[Poemas (de El tragador de rocas y de Suenan las orillas) - Beñat Baltza]






Allí, poco frecuentado,
cadencia de olas, un murmullo,
un aire sopla, ceniza,
se desintegran las rocas,
menos que polvo de estrellas.
Allí: la forma es mínima:
electrones en danza, horas geométricas,
se disipa la duda,
innecesidad de certezas.
Pero tú yaces en mitad de todas las estepas.
Te tocan todos los vientos,
las rosas y los besos te fecundan,
las palabras te arropan-
pasividad-;
los cipreses azules hacen música-:
vuelcas el sombrero.




Ya no recuerdo si nos alejamos juntos o si nos
separamos; seguramente la diferencia entre ambas
posibilidades no era muy apreciable.

(carta de Kafka a Milena)

DAS LIED EINSANEN MADCHENS (Nico in Tokyo)


Aquello que un día aligeró el paso,
voces que rasgaron los cielos,
luces de alba y las aceras mojadas,
transformado el cansancio en otras aguas,
el nombre transformado en esas aguas nuevas
cuyas letras, apenas susurradas, caían
¡en series inaprehensibles
para el oído poco afinado!
Después los mares del Norte: aquí
los peces alzaron el vuelo,
aquí: el pájaro escrutó la lombriz,
las estrellas rociaron la tierra,
el hombre se irguió
y se agachó a roturarla- ¡Mares del Norte!
una eterna sustancia
se derramó en los corazones-.
Al cabo el Arte.
Y otra vez atravesar la meseta:
la metrópoli:                                     je vais te raconter une histoire
la gran política -il faut                     dime ahora qué es la carne
pratiquer le silence                         de quién este cuerpo que la escarcha
     [refresca
calzar tacones                                levántate y baila
triturar los cuerpos temblorosos        I' ll be your mirror?
fertilizar lo gris-:                            ya no hay espejos- ¡baila!
una nueva morada de
apenas memoria de gestos-             oh lo inorgánico ¡ahora danza!
une nouvelle histoire ¡¡danza danza...
                                             balbuceos-
la marea nos acerca las rosas,
un cometa sobre nuestras cabezas,
púrpura el cielo,
muere la espuma en nuestros pies,
aprendemos el límite,
regresamos...
De cualquier modo un vuelo
en caída hacia la superficie,
un dejarse envolver por la bruma,
chapotear en la espuma,
picotear peces,
convalecer -¡tierra incógnita!
la mar nos engulle y
nos empuja hacia nosotros mismos,
hacia nuestra propia antigüedad -de pájaros
cánticos y viejos sonidos
sin detenerse
prosiguen-
¡¡la gran política!!-:
en la nieve caída
el pueblo se refleja,
los colores guardan silencio,
se agrandan las sombras,
los signos enmudecen-
el tordo canta
y deja su huella en la nieve.

Marzo de 1998








Quisiste cultivar un jardín para el gozo de todos,
ordenar los rincones más sucios,
espacios amplios por los que se filtrara la luz
y la atención a las plegarias cuando fueran necesarias;
florecer de una suma de instantes en torno a una hora profunda,
confundirte en el estupor y la gracia de las rosas nacientes,
olvidarte del cuándo, del cómo, del por qué,
deslizarte por la superficie de la discusión y el carnaval
sin otra preocupación que lo que allá se anuncia-.
Te sobrevives a todos los intentos de compañía.
En la aflicción de las horas, malamente te defiendes.
Sin fe, exhausto de lo humano,
más humano que nunca,
buscas refugio en lo incierto-
palabras: lágrimas
sin motivo aparente
y con una gran inclinación
que ha ensombrecido tus pasos (¡a la noche
la frente nocturna!)-
pero que quizá cubra ya todas las estaciones
pues la velocidad del nervio óptico
aspira a la ilusión del arcoiris.
Y ahora tu voz
suena profunda pero sin gravedad-: Oh, esta diadema
de violetas tempranas.- Oh, ese violín atravesado en tu garganta.
Ah estos cabellos hacia atrás.- Beso tu frente.
Oh, yo te corono...

Marzo de 1998






OBERTURA

(Manifiesto para la poesía que ya está llegando)

I

apenas sobrepuesto el ser despotenciado
aguas que no reflejan tampoco desembocan
de la cabeza vuelta arrastran el testigo desasido-
moléculas-tristeza elogian tu distancia:
fanales japoneses te envuelven y protegen

 

II

heridas nos aguardan hemos de apoderárnoslas
ser como pececillos en el flujo sangrante de los días
que cada primavera recorre la fría rocosidad-
corre ven mira esta lágrima
detenida un instante en mi ojera para después seguir
dibujando las edades del espíritu en mapas que (no) son de superficie
esta lágrima oh mira ahora aletas nasales horadando
y voy reconociendo fascinado esta porosidad esta pregnancia
la antigüedad del mundo en los rostros amados
seres entre los seres que desgranan mis horas que desgranan mis días
la vida                                                   [que desgranan mi vida
y fue Platón el primer gran amante de las cosas ¿se comprende bien esto?
o dicho de otro modo:
amor y cerebro son el agenciamiento.

III

la voluntad no existe y
actuar es tan cansado-
así:
yo habito en la juntura del resplandor que surge
del ojo no acabado
doy enormes brazadas en miasmas sin nombre no creo en el enemigo
e inevitablemente caigo en el lecho y me diluyo:

morula blastula grastula del ojo al labio
                               y la lágrima cayó en la sábana
                               plegándola:
ich wollte hinaus in den Garten tienes que ir aprendiendo
para mostrártelo-. Y le ofreció la mano.
Y ella le dio la mano.

IV


lei sarà sedotta pero no abandonata
pourquoi?
porque kirkebyegañabramvanvelde
y este colosal sufrimiento-
mira Ben (clarinete y electrónica.):
la hospitalidad del pliegue es la amistad
en donde lo común se vuelve lo más íntimo:
extrañas lentitudes inmaterialidades
extrañas formas de amar eternidades-
en este clamor de las furzas difusas:
tiempo=silencio (Richard Pinhas)
melancholia ma chère
todas las cosas necesitan plegarse en la oscuridad eso
lo saben bien las cosas y la curva absoluta-
mente cautivadora
como los besos que no se escatiman:
trabaja en el silencio,
esculpe el signo,
y vuelve inteligible este porque sí-
ah un interruptor tan solo uno
para que pueda yo accionarlo desde la cama-.

V


apenas sobrepuesto el ser despotenciado
aguas que no reflejan tampoco desembocan
de la cabeza vuelta arrastran el testigo desasido-
moléculas-tristeza elogian tu distancia:
fanales japoneses te envuelven y protegen

junio de 2000


Conozco una cueva, no muy lejos de aquí, a la que suelo ir cuando la vida entre la gente me resulta ya insoportable. Atraviesa una pequeña ladera, lo que significa que tiene dos entradas de aire. Por una, el cuerpo de un hombre, de una mujer, imposible que pase. La otra no está disimulada. Aun así, nunca entra nadie. Y si lo hacen, son muy respetuosos con el lugar, pues jamás encontré señal alguna de humanos ni de cualquier otro animal. Antes de desvanecerme en las sombras, como una japonesa, para abandonarme a mis divagaciones y a mis delirios, tomo el jarrón entre las manos, con sumo cuidado, y sorbo el contenido. Cierto día tuve la imperdonable falta de revelar el emplazamiento de mi retiro y de describir algunas de mis prácticas. Entre ellas, el ejercicio de salutación. Aquellas gentes, morbosas, tuvieron la desfachatez de vigilarme y perseguir todos mis movimientos. Como cada vez mi estancia entre rostros humanos me resulta más cansina, no tardé mucho en regresar a mi refugio. Los chismosos insensatos me persiguieron, pretendiendo guardar una distancia con respecto de mí, que creían como un salvoconducto que les llevaría a mi refugio sin poder yo apercibirme de su presencia, hasta mi amada cueva para, lo sé, violar mi incontenible deseo de abstención. Las gentes que no tienen nada que decir siempre andan poniéndose en el medio. Pero yo he desarrollado la facultad auditiva hasta grados verdaderamente posthumanos, todo lo posthumano me sobrecoge y renueva toda mi capacidad afectiva hasta grados que hoy por hoy (¿hoy al cuadrado?), afortunadamente, son imposibles de valorizar. Y ellos, que no saben callar diez minutos seguidos, comenzaron a parlotear. Sabía que lo que pretendían era acusarme de mi práctica de salutación. Pero aún tenía tiempo hasta que se presentaran, y lo celebré con la calma y el desahogo normal. Después me precipité con rapidez a la cueva A, que es en donde duermen los murciélagos de los que me había hecho muy amigo tiempo atrás, en circunstancias que no tengo ninguna gana de contar aquí. Afortunadamente era verano y los murciélagos no invernaban. Y afortunadamente anochecía, anochecer que en mi estrategia había yo provocado, ora caminando más lento, ora sentándome a fumar un cigarrillo, prolongando el placer con un segundo, mirando las nubes, mis hermanas. Comencé a lanzar chillidos en una lengua que, en no mucho tiempo, habíamos logrado sintetizar entre quien parecía ser el jefe de los murciélagos y yo. Mis gritos precipitaron su nocturno despertar y, un fuerte clamor de batir de alas resonó en el laberinto. El jefe se posó en mi hombro, le expliqué lo que ocurría y mis planes. Mis perseguidores llegaban en ese momento a la cueva. Entonces, a mi grito de inicio de combate siguióle el maravilloso espectáculo. Nos abalanzamos sobre los chismosos y, a fuerza de picotazos y arañazos, acabamos rápidamente con sus vidas. Nos tendimos sobre los cuerpos y sorbimos su sangre. Cuando estuvieron secos, mis amigos se fueron a correrla danzando por el cielo, y fue a mí a quien tocó arrojar los despojos por el barranco.


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