Enragés: y situacionistas en el movimiento de las ocupaciones, René Viénet

Capítulo 5

La huelga general salvaje



En Francia, es suficiente que uno sea algo, para querer serlo todo.
	MARX, Contribución a la crítica de la Filosofía del Derecho de
Hegel

Durante la jornada del 17 de mayo, la huelga se extendió a casi toda la industria metalúrgica y química. Después de los de Renault, los obreros de Berliet, Rhodiaceta, Rhóne-Poulenc y S.N.E.C.M.A. decidieron ocupar las fábricas. Varias estaciones estaban en manos de los ferroviarios y quedaban poco trenes en circulación. Los empleados de correos ocupaban ya los centros de clasificación. El 18 la huelga ganó Air-France y la R.A.T.P. Comenzada por algunas ocupaciones ejemplares en provincias, la huelga se había extendido a la región parisina para afectar el conjunto del país. Desde este momento incluso los sindicatos ya no podían dudar que esta reacción en cadena llevaría la huelga general. Espontáneamente iniciado, el movimiento de las ocupaciones se había afirmado desde el principio contra todas las consignas y todo control de los sindicatos. "En la dirección de la Regie, señalaba Le Monde del 18 de mayo, se subraya el carácter salvaje del desencadenamiento del movimiento después de la huelga del 13 de mayo, que se había seguido moderadamente en provincias. Igualmente se estima paradoxal que el foco de protesta se sitúe en una empresa donde precisamente sobre el plan social no existían más que conflictos de rutina relativamente sin importancia." La amplitud de la huelga forzó a los sindicatos a una contraofensiva rápida que iba a demostrar con una evidencia particularmente brutal su función natural del guardianes del orden capitalista en las fábricas. La estrategia sindical perseguía su fin principal: destruir la huelga. Para hacer esto, los sindicatos que tenían una considerable tradición de esquiroles de huelgas salvajes, se ocuparon en reducir este vasto movimiento de huelga general en una serie de huelgas de empresa yuxtapuestas. La C.G.T. se puso a la cabeza de esta contra-ofensiva. El 17 de mayo, su Consejo confederal se reunía y declaraba: "La acción comenzada por la iniciativa de la C.G.T. y con otras organizaciones sindicales [1] crea una nueva situación y reviste una importancia excepcional." La huelga se aceptaba así, pero rechazando toda consigna de huelga general. Sin embargo, los obreros votaron en todas partes la huelga ilimitada con ocupación. Para convertirse en los amos de un movimiento que les amenazaba directamente, las organizaciones burocráticas debían primero frenar las iniciativas de los trabajadores y hacer frente a la naciente autonomía del proletariado. Se apoderaron, pues, de los Comités de huelga, que se convirtieron en seguida en un verdadero poder policíaco encargado de aislar a los obreros en las fábricas y de formular en su nombre sus propias reivindicaciones. Mientras que en las puertas de casi todas las fábricas los piquetes de huelga, siempre a las órdenes de los sindicatos, impedían a los obreros hablar por sí mismos, hablar a los demás y oír hablar a las corrientes más radicales que se manifestaban entonces, las direcciones sindicales se encargaban de reducir el conjunto del movimiento a un programa de reivindicaciones estrictamente profesionales. El espectáculo de la disputa burocrática alcanzó su fase de parodia cuando se vio a la C.F.D.T., recientemente descristianizada, atacar a la C.G.T., acusada -con mucha razón- de atenerse a las "reivindicaciones alimenticias", proclamar: "Por encima de las reivindicaciones materiales, lo que se plantea es el problema de la gestión y de la dirección de la empresa." Esta demagogia electoral de un sindicato con vocación modernista llegó hasta a proponer la "autogestión" como forma del "poder obrero en la empresa". Se pudo ver entonces a los dos grandes falsificadores tirarse a la cabeza la verdad de su propia mentira: el estaliniano Seguy calificando la autogestión de "fórmula hueca", el cura Descamps vaciándola de su contenido real. De hecho esta disputa de antiguos y de modernos en relación con las mejores formas de defensa del capitalismo burocrático, preludiaba a su acuerdo fundamental sobre la necesidad de negociar con el Estado y el empresariado.

El lunes 20 de mayo, aparte de algunos sectores que no iban a tardar en unirse al movimiento, la huelga con ocupación era general. Había seis millones de huelguistas; había m s de diez en los días siguientes. La C.G.T. y el P.C., desbordados por todas partes, denunciaban cualquier idea de "huelga insurreccional" haciendo como si endurecieran sus posiciones reivindicativas. Seguy declaraba que sus "expedientes estaban listos para una eventual negociación". Para los sindicatos, toda la fuerza revolucionaria sólo debía servir para hacerles presentables a los ojos de un gobierno inexistente y de un empresariado efectivamente desposeído.

La misma comedia se representaba al nivel político. El 22 de mayo la moción de censura se aplazó ante la indiferencia general. Había más cosas de interés en las fábricas y en las calles que en todas las asambleas del Parlamento y de los partidos reunidos. La C.G.T. llamó a una "jornada de reivindicación" para el viernes 24. Pero, entre tanto, la interdicción de residencia notificada a Cohn-Bendit iba a reactivar la lucha en la calle. El mismo día se improvisó una manifestación de protesta para preparar la del día siguiente, viernes. El desfile de los cegetistas comenzado a las 14 horas se clausuró tranquilamente por un discurso particularmente senil de De Gaulle.

Sin embargo, a la misma hora millares de manifestantes habían decidido, una vez más, desafiar simultáneamente a la policía y al servicio de orden estudiantil. La participación masiva de los obreros en esta manifestación condenada por el P.C. y la C.G.T. demostraba negativamente hasta qué punto estos últimos podían ofrecer el espectáculo de una fuerza que ya no les pertenecía.

Unos treinta mil manifestantes se habían concentrado entre la estación de Lyon y la Bastilla. Se propusieron ir al Ayuntamiento. pero evidentemente la policía ya había cerrado todas las salidas; inmediatamente se levantó la primera barricada. Esto dio la señal a una serie de enfrentamientos que se prolongaron hasta el amanecer. Una parte de los manifestantes consiguieron llegar y saquear la Bolsa. El incendio, que hubiera respondido al deseo de varias generaciones de revolucionarios, sólo destruyó superficialmente este "templo del capital". Varios grupos se habían diseminado en los barrios de la Bolsa, Halles y la Bastilla hasta la Nation; otros llegaron a la rive gauche y se mantuvieron en el Barrio Latino y St. Germain-des-Prés, antes de retroceder hasta Debfert-Rochereau. La violencia alcanzó su punto culminante, [2] había dejado de ser el monopolio de los "estudiantes"; era el privilegio del proletariado. Dos comisarías fueron saqueadas en pleno entusiasmo: las de Odeon y de la calle Beaubourg. Ante las narices de los policías impotentes, dos autocares y un coche de policía fueron incendiados a base de cokctails Molotov delante de la comisaría del Pantheon.

En el mismo momento, varios millares de amotinados lyoneses combatían a la policía atropellando a un comisario al lanzarle un camión lleno de piedras y llegaron más lejos que sus camaradas de París al organizar el saqueo de unos grandes almacenes. Se luchaba en Burdeos, donde la policía escogió la tregua, en Nantes e incluso en Estrasburgo. Así, pues, los obreros habían entrado en lucha no solamente contra sus sindicatos, sino además simpatizando con un movimiento de estudiantes y aún mejor, con gamberros, con vándalos que defendían slogans absolutamente escandalosos que iban del "Yo gozo en los adoquines" hasta "No trabajéis jamás". Ninguno de los que vinieron al encuentro de los revolucionarios fuera de las fábricas para buscar con ellos una base de acuerdo puso ninguna reserva sobre este aspecto extremo del movimiento. Al contrario, los trabajadores no dudaron en construir las barricadas, quemar coches o saquear comisarías y hacer del bulevar St. Michel un vasto jardín, codo a codo con los que, desde el día siguiente, Fouchet y el partido llamado Comunista llamaban el "hampa". El día 25, el gobierno y las organizaciones burocráticas respondían conjuntamente a este preludio insurreccional que les había hecho temblar. Sus respuestas fueron complementarias: los dos deseaban la prohibición de las manifestaciones y la negociación inmediata; cada uno tomó la decisión deseada por el otro.

[1] La espantosa mentira la hemos subrayado nosotros con esmero.

[2] Se declaró que había un muerto entre los manifestantes. A la desgraciada víctima se la utilizó mucho: dijeron que se había caído de un tejado; después que la habían apuñalado al oponerse al hampa que manifestaba, en fin, el informe del médico forense divulgado varias semanas después concluyó en muerte provocada por un casco de granada.


4. La ocupación de la Sorbona

6. Profundidad y límite de la crisis revolucionaria

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