneda -> información ->idea, 
              etc). Recuerdo que parto de esta proposición: la economía 
              de la información es la medida colectiva, o social, de la 
              inteligencia. Ahora bien, la inteligencia es sémios(1), 
              producción de signos a partir de signos, lenguaje inscrito 
              en una espiral dialógica y multilógica de creación 
              de sentido, interpretación infinita de constelaciones de 
              signos, ellos mismos producidos por interpretación, deducción, 
              inducción, abducción, derivación, señales, 
              traducción, cálculo, etc. Que el lenguaje, todas las 
              formas de lenguaje y de signos culturales no puedan desplegarse 
              más que en un horizonte social o colectivo, es algo que no 
              requiere largas demostraciones. El pensamiento colectivo no es otra 
              cosa que la vida de los signos: sus reproducciones, sus mutaciones, 
              sus viajes y sus crecimientos. La esencia del signo es la de llevar 
              sentido, es decir, de suscitar interpretación, de relanzar 
              la semiosis. Pero, bien entendido, el signo no es tal sino en -o 
              para- un espíritu o una inteligencia. La inteligencia colectiva 
              sería entonces el medio del signo, o quizá su sustancia. 
              (Normalmente se indica la cosa de manera más chata, señalando 
              el carácter convencional del signo.) A fin de aclarar 
              la dimensión económica de la semiosis (la vida del 
              espíritu) distinguiré tres polos -o dimensiones- del 
              signo, y trataré de desarmar sus articulaciones y sus interacciones. 
              
 El 
              signo es, en principio, idea. En el plano cognitivo, la idea 
              es una forma, es decir, una cierta estructura de relaciones. Ella 
              es abstracta: podemos encontrarla, idéntica, en numerosas 
              ocurrencias, circunstancias, ejemplares, traslaciones, copias diferentes. 
              Como el inventor de la idea de idea -Platón- expusiera ya 
              con rigor, la idea es única y estática. Virtualmente 
              una idea (una obra musical, una imagen, un poema, un teorema, un 
              programa informático, etc.) no tiene necesidad, para que 
              la inteligencia colectiva pueda disponer de ella, más que 
              de estar localizable en una dirección Web. Esto no puede 
              impedirnos el pensar la idea como un acontecimiento, puesto que 
              las ideas «aparecen». Pero la invención (o el 
              descubrimiento, o la creación) de una idea, constituye un 
              acontecimiento en la eternidad. La idea pertenece a la memoria.El 
              signo es también información. En el plano cognitivo, 
              la información surge del reencuentro entre una memoria individual 
              (una cierta asociación de ideas) y una idea disponible en 
              la inteligencia colectiva. En un tiempo y en un momento dado, el 
              contacto con una cierta forma significante reorganiza una memoria 
              individual: la información. La información es tanto 
              más grande cuanto que el «mensaje» (la idea reencontrada) 
              es improbable, es decir, eficaz en la transformación de la 
              imagen que el individuo se hace de su entorno. La misma idea puede 
              producir informaciones muy diferentes, según las circunstancias 
              y los dispositivos individuales de quienes toman contacto con ella. 
              La información representa, así, el movimiento efímero 
              del espíritu, la chispa que nace del choque de las ideas. 
              Si la idea pertenece a la eternidad, la información se relaciona 
              con el instante. Así como la idea corresponde a la memoria, 
              es decir, a la estabilidad (relativa) y a la función acumulativa 
              del espíritu colectivo, la información corresponde 
              a la percepción, es decir, al flujo evanescente de las diferencias 
              que engendran sin fin otras diferencias en la vida del espíritu.
 Finalmente el signo es moneda. Sabemos ya que la moneda sirve 
              para medir el valor de los bienes económicos, y que funciona 
              igualmente como equivalente general en el cambio. Pero no nos interesa 
              aquí la función cognitiva de la moneda. Señalemos, 
              para empezar, que la moneda es signo, signo convencional. 
              Su carácter puramente semiótico (o «virtual») 
              se muestra cada vez más abierto al curso de la historia económica 
              (lingotes de oro, moneda acuñada por la ciudad o el reino, 
              moneda fiduciaria, moneda imprimida, moneda sin equivalente material, 
              moneda electrónica...). Indiquemos seguidamente que los signos 
              monetarios pueden servir de traductores entre ideas, entre informaciones, 
              entre ideas e informaciones. Las ideas y las informaciones se venden 
              y se compran, tienen un precio. El dinero puede servir para explotar 
              ideas, la información para orientar las compras y las inversiones, 
              etc. Existen, así, equivalencias y circuitos que transforman 
              las ideas y las informaciones en dinero, y viceversa.
 
 ¿Qué 
              relaciones unen a la inteligencia y al dinero? ¿En qué 
              constituye la moneda una dimensión de la cognición? 
              Si yo dispongo de una cierta suma de dinero, puedo entonces comprar 
              esto o eso, pero no esto y eso. Debo escoger, o sea, evaluar, jerarquizar 
              los posibles que se me ofrecen. El dinero simboliza un cierto límite. 
              Me obliga a hacer frente a la finitud, pero también, al mismo 
              tiempo, a la cuestión del bien y del mal, de lo mejor y de 
              lo peor; en una palabra: a las problemáticas interdependientes 
              del valor, de la elección y de la libertad. Si nada costara 
              dinero, haríamos cualquier cosa, nada tendría sentido. 
              El sentido no está solamente relacionado con la forma ideal 
              y con la novedad informacional, sino que tiene también la 
              necesidad del precio, del valor, de la elección, de la libertad. 
              Ahora bien, es precisamente a causa de nuestra finitud, de nuestra 
              mortalidad, que las cosas tienen «precio», y que se 
              nos plantea la cuestión de elegir, de lo que vale y de lo 
              que vale menos. El espíritu no es libre sino frente a la 
              muerte. El dinero actualiza en la inteligencia colectiva esta libertad 
              y esta mortalidad. Por la inversión, el dinero figura igualmente 
              en la apertura al futuro y al otro, a la energía fecunda, 
              a la excitación y al riesgo. Líbido económica, 
              dimensión colectiva de la energía psíquica, 
              el dinero se invierte y se gasta. Representa la dimensión 
              corporal, emocional, energética, sexual, mortal, pragmática 
              del pensamiento colectivo, su dimensión de libertad incarnada, 
              su potencia. Por esta razón es «tabú», 
              sucio, rechazado, secretamente deseado, abiertamente adorado, objeto 
              de todas las envidias, robos y corrupciones. No 
              existe inteligencia más que en una circulación continua 
              entre la memoria, la percepción y la acción. Si la 
              idea representa la memoria de la inteligencia colectiva, y la información 
              su percepción efervescente, móvil y distribuida por 
              todas partes, entonces el dinero tiene lugar como vector de acción 
              de la inteligencia colectiva: por él pasa la elección, 
              la evaluación, el compromiso, la finitud y la responsabilidad.
 Con 
              la idea, la información y la moneda, tenemos no sólo 
              las tres dimensiones de la cognición colectiva, sino también 
              las del tiempo, que es la vida del espíritu. La idea se mantiene 
              en la eternidad. La información efímera se evapora, 
              inasible, sobre el punto del instante. En cuanto al dinero, representa 
              la transformación, el paso, la bifurcación, la muerte, 
              pérdida, el nacimiento, la fecundidad de lo virtual.
 
 ¿Cómo 
              se engendran, mutuamente, las tres dimensiones del signo? La idea 
              atrae al dinero, que sabe que ella le permitirá reproducirse 
              (el capital se aventura en la búsqueda de buenas ideas), 
              puesto que las ideas engendran dinero.Sin ideas, sin conocimientos, sin obras, sin imágenes, sin 
              memoria organizada, imposible ganar dinero. El dinero, a su vez, 
              proporciona la energía necesaria (en salarios, por ejemplo) 
              para producir o buscar informaciones, para explotar ideas. La información, 
              para cerrar el círculo, alimenta la eclosión de ideas.
 Y si nosotros recorremos el círculo en la otra dirección, 
              descubrimos que las ideas (la memoria) son necesarias para la interpretación 
              de las informaciones. Son ellas quienes dan sentido al flujo informacional 
              que las descompone, las entrecruza y las reorganiza. Las ideas extienden 
              la tela de eternidad sobre la que toman forma todas las figuras 
              del sentido.
 El dinero, por su parte, evalúa las ideas: capitales y contratos 
              obtenidos, subvenciones recibidas, rentas engendradas por las patentes 
              y derechos de autor, beneficios adquiridos por la venta de un «producto» 
              -ideal en su esencia- de la inteligencia colectiva. Esta evaluación 
              resulta de una multitud de cosas bajo coacción, de una infinidad 
              de acciones responsables, implicadas, y concretamente encarnadas, 
              del espíritu colectivo. He aquí este famoso «mercado» 
              tan detestado, juez inmanente de las ideas, expresión desnuda 
              del deseo -y escandalosa como deseo- de la inteligencia colectiva.
 Finalmente, la información representa el sistema perceptivo 
              de la inteligencia colectiva. Ella origina el dinero, indicando 
              a la energía monetaria sus puntos de aplicaciones posibles: 
              ¿Dónde consumir? ¿Dónde invertir? Y 
              de la ola informacional fecundada por la potencia de la libertad, 
              emergen las ideas, que suben hacia el cielo inteligible de la noosfera 
              como las estrellas de un universo en expansión.
 La 
              propiedad intelectual y el anillo de la inteligencia colectivaExaminemos ahora la cuestión de la propiedad en la economía 
              de la información. Y, para comenzar, la misma información 
              (en el sentido riguroso que he tratado de darle más arriba) 
              ¿puede ser objeto de apropiación? La respuesta, evidentemente, 
              es No. La información, al pertenecer al orden del acontecimiento, 
              situado y dado, en contexto, forzosamente indisociable de una subjetividad, 
              puede, sin duda, cumplir el papel de un servicio remunerado (de 
              formación o de consejo, por ejemplo), pero no de algo de 
              lo que se es dueño, hablando con propiedad. No podemos ser 
              propietarios del momento de un proceso. La «disminución 
              de incertidumbre» de la teoría de la comunicación 
              es, por naturaleza, absolutamente transitoria y singular. Yo podría 
              invocar la propiedad de este texto, no de la información 
              que ustedes saquen de él.
 Veamos ahora el caso del dinero. La moneda pertenece al Estado, 
              pero también a las personas físicas o morales que 
              la cambian, la acumulan, la invierten, etc. La moneda no funciona 
              como tal más que porque su propiedad es a un tiempo absolutamente 
              pública y completamente privada, enteramente personal y totalmente 
              circulante, sin olor, reciclable, blanqueable, imponible...
 Así como la información es inapropiable - por demasiao 
              volátil - y el dinero simultaneamente privado y público, 
              la idea, en lo que a ella se refiere, puede ser o bien privada, 
              o bien pública. La información no pertenece a nadie; 
              «se produce». El dinero es de todo el mundo y pasa por 
              alguien. La idea viene de alguien y pasa a todo el mundo. Que no 
              venga de alguien sino mediante una conexión en el espacio 
              meta-personal del espíritu, eso es otra historia.
 
 El 
              principal medio de producción, desde la revolución 
              neolítica hasta la revolución industrial, ha sido 
              la tierra. A partir de la revolución industrial eran las 
              instalaciones técnicas, las fábricas, las máquinas 
              (incluidas las máquinas agrícolas) lo que permitía 
              producir en masa los bienes que se vendían en el mercado. 
              Desde hace algunas decenas de años, y probablemente cada 
              vez más en el futuro, los principales medios de producción 
              serán las ideas. De algún modo, las ideas constituyen 
              una suerte de territorio intelectual a partir del cual se producen 
              las principales riquezas, exactamente como la tierra desde hace 
              10 000 años hasta el fin de la Edad Media. Es más 
              importante hoy día tener un título de propiedad sobre 
              alguna canción de éxito, sobre un software, sobre 
              una molécula o una simiente genéticamente modificada 
              que sobre una parcela de tierra. La vida económica contemporánea 
              enraiza en el mundo de las ideas. Es por esto que el tema de la 
              propiedad intelectual adviene al primer plano de la actualidad. 
              Al final de este artículo esbozaré la tesis según 
              la cual el capitalismo informacional tiende hacia una cierta forma 
              de comunismo. Pero no creo que ese inesperado comunismo pueda fundarse 
              sobre una propiedad colectiva integral de las ideas, esto es, de 
              los medios de producción contemporáneos. En efecto, 
              la experiencia histórica muestra, primeramente, que la propiedad 
              intelectual colectiva - o estática - integral y obligatoria 
              de los medios de producción se encuentra casi siempre asociada 
              a la negación de la libertad y de la responsabilidad individual 
              como libertades políticas. Además, favorece menos 
              que la propiedad individual el crecimiento y la prosperidad general. 
              Por el contrario, cuando se escoge libremente, la propiedad colectiva 
              puede revelarse al mismo tiempo productora y liberadora: monasterios 
              o kibutz para la tierra, cooperativas para las fábricas, 
              comunidad científica o software libre para las ideas, etc. 
              
 Por 
              otro lado, conviene recordar que la propiedad individual garantizada 
              por la ley es una preciosa conquista histórica que no existía 
              en las diferentes formas de «despotismos orientales», 
              y que no está asegurada en los regímenes feudales 
              o totalitarios. La propiedad intelectual es reconocida por las diferentes 
              declaraciones de los derechos del hombre, en las legislaciones de 
              los países más democráticos. Que la protección 
              de la propiedad privada favorece a los propietarios, de ello no 
              duda nadie. ¿Pero las desigualdades así inscritas 
              en el derecho no son preferibles a una situación en la que 
              la empresa privada, a saber, el nervio de la innovación y 
              de la diversidad de la oferta económica, se desaliente? Compárese 
              la situación de Corea del Norte con la de Corea del Sur.
 Interesémonos 
              ahora más particularmente en la propiedad intelectual. Patentes 
              y derechos de autor, de los que la definición precisa data 
              tan solo del siglo XVIII, representan grandes progresos en la historia 
              del derecho, así como en la historia económica, no 
              solamente porque protegen y alientan a los creadores, sino también 
              porque al hacer entrar la idea en el circuito económico, 
              transforman de manera radical la naturaleza misma de la economía. 
              Hoy día apenas comenzamos a comprender la profunda naturaleza 
              de esta transformación. 
 La 
              propiedad intelectual difiere de otros tipos de propiedad de los 
              medios de producción. En el caso de las ideas, en efecto, 
              la propiedad se ejerce sobre porciones de un territorio indefinidamente 
              extendido, y no sobre un recurso finito - como en el caso de la 
              tierra - o difícilmente extensible, como en el caso de los 
              medios de producción materiales. El mundo de las ideas es 
              infinito. Y jamás será completamente descubierto, 
              descifrado, balizado, conquistado, cartografiado... y apropiado. 
              A la extensión virtualmente infinita de sus objetos posibles, 
              la propiedad intelectual añade otra característica: 
              su carácter temporal. Tanto patentes como derechos, al cabo 
              de algunas decenas de años, terminan por caer en eso que 
              llamamos «el dominio público». Así, los 
              creadores de ideas no permanecen propietarios (ni ellos ni quienes 
              han comprado sus derechos) más que por un tiempo limitado. 
              Xeros no recibe más derechos de autor sobre el procedimiento 
              de la copia en papel normal. Yo puedo cantar un poema de Victor 
              Hugo sin pagar derechos a sus herederos. Tarde o temprano, las ideas 
              acaban por reunirse, gracias a la memoria común de la inteligencia 
              colectiva, la herencia de la humanidad. De este modo, las ideas 
              no son apropiadas ni apropiables más que en la zona en la 
              que precisamente el campo intelectual se dilata -con la frontera- 
              sobre este límite de conocido y desconocido, en el que la 
              fuerza de cuestionamiento, la energía creativa y la potencia 
              financiera alcanza su punto más vivo. Podemos representarnos 
              el mundo de las ideas como un plano infinito sobre el que se extiende 
              un anillo. En el interior del anillo: el patrimonio común 
              de la humanidad; en el exterior, la apertura, la trascendencia, 
              la intotalizable totalidad de aquello que aún no ha sido 
              imaginado, demostrado, creado, concebido ni formulado- la interpelación, 
              la pregunta, la vida. Ni el interior ni el exterior son apropiados. 
              El anillo móvil, como la albura del árbol, atrae a 
              la savia energética, afectiva, intelectual y financiera. 
              El mundo de las ideas crece gracias a este anillo vivo - la inteligencia 
              colectiva en acto - que se dilata hacia la trascendencia. Es también 
              en este anillo, y únicamente en él, en donde se aplica 
              la propiedad intelectual, atrayendo y redistribuyendo los flujos 
              financieros, canalizando el trabajo y la atención, para mayor 
              beneficio (simbólico y financiero) de quienes personalmente 
              han invertido... pero finalmente en beneficio de todos.  El 
              abandono voluntario de la propiedad intelectual El razonamiento siguiente: «Puesto que los signos son numerizables, 
              esto es, ubicables en la red, pertenecen a todo el mundo» 
              no me parece convincente del todo. La propiedad no sirve únicamente 
              a los intereses de los poderes (aunque también lo hace, por 
              supuesto), también juega un papel esencial en la economía 
              de la inteligencia colectiva. Es bueno que un circuito virtuoso 
              venga a alimentar, a su término, las zonas del espíritu 
              colectivo que produce los mejores frutos. Pero si la finalidad última 
              es la vitalidad de la inteligencia colectiva, la potencia de expansión 
              de su corona de oro, la propiedad intelectual clásica puede, 
              a veces, no constituir la mejor solución. En ciertos casos, 
              una renuncia voluntaria a la apropiación de las ideas 
              (de los nombres, de los textos, de las imágenes, de las músicas, 
              de los programas, de los métodos técnicos, etc.) puede 
              permitir a las ideas producir más sentido y acontecimientos 
              en la inteligencia colectiva. Incluso puede ocurrir que un autor, 
              un científico o una información célebre, por 
              ejemplo, se transforme entonces ello mismo en idea, en icono. Esta 
              renuncia voluntaria constituye la regla para los científicos 
              que trabajan en laboratorios públicos sobre cuestiones fundamentales. 
              En el mundo del software libre, la no-apropiación -debidamente 
              reglamentada- permite, a todos aquellos que lo deseen, mejorar los 
              programas. También el uso en la comunidad de músicos 
              y DJ's que trabajan a partir de muestras. Igualmente podría 
              citarse el «copyleft», inspirado en el software libre, 
              que se difunde en medios de artistas. Dicho de otro modo: redes 
              de cooperadores pueden decidir -voluntariamente- dejar el producto 
              de su trabajo intelectual en el dominio público, para que 
              eso acelere el proceso de la creación y de la inteligencia 
              colectiva. Pero hay que señalar que estas decisiones, de 
              grupos o de individuos, son voluntarias, y que suponen la 
              existencia previa, disponible, garantizada por la ley, de la propiedad 
              intelectual. El caso de Napster es diferente de los que acabamos 
              de evocar, porque ese dispositivo no favorece necesariamente la 
              creatividad colectiva, y no viene de una decisión 
              voluntaria de los creadores. Las prácticas de mutualización 
              de los recursos informacionales, ciertamente prometen un gran futuro, 
              pero bajo formas probablemente diferentes de las que hemos visto 
              desarrollarse en los últimos años. No soy nada original 
              si digo que será necesario encontrar medios de remunerar 
              a los creadores.
 Comunismo 
              y capitalismo informacionalSi el capitalismo informacional conduce a una cierta forma de comunismo, 
              ello no es, a mi modo de ver, porque renunciaría a la propiedad 
              privada de los medios de producción, es decir, a la propiedad 
              intelectual, que deviene hoy día la fuente principal 
              de la riqueza. Mucho menos porque se eliminaría el dinero. 
              ¿Cuáles son entonces los argumentos que me hacen defender 
              la tesis de una aproximación del capitalismo informacional 
              a un cierto ideal de comunismo? Me contento con lanzar aquí 
              algunas pistas con las que concluir este artículo, reservándome 
              guardar estas ideas para desarrollarlas en una obra futura sobre 
              la teoría del capitalismo informacional.
 
 1. 
              Gracias al cyberespacio, los conocimientos que están en el 
              dominio público jamás han estado tan accesibles y 
              utilizables como hoy día, y a un costo tan bajo. Toda idea 
              colgada en cualquier parte de la red es inmediatamente legible en 
              todas partes, y conectable desde cualquier otra. La libertad de 
              expresión, de comunicación y de asociación 
              crecen a ojos vista. La cybercultura favorece el diálogo, 
              la cooperación, los cambios transversales de todo tipo, una 
              suerte de «comunismo de la inteligencia» que perfecciona 
              una inteligencia colectiva en camino, desde el surgimiento del lenguaje.2. La transparencia del cybermercado nos permite orientar 
              la economía, escogiendo los productos que mejor corresponden 
              a nuestros criterios éticos, ecológicos, políticos 
              y sociales. Esta misma transparencia nos autoriza igualmente a invertir 
              en empresas que siguen reglas medioambientales, sociales y deontológicas 
              aceptables.
 Combinados con el aumento del accionariado popular, y con el juego 
              de bolsa a pequeña escala y en línea, los movimientos 
              convergentes de la inversión socialmente responsable y del 
              consumo consciente pueden conducir a una verdadera apropiación 
              colectiva de la máquina económica, pero una apropiación 
              que, en vez de negarlas, tendría como base la propiedad individual 
              y la responsabilidad personal.
 
 3. 
              El capitalismo informacional parece dirigirse hacia el establecimiento 
              de reglas de juego según las cuales las más competitivas 
              son precisamente las más cooperativas.
 4. 
              Se tiende a preferir la paz democrática a la guerra, a la 
              miseria y a las dictaduras, poco propicias a la prosperidad. Se 
              favorece el reforzamiento de una escala de gobierno mundial que 
              estará probablemente controlado por una forma u otra de cyberdemocracia 
              abierta y participativa.
 Es 
              a nosotros a quienes nos toca favorecer las tendencias más 
              positivas, que se abren paso en la cultura contemporánea, 
              según nuestra situación, a nuestra manera personal, 
              con cada uno de nuestros actos.
    ________________________1. Sobre el tema de la semiosis y de sus nuevas condiciones 
              en la cibercultura véase la notable obra de Jean-Pierre Balque 
              Contextes de l'art numérique,  Hermes, París, 
              2000
 
   
           |