Capítulo 7
Concluyamos: aquellos que no saben cambiar de método, cuando los tiempos lo exigen, sin duda prosperan tanto que su marcha se concuerda con la de la Fortuna; pero se pierden cuando esta llega a cambiar. Por lo demás, pienso que más vale ser demasiado atrevido que demasiado circunspecto... MAQUIAVELO: El Príncipe
En la mañana del 27 de mayo, Seguy fue a exponer a los obreros de Renaul-Billancourt los acuerdos concluidos entre los sindicatos, el gobierno y el empresariado. Unánimemente los trabajadores abuchearon al burócrata que - todo su discurso lo atestiguaba - había venido con la esperanza de hacerse plebiscitar por este resultado. Ante la ira de la base, el estaliniano se resguardó detrás de un detalle callado hasta entonces y efectivamente esencial: no sería firmado nada sin la ratificación de los obreros. Estos al rechazar los acuerdos, la huelga y la negociación tenían que continuar. A continuación de Renault todas las empresas rechazaron las migajas con que la burguesía y sus auxiliares habían contado pagar la reanudación del trabajo.
El contenido de los "acuerdos de Grenelle" no contenía, por supuesto, nada como para levantar el entusiasmo de las masas obreras, que se sabían virtualmente dueñas de la producción que paralizaban desde hacía seis días. Estos acuerdos mejoraban los salarios en un 7 % y fijaban el salario horario mínimo garantizado por la ley (S.M.I.G.) de 2,22 a 3 francos; es decir, que el sector más explotado de la clase obrera, particularmente en provincias, que ganaba 348,80 francos al mes, tenía en adelante un poder adquisitivo más adaptado a la "sociedad de la abundancia", 520 francos al mes. Las jornadas de huelga no serían pagadas antes de ser recuperadas con horas extraordinarias. Esta propina gravaba ya gravemente el funcionamiento normal de la economía francesa, sobre todo en sus relaciones obligadas con el Mercado Común y los demás aspectos de la competición capitalista internacional. Todos los obreros sabían que tales "ventajas" serían superadas, y, mucho más, por un inminente aumento de los precios. Ellos sentían que sería mucho más expeditivo barrer el sistema, que había llegado hasta el máximo de sus concesiones, y organizar la sociedad sobre otra base. La caída del régimen gaullista era necesariamente la condición previa para esta inversión de la perspectiva.
Los estalinianos comprendieron hasta qué punto la situación era peligrosa. A pesar de su apoyo constante, el gobierno acababa de fracasar una vez más en sus esfuerzos por restablecerse. Después del fracaso de Pompidou, el 11 de mayo, para frenar la subida de la crisis sacrificando su autoridad en el dominio universitario, un discurso de De Gaulle y los acuerdos apresuradamente tomados entre Pompidou y los sindicatos habían fracasado al delimitar una crisis devenida profundamente social. Los estalinianos comenzaron a no tener esperanza en la supervivencia del gaullismo, ya que hasta entonces no habían podido salvarla, y porque el gaullismo parecía haber perdido la energía necesaria para mantenerse. Se encontraban obligados, con su mayor disgusto, a arriesgarse en el otro campo, allí donde siempre habían pretendido estar. El 28 y el 29 de mayo jugaron la caída del gaullismo. Tenían que tener en cuenta diversas presiones: esencialmente de los obreros. Y, subsidiariamente, de los elementos de la oposición que comenzaban a pretender reemplazar el gaullismo y así corrían el riesgo de encontrarse con una parte de los que primero querían la caída del régimen. Se trataba tanto de los sindicatos cristianos de la C.F.D.T. como de Mendes France, de la "Federación", del confuso Mitterand o de la concentración del estadio Charlety para una organización burocrática de la extrema izquierda.1 Todos estos soñadores, por lo demás, sólo levantaron la voz al nombre de la supuesta fuerza que los estalinianos ponían en juego para abrir su post-gaullismo. Necedades que el resultado inmediato debía sancionar. Los estalinianos eran mucho más realistas. Se resignaron pidiendo un "gobierno popular", en las grandes y numerosas manifestaciones de l a C.G.T. del 29 y ya estaban dispuestos a defenderle. No ignoraban que esto no sería para ellos más que un peligroso mal menor. ¡Si pudieran contribuir aún a vencer el movimiento revolucionario antes de que éste consiguiese la caída del gaullismo! Creían justamente ya no poder vencer después. El 28 de mayo una editorial radiofónica anticipaba, con un prematuro pesimismo, que el P.C.F. no se levantaría jamás y que el principal peligro venía ahora de los "izquierdistas-situacionistas".
El 30 de mayo, en un discurso De Gaulle manifestó enérgicamente su intención de continuar en el podar costara lo que costara. Propuso escoger entre próximas elecciones legislativas y la guerra civil inmediatamente. Varios regimientos seguros fueron desplegados alrededor de París y abundantemente fotografiados. Los estalinianos, encantados, se guardaron muy mucho de apelar a mantener la huelga hasta la caída del régimen. Se apresuraron a incorporarse a las elecciones gaullistas, cualquiera que fuese para ellos el precio.
En tales condiciones, la alternativa era inmediatamente entre la afirmación autónoma del
proletariado o la derrota completa del movimiento; entre la revolución de los Consejos y los
acuerdos de Grenelle. El movimiento revolucionario no podía acabar con el P.C.F., sin haber
expulsado primero a De Gaulle. La forma del poder de los trabajadores que hubiera podido
desarrollarse en la fase post-gaullista de la crisis, al encontrarse bloqueada a la vez por el viejo
Estado y el P.C.F., no tuvo ya ninguna posibilidad de tomar la delantera a su derrota en marcha.
1
René Viénet: Enragés: Y situacionistas en el movimiento de las ocupaciones. Miguel Castellote, Ed., Madrid, 1978.
8. El "Consejo para el mantenimiento de las ocupaciones" y las tendencias consejistas
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