y es como si todo fuera
	una interminable secuencia de pies y cigarrillos,
	un cine desesperado con máscaras de olvido
	y rótulos de neón:
                           no había
	nadie en aquel cuerpo, estaba
	vacía la calle, dije, cuando supe
	en aquel demasiado donde brilla lo inefable
	que yo también era un muerto y esperaba como Ellos
	la paga del soldado, la última caridad
	de tu Yo-imposible, cuando caída
	una vez más mi mano y rotas
	todas las personas malolientes del verbo, supe
	que sólo era posible tu desprecio, esa ofrenda
	de amor, esa plegaria
	donde acoger la muerte y la limosna de oro falso
	escupida por los labios del presente.
 
 
 
 
 
 
UN   ASESINO  EN  LAS  CALLES (versión)
	Así mataba yo.
	Así mataba un hombre sin cabeza
	viviendo a costa del asesinato.
	Así mataba yo cuando vosotros erais
	intérvalos en mi agenda y una fecha
	en mis ojos de asesino:
  descarga
	de vez en vez sobre las torpes figuras
	que avanzan por la calle
	oscuramente aferradas a un sentido que no hay.
	Así goza un cuerpo
	viviendo sin esfuerzo a costa de otros cuerpos,
	y matando bajo el cielo entero,
                rezando
	para saber al fin de tu susurro, para
	saber al fin de tu sollozo
	y que la sangre nos absuelva del pecado de la vida.
 
 
 
 
 
 
	Tú has llegado hoy a ese lugar
	que es algo así como una representación fantástica
	o el misterio inaprehensible de una vida
	donde se mueven ingenuos los hombres
	confusos acerca de sí mismos,
            o bien
	simplemente grotescos, feroces como un resucitado
	que no acabara nunca de despertar.
                    Pero has llegado
	y a pesar de todo esres:- en los pliegues,
	en los espasmos de nadie inconfesables,
                           y callas
	la vergüenza secreta de tu alma.
	Otorgando a ese cielo de desprecio, a esa órbita vacía
	por completo de tu imagen, una tras otra
	las palabras indecibles de una infancia desenfrenada
	que hoy vuelven como embalaje extraño, las horas
	perdidas como en haro que ya en humo se disuelven,
                                          porque es verdad,
	es verdad que ha llovido,
	es verdad que no ha cesado desde entonces, desde el día
	en que alguien sin saber ya cómo y aun perdiendo su vida hizo
	de tu gesto una promesa, 
      y desde entonces
	recorres frenéticamente el camino de Nadie, porque quién,
	quién sabe si no es cierto, si aquello no era,
	si no fue lo Otro:
                         la despedida, la barraca alejándose todavía
	bajo la inmensa lluvia, bajo la lluvia, bajo la lluvia entera,
	y en la cuneta extraviada
      La Obra,
	de nombre, quizá Melancolía.