Publicado originalmente en inglés en OCTOBER # 79, Invierno de 1997, pp. 15-31.
¿Qué nos importan los juicios que puedan elevarse más tarde sobre nuestras oscuras personalidades? Si hemos visto conveniente apuntar las diferencias políticas que existen entre la mayoría de la Comuna y nosotros, no es para repartir la culpa entre los fundadores y el elogio entre los continuadores. Es simplemente para asegurar que, aunque la Comuna fuera derrotada, la gente supiera que no fue lo que ha aparentado ser hasta ahora.
Gustave Lefrançais, 20 de mayo de 1871.[1]
No ha sido antes de que las cenizas de Guy Debord fueran con toda seguridad vaciadas desde el Puente de Vert-Galant en el Sena, ni antes de que la muerte sofocase su implacable tendencia a responder a cualquiera que hiciese la menor mención de él, que un envalentonado grupo de comentaristas a salvo en sus perreras, están desesperadamente impacientes por posicionarse a favor, en contra o de cualquier otra manera con respecto a la persona, escritos, hechos y gestas de Debord.
Tal es el caso del intrépido diletante Régis Debray, una vez punto focal del Guevarismo, luego asesor del presidente Miterrand. Debray, quien (con toda seguridad) nunca antes había estado vinculado a Debord de ninguna manera, siente ahora una urgente necesidad de denunciar las ideas de Debord, y específicamente el concepto de espectáculo, por su supuesto idealismo, por su adscripción al joven Marx y al joven Hegel, por su Feuerbachismo no reconstruido - pero sobre todo por su estricta incompatibilidad con su propia sociología positivista de la comunicación de masas, conocida por el nombre de "mediología". [2]
Descrita a veces modestamente como una cosita (Debray es propenso a hablar de "nuestra pequeña mediología"), esta nueva disciplina tendría altas ambiciones. Aspira nada menos que al trono de la semiología --incluso aunque, para hablar con palabras de Debray, "semio" lleve una buena media década de ventaja sobre "medio"--. Pero Debray necesita también alejar su chiquita neo-empírica de la más insignificante mácula de pensamiento totalizante o negativo, y aquí es donde la condena global del espectáculo hecha por Debord viene a cuento: "Para los situacionistas... la mediación es maligna. Para nosotros la mediación no sólo es una necesidad, es la civilización misma. Para nosotros el hombre es hombre sólo en virtud de la mediación tecnológica, y necesita el espectáculo para acceder a su verdad. El hombre descubre su realidad a través de la ilusión, [etc. etc.]" [3]
Nosotros fuimos miembros de la Internacional Situacionista en 1966-67. Esto no nos da un punto de vista especialmente ventajoso con respecto a las cuestiones verdaderamente interesantes acerca de la I.S. en sus extraordinarios años finales. En particular el punto clave, de cómo y por qué los situacionistas llegaron a tener un papel preponderante en los sucesos de mayo del 68, - es decir, cómo y por qué su ideario político marcó, e incluso impulsó, una crisis del Estado tardo-capitalista - está todavía abierto de par en par a la interpretación. (Y, por este motivo, a la simple indagación de los hechos. La burla, la evasión y la manipulación de la evidencia acerca de los sucesos de mayo del 68 no termina de arreciar.) Volveremos en un momento a alguno de estos asuntos. Pero no hacemos apología de empezar por el final. Las divagaciones de Debray son típicas. Y de alguna forma necesarias. Los esfuerzos del conocimiento organizado por desacreditar a los situacionistas - colgándoles el sambenito de un final poco serio y estudiándolos en el marco de un "izquierdismo infantiloide" o de "la política de la autenticidad" o de "los 60" o algún otro pseudo-fenómeno acreditado - son a su vez completamente razonables (al menos el conocimiento organizado sabe reconocer a sus verdaderos enemigos) y maravillosamente autodestructivos. Por la misma razón la I.S. no desaparecerá.
Por eso mismo, alguien podría preguntarse por qué estamos contestando a este particularfragmento de sinsentido. Quizá el fragmento de Debray sea tan fastidioso porque nos condujo realmente a nuevos abismos, incluso en un campo tan vehementemente discutido. Ciertamente nunca esperaríamos verlo mejorado con la descarada amnesia de los rancios debates académicos acerca de la parte tomada por los escritores en los debates referidos; sin mencionar la más o menos lunática (pero por supuesto calculada) "estima" que Debray termina confesando por Debord "en cuanto individuo" - y en cuanto rareza, "un moralista profesional" que tiene realmente un "código moral personal".
Pero había algo más, nos damos cuenta, que pasaba por debajo de nuestra piel. Sucedió que el periódico británico New Left [4] Review seleccionó para publicar una versión (algo abreviada) del elogio de Debray en su número de noviembre/diciembre 1995. [5]. Fue la segunda vez en su historia que la Review trató - y falsificó - la cuestión de los situacionistas (la primera, de la que hablaremos, fue en 1989, tras un cuarto de siglo de elocuente silencio[6]). Pero las contradicciones se terminan manifestando, y como por azar (o mala administración), el artículo de Debray se colocó en una bonita yuxtaposición con las amplias y reverenciales discusiones, en el mismo número, de la "historia del breve siglo XX" de Eric Hobsbawm -- su "informe", que diría un gracioso "para un Comité Central que ya no existe". La propia idea de hostigar demasiado las omisiones y excusas de Hobsbawm como historiador fueron denunciadas a priori por NLR como "anticomunistas". Una norma para jóvenes hegelianos, según parece, y otra para estalinistas irredentos. Haber sido demasiado optimista acerca del potencial revolucionario del proletariado es una cosa; y otra muy diferente haber pasado la vida de uno inventando razones para la colectivización forzada, la acusación, el Gran Terror, la supresión de las sublevaciones de Alemania del Este y Hungría y así ad nauseam. Aquel es el vocerío de los rebeldes primitivos, ésta la alternativa analítica dura de la historia marxista.
Naturalmente esto nos trae a la mente los primeros esfuerzos de NLR para inventar una historia del "situacionismo" que eludiese de alguna forma enfrentarse al momento, en los últimos años de 1960, en que las formas políticas de influencia situacionista se hallan realmente enfrentadas con las del marxismo llamado "clásico" u "ortodoxo" del propio periódico. Enorme fue la labor del redactor de NLR sobre asuntos artísticos, Peter Wollen, cuando fue reclamado para el número de marzo-abril de 1989; y muchas fueron las principales corrientes y las imaginativas genealogías y los esbozos en miniatura de este importante -ismo y esas cosas: todo para apoyar la declaración esencial en la última página de su más y más breve siglo XX, que desde 1962 en adelante en el trabajo de la I.S. "la negación llevada a cabo por Debord y sus seguidores de cualquier separación entre actividad política y artística... condujo en realidad no a una nueva unidad dentro de la práctica situacionista, sino a una eliminación total del arte excepto en sus formas propagandista y de agitación... La teoría desplazó al arte como actividad de vanguardia, y la política (para quienes quisieran tener las manos absolutamente limpias) sería pospuesta hasta el día señalado en la agenda por la revuelta espontánea de quienes ejecutaran las órdenes, y no de quienes las dieran." [7]. De nuevo la autoridad de Michael Ignatieff es pasmosa. Sucede que recordamos a Wollen en 1968, sin haber desplazado todavía sus simpatías del centro trotskista a la periferia de la vanguardia, dando vueltas por los principales lugares de la "revolución estudiantil" en Inglaterra como una especie de observador de la Nueva Izquierda, y retrocediendo horrorizado ante las impuerzas ideológicas que descubrió allí - reservando por supuesto su Jonathan Edwards completo para "¡aquellos condenados situacionistas, lo más profundo entre lo bajo!" Recordamos específicamente este comentario (nosotros utilizamos tales veredictos como una insignia de honor).
Lejos de nosotros sugerir que esto convierta a Wollen en un guía de poca confianza para la
misma escena tras veinte años de reflexión. La edad trae sabiduría, e incluso arrepentimiento.
Pero esto significa que tenemos - ¿como diríamos? - una interesante perspectiva sobre los
eventos que él ha elegido narrar.
* * *
Vale, vale. Al final el interés de los procedimientos de Debray / NLR yace en el modo en que revelan, un poco más notoriamente de lo usual, la estructura (y función) de lo que ahora pasa por conocimiento de la I.S. desde 1960. El conocimiento establecido, si se me permite llamarlo así, que se compone de cuatro proposiciones esenciales, aunque obviamente se superponen y se repiten a sí mismas.
Como todo buen travesti, estas cuatro proposiciones no son simples mentiras. Todas ellas apuntan a los problemas reales en el trabajo de los situacionistas después de 1960, y lo último que pretendemos es decir que no existen. Lo que nosotros pensamos, sin embargo, es que cada una de ellas es una endeble media verdad, nunca argumentada correctamente por los fabricantes de opinión de la izquierda, y contradicha por un cuerpo de evidencias acerca de las que estos fabricantes de opinión están informados, pero de las cuales prefieren no hacer mención. La razón no hay que buscarla lejos. Cada proposición tiene un corolario casi oculto, y es la verdad del corolario lo que esta izquierda quiere (y necesita) afirmar.
Notarás que los corolarios ocultos tienen mucha más sustancia que los argumentos originales
acerca de la I.S. Y que son apropiados. Los argumentos son ridículamente débiles. Son los
corolarios lo que cuenta. Sería tedioso, entonces, ir punto por punto a través de alegres
tergiversaciones y presentar la evidencia por su propia falsedad. Mejor tomar uno o dos tópicos
al azar y sacar de ellos el tono general.
* * *
¿Quién hubiera pensado nunca, en principio, que la I.S. tal y como aparece descrita por el saber establecido tuviera tiempo, en los intervalos entre las exclusiones y los anatemas, para el análisis de los sucesos políticos del mundo exterior? Por ejemplo, la serie de intervenciones en los sucesos que se producían en Argelia, a la vez que en Ben Bella y Boumedienne, que culminaron en el extenso artículo "Les Luttes de classes en Algérie" publicado en el periódico situacionista de marzo de 1966 y después como pasquín. O el panfleto de agosto de 1967 sobre la Gran Revolución Cultural proletaria de Mao "Le Point d'explosion de l'idéologie en Chine" (reimpreso más tarde en el periódico de aquel año). Nuestro juicio es obviamente interesado, pero seguimos pensando que aquellos textos son clásicos del análisis marxista. (En ambos casos la I.S. se benefició de tener miembros que poseían un conocimiento real de la lengua y de la historia de los paises referidos, que se oponían a la opinión formada desde los libros por filocomunistas y los editoriales de Le Monde). Nos maravillaríamos si aquellos que ahora rechazan a la I.S. "política" pudieran aproximarse a comentarios sobre el mismo tema u otro comparable del mismo período que les impacten, en retrospectiva, tan violenta como precisamente. En el buen sentido desengañado y apasionado.
Luego está la cuestión de La sociedad del espectáculo de Debord. Otra vez, unos cuantos tópicos al azar. El libro se publicó en noviembre de 1967: es decir, se escribió al mismo tiempo que los análisis políticos que acabamos de citar (junto con otros varios publicados en el periódico situacionista o como panfletos: sobre Watts y la economía de mercado, sobre la Guerra de los Seis Días y Oriente Medio, sobre las primeras peculiares conmociones de la "revuelta joven", y así sucesivamente), y pretendía claramente ser leído junto a aquellos análisis. [10] Se trata de un libro mucho más político de lo que podría imaginarse a partir de la lectura de la mayoría de los relatos de sus detractores y entusiastas. ¿Cómo podría alguien sospechar, a partir del relato de Debray y muchos otros como éste, que el capítulo más largo del libro con diferencia se titulara "El proletariado como sujeto y representación, y que el eje de todos sus argumentos girase (una y otra vez) en torno a la cuestión del leninismo, el partido, y la historia del movimiento de la clase trabajadora? Por supuesto nuestra pregunta es faux naïf. No debe hablarse de este aspecto de La sociedad del espectáculo. Tanto porque echaría atrás a los comentadores del mundo soñado del simulacro que ellos quieren creer que Debord habitó o predijo, como porque disputar sobre ello podría suponer recordar las propias posiciones de uno, entonces y ahora
Concedamos uno o dos puntos. Por supuesto La sociedad del espectáculo se concibió como un trabajo de "alta teoría", y sostiene un diálogo con los textos, la mayoría de las veces perfilados desde el pasado profundo del marxismo, la filosofía alemana, y la literatura clásica francesa, que encuentra el modo de ventriloquizar y exacerbar. (La sugerencia de Debray de que el libro "reconoce el plagio solo in extremis" - en una tesis hacia el final - es pura mala fe. Pues aparte del hecho que Debray conoce tan perfectamente como cualquiera de que Debord cita a Lautréamont a propósito del plagio, La sociedad del espectáculo expresa su dependencia con el pasado en todos los párrafos. Esta dependencia es más profunda y misteriosa de lo que un lector superficial como Debray tiene tiempo de molestarse en analizar.) La cuestión a plantearse es cuál pudo ser la clave estratégica de tal manera de escribir en 1967. Asunto de fechas. Los libros de Althusser La revolución teórica de Marx y Para leer 'El Capital' habían aparecido dos años antes y pegaban fuerte en la izquierda en Europa. Cuando Debray dice a la ligera que "todos nosotros éramos feuerbachianos en nuestra juventud, todos grandes entusiastas del joven Marx", la pequeña confesión conjura lo que todos "nosotros" llegamos a ser pocos años después.[11].
Lo que Debray produjo en 1967, el año en que apareció el libro de Debord, fue Revolución en la revolución, que es a Fidel Castro lo que Sidney y Beatrice Webb a Stalin. La moda de la cibernética y el estructuralismo de línea dura promovían entonces (o daban nueva prominencia a) la disciplina de la semiótica. Era el momento, en otras palabras, en que la propia palabra "totalidad", y la propia idea de intentar articular aquellas fuerzas y relaciones de producción que estaban dando al capitalismo una forma nuevamente unificada y unificante, estaban tabuizadas (como todavía lo están en gran medida) como residuos de una tradición "hegeliana" desacreditada. [12]. Estas cosas estaban en la mente de Debord. Uno de nosotros le recuerda en el Collège francés en 1966, asistiendo a un curso de Hyppolite sobre la Lógica de Hegel, y teniendo que aguantar una sesión final en la cual el maestro invitó a dos jóvenes turcos a entregar sus papeles. "Trois étapes de la dégénérescence de la culture bourgeoise française", dijo Debord como el último conferenciante. "Premièrement, l'érudition classique" - tenía en mente al propio Hyppolite, que había hablado brevemente al principio - "quand meme basé sur une certaine connaissance générale. Ensuite le petit con stalinien, avec ses mots de passe. 'Travail', 'Force' et 'Terreur'. Et enfin - dernière bassesse - le sémiologue". En otras palabras, La sociedad del espectáculo fue concebida y escrita específicamente como un libro para los malos tiempos. Trataba de mantener vivo el hábito de la totalización - pero también de expresar en todo el detalle de su textura verbal y estructura envolvente, que este proyecto debía suponer ahora una labor de redescubrimiento y rearticulación (y claro, de reafirmación de lo obvio).
Lo obvio tiene que mostrarse, entonces, una vez más, ya que existe tal determinación. Para los situacionistas, la realidad aplastante fue el stalinismo: el daño y el horror cuya emergencia propició, y su capacidad para reproducirse, en formas siempre nuevas y técnicamente más plausibles, dentro de una Izquierda que nunca había afrontado su propia complicidad o infección. (Nunca empezaremos a entender la hostilidad de Debord hacia el concepto de "representación, por ejemplo, hasta que caigamos en la cuenta de que para él la palabra siempre tuvo un regusto leninista. El espectáculo es repugnante porque amenaza con generalizar, como si lo fuera realmente, la pretensión del Partido de ser representativo de la clase trabajadora). La sociedad del espectáculo forzó una conversación con el viejo Marx, y con las sombras de Feuerbach y Hegel, es una respuesta a esta situación. "Forzó" en dos sentidos: es ostentosa y obviamente llevada al exceso (de manera que ni siquiera Debray la echó en falta): y estas cualidades son precisamente los signos de la táctica como tal táctica, impuesta al escritor por la historia -el desastre- que él estaba contando.
No estamos diciendo que el libro no sea víctima de la estrategia que piensa que tiene que
adoptar. Por supuesto que lo es. Lo que estamos diciendo es que la estrategia hizo posible un
tipo de sensatez histórica --inseparable de la arrogancia presuntuosa del libro, de su
determinación de pensar el mundo históricamente ante los especialistas de izquierdas y de
derechas -- que no podía alcanzarse por otro camino. Y que elegir no reconocer contra qué otros
modos de discurso izquierdista fue lanzada La sociedad del espectáculo es continuar los propios
hábitos de amnesia y duplicidad que el libro había puesto plenamente en su punto de mira.
* * *
Finalmente, y quizás centralmente, una palabra sobre la cuestión de la organización. Es cierto que la I.S. era un pequeño grupo en los 60. Y que su política de pretender alcanzar acuerdos constantes sobre temas clave, y luchar contra la reproducción de la jerarquía y el hielo ideológico dentro del grupo, condujo a cismas y exclusiones repetidos. Nosotros nos apartamos de la compañía de los situacionistas en 1967 precisamente por cómo se aplicaron estas cuestiones a las acciones de la I.S. en Inglaterra y USA. No estamos sugiriendo, por supuesto, que los situacionistas estuviesen siempre en lo correcto. Todo lo más, lo que encontramos nauseabundo en la versión heredada es que asuntos que conciernen a problemas de organización interna --junto a toda una determinación a encontrar una salida al legado del "centralismo democrático"-se interpreten como señales de su falta de seriedad de artistas-políticos. Quien lee actualmente lo que la I.S. escribió en 1966 y 1967 comprenderá rápidamente que no era el resultado de un grupo de gente atrapada en sus propias luchas entre facciones. Hubo tales luchas. Ellos pensaban (a veces correctamente, otras equivocadamente, desde nuestro punto de vista) que eran la condición necesaria para el tipo de claridad revolucionaria que informa lo mejor del legado situacionista. Pero los situacionistas nunca estuvieron estancados en su propio desorden, y se pusieron a concebir, especialmente cuando las cosas se pusieron calientes en el curso de 1967, cómo actuarían -- para "expandirse"-- si el Estado capitalista les ofrecía una oportunidad. Aquí, por ejemplo, hay algunos extractos de un documento de trabajo titulado "Réponse aux camarades de Rennes-sur lórganisation et l'autonomie". Firmado por Debord, Khayati y Viénet, y fechado el 16 de julio de 1967. Este documento procede de una serie de discusiones (y acciones conjuntas) con otros pequeños grupos de la izquierda.
"La discusión comenzada el 3 de julio entre nosotros y los camaradas de dos grupos afiliados a la Internacional Anarquista nos parece que ha revelado la existencia --a partir de nuestro acuerdo sobre lo esencial, y en efecto como resultado del propio acuerdo-- de puntos de vista divergentes sobre la cuestión de la organización... Estas divergencias pueden resumirse como sigue: mientras nosotros estamos definitivamente a favor de una proliferación de organizaciones revolucionarias autónomas, Loïc Le Reste [del grupo de Rennes] piensa más bien en términos de una fusión de tales grupos. Esto no quiere decir, por supuesto, que Le Reste esté fundamentalmente a favor de una sola organización revolucionaria que reclamase "representar" tanto a la clase como al movimiento revolucionario como un todo; ni que por nuestra parte tengamos algún tipo de atadura formal a las distinciones artificiales entre grupos que reconocen correctamente su propia unidad fundamental sobre los asuntos teóricos y prácticos principales.
La cuestión por consiguiente no es promover alguna definición abstracta de un modelo organizativo absoluto, sino más bien un examen crítico de las condiciones presentes y las posibilidades de elección en asuntos particulares que tengan en cuenta las esperanzas de acción real.
...Es bien sabido que la I.S. nunca ha "reclutado" miembros, aunque [...media línea ilegible en nuestra versión, N. del T.], y ambos aspectos de esta política han sido determinados por las condiciones concretas en que nuestra visión ha circunscrito nuestra actividad práctica -- concebida esta actividad, inseparablemente, como medio y como fin -- y así el tema no depende meramente de la capacidad individual para entender, o de la disposición a adoptar, posiciones teóricas particulares. (Del mismo modo que esperamos naturalmente que todos aquellos que son capaces, en el pleno sentido del término, de apropiarse las posiciones teóricas mismas, hagan libre uso de ellas). Muy esquemáticamente, podemos decir que la I.S. considera que lo que puede hacer en el momento presente es trabajar, a nivel internacional, en la reaparición de ciertos elementos básicos de una crítica revolucionaria en nuestro tiempo. La actividad de la I.S. es un momento que nosotros no confundimos con un fin: los trabajadores deben organizarse, sólo alcanzarán su emancipación a través de su propio esfuerzo, etc... No podemos aceptar la idea de que el "reforzamiento" numérico sea una virtud per se. Esto puede ser dañino desde un punto de vista interno, si produce un desequilibrio entre aquello que realmente tenemos que hacer y un miembro que pueda servir a aquellos fines sólo de una manera abstracta, y que está así subordinado, sea por razones geográficas o de otro tipo. Y puede ser dañino desde un punto de vista externo, en la medida en que presenta otro ejemplo de la Voluntad o el Pseudo-Poder, tras la moda de aquella gran cantidad de pequeños grupos trotskistas poseídos por una "vocación de partido dominante..."
Incluso más fuertemente, estamos en desacuerdo con Loïc Le Reste cuando argumenta que la autonomía de las organizaciones diferentes puede introducir una jerarquía entre ellas. Por el contrario, pensamos que la jerarquía amenaza con aparecer dentro de una organización tan pronto como algunos de sus miembros pueden ser obligados a aprobar y ejecutar lo que la organización decide, a la vez que poseen menos poder que otros miembros para afectar la decisión. Pero no vemos cómo una organización efectivamente autónoma -- y por supuesto que ha rechazado cualquier noción de doble lealtad -- podría llegar a subordinarse a un poder exterior. L'Unique et sa propriété [14] acusa que "Aunque la I.S. pretende debatir asuntos teóricos con otras organizaciones revolucionarias... las cosas siempre degeneran en una farsa burocrática, en la que sus criterios pasan a estos movimientos y sus programas desde el elevado y abstracto punto de vista de un radicalismo incorpóreo". Pero solo si el tipo de relación en cuestión fuera realmente burocrático - esto es, tendente a la subordinación -- o si nuestro radicalismo de la raíz a las ramas fuera en efecto abstracto e incorpóreo (lo que está por probar...) podría hablarse legítimamente de la búsqueda de la I.S. de un papel superior -- en el primer caso de modo práctico, en el segundo como realización vacía. De todos modos, ¿qué tipo de organización revolucionaria, compuesta por qué clase de idiotas, podría actualmente dejarse subordinar de tal manera?...
En cuanto a la posibilidad de fusiones en el futuro, creemos que tendrán lugar mejor en los momentos revolucionarios, cuando el movimiento de los trabajadores haya ido más allá...
No afirmamos tener la fórmula secreta que resolverá el problema organizativo del periodo previo. En cualquier caso, esta cuestión no puede plantearse ni resolverse enteramente dentro del contexto de los pequeños grupos radicales de hoy. Nosotros (y algunos otros) sólo estamos seguros de unos pocos principios básicos: por ejemplo, la necesidad de no seguir viejos modelos, sin, no obstante, caer en la pseudo-inocencia de unas relaciones puramente informales. Estos principios son nuestro punto de partida: y sin duda uno de ellos es el respeto a la autonomía de muchos grupos con los que merece la pena hablar, y una determinación de hacerlo de buena fe."
Este es un documento de trabajo, como hemos dicho, sin importancia en sí mismo, y en consecuencia nunca publicado. En gran parte, su aproximación a los problemas de la organización política fue avanzada por los eventos de 1968 (aunque por supuesto el texto está obsesionado por una premonición de tales eventos. Y decir, como hace Wollen, que la revolución de Mayo "llegó a su debido tiempo para sorpresa de los situacionistas como de cualquiera otros" [15] es salvar las apariencias poniéndose en el lugar de "cualquiera otros". Excepto que la sección de la izquierda a la que Wollen pertenecía no estaba tan sorprendida como horrorizada. Los eventos se negaban a seguir el requerido script neo-gramsciano.)
Citamos la "Réponse aux camarades de Rennes" porque sus contenidos contradicen la actual
historia-travesti de la I.S. en este periodo, no menos que la afirmación política favorita de esta
historia-travesti -- que los situacionistas eran simples comunistas consejistas cuya única
respuesta a las cuestiones prácticas de la política revolucionaria fue hipostasiar experimentos
pasados con los consejos de los trabajadores como manera de resolver los problemas de
organización de antemano. De nuevo, esta acusación no está simplemente vacía. La invocación
de Kiel y Barcelona podía ser, a la vez, un tipo de mantra. Pero en la práctica la invocación
coexistió con un completo abanico de acciones y negociaciones que apuntaban a tirar el tema de
la organización en el crisol de fundición. Y tiene en consideración la invocación misma. Por
supuesto cualquier práctica revolucionaria tiene que aprender del pasado, y no duda idealizar
este pasado al hacerlo. Pero mejor una imagen idealizada de 1918 y 1936 que de los años y tipos
de poder que la mayoría de la izquierda pone en un pedestal.
* * *
Advertimos ahora que la concentración de los temas que hemos seleccionado de los años finales de los situacionistas corre el peligro de parecer que cae en la noción establecida de alguna forma de ruptura epistemológica (y práctica) en la historia de la I.S, que tuvo lugar en los años 60, por la cual el "arte" dio paso a la "política". Es un modelo tosco, que vierte tanta luz sobre la diferencia entre situacionistas "antiguos" y "tardíos" como la de Althusser entre un "primer" Marx y un Marx "tardío". Toda la actividad que hemos mencionado se concebía como un aspecto de una práctica en la que el "arte" -- significando aquellas posibilidades de acción representacional y antirepresentacional levantadas durante cincuenta años de experimentación moderna en los límites de la categoría -- pueda ahora ser realizado. Esta fue la auténtica dimensión utópica de la actividad de la I.S. Y pudo y llegó a ser un horizonte de posibilidades que supuso muy poco en la práctica. Pero solo hasta el momento. Seguramente lo importante, que ahora tiende a recapturar un esfuerzo masivo de imaginación histórica, es hasta qué punto fue activa - hasta qué punto fue instrumental -- esta dimensión utópica en lo que los situacionistas hicieron realmente. Fue la cuestión "artística", para decirlo crudamente -- la presión continuada sobre la cuestión de las formas representacionales en política y vida cotidiana, y la negativa a cancelar la cuestión abierta entre representación y apropiación - la que hizo que su política fuese un arma mortal en algún momento. Y la que les dió el papel que tuvieron en mayo de 1968. Este es el aspecto de los 60 que la izquierda oficial quiere principalmente olvidar.
Inevitablemente, hemos hablado aquí de la I.S y la izquierda. Fue a la izquierda (como opuesta a, digamos, el mundo del arte) lo que la mayoría de los situacionistas odiaron en los 60 y a la que pensaron que merecía la pena dirigirse. No estamos seguros de que sea así todavía. Hemos tratado muchas veces de escribir una conclusión a estas páginas que lo hiciese, y nos hemos alzado con dureza otras tantas contra el vacío del presente. Como de costumbre, Debord es el mejor guía para este estado de cosas. "Hace tiempo", dice en el prefacio de 1992 a La sociedad del espectáculo,
La tesis 58 establecía el axioma de que "El espectáculo tiene sus raices en el campo fértil de la economía, y es la producción de este campo la que debe llegar a dominar finalmente el mercado espectacular."
Este esfuerzo del espectáculo alrededor de la modernización y la unificación, junto a otras tendencias a la simplificación de la sociedad, fue lo que en 1989 condujo bruscamente a la burocracia rusa, como un solo hombre, a convertirse a la actual ideología de la democracia -- en otras palabras, a la libertad dictatorial del Mercado, templada por el reconocimiento de los derechos del Homo Spectator. Nadie en Occidente siente la necesidad de gastar más de un día en considerar la importancia y el impacto de este extraordinario evento mediático -- prueba suficiente, si pudiera llamarse prueba, del progreso hecho por las técnicas del espectáculo. Todo lo que es necesario registrar fue el hecho de que una suerte de tremor geológico había tenido aparentemente lugar. El fenómeno fue debidamente anotado, fechado, y se juzgó suficientemente comprendido; un simple signo, "la caida del muro de Berlín", repetido una y otra vez, logró inmediatamente la incontestabilidad de todos los demás signos de democracia. [16]
El "simple signo" todavía domina. Lo hace por todo tipo de razones, incluido el fracaso total de
la izquierda al encarar lo que el signo podía significar para ella -- lo que podría decir acerca de
sus cincuenta años de colaboración con la contrarrevolución estalinista, y los tipos de monstruos
teóricos y prácticos que engendró tal colaboración. El signo todavía domina. Por consiguiente no
derivar hacia lo apodíctico o universal suena verdad, pero nosotros nos reímos de la actual
retórica de la destotalización: "Nosotros derivamos de lugar en lugar y de tiempo en tiempo"
[17] etc. Más pronto o más tarde la historia de la I.S. está determinada a servir en la
construcción de un nuevo proyecto de resistencia. Mejor cuanto antes: no hay razón para pensar
que el momento llegará más tarde. Cómo será este proyecto es todavía una conjetura.
Ciertamente tendrá que luchar para volver a concebir la unidad tentacular de su enemigo y
articular los campos de una unidad capaz de contestarlo. La palabra "totalidad" no lo pondrá en
situación de pánico. Querrá conocer el pasado. E inevitablemente se encontrará a sí mismo
recontando las historias de aquellos momentos de rechazo y reorganización -- la I.S. es solo uno
de ellos -- que la elaboración del sueño de la izquierda excluye actualmente de su conciencia.
NOTAS
[1] Citado en Internationale Situationniste # 12, septiembre de 1969, p. 23.
[2] Régis Debray: "A Propos du spectacle: Réponse à un jeune chercheur", Le Débat # 83
(mayo-agosto 1995).
[ [ [
[6] Peter Wollen: "The Situationist International", New Left Review # 174 (marzo-abril 1989). Otras versiones de este artículo han aparecido después en An Endless Adventure... An Endless Passion... An Endless Banquet. A Situationist Scrapbook, de. Iwona Blaswick (London y New York, ICA Verso 1989 y en On the Passage of a Few People through a Rather Brief Moment in Time: The Situationist International 1957-1972, ed. Elisabeth Sussman (Cambridge, Mass. Y London: MIT Press, 1989.
[7] Wollen, "Situationist International", p. 94.
[8] El lector está invitado a aportar otros nombres. Tuvimos un duro trabajo pensando unos cuantos.
[9] El 17 de mayo de 1968 el Comité de Ocupación de la Sorbona, en el cual los situacionistas tenían todavía entonces la mayoría telegrafió lo siguiente al Partido Comunista Chino: "TEMBLAD BURÓCRATAS STOP [etc.] LARGA VIDA A LA GRAN REVOLUCIÓN PROLETARIA CHINA DE 1927 TRAICIONADA POR LOS BURÓCRATAS ESTALINISTAS STOP LARGA VIDA A LOS PROLETARIOS DE CANTON Y DE LOS LUGARES DONDE HAYAN TOMADO LAS ARMAS CONTRA EL LLAMADO EJÉRCITO DEL PUEBLO STOP LARGA VIDA A AQUELLOS TRABAJADORES Y ESTUDIANTES CHINOS QUE HAN ATACADO LA LLAMADA REVOLUCIÓN CULTURAL Y EL RÉGIMEN MAOISTA BUROCRÁTICO STOP LARGA VIDA AL MARXISMO REVOLUCIONARIO STOP ABAJO EL ESTADO STOP COMITÉ DE OCUPACIÓN DE LA SORBONA AUTÓNOMA Y POPULAR." Este comunicado contrasta con el hecho de que durante toda una década después de 1968 buena parte de la izquierda continuaba estando confusa acerca de miríadas de versiones del maoísmo. El consenso de la inteligencia francesa de izquierdas y sus vedettes (nombrarlas sería superfluo, suponemos, para los lectores de October) estaba casi acorazado a este respecto - un estado de cosas que está ahora estrictamente prohibido recordar. A la vez, incidentalmente, una de las pocas voces opositoras que se alzó contra el culto parisino a Mao fue la del miembro situacionista fundador René Viénet.
[10] Muchos de estos textos pueden encontrarse en inglés en la Situationist International Anthology de Ken Knabb, Berkeley, Bureau of Public Secrets, 1981.
[11] La trayectoria sinuosa del propio Debray no nos importa aquí: el curioso (si lo hubiere) puede rastrearla en sus numerosos escritos autobiográficos, o echar un vistazo a sus Media Manifestoes, publicados recientemente en inglés (London y New Yok, Verso, 1996). Sino una necesidad compartida de evitar el núcleo duro de Debord hace extraños compañeros. Así el reciente descubrimiento de Phlippe Sollers de que el trabajo de Debord es "uno de los más grandes del siglo", de que Debord es "un clásico entre los clásicos", etc. (ver cómo, por ejemplo, Libération, 6 de diciembre de 1994, p. 34), es ridiculizado por Debray por "blandir el cadáver místico" y "salmodiar pálidas detournements como invenciones deslumbrantes (Le Débat, art. cit. P. 6). Lo que encubren estas hipérboles en duelo es que tanto Debray como Sollers, el uno con desprecio y el otro con admiración, quieren sobre todo aprisionar la negatividad de Debord en una torre de marfil. Como antídoto a Debray y Sollers, ver Anselm Jappe, Guy Debord (Pescara: Edizioni Tracce, 1993), edición francesa revisada traducida por Claude Galli: Guy Debord(Marseilles: Via Valeriana, 1995) - un estudio honrado, honesto y no hagiográfico.
[12] Nadie pretende decir que el esfuerzo hacia la totalización de Debord esté libre de riesgos, todavía menos que su esfuerzo deba hacernos volver a un ridículo revival hegeliano. Pero es tiempo de retirar la afirmación de que "la persecución de la totalidad" equivale necesariamente a la "indeferenciación", la "unidad orgánica", el "rechazo de la especificidad y la autonomía, etc. Un buen paso para ello partiría de una relectura de la sección analítica de la Filosofía del Derecho
[14] Un panfleto publicado en 1967 por un grupo recientemente excluido de la I.S.
[15] Wollen: "Situationist International", p. 94
[16] Guy Debord: "Preface to the Third Edition" [París, Gallimard, 1992], en The Society of Spectacle, New York, Zone Books, 1994, pp. 9-10.
[17] Wollen: "Situationist International".
T. J. Clarck y Donald Nicholson-Smith, 1997