Ahora, la I.S.

Internationale Situationniste


Publicado en Internationale Situationiste # 9 (1964). Traducción extraída de Internacional Situacionista vol. II: La supresión de la política, Madrid, Literatura Gris, 2000.



"Cada período forja su material humano, y si nuestra época tuviera verdadera necesidad de trabajos teóricos crearía las fuerzas necesarias para su satisfacción." Rosa Luxemburgo, en Vorwärts, del 14 de marzo de 1903

Ahora que los situacionistas tienen ya una historia y parece que su actividad se ha forjado un papel, muy particular pero seguramente central, en el debate cultural de los últimos años, unos reprochan a la I.S. haber triunfado, y otros haber fracasado.

Para comprender la situación real de estos términos, así como casi todos los juicios de la intelligentsia asentada con respecto a la I.S., hay primero que invertirlos. El fracaso de la I.S. es lo que comúnmente se considera su éxito: el valor artístico que se comienza a apreciar en nosotros, la primera moda sociológica o urbanística que llega a encontrar ciertas nuestras tesis, o simplemente el éxito personal prácticamente garantizado a todo situacionista a partir del momento de su exclusión. Nuestro éxito más profundo es haber resistido a la gran cantidad de compromisos que se nos ofrecían; no permaneciendo en nuestro sumario primer programa, sino probando que su principal carácter vanguardista, a pesar de algunos otros más perceptibles, estaba en que debía llevarnos más lejos, y por tanto a no ser tomados en consideración aún por nadie en los marcos actualmente establecidos.

Sin duda, nuestros errores han sido numerosos. Los hemos corregido a menudo, o los hemos abandonado cuando había precisamente allí elementos que triunfaban o que recibían mejores apoyos para triunfar. Es fácil percibir en nuestras primeras publicaciones las deficiencias, la verborrea, las fantasías surgidas del viejo mundo artístico y las aproximaciones de la antigua política; y por otra parte, es a partir de las conclusiones posteriores de la I.S. como resultan más fácilmente criticables. Un factor inverso ha dejado naturalmente menos huella en nuestros escritos, pero ha tenido un gran peso: el abstencionismo nihilista, la grave incapacidad de muchos de nosotros para pensar y actuar más allá de los primeros balbuceos del diálogo positivo, acompañada casi siempre de la exigencia más abstracta y mentirosa de radicalismo desencarnado.

Hay sin embargo una desviación que nos ha amenazado más gravemente que todas las demás: el riesgo a no diferenciarnos con bastante nitidez de las tendencias modernas en las explicaciones y proposiciones sobre la nueva sociedad a la que el capitalismo nos ha llevado, tendencias todas ellas que, con diferentes máscaras, sirven a la integración en esta sociedad. Desde la interpretación del urbanismo unitario por Constant, esta tendencia se ha expresado en la I.S. y es infinitamente más peligrosa que la vieja concepción artística que tanto hemos combatido. Es más moderna, por tanto menos evidente, y ciertamente tiene más futuro. Nuestro proyecto se ha formado al mismo tiempo que las tendencias modernas hacia la integración. Hay por tanto una oposición directa y un aire de semejanza en lo que tenemos realmente de contemporáneos. No hemos vigilado suficientemente este aspecto, ni siquiera recientemente. De forma que no resulta imposible leer las proposiciones de Alexander Trocchi en el número 8 de esta revista, a pesar del espíritu evidentemente opuesto que encarnan, como algo que podría emparentarse con esos pobres intentos de salvamento "psicodramático" del arte descompuesto que expresaba, por ejemplo, la ridícula Workshop de la Libre-Expression en París el mayo pasado. Pero el punto al que hemos llegado clarifica nuestro proyecto, e inversamente el proyecto de integración. Todos los casos de investigaciones realmente modernas y no revolucionarias deben ser ahora contemplados y tratados como nuestro enemigo número uno. Contribuyen a reforzar todos los controles existentes.

No debemos por tanto abandonar la punta de lanza del mundo moderno con el único fin de no parecernos a él en nada o de no dar ideas que pueda utilizar contra nosotros. Es muy normal que nuestros enemigos lleguen a utilizarnos parcialmente. No vamos a dejarles el campo actual de la cultura ni a mezclarnos con ellos: está claro que los mismos buenos apóstoles que quieren admirarnos y comprendernos a una distancia respetuosa nos aconsejarán de buena gana la pureza de la primera actitud para adoptar ellos la segunda. Rechazamos este formalismo sospechoso: igual que el proletariado, no podemos pretender ser inexplotables en las condiciones actuales. Esto debe hacerse en todo caso con riesgos y peligros para los explotadores. La I.S. se sitúa claramente como alternativa a la cultura dominante, y particularmente a sus formas llamadas de vanguardia. Los situacionistas estiman que tienen que heredar el arte muerto -o la reflexión filosófica separada, cuyo cadáver nadie, a pesar de los esfuerzos actuales, llegará a "reanimar"-, porque el espectáculo que reemplaza este arte y este pensamiento es el heredero de la religión. Y como lo fue la "crítica de la religión" (crítica que la izquierda actual abandonó al mismo tiempo que todo pensamiento y toda acción), la crítica del espectáculo es hoy la condición primera de toda crítica.

La vía del control policial perfecto de todas las actividades humanas y la vía de la creación libre infinita de todas las actividades humanas son una misma: la vía de los descubrimientos modernos. Estamos forzosamente en el mismo camino que nuestros enemigos -precediéndoles, la mayoría de las veces-, pero debemos ser, sin ninguna confusión, enemigos. El mejor ganará.

La época actual puede probar múltiples innovaciones, pero no emplearlas, porque está encadenada a la conservación fundamental de un orden viejo. La necesidad de transformación revolucionaria de la sociedad es el Delenda est Carthago de todos nuestros discursos innovadores.

La crítica revolucionaria de las condiciones existentes no tiene el monopolio de la inteligencia, sino el de su empleo. En la crisis actual de la cultura, de la sociedad, los que no tienen este empleo de la inteligencia no tienen en realidad ninguna inteligencia discernible. Dejad de hablar de inteligencia sin empleo, nos haréis un favor. ¡Pobre Heidegger! ¡Pobre Lukàcs! ¡Pobre Sartre! ¡Pobre Barthes! ¡Pobre Lefebvre! ¡Pobre Cardan! Tics, tics, y tics. Sin el empleo de la inteligencia no se tienen más que fragmentos caricaturescos de esas ideas innovadoras que pueden comprender la totalidad de nuestra época en el mismo movimiento con que la contestan. No se sabe siquiera plagiar armoniosamente esas ideas cuando se las encuentra allí donde ya estaban. Los pensadores especializados sólo saben salir de su dominio para jugar a ser espectadores beatos de una especialización vecina, igualmente en quiebra, que ignoraban pero que acaba de ponerse de moda. El antiguo especialista de la política de ultraizquierda se maravilla al descubrir, al mismo tiempo que el estructuralismo y la psicosociología, una ideología etnológica completamente nueva para él: el hecho de que los indios Zuni no hayan tenido historia le parece la luminosa explicación de su propia incapacidad para actuar en la nuestra (ver para reírse un poco las veinticinco primeras páginas del nº 36 de Socialisme ou Barbarie). Los especialistas del pensamiento no pueden ser más que pensadores de la especialización. No pretendemos tener el monopolio de la dialéctica, de la que todo el mundo habla; pretendemos solamente tener el monopolio provisional de su empleo.

Aún se osa oponer a nuestras teorías la exigencia de la práctica, y los que hablan de ello, a ese nivel de delirio metodológico, se han revelado abundantemente incapaces de lograr la práctica más nimia. Cuando la teoría revolucionaria reaparece en nuestra época y sólo puede contar consigo misma para difundirse en una práctica nueva, nos parece que hay ya una base práctica importante. Esta teoría se encuentra, al principio, en el marco de la nueva ignorancia diplomada que difunde la sociedad actual, mucho más radicalmente separada de las masas que en el siglo XIX. Nosotros compartiremos normalmente su aislamiento, sus riesgos, su suerte.

Para venir a hablarnos conviene no estar comprometido y saber que, aunque podamos equivocarnos momentáneamente con respecto a muchos detalles, no admitiremos jamás habernos equivocado en el juicio negativo de las personas. Nuestros criterios cualitativos son demasiado seguros como para que nos permitamos discutirlos. Es inútil por tanto aproximarse a nosotros si no se está de acuerdo teórica y prácticamente con nuestra condena de personalidades y corrientes contemporáneas. Parte de los pensadores que ahora van a comentar y a arreglar la sociedad moderna la comentaron ya en términos más arcaicos, y la conservaron finalmente, cuando eran por ejemplo estalinistas. Ahora van a reengancharse de nuevo, imperturbables, ingenua y alegremente, a un segundo fracaso. Otros, que los combatieron en la fase anterior, se les unen ahora para participar finalmente en la novedad. Todas las especializaciones de la ilusión pueden ser enseñadas y discutidas en cátedras inamovibles. Pero los situacionistas se establecen en el conocimiento que está fuera del espectáculo: no somos pensadores garantizados por el Estado.

Tenemos que organizar un encuentro coherente entre elementos de crítica y de negación esparcidos por el mundo como hechos y como ideas, entre esos elementos llegados a la conciencia y toda la vida sus portadores, y finalmente entre las personas o los primeros grupos que, aquí y allá, emergen a este nivel de conocimiento intelectual, de contestación práctica. La coordinación de estas investigaciones y de estas luchas en el plano práctico (una nueva unión internacional) es en este momento inseparable de la coordinación en el plano teórico (que expresarán varias obras actualmente preparadas por los situacionistas). Por ejemplo, para explicar mejor lo que a veces se ha planteado de forma excesivamente abstracta en la exposición de nuestras tesis, este número de la revista ha hecho un lugar amplio a una presentación coherente de elementos que existen ya en la información corriente. La continuación de nuestros trabajos tendrá que expresarse de formas más amplias. Esta continuación excederá sobradamente lo que hayamos podido emprender por nosotros mismos.

Cuando la impotencia contemporánea gargariza estos últimos años con el proyecto tardío de "entrar en el siglo veinte", estimamos que hay que poner fin lo antes posible al tiempo muerto que habrá dominado este siglo y toda la era cristiana. Aquí como en cualquier otra parte se trata de estar a la altura. Nuestra trayectoria es lo mejor que se ha hecho hasta ahora para salir del siglo veinte.

 

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