Capítulo 3
"Sé que no les tiene en cuenta, porque la corte está armada; pero le suplico permitirme decirle que se les debe tener muy en cuenta, cada vez que ellos se tienen en cuenta a sí mismos para todo. Han llegado a este extremo; comienzan a no tener en cuenta vuestros ejércitos, y la desgracia es que su fuerza consiste en su imaginación; y en verdad se puede decir que al contrario de todas las demás fuerzas de poder, ellos pueden, cuando han llegado a un cierto punto, todo lo que creen poder." CARDENAL DE RETZ Memorias
El mitin del 3 de mayo, en sí mismo, era trivial: tres o cuatrocientos asistentes, como de costumbre, habían respondido a la consigna. Algunas decenas de fascistas del grupo "Occidente" contramanifestaron a primeras horas de la tarde en el bulevar Saint-Michel. Varios Enragés que se encontraban en la Sorbona sugirieron organizar la autodefensa. Se tuvieron que romper algunos muebles ante la falta de cachiporras. El rector Roche y sus policías creyeron oportuno aprovechar este pretexto para obrar con severidad. La policía y la gendarmería móvil invadieron la Sorbona sin encontrar resistencia. Los estudiantes fueron acorralados en el patio. Se les propuso retirarse libremente. Aceptaron, y efectivamente se dejó pasar a los primeros. La operación duró tiempo y otros estudiantes comenzaron a agruparse en el barrio, los últimos doscientos estudiantes de la Sorbona, entre los cuales todos los responsables, fueron detenidos. El Barrio Latino se sublevó al pasar los autocares que los llevaban. [1]
Era la primera vez desde hacía mucho tiempo que en París unos millares de manifestantes resistían a la policía tan enérgicamente y durante tanto tiempo. Cargas incesantes, recibidas con lanzamiento de adoquines, no consiguieron durante varias horas desalojar el bulevar Saint-Michel y las calles adyacentes. Fueron detenidas seiscientas personas.
Como reacción inmediata, el Sindicato Nacional de la Ense¤anza Superior, después de la U.N.E.F., lanzaron la consigna de una huelga ilimitada en la ense¤anza superior. La condena de cuatro estudiantes a penas de prisión, pronunciadas el domingo 5 de mayo, contribuyó mucho más a endurecen la manifestación que estaba prevista para las seis horas a fin de presionar al Consejo de la Universidad.
Naturalmente, los estalinianos hacían todo lo posible para romper el movimiento. El editorial de Georges Marchais en L'Humanité del 3 de mayo, que exponía esta política casi a nivel de parodia indignó a la masa de estudiantes. Fue a partir de este momento que los estalinianos se vieron rechazar la palabra en todos los centros de agitación revolucionaria que el movimiento de los estudiantes iba a crear.
Toda la mañana del 6 de mayo se distinguió por las manifestaciones que desde las primeras horas de la tarde se convirtieron en motín. Las primeras barricadas fueron levantadas en la plaza Maubert y defendidas durante tres horas simultáneamente, se desarrollaban combates en la parte de abajo del bulevar Saint-Michel, Plaza de Châtelet, y en Las Halles. A primera hora de la noche, los manifestantes, que eran más de diez mil, se mantenían principalmente en la zona de la Plaza de Saint-Germain-dés-Prés, donde se les unieron la mayor parte del cortejo organizado por la U.N.E.F. en Denfert-Rochereau. [2] "Lo que va a suceder, escribía Le Monde del 8 de mayo, va a sobrepasar en violencia y en amplitud todo lo que se ha producido en esta jornada ya sorprendente en todos los conceptos. Esto será una forma de combate de calle que alcanzará a veces una especie de frenesí, en que cada golpe asestado será inmediatamente recibido, en que el terreno apenas conquistado ya es recuperado... Momentos dramáticos y no razonables durante los cuales, para el observador, parecía soplar un viento de locura". Y L'Aurore, del 7 de mayo, se¤ala: "Advertimos al lado de los manifestantes bandas de blousons noirs, armados de barras de hierro, que han bajado de las puertas de París para echar una mano a los estudiantes." Los últimos enfrentamientos continuaron hasta la media noche, sobre todo en Montparnasse.
Por primera vez se volcaron e incendiaron coches a través de las calles; se desempedraron las calles para hacer barricadas; se saquearon comercios. La práctica de estas inscripciones subversivas experimentadas en Nanterre comenzó este día a propagarse en varios barrios de París. A medida que se reforzaban las barricadas y las facilidades de contraataque de los amotinados, las fuerzas de policía estaban obligadas a abandonar el método de las cargas directas por una lucha de posiciones, empleando principalmente la granada ofensiva y el gas lacrimógeno.
Este día se distingue por la intervención en la lucha de los primeros obreros, y alumnos de segunda ense¤anza que desde la mañana temprano organizaron manifestaciones blousons noirs y parados. La espontaneidad y la violencia de esta serie de motines contrastaba con la simpleza de los fines y slogans de sus iniciadores universitarios . [3] Y ya el hecho de que los blousons noirs hayan podido pelearse gritando "La Sorbona para los estudiantes" demuestra el fin de todo un período. Ocho días después, estos blousons noires se encontraban en la Sorbona.
La U.N.E.F., que no había cesado de desaprobar las violencias durante las manifestaciones, se vio obligada desde el día siguiente a corregir verbalmente su actitud a fin de evitar el desprestigio total y así poder continuar su actividad moderadora. En cambio, los estalinianos de la C.G.T., no queriendo comprometerse, prefirieron separarse completamente de la masa de los estudiantes para preservar su control sobre los obreros mantenidos en el aislamiento. Seguy, en una conferencia de prensa en la mañana del día 7, anunciaba: "Ninguna complacencia hacia los elementos confusos y provocadores que denigran la clase obrera acusándola de haberse aburguesado y tienen la osada pretensión de querer inculcarle la teoría revolucionaria y dirigir su combate. Con otros izquierdistas, ciertos elementos se ocupan de vaciar el sindicalismo estudiante de su contenido reivindicativo, democrático y de masa en perjuicio de la U.N.E.F. Pero actúan con la plena satisfacción del poder...". Debido a este contexto preciso, Geismar, Sauvageot y Cohn-Bendit pudieron convertirse en líderes aparentes de un movimiento sin líderes. La prensa y la radio-televisión que buscaban jefes no encontraron más que a ellos. Se convirtieron en los inseparables personajes fotogénicos de un espectáculo adherido deprisa a la realidad revolucionaria. Aceptando este rol, hablaban en nombre de un movimiento que no comprendían. Por supuesto, por este quehacer tuvieron que aceptar, a medida que se manifestaban, la mayor parte de sus tendencias revolucionarias. (Cohn-Bendit fue el que supo reflejar un poco mejor el contenido radical). Pero esta Santa Familia de neo-izquierdistas improvisados, al no poder ser más que la deformación espectacular del movimiento real, presentó también su más caricaturesca imagen. Su Trinidad continuamente ofrecida a los mass-media representaba, de hecho, lo contrario de la verdadera comunicación que se buscaba y realizaba en la lucha. Evidentemente este trío de atractivo ideológico en 819 líneas no podía decir más que lo aceptable -es decir, lo deformado y lo recuperado- que tal forma de transmisión soporta; mientras que precisamente el sentido del momento que les había propulsado de la nada era categóricamente lo inaceptable.
La manifestación del 7 de mayo fue también custodiada por la U.N.E.F. y sus dirigentes infiltrados que se limitó a un interminable paseo permitido sobre un itinerario aberrante: de Denfert a L'Etoile, ida y vuelta. Los organizadores únicamente pedían la reapertura de la Sorbona, la retirada de la policía del Barrio Latino y la liberación de los estudiantes condenados. Continuaron divirtiendo la alfombra durante los dos días siguientes en los que no hubo más que escaramuzas sin importancia. Pero el gobierno tardó en satisfacer sus modestas exigencias. Prometía volver a abrir la Sorbona, pero Sauvageot y Geismar, ya acusados de traición por la base impaciente, tuvieron que anunciar que el edificio sería ocupado día y noche para permitir un sit-in consagrado a "discusiones sobre los problemas de la universidad". En estas condiciones el ministro Peyrefitte mantuvo la guardia policíaca de la Sorbona, abriendo Nanterre como test para medir la "buena voluntad" de los estudiantes.
El viernes 10 de mayo [4] más de veinte mil personas se reunieron otra vez en la plaza Denfert-Rochereau. Los mismos organizadores discutieron sobre el lugar donde podrían conducir la manifestación. Después de un largo debate se decidieron por la O.R.T.F., pero con un rodeo previo por el ministerio de Justicia. Al llegar al Barrio Latino los manifestantes encontraron interceptadas todas las salidas hacia el Sena, lo que daba el remate a este itinerario tan absurdo. Decidieron permanecer en el Barrio hasta que no les fuera entregada la Sorbona. Hacia las 21 horas comenzaron espontáneamente a levantar barricadas. Cada uno reconoció ahí la realidad de sus deseos. Jamás la pasión por la destrucción se había mostrado más creadora. Todos se precipitaron a las barricadas.
Los líderes ya no tenían la palabra. Tuvieron que aceptar el hecho consumado, tratando tontamente de quitarle importancia. Creyeron que las barricadas solamente serían defensivas; -que no se provocase a la policía! Sin duda las fuerzas del mantenimiento del orden cometieron una grave falta técnica dejando levantar las barricadas, sin tomar inmediatamente el riesgo de un asalto para retirarlas. Pero la instalación de un sistema de barricadas que tiene sólidamente todo un barrio era ya un paso imperdonable hacia la negación del Estado: cualquier forma de poder estatal estaba obligado a reconquistar a corto plazo la zona de las barricadas que se le había ido de las manos o si no desaparecer. [5]
El barrio de las barricadas delimitaba por el bulevar Saint-Michel al oeste, la calle Claude-Bernard al sur, la calle Mouffetard al este, la calle Soufflot y la plaza del Panthéon al norte, líneas que sus defensas cercaban, pero sin controlarlas. Sus principales arterias eran la calle Gay-Lussac, Lhomond y Tournefort, orientadas noroeste-sudeste; y la calle d'Ulm en la dirección norte-sur. Las calles Pierre-Curie y Ursulines-Thuillier, constituían sus únicas comunicaciones de este a oeste. El barrio en manos de los insurrectos conoció una existencia independiente entre las 22 horas y las 2 horas de la mañana. Atacado a las 2 horas 15 por las fuerzas que lo rodeaban por todas partes, consiguió defenderse más de tres horas, perdiendo siempre terreno en el oeste y resistiendo hasta las 5 horas 30 en las inmediaciones de la calle Mouffetard.
Unos 1500 a 2000 barricadores se habían quedado dentro del perímetro en el momento del ataque. Estudiantes se podían contar por algo menos de la mitad. Estaban presentes una mayoría de alumnos de segunda ense¤anza y blousons noirs y algunas centenas de obreros. [6] Era la élite: era el hampa. Muchos extranjeros y muchas chicas participaron en la lucha. Allí coincidieron los elementos revolucionarios de casi todos los grupos izquierdistas; particularmente una gran proporción de anarquistas -algunos de ellos pertenecientes a la F.A.- llevando las banderas negras que comenzaron a aparecer en la calle el 6 de mayo y defendiendo con ardor su plaza fuerte en la encrucijada de las calles de la Estrapade, Blainville y Thouin. La población del barrio mostró su simpatía incluso por los amotinados que quemaban sus coches: ofreciéndoles víveres, echándoles agua para combatir el efecto del gas, en fin dándoles asilo.
Las sesenta barricadas, de las cuales veinte eran muy sólidas, permitían una defensa bastante prolongada y una retirada combatiendo, pero en el interior de un perímetro limitado. El débil armamento improvisado y sobre todo la inorganización que no permitía lanzar contra-ataques o maniobrar con el fin de ensanchar la zona de los combates, dejaban a los amotinados en una ratonera.
Las últimas pretensiones de aquellos que aspiraban a situarse a la cabeza del movimiento se desvanecieron aquella noche con la dimisión vergonzosa, o bien por pura impotencia. La F.E.R., que tenía la tropa mejor encuadrada, hizo desfilar sus quinientos militantes hasta las barricadas para declararles que se trataba de una provocación y que había que irse. Lo que hicieron con la bandera roja en cabeza. Durante este tiempo Cohn-Bendit y Sauvageot, siempre prisioneros de sus obligaciones de Vedettes, fueron a advertir al rector Roche que, "para evitar cualquier efusión de sangre" era necesario que la policía se retirase del barrio. Esta extravagante petición, presentada en semejante momento a un subalterno, estaba de tal forma superada por los acontecimientos que solo podía entretener por una hora las ilusiones de los más ingenuos. Roche aconsejó sencillamente a los que habían venido a hablarle que enviasen a "los estudiantes" a sus casas.
La batalla fue muy dura. Las C.R.S., la policía, la gendarmería móvil consiguieron hacer
insostenibles las barricadas por un intenso bombardeo de granadas incendiarias, granadas
ofensivas y gas "de cloro", antes de arriesgarse a tomarlas al asalto. Los amotinados replicaban
lanzando adoquines y cocktails Molotov. Prendieron fuego a los coches volcados en zig-zag para
retrasar el avance de su enemigo; algunos se apostaron en los tejados para lanzar toda clase de
proyectiles. En muchas ocasiones la policía tuvo que retroceder. Los revolucionarios,
frecuentemente, prendían fuego a las barricadas en las que ya no podían mantenerse. Hubo
varios centenares de heridos y quinientos detenidos. Cuatrocientos o quinientos amotinados
fueron recibidos en los edificios de la Escuela Normal Superior, calle d'Ulm, que la policía no
osó invadir. Doscientos o trescientos pudieron retirarse hacia la calle Monge, donde encontraron
refugio en casa de los habitantes del barrio, o huyendo por los tejados. Hasta el final de mañana
la policía rastreó el barrio, aporreando y llevándose todo lo que parecía sospechoso.
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René Viénet: Enragés: Y situacionistas en el movimiento de las ocupaciones. Miguel Castellote, Ed., Madrid, 1978.
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