Todos los actos de terrorismo, todos los atentados que tuvieron y tienen cabida en la imaginación de los hombres, fueron y son o acciones ofensivas o acciones defensivas. Si forman parte de una estrategia ofensiva, hace tiempo que la experiencia ha demostrado que están siempre destinados al fracaso. Si forman parte de una estrategia defensiva, la experiencia demuestra que estos actos pueden conllevar algún éxito, pero sólo momentáneo o precario. Son actos de terrorismo ofensivo, por ejemplo, los atentados de los Palestinos o de los irlandeses; son defensivos, por el contrario, la bomba de piazza Fontana y el secuestro de Aldo Moro.
En cualquier caso, no es sólo la estrategia lo que cambia, según se trate de un terrorismo ofensivo o defensivo, sino también los estrategas. Son los desesperados y los ilusionados los que acuden al terrorismo ofensivo; al defensivo, por el contrario, siempre y solamente los Estados, bien sea porque están en pleno centro de una crisis social grave, como el estado italiano, o porque la teme mucho, como el Estado alemán.
El terrorismo defensivo de los Estados es practicado bien directamente por ellos, bien indirectamente, con sus propias armas o con las de otro. Si los Estados recurren al terrorismo directo, éste debe estar dirigido contra la población - como por ejemplo en el caso de la masacre de piazza Fontana, del Italicus, y de Brescia. Si deciden al contrario recurrir al terrorismo indirecto, éste debe dirigirse aparentemente contra ellos - como por ejemplo en el asunto Moro.
Los atentados ejecutados directamente por los servicios especiales del Estado y por sus servicios paralelos, no son reivindicados por nadie habitualmente, pero son atribuidos e imputados cada vez a algún "culpable" ad hoc, como Pinelli y Valpreda. La experiencia ha mostrado que ahí está el punto débil de este tipo de terrorismo, y lo que determina su fragilidad extrema para el uso que se trata de hacer políticamente de él. A partir de las conclusiones obtenidas de esta misma experiencia los estrategas de los servicios paralelos del Estado intentan dar en adelante una mayor credibilidad, o al menos una menor inverosimilitud, a sus propios actos, por ejemplo, firmándolos directamente con una sigla cualquiera de un grupo fantástico, o incluso haciéndolos reivindicar por un grupo clandestino existente cuyos militantes son aparentemente, y a veces ellos mismos lo creen así, ajenos a los designios del aparato del Estado.
Todos los grupúsculos terroristas secretos están organizados y dirigidos según una jerarquía clandestina incluso para los militantes de la clandestinidad, jerarquía que respeta perfectamente la división del trabajo y de funciones propias de la actual organización social: arriba se decide, abajo se ejecuta. La ideología y la disciplina militar preservan a la cúspide de todo riesgo, y a la base de cualquier sospecha. Cada servicio secreto puede inventarse una sigla "revolucionaria" y ejecutar cierto número de atentados, bien difundidos por la prensa, a los que se asignará hábilmente un pequeño grupo de militantes ingenuos, a los que dirigirá con la máxima desenvoltura.
En el caso de un grupúsculo terrorista aparecido espontáneamente, no hay nada más fácil, para los servicios secretos del estado, que infiltrarse en él, gracias a los medios de que disponen y a la extrema libertad de maniobra de la que disfrutan, destacarse entre la cúspide inicial, y sustituirles, ayudados sea por detenciones selectivas realizadas en el momento adecuado, o por la ejecución de los jefes originales, lo que ocurre en general en un enfrentamiento armado con las "fuerzas del orden", avisadas oportunamente por sus elementos infiltrados.
Desde entonces, los servicios paralelos del Estado disponen a su antojo de un organismo perfectamente eficaz, formado por militantes ingenuos o fanáticos, que no pide nada más que ser dirigido. El grupúsculo terrorista de origen, nacido de los espejismos de sus militantes sobre las posibilidades de concebir una ofensiva estratégica eficaz, cambia de estrategas y se convierte en un apéndice defensivo del Estado, que lo manipula con agilidad y desenvoltura, según las necesidades del momento, o según lo que él cree que son sus necesidades.
Desde piazza Fontana hasta el secuestro de Aldo Moro, sólo han cambiado los objetivos contingentes que el terrorismo defensivo ha alcanzado, pero lo que en la defensiva, no puede cambiar nunca, es la meta. Y la meta desde el 12 de diciembre de 1969 al 16 de marzo de 1978 y todavía hoy, sigue siendo la misma, es decir, hacer creer a toda la población, desde entonces intolerante o en lucha contra el Estado, que tiene al menos un enemigo en común con él, enemigo contra el que el Estado la protege, a condición de no ser cuestionado por nadie. La población que es generalmente hostil al terrorismo, y no sin razón, debe pues reconocer que, al menos en esto necesita al estado, en el que en consecuencia debe delegar los más amplios poderes, con el fin de que pueda afrontar con energía la ardua tarea que constituye la defensa común contra un enemigo oscuro, misterioso, pérfido, despiadado y, en una palabra, quimérico. Frente a un terrorismo presentado siempre como el mal absoluto, el mal en sí y para sí, todos los males, mucho más reales, pasan a segundo plano, y sobre todo deben ser olvidados: ya que la lucha contra el terrorismo coincide con el interés común, es ya el bien general, y el estado que la lleva generosamente es el bien en sí y para sí. Sin la maldad del diablo, la infinita bondad de Dios no podría aparecer y ser apreciada como se debe.
El Estado, por una parte debilitado en extremo por los ataques del proletariado que al igual que su economía soporta diariamente desde hace diez años, y de otra parte, por la incapacidad de sus gestores, puede disimular igual de bien ambas cosas, encargándose de escenificar solemnemente el espectáculo de la sacrosanta defensa común contra el monstruo terrorista, y puede en nombre de esa piadosa misión, exigir de todos una porción suplementaria de su exigua libertad, que reforzará el control policial sobre toda la población. "Estamos en guerra", y en guerra contra un enemigo tan potente que cualquier otra discordia y cualquier otro conflicto serían actos de sabotaje y de deserción: no se tiene el derecho de ir a la huelga general más que para protestar contra el terrorismo. El terrorismo y "el estado de urgencia" permanentes, un estado de urgencia y de "vigilancia", he aquí los únicos problemas, o al menos los únicos a los que está permitido e incluso vivamente recomendado consagrarse. Todo lo demás no existe, y debe ser olvidado, por lo menos debe ser callado, guardado, reprimido en el inconsciente social, ante la gravedad de la cuestión del "orden público". Y, ante la obligación universal de defenderlo, todos están invitados a la delación, a la cobardía, al miedo: la cobardía se convierte, por primera vez en la historia, en una cualidad sublime, el miedo está siempre justificado, el único "valor" no despreciable es el valor de aprobar y sostener todas las mentiras, todos los abusos y todas las infamias del Estado. Como la crisis actual no exceptúa a ningún país del planeta, la paz, la guerra, la libertad y la verdad no tienen ya ninguna frontera geográfica: su frontera atraviesa igualmente a todos los países, y todos los Estados se arma y declaran la guerra a la verdad.
¿Alguien duda todavía del poder oculto de los terroristas? ¡Pues bien!, tendrá que cambiar de opinión ante las imágenes magníficamente filmadas de tres terroristas alemanes a punto de subir a bordo de un helicóptero, tan poderosos que consiguen a continuación escaparse incluso de los servicios secretos alemanes más capaces de filmar su presa que de alcanzarla.
¿Alguien cree que 100 o 200 terroristas no estén en condiciones de dar un golpe mortal a nuestras instituciones? Pues bien, mirad lo que 5 o 6 de ellos son capaces de hacer en algunos minutos a Moro y su escolta y admitid pues que el riesgo para las instituciones (tan queridas por otra parte por más de 50 millones de italianos) es un riesgo real y terrible. ¿Alguno quiere mantener lo contrario? ¡Es un cómplice de los terroristas! Todo el mundo estará de acuerdo en esto, el Estado no puede dejarse abatir sin defenderse: y cueste lo que cueste, esta defensa es el deber imperativo y sagrado de cada uno. Y esto porque la República es pública, el Estado es de todos, cada uno es el Estado, y el estado es todos, porque todo el mundo disfruta de sus ventajas, tan equitativamente repartidas: ¿No es esto la democracia? Por lo tanto el pueblo es soberano, pero ¡ay de quien no la defienda!
¿Convencidos? ¿O quizás creéis todavía, después de lo de Moro, pobres ciudadanos ávidos de crítica, que siempre es el Estado, como en los tiempos de piazza Fontana, el que lleva a cabo los atentados?
¡Innobles sospechas! Y que ofende a la dignidad de las instituciones. Zaccagnini llora, aquí está la fotografía, Cossiga también, miradlo en el noticiario televisado, y ¡abandonad de una vez por todas la idea de cargar todo sobre las espaldas de los que no dudan en sacrificar la vida de otro en nombre de la defensa de nuestras instituciones más democráticas! Pero ¿creéis todavía, pobres ciudadanos, que nosotros ministros, nosotros generales, nosotros agentes secretos del Anti-terrorismo -por antífrasis- estaríamos dispuestos a sacrificar a Aldo Moro, destacado hombre de Estado, hombre de sentimientos elevados, ejemplo de rectitud moral, nuestro amigo, nuestro modelo, nuestro protector y, cuando hizo falta, nuestro defensor? [1]
Esto es exactamente lo que debería pensar todo buen ciudadano que no duda nunca, vota siempre, paga si es rico y se calla en todo momento. Las sospechas sobre el Estado están permitidas en lo que respecta a Piazza Fontana, porque las víctimas eran simples ciudadanos: pero ¿no se querrá también sospechar del estado cuando la víctima es su más prestigioso representante? Kennedy, pertenece al pasado.
Únicamente por esto la agonía de Aldo Moro se alargó tanto, para que cada uno pudiera seguir tranquilamente el espectáculo del secuestro y la falsa discusión sobre la negociación, leyendo cartas patéticas y mensajes despiadados de las fantásticas B.R. que canalizarán el desprecio de las gentes sencillas y de los pobres de espíritu, dando así un poco de verosimilitud a todo el suceso y una razón para manifestarse al psicodrama colectivo, manteniendo la contemplación y la pasividad general - que es lo que más cuenta.
Si Moro hubiese sido abatido con sus guardaespaldas en vía Fani todo el mundo habría pensado en un ajuste de cuentas, de los que la historia está llena, entre Gangs capitalistas y centros de poder rivales -como era el caso. En este caso, la muerte de Moro habría sido juzgada ni más ni menos como la de Enrico Mattei. Sin embargo, nadie ha señalado todavía que si un grupo cualquiera de poder se encontrase con la obligación, por necesidad o por interés, de eliminar un Enrico Mattei [2], que reivindicaría o lo haría reivindicar, sin ninguna duda y con la mayor facilidad, tal asesinato por tal o cual grupúsculo terrorista secreto [3]; he aquí por qué hubo que escenificar el largo secuestro, y subrayar unas veces la crueldad, otras lo patético, otras "la firmeza" del gobierno; y cuando se creyó que las gentes estaban ya por fin convencidas de la procedencia "revolucionaria" y la responsabilidad de los "extremistas", sólo entonces, los verdugos de Moro tuvieron luz verde para deshacerse de él. Y tú, Andreotti, que eres menos ingenuo que desenvuelto, no vengas a decirme que todo esto te parece nuevo, y no te hagas el ofendido, ¡por favor!
Toda la polvareda levantada en el país sobre la cuestión de negociar o no - cuestión que apasiona todavía a los imbéciles era lo que tenía que salir mejor, pero es también lo que peor resultó: ahí es donde lo artificioso de toda la máquina, apenas montada detrás de bastidores, se descubrió mejor en la escenificación, en este caso de la cumbre de la D.C. y del P.C.I., la rechazaba porque sabía perfectamente que el guión del drama preveía el desenlace del que efectivamente disfrutamos. Y porque sabía también, vista la situación, que no debía desperdiciarla ocasión, una tantum, de mostrarse inflexible, a costa de otro: por eso pudimos admirar a Zaccagnini y Cossiga, Berlinguer y Peccioli, cagarse sin disimulo en la dignidad de las instituciones republicanas - dignidad, por lo demás, muy bien representada por el presidente de la época, Leone [4]. Los jefes del partido que rechazaba la negociación sabían además que no debían perder la ocasión de tener a Moro muerto, mucho menos peligroso para ellos que vivo, porque más vale un amigo muerto que un enemigo vivo. Porque si Moro, como hipótesis, hubiera sido liberado, cosa por otra parte imposible, los estalinistas y los democristianos sabían perfectamente que habrían tenido que vérselas con un hombre tres veces más peligroso, por más popular después de su aventura, desacreditado de todas las maneras posibles por sus amigos, cuando no podía defenderse y por lo tanto de ahí en adelante enemigo declarado de sus amigos y ex-aliados estalinistas. En consecuencia, nadie tiene derecho a criticar a Andreotti y a Berlinguer, porque no han servido más que a sus propios intereses. Por el contrario, lo que se les puede reprochar es haberlos servido tan mal, es decir haber provocado más dudas y sospechas que aplausos sobre su conversión improvisada y repentina a una inflexibilidad que debía forzosamente fluir de sus intereses inconfesables, no pudiendo derivar ni de su carácter, ni de su pasado, ni de la pretendida voluntad de salvaguardar las instituciones, de las que se burlan en la práctica a cada instante.
En cuanto a Berlinguer, en concreto, no ha perdido la ocasión de aparecer una vez más, como si uno no estuviera convencido todavía, como el hombre político más incapaz del siglo; porque desde el principio, estaba más claro que el agua que el secuestro de Moro era ante todo un golpe importante contra el "compromiso histórico", y ciertamente no por extremistas de izquierda - que en ese caso, habrían secuestrado a Berlinguer para castigarlo por su "traición" sino por un grupo de poder y de intereses que es irracionalmente hostil al compromiso con los sedicentes comunistas, y digo bien irracionalmente, porque semejante política no puede ciertamente perjudicar a los intereses del capitalismo: pero, por supuesto, el eficaz Berlinguer ni siquiera a conseguido convencer de esto a todos los sectores políticos, los medios militares y los grupos de poder, aunque desde hace un lustro se dedica a esta tarea, y sólo a ésta. Así Aldo Moro, designado desde hace tiempo ya como el artífice del gobierno de "unidad nacional", ha corrido con los gastos apenas llevada la empresa a buen puerto: "de donde se puede deducir una regla general que no falla nunca o casi nunca, es que aquél que es causa de que otro se haga poderoso se arruina él mismo", como dijo Maquiavelo, y no por casualidad, sino allí donde habla De principatibus mixtis, como es mixta la actual mayoría de gobierno.
Con la desaparición de Moro, todos los demás dirigentes políticos "aperturistas", democristianos u otros, han sido advertidos: porque los que han decidido y puesto en marcha el secuestro de Moro han mostrado así, que podían, en cualquier momento, hacer algo peor. Craxi fue el primero en comprenderlo, pero todos los hombres del poder lo comprendieron y Berlinguer, en vez de denunciar inmediatamente este hecho, en vez de admitir que este golpe era mortal para su política, prefirió una vez más callarse, fingir creer todas las versiones oficiales, mostrar demasiado celo en la caza de brujas, incitar a la población a la delación, no se sabe de qué ni de quién, continuando marchándose de sus propias mentiras, apoyando la intransigencia democristiana y profiriendo injurias contra los extremistas, con la piadosa ilusión de tranquilizar así a esos sectores ocultos que habían cogido a Moro. Pero los estrategas de la operación de vía Fani se reían de la buena voluntad abstracta de Berlinguer contra la subversión porque sabían que él sabía, y porque sabían también que, cuando se trata de verdadera subversión, de la que perjudica a la economía, Berlinguer no consigue ya impedir a los obreros salvajes hacer lo que hacen. No basta con querer enterrar la subversión, Berlinguer, haría falta también mostrar que puedes hacerlo: los laureles de la voluntad abstracta están hechos de hojas muertas que nunca han sido verdes, ¡idiota!
En efecto, como todo el mundo ha podido constatar, desde entonces el P.C.I. no cesa de padecer las amargas consecuencias de su propia deshonestidad estúpida: durante el secuestro, fue ampliamente acusado por la prensa burguesa de ser en definitiva su responsable, por haber alimentado en sus militantes toda clase de ilusiones sobre la revolución social, obteniendo estos hermosos resultados; después perdió las elecciones; a continuación el despreciable Craxi (ya durante el secuestro chalaneaba con el partido de la negociación, que sabía imposible, pero le permitía diferenciarse de los demás) pasó a la ofensiva acusando a los estalinistas de todo, pero disfrazándolo de vagas querellas ideológicas - tanto más ridículas viniendo de un hombre de tal talla intelectual y cultural. Pero, en todos los casos, Berlinguer ha sido el que ha perdido; y el P.C.I., como no quería ser atacado por sus aliados del gobierno, renunció a la lucha y en cada derrota que sufría se asistía a la escena discretamente cómica en la que Piccoli y Andreotti acariciaban la nuca de Berlinguer, aconsejándole no desesperar, y seguir así. Sin embargo, a pesar de estos reveses, hoy todavía los estalinistas siguen fingiendo creer testarudamente que Moro fue asesinado por extremistas de izquierda: se puede decir pues que la cascada de derrotas ante la que corre el P.C.I. está verdaderamente merecida, siendo tan nulo como "partido de lucha" e inexistente como "partido de gobierno"[5]. Lo que me parece menos comprensible y más injustificado que todo, el resto, es que los estalinistas se lamentan de ello sin pudor, y se hacen siempre las víctimas, es decir de su propia incapacidad por un lado, y de las intrigas de sus enemigos, por otros enemigos mucho menos incapaces e indecisos que ellos, como lo testimonia entre otras la operación de vía Fani.
El partido de la negociación, al contrario, sobrevive a su derrota, sacando alguna fuerza de la debilidad del partido opuesto, y está representado pro Craxi, por razones puramente instrumentales, y por Lotta Continua, a causa de la estupidez extremista que impide a sus militantes darse cuenta siquiera de que son parte integrante del espectáculo que querrían combatir, y del que sin embargo se alimentan a manos llenas. A este partido de la negociación se asociaron, naturalmente, muchos intelectuales, cuya sagacidad es conocida y cuya profundidad de pensamiento ya no hace falta demostrar: a estas características viene a añadirse, en este caso, la más crasa ignorancia de la historia, menos perdonable todavía que lo demás en el que quiere tener la última palabra en todo, comerciando con su pretendida ciencia. Me explico: ante todo, lo que une a los burgueses reaccionarios y a las bellas almas de la burguesía progresista, a los intelectuales de moda, a los militantes quejosos y a los hinchas contemplativos de la lucha armada, es precisamente creer que respecto a Moro, y por primera vez, el Estado no habría mentido en materia de terrorismo; por lo tanto, para toda esta gente, el secuestro es obra de revolucionarios, de los que el lúgubre Toni Negri [6] dijo: "hemos subestimado su eficacia... Estamos dispuestos a la autocrítica". Todos son pues, voluntaria o involuntariamente, las víctimas de esta enésima mentira del Estado: los extraparlamentarios y los intelectuales de izquierda admiten por supuesto que el Estado se sigue sirviendo del terrorismo, post festum, pero no pueden concebir que lo haga asesinando a su más prestigioso "representante". Por eso hablo de ignorancia histórica: nadie conoce, o en todo caso nadie se acordó de la miríada de ejemplos en los que los Estados en crisis, y en crisis social, han eliminado precisamente a sus más reputados representantes, con la intención y con la esperanza de levantar y canalizar una indignación general - pero generalmente efímera - contra los "extremistas" y los descontentos. Para no citar aquí más que uno entre mil, de estos ejemplos históricos, recordaré que los servicios secretos zaristas, la temible Okhrana, olfateando con terror y no sin razón el acercamiento de la revolución de 1905, hicieron asesinar, el 28 de julio de 1904, nada menos que al ministro del Interior Plheve, y como esto no les pareció suficiente, hicieron asesinar poco después, el 17 de febrero de 1905, al gran duque Sergio, tío del zar, hombre muy influyente y jefe de la circunscripción militar de Moscú.
Los atentados, perfectamente logrados, fueron decididos, ejecutados y reivindicados por la "Organización de combate" de los Socialistas-Revolucionarios, a la cabeza de la cual acababa de llegar el famoso Azev, un ingeniero efectivamente ingenioso, agente de la Okhrana, sucediendo al revolucionario Guerchouni [7] oportunamente detenido poco antes.
Cito este único pero admirable ejemplo de provocación, porque para citar todos los que se conocen en el siglo pasado, no bastarían 500 páginas; y lo he elegido también porque la Italia de 1978 tiene un vago pero real parecido con la Rusia de 1904-1905. Y, en cualquier caso, cabe destacar que todos los poderes en dificultades se parecen siempre a todos los demás poderes en dificultades, igual que su comportamiento y su manera de proceder.
La lógica que siguen actualmente los estrategas de este espectáculo es sencilla, llana y vieja: para no admitir precisamente cuáles son sus dificultades reales, y cuáles son las contradicciones incurables en las que se debate esta vieja sociedad, los dirigentes del espectáculo terrorista nos presentan llanamente las cosas más contradictorias: el terrorismo del 78 como la consecuencia inevitable de las revueltas proletarias del 77, y piazza Fontana como la desembocadura lógica del ardiente año 1969. ¡Nada más falso! Las revueltas del 77 son la continuación del otoño caliente y el secuestro de Moro la continuación de la provocación de piazza Fontana. La historia procede por medio de contradicciones dialécticas, pero es espectáculo, como los filósofos escolásticos, proclama simplemente: post hoc ergo propter hoc, después de aquello, por lo tanto a causa de aquello; es el error del hecho. En el 77, ¿la joven generación proletaria se sublevó contra su propia miseria? ¡Pues bien, en el 78, estos mismos jóvenes rabiosos secuestraron a Moro! Y poco importa que las B.R. no hayan tenido nada que ver en las rebeliones del 77, a las que acusaban al contrario de "espontaneísmo": los jóvenes proletarios del 77 eran subversivos, las B.R. están compuestas por jóvenes, las B.R. son los subversivos del 77. ¡En absoluto, señores del gobierno! ¡Y vosotros, oficiales superiores de los servicios paralelos, como vosotros os equivocáis siempre, querríais que todo el mundo hiciera otro tanto! Y quienquiera que denuncie vuestras provocaciones es de inmediato acusado de ser él el provocador, porque la realidad está siempre invertida en el espectáculo.
La verdad es, señores del gobierno, que puesto que en 1977 vuestro sillón volvió a temblar bajo vuestro culo y la tierra bajo vuestros pies, vosotros, vosotros precisamente, pasasteis a la contraofensiva, asesinando esta vez a aquel de los vuestros que vosotros ( y vuestros auxiliares secretos) considerabais como el más apto para levantar la indignación popular (nadie hubiera pestañeado si se hubiera secuestrado a Rumor, o incluso a Fanfani), y que era el máximo responsable del actual "cuadro político" - que como podéis ver, no gusta a todos los sectores capitalistas que vosotros y vuestras organizaciones militares, estáis llamados a defender. Se puede pues decir que Moro fue el homólogo italiano de Allende: y detrás de la acusación de servir a los intereses de la burguesía y del capital más que a los del proletariado, estaba de hecho y mal camuflada, la acusación opuesta, la de no servir los intereses capitalistas como algunos capitalistas hubieran querido.
El 16 de marzo último, día de la operación de vía Fani, no pude evitar pensar enseguida dos cosas: primero que los servicios secretos habían sido finalmente reorganizados y que se habían repuesto un poco de las vicisitudes del 12 de diciembre de 1969, así como de las humillaciones que resultaron (y, aquí también una vez más, la realidad es invertida por el espectáculo: porque se atribuye el éxito del golpe de vía Fani a la inexistencia de los servicios secretos). Y, en segundo lugar, pensé en ese pasaje de Cándido en el que se afirma que "en este país es bueno de vez en cuando matar a un almirante para estimular a los demás".
Sciascia, que es el lector italiano de Voltaire más conocido, no es ciertamente el más espabilado ya que, olvidando este pasaje y toda la realidad, se pierde en tal o cual frase de las cartas de Moro sin encontrar nunca el conjunto de los hechos, que ningún detalle examinado al microscopio puede indicar o dejar entrever. Incluso hoy, Sciascia cree que Craxi u otros habrían tenido realmente interés y la intención de negociar con "los revolucionarios", y se indigna, con un brío digno de una causa mejor, de la poca amistad mostrada a Moro por sus amigos, lo que es un detalle insignificante, en lugar de reservar su indignación para lo esencial - es decir, para el hecho de que con esta provocación, no solo él, sino el mundo entero ha sido engañado, las leyes policiales se aprobaron, y mientras que los intelectuales y el papa lanzan llamadas hipócritas e infames contra el "extremismo", cien inocentes son encarcelados para siempre, y así sucesivamente. Dime, Sciascia: ¿qué importancia puede tener para la historia, o incluso solamente para la verdad, el que Aldo Moro haya tenido, además de otras desgracias, la de estar rodeado de "amigos" infieles e indignos? ¿Es acaso una novedad que el mundo político romano está constituido por canallas y asesinos? ¿No has leído nunca, Sciascia, lo que ya había señalado hace tres años el cardenal de Retz, que era un panfletario más sagaz que tú: que "hay mucha gente en Roma que les gusta asesinar a los que están en tierra"? Nuevo Emile Zola, no acusas a los enemigos de Dreyfus, sino a sus amigos calumniadores, no acusas a los criminales y a los responsables, sino a los que han cometido la simple falta de calumniar y deshonrar a la víctima, post festum, entre los que abundan por otra parte los cronistas del Corriere, periódico en el que sin embargo tú escribías, para no añadir nada. Y si lamentas, Sciascia, que Moro haya tenido los amigos que tuvo, ¿por qué demonios no empiezas a dar buen ejemplo, cesando por ejemplo de confraternizar con el indecente e incalificable Bernard-Henry Levy?
Pero de los intelectuales ya he dicho lo indecible, y añadir más sería superfluo.
En cuanto a los grupúsculos de pretensiones extremistas, que se han lanzado todos a cuerpo descubierto a análisis ideológicos sobre la violencia y la estrategia del terrorismo "revolucionario", recordaré solamente que los límites de su capacidad de comprensión de la realidad se han manifestado hace algunos años, desde piazza Fontana, y en cada ocasión siguiente, como cuando aplaudieron el asesinato de Calabresi, sin que se les hubiera pasado por la cabeza que el comisario había sido eliminado por sus propios patronos, para los que se había convertido en una carga (había participado en el golpe montado contra Valpreda, en el asesinato de Pinello y en otros: incluso algunas semanas antes de ser asesinado, fue precisamente Calabresi quien reconoció a Feltrinelli en el cadáver irreconocible de Segrate, lo que le valió las felicitaciones de todos los periódicos por su "memoria", su "sagacidad", etc., sin que nadie se preguntara nunca si se trataba de memoria, de sagacidad, o de otra cosa bien distinta.
Estos extraparlamentarios alienados se pierden detrás de todo lo que dicen los estalinistas en materia de terrorismo, porque no saben que el P.C.I. es únicamente capaz de mentir, y la única cosa que no pueden creer nunca, es la simple verdad: que, por ejemplo, las BR. Están teledirigidas, que Moro fue eliminado por los servicios paralelos y que ellos mismos son unos imbéciles, que solo sirven para ser encarcelados cada vez que es útil [8].
Los estalinistas cuando la "pista roja" de piazza Fontana se derrumbó miserablemente, sin protestar siquiera porque Valpreda llevaba encerrado tres años, sacaron la "pista negra"; y he aquí que nuestros extraparlamentarios adoptan la "pista negra; y que corren detrás de los estalinistas para gritar con ellos que "el fascismo no pasará". Naturalmente no excluyo por las buenas que algún elemento fascista haya participado en tal o cual acto terrorista, "negro" o "rojo": pero esto no tiene ninguna importancia, porque sabemos todos que nuestro Estado se sirve de fascistas notorios como todos sus generales, gobernadores, jueces y comisarios, así como se sirve de agentes secretos, elementos infiltrados, manipuladores terroristas - y esto sin que este Estado ni este terrorismo puedan ser definidos como "fascistas".
Los estalinistas, desde el momento que no se les puede acusar de ignorar lo que es fascista, deben en consecuencia ser acusados de haber mentido pretendiendo que la provocación de piazza Fontana era "de sello fascista". El hecho de que el general Miceli, hoy abiertamente fascista, lo fuera ya cuando era jefe del S.I.D., no es ciertamente lo que determinó su acción cuando dirigía los servicios secretos: porque los servicios secretos recibían órdenes y ejecutaban lo que los políticos les mandaban hacer. Pero la mentira de los estalinistas, respecto a piazza Fontana, no era inmotivada, aunque fuera torpe, puesto que querían callar lo que sabían perfectamente y puesto que al mismo tiempo se encontraban atacados por los obreros salvajes, y es sabido con qué violencia debieron propagar en el 69 el fantasma de la "amenaza fascista" con el fin de construir "la unidad de la clase obrera" bajo sus directrices. Una semana después del 12 de diciembre, los trabajadores del metal del sector privado, que eran la vanguardia del movimiento y su franja más dura, fueron obligados a desconvocar todas las huelgas a partir de la anunciada para el 19 de diciembre, y a aceptar el contrato impuesto por los sindicatos. Bien sabían, Longo y Amendola, que si hubieran dicho la verdad en caliente, el 13 d diciembre de 1969 habría estallado la guerra civil, y bien saben hoy todavía que cuando uno quiere, como ellos, ser invitado a cenar en un rincón de la mesa del estado, no se puede decir en voz alta que los platos están sucios: pero, sin embargo, pueden decir en voz baja y en secreto: "los platos están sucios, ya lo sabemos: si nos invitáis nos callamos"; y en efecto se callaron.
Puesto que los estalinistas se callaron en el 69, el "partido de las manos limpias" [9], ha tenido en lo sucesivo que seguir callándose y mintiendo sobre las provocaciones y asesinatos ulteriores perpetrados por los servicios secretos de ese mismo estado del que exigen hoy el agradecimiento por su solidaridad, y del que quieren repartirse los jirones con los democristianos.
Durante mucho tiempo, los situacionistas fueron los únicos en Europa en revelar que el estado italiano era el autor y el beneficiario exclusivo del terrorismo artificial moderno y de todo su espectáculo. Y mostramos a los revolucionarios de todos los países que Italia era el laboratorio europeo de la contrarrevolución, y el terreno de experimentación privilegiado de las técnicas policiales modernas - y esto, desde el 19 de diciembre exactamente, fecha de la publicación de nuestro manifiesto titulado El Reischtag arde [10].
La última frase de este manifiesto, "compañeros no os dejéis detener aquí", es lo único, sin excepción, que ha sido desmentido por la historia: este movimiento se detuvo precisamente ese día, y no podía ser de otra manera, desde el momento en que éramos los únicos en tener plena consciencia de lo que la operación de piazza Fontana significaba, y en decirlo, sin disponer, de cualquier modo, de otros medios de una "Roneo robada" como lo precisaba este manifiesto [11]. Como dice el pueblo, "el que tiene el pan no tiene los dientes y el que tiene los dientes no tiene el pan", y todos los valientes extraparlamentarios de entonces, que poseían periódicos y revistas, no tenían los dientes, y no publicaban nada pertinente sobre esta masacre, ocupados todos ellos como estaban, y lo siguen estando, en buscar la "estrategia correcta" a imponer al proletariado, que para ellos no sirve más que para ser dirigido, y ¡además por ellos!
A causa de su incurable complejo de inferioridad frente a la capacidad de mentir del P.C.I., efectivamente superior a la suya, los extraparlamentarios aceptaban de inmediato la versión de los hechos acreditada por el P.C.I., según la cual las bombas eran "de signo fascista", y no podían por lo tanto ser obra de los servicios secretos de este Estado "democrático": tan democrático que no se inquieta jamás por lo que ellos puedan contar y que ellos son los únicos en considerar como "peligroso" para el espectáculo, del que son los comparsas mal recompensados, pero indispensables. Su falsa explicación de los hechos estaba acorde, de todas formas, perfectamente: con la verdadera ideología de estos grupúsculos, encaprichados todos entonces por Mao, Stalin y Lenin, como lo están hoy por Guattari, Toni Negri o Scalzone, o por su miserable "vida privada" y sus ridículos "burdeles". Puesto que estos supuestos "extremistas" no querían decir la verdad y no eran capaces de acusar abiertamente a este Estado de ser el terrorista, no han sabido tampoco combatirlo con la mínima eficacia: porque decir que esta bomba era "fascista" era tan falso como decir que era "anarquista", y todas las mentiras, incluso presentadas como opuestas, son siempre solidarias en el sabotaje de la verdad. Sólo la verdad es revolucionaria, sólo la verdad puede perjudicar al poder, y sólo ella es capaz de mandar a paseo a los estalinistas y los burgueses, y el proletariado siempre engañado y traicionado por todos, ha aprendido a buscar por sí sólo, la verdad, y es impermeable a las mentiras, por muy "extremistas" que se digan. De la misma manera, y por la misma ineptitud culpable, todos los extraparlamentarios de 1978 cayeron alegremente en la trampa del secuestro-Moro "obra de compañeros que se equivocan". Pero, ¿no veis, niños, que sois los únicos "compañeros que se equivocan" también esta vez? Vuestro epitafio, valientes extraparlamentarios, ya lo escribió Dante:
Ma voi prendete l'esca, si che l'amo
dell'antico avversaro a sé vi tira
pero póco val freno o richiamo [12]
Víctimas de su propia falsa conciencia, que se expresa siempre en la Ideología, los extraparlamentarios no podían eludir de todas formas por más tiempo las cuestiones planteadas por el terrorismo espectacular, y empezaron pues, a partir de 1970, a considerar la cuestión del terrorismo en sí, en el empíreo de la ideología, de forma totalmente metafísica, completamente abstraída de la realidad de las cosas. Y cuando la verdad sobre la masacre de piazza Fontana salió finalmente, después de que cayeran una tras otra todas las mentiras admitidas al respecto, ni los bellos espíritus de la burguesía intelectual-progresista, ni los espantagorriones de Lotta Continua y consortes fueron capaces de plantear de una vez por todas la cuestión en sus términos reales, es decir escandalosos: que la república democrática no ha dudado en hacer una masacre cuando esto le ha parecido útil, porque cuando todas las leyes del Estado están en peligro "para el Estado no existe más que una ley única e inviolable: la supervivencia del estado" (Marx). Este es exactamente ese famoso "sentido del Estado" que cargaron sobre las espaldas de Moro, y del que los filisteos adornan ahora su cadáver. En 10 años, nadie ha querido levantar un "asunto Dreyfus" sobre el comportamiento de nuestros servicios secretos, cuyos dirigentes entraban y salían de la prisión tranquilamente, ante la indiferencia general de todos los detentores privilegiados del "sentido del estado", este sexto sentido sublime del que están provistos nuestros políticos, a diferencia del resto de los mortales, que están mutilados de él, como lo están, de una forma totalmente diferente, los que estaban en el Banco de Agricultura y que no están ya muertos. ¿O entonces, hay alguien convencido de que este misterioso "sentido del Estado" es algo distinto de lo que he dicho? "Moro tenía el sentido del Estado" y "Berlinguer tiene el sentido del Estado": si esto no significa lo que he dicho, sin frases vacías que vienen a decir lo mismo que tal chica tiene "el sentido del coño" y yo el de mis cojones y que Tina Anselmi [13] no tiene ningún sentido, incluso si causa sensación.
Los extraparlamentarios, en un primer momento, no creyeron saber, luego supieron sin creer, y, para acabar, han creído sin concluir que es el Estado el que abrió la vía del terrorismo en Milán; y el país entero entró en esta época de locura aparente y de loca apariencia: toda esta cuestión del terrorismo se ha convertido en objeto de diatribas académicas y de fogosas invectivas que llevaron a los unos, burgueses y estalinistas, a condenar hipócritamente el terrorismo "de cualquier color" como si no fueran precisamente ellos los que, alternativamente, lo dirigían y lo tapaban dándole el color más conveniente-, y a los otros, los que se creían "extremistas", a acariciar la idea de que "al terrorismo de Estado se responde con el terrorismo proletario". Nuestros servicios secretos encontraron la mesa servida: apenas se formaron los primeros grupúsculos terroristas clandestinos, B.R. y N.A.P., la policía, los carabineros y los cuerpos separados compitieron sobre quién infiltraría primero estos grupos paramilitares, con el fin de prevenir sus actos, o teledirigirlos, según las necesidades y las desiderata del momento y de los poderosos.
Así, todo el mundo ha podido ver cómo se han aniquilado radicalmente los N.A.P., sea deteniendo a sus miembros para exhibirlos a continuación de forma innoble en tal o cual proceso, o directamente sirviéndose se ellos como blanco de tiro de pichón, espectáculo refinado en el que han brillado las "fuerzas del orden" para el placer de la más sucia burguesía. [14].
Con las Brigadas Rojas, por el contrario, ocurrió de otra manera: se conocen sólo dos nombres de agentes infiltrados en este grupo, son Pisetta y el fraile cristiano Girotto [15], que aunque burdos como agentes provocadores, consiguieron sin embargo hacer caer en su trampa a Curcio y a los demás del llamado "grupo histórico" - todos militantes poco expertos en cuestiones de clandestinidad y muy poco "feroces" además como terroristas. Sin embargo, si las B.R. no han sido nunca desmanteladas, después de haber sido decapitadas, no es ciertamente debido a la prudencia de los demás militantes, que no son menos ingenuos que sus jefes cogidos en la primera trampa, sino a la decisión de sus nuevos jefes. ¿Y por qué demonios, el estado, en dificultades ya por otras razones, habría dejado pasar la ocasión de oro que se le ofrecía de poder disponer en adelante de un organismo terrorista de aspecto autónomo, bien infiltrado, y tranquilamente dirigido a distancia? No creo que el general Dalla Chiesa sea ese genio guerrero del que habla Carl von Clausewitz, pero ha leído ciertamente a Clausewitz con más atención y provecho que Curcio, y tiene mayores medios para poner al servicio de sus facultades. El general Dalla Chiesa se debe reír a gusto, con sus colegas del SISDE, del SISMI y del CESIS, de todas las declaraciones d ellos ideólogos lucharmadistas sobre su firme intención de "llevar el ataque al corazón del Estado"; en primer lugar porque sabe que el Estado no tiene corazón, ni siquiera metafóricamente, y a continuación porque sabe muy bien, como Andreotti y Berlinguer, que el único ataque capaz de herir de muerte al Estado es hoy únicamente el que denuncia sus prácticas terroristas, y que las denuncia violentamente - como lo estoy haciendo yo, por ejemplo.
El general Dalla Chiesa, a pesar de que conozca más a fondo la táctica que la estrategia, a pesar de que cofunda la estrategia con la estratagema, sustituyendo el arte de la guerra por la astucia, sabe no obstante que el terrorismo es el sucedáneo de la guerra en una época en que las grandes guerras mundiales son imposibles, o en todo caso, no permiten ya hacer masacrar a un proletariado por otro, en extenuantes y sangrientas batallas. Nuestro general y los demás estrategas de la alta policía política saben también que el terrorismo espectacular es siempre antiproletario y que es la continuación de la política por otros medios: continuación de la política antiproletaria de todos los Estados, naturalmente. Que este Estado necesite el terrorismo artificial moderno, se prueba ante todo por el hecho de que es precisamente aquí, en Italia, donde se inventó hace 10 años - y se sabe que la burguesía italiana suple con imaginación su falta de capacidad: fue también ella la que inventó el fascismo, que tuvo a continuación tanto éxito en Alemania, en España, en Portugal, etc... en todos los lugares donde se trataba de aplastar una revolución proletaria. Por otra parte el espectáculo terrorista ha conocido un éxito inmediato entre el gobierno alemán, que no envidia nuestra situación, pero envidia nuestra imaginación, es decir la de nuestros servicios secretos, como en los años 20 envidió a nuestro Mussolini, porque esta imaginación permite a nuestro navegar en la mierda sin ahogarse.
Que este Estado necesite al terrorismo, es algo de lo que cada uno de sus representantes se ha convencido perfectamente, si no por razonamiento al menos por experiencia, y esto a partir del buen resultado instantáneo y milagroso de la operación de Piazza Fontana. La prueba es que, si no ha habido a este respecto "asunto Dreyfus", no es porque la cuestión fuera menos escandalosa, sino más bien porque todos los partidos, por razones diversas, han comprendido que si esa bomba había salvado al Estado, que cada uno de ellos defiende a su manera, la verdad sobre esta bomba era capaz por sí misma, de destruirlo definitivamente. Y si no ha habido "asunto Dreyfus", esto se debe a que, entre nuestra intelligentsia asalariada, ningún Emile Zola del momento ni ha tratado ni ha querido exigir nunca una verdadera conclusión sobre el caso piazza Fontana: Giorgio Bocca, púdicamente, comienza por el año 1970 su libro sobre el terrorismo, y, en cuanto a los demás mandarines de la cultura, ante la luz cegadora que proyecta el incendio del Reichstag, han preferido siempre, como Passolini y Sciascia, buscar las luciérnagas, sin encontrarlas, evidentemente, pero continuando su discurso con grandes lamentaciones, sobre las responsabilidades de la contaminación en esta desaparición, "polemizando" alegremente, sin denunciar nunca la contaminación terrorista, de la que todos son a la vez cómplices y víctimas.
Me gustaría que los servicios paralelos y los generales - que leerán atentamente Remedio a todo, al menos el capítulo que les concierne - atiendan un momento a dos cosas que les digo, sobre la fragilidad de su estrategia: Dalla Chiesa sobre todo toma nota bien de lo que Clausewitz te ha enseñando, en el capítulo que dedica a la astucia:
"Pero aunque tendamos a ver a los generales... destacar en astucia, en habilidad, en sagacidad, hay que reconocer que estas cualidades se manifiestan poco en la historia... no es difícil descubrir la razón... En efecto, es peligroso utilizar solo en apariencia fuerzas considerables durante un cierto lapso de tiempo con el único fin de engañar al enemigo: porque siempre se corre el riesgo de que sea en vano, y de que estas fuerzas falten más adelante en el momento decisivo. Esta fría verdad, que debe estar siempre presente en la mente del que actúa en guerra, quita a los jefes militares las ganas de este doble juego fundado en una agilidad fingida... En una palabra, las piezas del ajedrez están desprovistas de esta agilidad que es el elemento característico de los ardides y de la astucia... (los ardides no hacen daño a nadie si no consiguen engañar - lo que es raro -)".
La segunda cuestión a considerar, a propósito de una estrategia basada en la provocación, es vieja como el mundo: ya Séneca - y le cito a él porque entendía en materia de terrorismo de Estado y de provocaciones, siendo consejero de Nerón - señalaba que "es más fácil no tomar esta vía que detenerse una vez iniciada". Como una droga, el terrorismo artificial necesita y reclama ser administrado en dosis cada vez más masivas y más frecuentes,
perché men paia il mal futuro e il fatto [16]
como diría Dante. Rehaced, pues, vuestras cuentas, policía y generales, y ved que ya no funciona nada.
Si, en consecuencia, el Estado necesita el terrorismo, como lo he demostrado, necesita también no dejarse pillar siempre con las manos en la masa, para, a continuación, poner cara de bueno como sus ministros, Rumor y Tanassi por ejemplo, en Catanzaro, igualados en esto sólo por los generales Malizia, Maletti y Miceli. Y ¿qué mejor ocasión, para el Estado, que la ofrecida por un grupo como las B.R., decapitado y disponible, cuyos antiguos jefes están en la cárcel sin enterarse de nada? De todas formas, aunque los antiguos jefes estuvieran libres, si dos infiltrados fueron suficientes para encarcelarles, uno sólo, menos burdo que el Hermano Metralleta o Pisetta, habría bastado para llevarles donde se quisiera, sin que pudieran sospechar nada. Sé perfectamente que los elementos infiltrados conocidos hasta ahora, así como la mayoría de los agentes provocadores en funciones, no son unos linces, pero nuestros militantes clandestinos, como se ha visto, tampoco son más espabilados. E incluso si fueran todos unos Lenin como se cree, hay que señalar que los bolcheviques fueron ampliamente y en varias ocasiones infiltrados: Roman Malinovski, obrero y agente de Okhrana, formaba parte del Comité Central bolchevique, teniendo la más ciega confianza de Lenin, y enviaba a Siberia a cientos de militantes y dirigentes - y, ante una sospecha formulada por Boujarin contesto que era "indigna de un militante consciente: si persistes, serás tú el que serás denunciado como traidor", según los recuerdos de la mujer de Lenin, Nadiejda Kroupskaia. Pero el caso de Malinovski no es aislado: al abrir en 1919 los archivos secretos de la Okhrana, Lenin se extrañó, con razón, de descubrir que de 55 provocadores profesionales en funciones y regularmente pagados, 17 "trabajaban entre los Socialistas-Revolucionarios, pero 20 se repartían el control de los bolcheviques y de los mencheviques, y ¡algunos como militantes de base! Y Lenin tuvo la amarga sorpresa de tener que constatar que los provocadores son casualmente siempre estos mismos "camaradas" por los que tenía, él tan prudente y tan experto en materia de clandestinidad, la más profunda estima y la mayor confianza por los servicios prestados y la audacia mostrada en varias ocasiones.
Hoy, lo que entonces pasaba por las más refinadas sofisticaciones de la Okhrana, no son más que arcaísmos: los servicios paralelos modernos del Estado, de todos los Estados, disponen de una cantidad de medios y de personal de todas las clases y perfiles sociales, bien entrenados en las armas y en las ideas, a menudo mucho más capaces que los militantes ingenuos, que sin embargo corren con los gastos. La forma organizativa del partido, siempre jerárquica, es la que mejor se presta a la infiltración y a la manipulación - al contrario precisamente de lo que cuente la prensa burguesa -: todos los núcleos de base formados por militantes clandestinos son mantenidos al margen y en la ignorancia de todo, sin ninguna posibilidad de diálogo y de debate, y todo funciona perfectamente gracias a la más ciega disciplina y a las oportunas órdenes dadas por una cúpula inaccesible, que anida generalmente en tal o cual ministerio o grupo de poder. Y si alguna vez algún provocador se hace sospechoso, llega siempre una detención providencial, bien aireada por la prensa, que le saca del peligro y le libra de toda sospecha; sin embargo puede volver a ser puesto en acción gracias a una increíble y "heroica" liberación. Y a menudo también los provocadores dejan ahí el pellejo.
He aquí pues una razón suplementaria que me obliga a poner en guardia a todo subversivo de buena fe contra la idea de organizarse jerárquica y clandestinamente en una especie de "partido": la clandestinidad puede ser, en ciertas ocasiones, una necesidad, mientras que cualquier jerarquía beneficia siempre y únicamente a este mundo que se trata de abatir. La infiltración es prácticamente imposible, o descubierta muy deprisa en estos grupos revolucionarios que prescinden de la división entre militantes y dirigentes, y que se basan en lo cualitativo: "El único límite de la participación en la democracia total de la organización revolucionaria es el reconocimiento y la auto-apropiación efectiva, por todos sus miembros, de la coherencia de su crítica, coherencia que debe demostrarse en la teoría crítica propiamente dicha y en la relación entre ésta y la actividad práctica" (Debord).
Se sabe desde hace tiempo que en varios "escondrijos" de las B.R. se ha encontrado un importante material de reserva, proveniente de puestos de policía, de comisarías e incluso de ministerios - que sin embargo, extrañamente, no han sido nunca tomados al asalto ni saqueados por las B.R. -. Ante hechos tan elocuentes, la información espectacular ha pretendido siempre explicarlo todo subrayando una vez más la supuestamente prodigiosa organización de las temibles B.R., añadiendo como refuerzo a este hermoso descubrimiento publicitario el hecho de que estos militantes clandestinos, tan acosados pero también tan tentaculares, se habrían infiltrado en todas partes, incluso en los ministerios y en las comisarías. Dejad que me ría ante tal explicación de una realidad tan lúgubre, tan torpemente camuflada. Una vez más, se abusa de la inteligencia de 50 millones de italianos, que no son alemanes dispuestos a mamar el biberón envenenado de la televisión, del Corriere y de la Unitá, y los que atribuyen al hombre común tal estupidez revelan solo la suya - que, por ser ilimitada, deja de ser común. Una vez más, el poder, diciéndolo al revés, acierta: no son las B.R. las que se han infiltrado en las comisarías y en los ministerios, sino agentes estatales de las comisarías y de los ministerios los que se han infiltrado hábilmente en las B.R., y ciertamente no sólo en la cúspide.
Y si en diez años la gran lucha sin cuartel contra el monstruo terrorista, tan elogiada, ha logrado únicamente alimentar desmesuradamente ese "monstruo", si incluso el proceso de piazza Fontana no llegó a empezarse nunca verdaderamente, esto se debe también al hecho, no sí muy bien si de lo más cómico o de lo más repugnante, de que se han encargado siempre de esta lucha sin tregua, esos mismos servicios secretos, que siempre han dirigido y promovido el terrorismo, y no porque se hubieran "desviado" o hubieran sido "contaminados", sino porque, sobre un plan estrictamente militar, ejecutaban siempre las órdenes recibidas. Y todos los militantes que se exhiben en el banquillo de los acusados, como si fueran bestias feroces, chicos ingenuos a los que gustaría ver envejecer en las cárceles de la patria, son seguramente siempre los menos implicados - incluso si son señalados con el dedo alternativamente como "jefes" o "estrategas" - (es la cosa más sencilla hacer creer a un fanático ingenuo que participa en tal o cual operación únicamente porque depositó el comunicado que la reivindicaba).
Y nuestros oficiales superiores se divierten, contando su colección de medallas al mérito obtenidas bien sea alimentando al terrorismo; bien sea "descubriendo" a los "culpables" en el momento oportuno.
En realidad no hay nada nuevo en este fenómeno que sólo puede ofender la virtud de los hipócritas, y que desde hace siglos se repite en las épocas de corrupción y decadencia de todos los estados. Por ejemplo, Salustio, historiador de la corrupción y de la crisis de la República de Roma, cuenta que el censor Lucio Marco Filipo denunció ante el Senado a Lépido, general traidor, por medio de estas valientes palabras:
"Quisiera por encima de todo, senadores... ver los designios criminales volverse contra sus autores. Pero, lejos de esto, toda la República es presa de sediciones estimuladas por los mismos que deberían prevenirlas... y vosotros, senadores indecisos, dudosos en vuestros murmullos, confiados en las palabras y en las predicciones de los augurios, preferís desear la paz antes que defenderla, y no veis que la blandura de vuestros decretos os hace perder a vosotros toda dignidad, y a él, cualquier temor... en efecto, cuando las recompensas pertenecen a los malvados, cuesta mucho seguir siendo gratuitamente hombre de bien... ¿hay en vosotros miedo, abatimiento o demencia? No sabría decirlo... Y tú, Lépido, traidor hacia nosotros, infiel hacia tus cómplices, pretendes restablecer con semejante guerra la concordia que se ha hecho vana por la forma en que ha sido obtenida. ¡Qué impúdico eres!...
Es exactamente así, la paz social que el terrorismo puede procurar "se ha hecho vana por la forma en que ha sido obtenida", con la diferencia de que hoy los impúdicos son todos los diputados de la República y todos los oradores que se desatan contra el terrorismo, y que lo desarrollan incluso en la retórica, fingiendo siempre no saber lo que todo el país dice de este famoso año 69. Escuchad un momento lo que dice un Lépido moderno, el honrado Leo Valiani, que no tuvo vergüenza de deplorar, en julio de 1978 en el Corriere las "sentencias demasiado moderadas" contra algún ejecutor.
"(Estas sentencias) animan a los subversivos a perseverar, a atreverse todavía más. No pedimos a los jueces - sigue el incansable Valiani - que condenen a cualquiera, sin estar convencidos de su culpabilidad. Pero cuando la República está como ahora, en lucha con organizaciones clandestinas, las mismas que sembraron la muerte en piazza Fontana... cualquier indulgencia con todos los que han militado en tales organizaciones subversivas representa un suicidio".
¿Y qué indulgencia puede sobrepasar, por Dios, la de Valiani, experto en terrorismo estalinista y burgués, protector de estos dos terrorismos y promotor de todas las mentiras al respecto, que finge todavía, únicamente él en Italia, no saber que "la organización clandestina que sembró la muerte en piazza Fontana" no es sino la organización del almirante Henke que mandaba entonces el famoso S.I.D. - al que por decencia, es decir por indecencia, se le ha cambiado ahora el nombre? ¿Y se querría seguir todavía diez años más con las mismas chácharas de Valiani, esta vez a propósito del asunto Moro? ¿Qué parlamentarios, qué honorable crápula, entre todos los que se reprochan el uno al otro su propia "indulgencia", y que hablan a solas de la "salvación de la República" se ha atrevido hasta ahora a exponer, acusar y nombrar a los asesinos de hace diez años?
El hecho es que la salvación de esta República criminal depende desde ahora únicamente de su capacidad para seguir encubriendo a estos asesinos y a los de Moro -así como a los de Calabresi, Occorsio, Coco, Feltrinelli, Pinelli, etc...: y esto lo saben muy bien nuestros ministros y parlamentarios que siguen callándose para recibir nuevas compensaciones que van a completar su ya sustancial parte proporcional.
Nuestro régimen, desde la época del gran miedo de 1969, ha depositado siempre una inmensa confianza en su alta policía política y en su capacidad de imaginarse siempre soluciones teóricas y espectaculares en todas las cuestiones históricas y sociales: nuestro régimen está por tanto cometiendo el mismo error que el régimen zarista, que consagró toda su energía a construir la mejor y la más poderosa policía secreta de todo el mundo, como fue el caso de la Okhrana en su tiempo; esto permitió al zar aguantar diez años más sin cambiar nada, pero el derrumbamiento fue después más violento y definitivo. Como decía un pensador burgués, Benjamin Constant: "el exceso de despotismo puede únicamente prolongar una situación que tiende a disolverse, y retener bajo una misma dominación a unas clases que todo tiende a separar... Una vez más este remedio, peor que la enfermedad, no es de una eficacia duradera. El orden natural de las cosas se venga de los ultrajes que se le quieren hacer, y cuanto más violenta ha sido la compresión, más terrible es la reacción".
Y en Italia, diez años de semejante política, de alta policía empieza a hacerse notar, también en sus efectos dañinos e incontrolables: el estado sigue estando ahí, con demasiada autoridad y menos reputación que nunca, pero sus auténticos adversarios se han multiplicado, su conciencia ha crecido, y con ello la eficacia y la violencia de sus ataques: y cuando es la policía la que hace la política, el resultado es siempre un derrumbamiento completo.
Hoy, el siniestro Craxi busca unos aplausos fáciles fingiendo darse cuenta ahora, de que en Rusia, escandalosa novedad, los delitos de opinión son considerados como crímenes de guerra: ¿pero no ves, pobre Craxi, que aquí en Italia los crímenes de Estado son considerados como delitos de opinión? ¿No es éste quizás un hecho menos indigno que tu casta indignación? ¡Ridículo Craxi! ¿A quién querías convencer de tu inocencia inmaculada? Tú que te pavoneas con tu digno compadre Mitterrand, ¿quién crees tú que ha olvidado que Miterrand es un gángster que pagó hace unos años a otros gángsteres más oscuros que él, para ser víctima de un falso atentado? Nadie te cree Craxi, cuando proclamas que ¡sine macula enim sum ante thronum! Y todos vosotros, jefes de partidos, sois como Mitterand: cuando no sois vosotros quienes encargáis los atentados, sino uno de vuestros rivales, os calláis siempre, y ¡después habláis de firmeza del estado ante vuestras propias provocaciones!
Que en Italia los crímenes de Estado son considerados como simples delitos de opinión, está probado entre otras cosas por este sencillo hecho concreto: cuando, en 1975, bajo el seudónimo de Censor, publiqué las pruebas históricas, y no judiciales, de que el autor de la matanza de piazza Fontana era el SID, todos los periódicos y periodistas recogieron ampliamente mis conclusiones, pero se escandalizaron mucho más del hecho de que un personaje anónimo, aparentemente cercano al poder, se hubiera atrevido a acusar abiertamente al SID que del hecho a secas de que el Estado hubiera ordenado y hecho ejecutar una gran masacre para salir indemne de una crisis social muy grave. El periodista Massimo Riva expresó admirablemente los pensamientos de todos sus colegas, preguntándose en el Corriere a propósito del asunto-Censor qué misteriosa maniobra de poder anunciaba: "¿Qué esconde esto? ¿El miedo de decir públicamente la verdad? ¿Una advertencia entre peces gordos del régimen?" No eran mis afirmaciones y conclusiones escandalosas, sino mi anonimato, lo que desencadenaba el escándalo, mejor dicho, la polvareda levantada alrededor de la identidad de Censor servía para tapar el escándalo de lo que denunciaba. Todos preferían hacer estúpidas conjeturas sobre mi identidad, aunque sólo fuera para evitar hablar de lo que había dicho: "¿Una advertencia entre peces gordos del régimen?": ahí está el quid de la cuestión, según Riva y los otros, y lo que provoca el escándalo es únicamente la meta de la solidaridad entre los poderosos, y no sus crímenes.
Pero el mejor, como de costumbre, es Alberto Ronchey, que sorprendería solamente si ya no consiguiera sorprender: decía, a propósito de mis pruebas, que "sean las que sean las responsabilidades y las intrigas del Sifar-SID o de otros cuerpos separados", a pesar de ello, "en cuanto a las bombas, a los secuestros... si se tratara realmente de un "terrorismo de Estado" estaríamos en presencia de un sistema de gobierno criminal, y nadie tendría nada que hacer con un poder semejante: ni los comunistas, ni los socialistas ni los demás" [19]. Lo que es verdaderamente increíble, no es ciertamente el terrorismo de Estado, sino la forma de razonar de Ronchey: puesto que los comunistas y los socialistas tienen algo que hacer con semejante poder, por lo tanto, según Ronchey, es una garantía suficiente para que un terrorismo de Estado no sea creíble: por lo tanto no existe, "sean las que sean las responsabilidades y las intrigas" del SID; Dios por el contrario es creíble; por lo tanto existe, razonando como Ronchey. A propósito del terrorismo y del Estado, parece realmente haber vuelto a las discusiones sobre la existencia de Dios y del diablo. ¿Será verdad? ¿Existirá? Y si existe ¿es verdaderamente creíble? El poeta dice mucho más sabiamente:
Certo era ver, ma credibil non era
a chi del senno suo no fosse padron [20]
No alcanzo a comprender a dónde quieren ir a parar los Ronchey con su lógica teológica: no he dicho nunca que detrás de cada atentado estén los servicios secretos, teniendo en cuenta que hoy incluso un cóctel molotov y un sabotaje a la producción son considerados como "atentados": he dicho, al contrario, y esto desde hace casi diez años, que todos los actos espectaculares de terrorismo están teledirigidos, o directamente ejecutados por nuestros servicios secretos. Y daos cuenta de que no digo "por servicios secretos", sino por los nuestros, sí, por los servicios secretos italianos, de los que se reconoce siempre la huella y el hedor, la habilidad y la torpeza, la ingeniosidad táctica y la necedad estratégica.
Mirad, por ejemplo, cómo el SID llegó a la operación de piazza Fontana: por medio de ensayos y aproximaciones sucesivas. Habían decidido hacer una masacre entre la población, y la prepararon con dos ensayos generales: las bombas del 25 de abril en la Feria y en el Banco de la estación de Milán, y las bombas en los trenes de agosto del mismo año. Los servicios secretos así prepararon a la opinión pública con esos backgrounds, y se prepararon, ellos, técnicamente.
¿Y qué ensayos generales prepararon el secuestro de moro? En ese caso también los hubo, porque nuestros reconocibles servicios paralelos, incluso si cambian de objetivo, operan siempre de la misma manera - lo que no les perdonaría Maquiavelo -. En abril de 1977 secuestraron a De Martino, sin derramamiento de sangre, lo que constituía ya un ensayo general: en sus ensayos, los servicios secretos nunca quieren hacer correr la sangre, el 25 de abril de 1969 no murió nadie, en agosto tampoco. El ensayo, sin embargo, indica siempre el objetivo que se quiere alcanzar: en el 69 la población, en el 77-78 un hombre político. El mismo día del rapto de De Martino, reivindicado a continuación por un centenar de grupos fantásticos, lo denuncié como un ensayo general de los servicios secretos, en un cartel impreso y difundido en Roma [21]. El segundo ensayo, que revelaba bien el objetivo elegido - es decir, un hombre político - fue la famosa bomba en el despacho del por entonces ministro del Interior, Cossiga. Después vino el golpe contra Moro, esta vez bañado de sangre, porque ya no se trataba de un ensayo general.
En la ola de amenazantes revueltas de principios de 1977, los servicios secretos, que desde hace diez años están siempre alerta y nunca inactivos, empezaron a orientarse decididamente en una dirección bien concreta: las dos provocaciones citadas, que no son las únicas en las que se exhibieron, son en cualquier caso las que mejor anunciaban el objetivo apuntado y la continuación de los acontecimientos.
Se puede decir por lo tanto que el secuestro de Moro era la cosa menos imprevisible del mundo, puesto que era la menos imprevista, lá dove si puó ció che si vuole [22], es decir en el seno del poder. Primero se temía que De Martino, amigo de los estalinistas, llegara a la presidencia de la República, y haciéndole pagar unos cientos de millones para recuperar a su hijo, se destruyó la reputación de este "socialista"; el sucesor de Leone estaba desde entonces señalado públicamente. Moro, al que se podía chantajear con mucha menos facilidad que a De Martino o a Leone, era por lo tanto más peligroso, porque era más fuerte; por otra parte Moro era el responsable del pacto con los estalinistas y, como presidente de la República, habría tenido todavía más responsabilidades. Dos y dos son cuatro, incluso en política: 16 de marzo de 1978; el Presidente debe morir, por dar la vuelta al título de un libro de Andreotti. Seis meses después de la operación de vía Fani, cuando la política antiestalinista de Craxi daba sus primeros frutos, Amintore Fanfani, apodado en toscano il Rieccolo [23], lanzaba su primer vigoroso ataque contra el gobierno, contra el secretario de la D.C., contra el "gobierno de concentración", contra el "acercamiento" realizado pro Moro, denunciando "los abusos del unanimismo", la ineficacia del gobierno "equívoco" de "unidad nacional" y anunciando la superación "de un estadio político" - recogiendo así los aplausos de los craxistas y suscitando "recelos" en los estalinistas. Aunque Fanfani sea el hombre político italiano que ha coleccionado, después de Berlinguer, el mayor número de chaquetas, a pesar de esto, Fanfani no es un cretino; más inteligente que hábil y menos espabilado que ingenioso, il Rieccolo no ha hecho más que sacar las conclusiones políticas del asunto Moro, hasta tal punto es cierto que el terrorismo es la continuación de la política por otros medios.
Mientras exista un poder separado de los individuos, no son ciertamente individuos lo que le faltará; ningún funcionario del poder y del capital es irreemplazable, nadie es indispensable en el mantenimiento de su dominación, ni Kennedy, ni Mattei, ni Moro, ni ninguno de los que están todavía vivos y en activo. Lo que en una época turbulenta se hace indispensable a un poder que no quiere renovarse, es precisamente la eliminación de ciertos hombres, sea porque son demasiado comprometidos y despreciados, como Rumor, sea porque quieren una "renovación", la menor posible, lo que suscita algún recelo o alguna pequeña reacción de defensa en ciertos sectores del poder: y se sabe que los sectores más retrógrados son siempre los mejor armados. Las "aperturas" de Moro fueron consideradas así como contrarias a ciertos intereses, y como una concesión a un "cambio" - y esto a pesar de que históricamente, era precisamente cualquier cambio, lo que tales aperturas intentaban impedir, pero sin excesiva convicción ni garantís suficientes - es decir, de forma diferente a lo que desearían algunos poderosos y militares.
En la historia, todo poder se comporta como se comportó siempre cualquier otro poder; y a medida que la actual política policial de provocaciones sigue su curso, que es irreprimible como he demostrado, la necesidad de deshacerse, al estilo de la mafia, de algunos de estos hombres que utilizaron hasta la víspera, se impone también para sus poderosos estrategas, semi-lúcidos y semi-inconscientes, pero completamente asustados. Ahí no hay nada nuevo, y es una confirmación ulterior del viejo precepto según el cual "aquél que es la causa de que otro se haga poderoso se arruina a sí mismo"; ni Moro, ni ninguno de sus colegas han impedido nunca a la policía política hacerse tan poderosa en diez años; nadie ha contestado ni combatido nunca un fenómeno que al contrario todos han alimentado: Moro fue la primera víctima de cierta importancia que tal política ha segado, pero no la única. Los estrategas del terror se habían deshecho ya de otros personajes, menos importante pero no menos utilizados hasta entonces; tenemos a la vista varios ejemplos todavía frescos: la liquidación de Calabresi, la lejana y misteriosa muerte del fascista Nardi, acusado del asesinato de Calabresi, el suicidio de un buen número de oficiales del S.I.D., los "accidentes" mortales ocurridos a diferentes testigos del proceso de piazza Fontana, los atentados espectaculares y simultáneos contra los magistrados Coco y Occorsio que se hicieron reivindicar, para guardar la simetría siempre presente en el espectáculo de los "extremismos opuesto" a las B.R. y a los fascistas. Es importante señalar que estos dos magistrados habían tenido que habérselas, y no poco, contra el terrorismo: Coco con el turbio e incongruente asunto del secuestro de Sossi, y Occorsio con el golpe preparado como gran espectáculo contra la "bestia humana" Pietro Valpreda. Naturalmente, toda la información mentirosa que se presenta siempre como la confirmación de la versión oficial de los hechos, es precisamente lo que viene a desmentirla: Coco "no cedía a las B.R., por lo tanto se vengaron - y no se comprende por qué, para vengarse, no asesinaron en este caso al juez Sossi: cojo un rehén y te hago chantaje: si no cedes al chantaje, te mato a ti, y no al rehén: lógica ilógica, pero lógica espectacular.
En cuanto a Occorsio, ya que al final estuvo ocupado en una investigación sobre los fascistas, eran por lo tanto ellos los que tenían interés en matarlo - pero, pro favor, que nadie aventure la menor sospecha. Al decir verdad, si Occorsio se ocupó al final de los fascistas, después de haberse ocupado tanto de los anarquistas, con tan malos resultados, es porque alguien le sugirió que se ocupase de los fascistas, para poder hacerles reivindicar su fin, dándole así una explicación (no se podía acusar a Valpreda de haber asesinado también a Occorsio: Valpreda es un "culpable" gastado, quemado e inutilizable; si mañana se leyera que ha asesinado a su suegra, no habría nadie en Italia dispuesto a creerlo).
Los jueces que se ocupan del asunto Moro son las personas menos envidiables de Italia, y deben andarse con ojo; desde ahora, en sus investigaciones, deben tener cuidado de no confundirse y no disgustar a ciertos sectores del poder; luego, y siempre tendrán que tener cuidado de todo porque para el Estado la primera ocasión será buena para deshacerse de ellos: y las B.R. reivindicarán de inmediato su muerte, que de esta manera quedará explicada a la opinión pública. En Italia todo lo que puede ser explicado es, por lo mismo, justificado, - y si la explicación es abusiva, puesto que nadie replica, es una explicación sin apelación, una mentira que no es desmentida y que no puede serlo. Si se puede desmentir no es desmentido, si es desmentido no es "creíble", y si no es "creíble" no es - por decirlo a la Ronchey -. Pocas cosas de las que había previsto Orwell en 1984 no se han verificado todavía: leed, por ejemplo, el siguiente párrafo:
"Ella era mucho más espabilada que Winston, y mucho menos permeable a la propaganda del Partido. Un día, cual él hizo fortuitamente alguna alusión a la guerra..., le dejó estupefacto diciéndole sin énfasis que en su opinión no había guerra. Según todas las probabilidades, los cohetes que caían cada día sobre Londres eran lanzados por el mismo gobierno, "sólo para mantener a la población en el terror". Era una cosa en la que él literalmente no había pensado nunca..."
Algunos extraparlamentarios, perdidos tras sus ilusiones pueriles y la teología fetichista de la lucha armada, querrían quizás objetar, puesto que ellos creen en la lucha armada, que otros más extremistas que ellos, pueden efectivamente practicarla y ser responsables de todo, incluido el secuestro de Moro. Quiero que conste aquí que no he puesto nunca en duda, ni en público ni en privado, la imbecilidad de nuestros extraparlamentarios, en su conjunto; pero es conveniente observar que estos, en lo que les concierne, no ponen nunca en duda lo que el espectáculo pueda contar sobre él mismo y sobre ellos. Escuchad esto, valientes militantes alienados: si efectivamente Moro hubiera sido secuestrado y asesinado, como creéis, por revolucionarios libres y autónomos como os lo ha dicho el Estado, resultaría que, por primera vez en diez años, el Estado no ha mentido en materia de terrorismo. Pero como es absurdo e inaudito hay que excluirlo.
Por el contrario, la triste verdad es que habéis creído siempre en todas las mentiras pasadas, sobre Valpreda, sobre Feltrinelli, sobre las B.R. y así sucesivamente: e incluso el periódico oficial de los anarquistas, Umanitá Nova, se apresuró a tomar precauciones, después de lo de piazza Fontana, disociando sus "responsabilidades" de las de Valpreda - dando prueba así de un valor a la medida de su inteligencia -.
Muchos militantes de extrema izquierda se creen muy sagaces porque han comprendido que Pinelli no se tiró por sí sólo por la ventana del 4º piso de la Comisaría; pero es un record de astucia que no podrán nunca superar, puesto que poco después aplaudieron a nuestros servicios secretos cuando asesinaron al comisario Calabresi. Nuestra burguesía y los estalinistas, que tantas veces han demostrado su incapacidad, tienen así muchas razones para consolarse si consideran el tamaño de la estupidez de sus pretendidos adversarios "extremistas", que, por así decirlo compensa la suya - si no la anula -. Y en diez años, en efecto, ningún grupúsculo extraparlamentario ha logrado nunca dañar por poco que sea a este Estado, porque nadie ha sido capaz de favorecer de ninguna manera las luchas prácticas de los obreros salvajes, y menos todavía de contribuir al progreso de la conciencia teórica.
Impotentes y torpes, los militantes acusan hoy al estado de ser moralmente "responsable" de la muerte de Moro por no haberlo salvado, y no por haberlo asesinado, al igual que en 1970 acusaban al Estado de "responsabilidad moral" en la masacre de piazza Fontana, no precisamente por haberla ordenado, sino por no haber ordenado la detención de ciertos fascistas implicados en este asunto, al menos en el plano jurídico. Estos aspirantes que se recrean imitando los gestos de los politiqueros consagrados, siguen ignorando que la moral no tiene nada que ver con la política, sino y únicamente con la ideología justificativa de una política, es decir con todas las mentiras que cualquier política necesita normalmente. Por eso no hablan siempre más que de "responsabilidad moral" del Estado y se convierten así en corresponsables de todas sus mentiras.
Pero intentemos considerar por un instante, emitiendo una hipótesis osada, que el secuestro de Moro hubiera sido concebido y llevado a cabo por subversivos. En este caso, habría que plantearse unas preguntas - que son las únicas que los militantes contemplativos no se han planteado nunca, ocupados como están en admirar todo de lo que no son capaces, o a desaprobar todo aquello en lo que no participan, lo que equivale a decir todo -.
Ante todo habría que preguntarse cómo es posible que en dos meses unos subversivos hayan sido capaces de acusar a Moro únicamente de servir a los intereses de la burguesía en vez de servir los del proletariado - como si fuera una particularidad de Moro, ¡como si en el Parlamento no hubiera otros "culpables" de este "crimen"! -. Lo absurdo de semejante acusación la hace completamente increíble: Aldo Moro no prendió nunca ni hizo creer que defendía los intereses de los obreros, al contrario que los estalinistas y los extraparlamentarios. Acusarle de semejante crimen es como acusar a los ricos de no ser pobres, o a un enemigo de no ser tu aliado. Si fue para cargar sobre él semejante acusación para lo que estos hipotéticos "subversivos" montaron el "proceso" de Moro, podrían haberse ahorrado el trabajo, y haberle asesinado en vía Fani junto con sus guardaespaldas. Pero como ya he dicho, tras esta acusación, está la acusación contraria: los secuestradores de Moro le acusaban en realidad de no servir suficientemente los intereses de la burguesía, y no ciertamente de servirlos demasiado.
Por otra parte, la torpe parodia de "justicia proletaria" groseramente puesta en escena por los carceleros de Moro, ni siquiera intentó hacerle escupir la verdad sobre la matanza de piazza Fontana, ni sobre otros cien hechos igual de escandalosos, que todos los hombres del poder normalmente conocen, y que habrían sido altamente instructivos para el proletariado. A este respecto, es de destacar que si Moro temía, en una de sus primeras cartas, tener que hablar de "lamentables y peligrosas" verdades, esto no inquietó realmente a nadie del gobierno, lo que muestra bien que nuestros ministros no temían nada por este lado, porque sabían que no tenían nada que temer. En sus declaraciones los secuestradores de Moro, no han sabido nunca ni querido, dirigirse a los obreros, a los que nunca han dicho nada interesante; después de haber afirmado osadamente, inmediatamente después del secuestro, que "nada sería ocultado al pueblo", los carceleros de Moro enseguida entablaron, a través de él, una intensa correspondencia secreta con todos los hombres del poder de la D.C. para quienes este golpe era un aviso, y el secuestro duró el tiempo necesario para que todos estuvieran convencidos: y la primera prueba que debían dar de su convicción era no "negociar", prueba que efectivamente todos se apresuraron a dar. Las condiciones para la liberación del rehén, que oficialmente habría tenido lugar si el Estado hubiera aceptado liberar a una quincena de militantes encarcelados parecían planteadas únicamente para que no fueran aceptadas, y no porque no fueran inaceptables, sino más bien porque, no interesando para nada a ningún sector del proletariado, no podían apoyarse en el país en ningún movimiento espontáneo, o simplemente violento, de lucha - que los carceleros de Moro, por lo demás, no se proponían en absoluto suscitar -. En lo que los secuestradores han traicionado su identidad de agentes del poder, y de la forma más torpe, es en el empeño que mostraron para hacerse reconocer oficialmente por todos los poderes constituidos, desde el P.C.I. a la D.C., del Papa a Waldheim: este hecho por sí sólo prueba admirablemente que no sólo reconocían la legitimidad de todos los poderes, sino que también se preocupaban por ser reconocidos solamente por ellos, y en absoluto por el proletariado. Por su parte, los jefes de partido se traicionaron cuando admitieron que el fin de este secuestro era dividir a las fuerzas políticas del gobierno, añadiendo a continuación que había fracasado en esto, cuando es en esto precisamente en lo que el secuestro tuvo éxito: si los carceleros de Moro hubieran sido unos subversivos, tal división no habría podido interesarles realmente, porque todo subversivo sabe que la única división susceptible de crear el desorden, debe operarse entre los explotados y los explotadores - y ciertamente no entre los diferentes partidos que representan solamente, en el espectáculo, las diferentes fuerzas que trabajan para mantener la misma explotación, no cambiando más que los beneficiarios. Finalmente, si los secuestradores de Moro hubieran sido subversivos, no habrían desperdiciado la ocasión de liberarlo, porque, después de haber sido calumniado por sus amigos y traicionado por sus aliados de la víspera, Moro, una vez libre, habría combatido a todos los que había protegido hasta entonces. Por el contrario, matándole, los artífices del golpe de vía Fani han sacado oportunamente del apuro a todos los poderes. Y en particular a la D.C., para la que Moro era útil muerto, pero enormemente perjudicial vivo.
En cualquier caso, si los secuestradores de Moro hubieran sido unos subversivos, no habrían elegido seguramente como objeto de negociación la libertad de Curzio y los demás, porque eso era dar al poder el excelente pretexto para mandarles a paseo y de no "perder el honor": puestos a elegir reivindicaciones inaceptables, deberían haber pedido algo muy diferente a la liberación de quince detenidos únicamente - cuando se plantean reivindicaciones inaceptables, se debe al menos estar atentos a que no sean fácilmente rechazables, como lo era la liberación de esos pocos brigadistas. Pero los secuestradores de Moro no querían en realidad nada de lo que pedían oficialmente: lo que querían, sabían que no podían pedirlo abiertamente sin correr el riesgo de desenmascararse - y lo que querían lo han obtenido ya. poco antes de que los carceleros de Moro se deshicieran de él, todos los términos reales del chantaje se habían invertido, respecto a los términos espectaculares y oficiales del chantaje a la D.C.; y los términos reales se habían transformado en esto: o cambiáis de política o liberamos a Moro y veréis que será él el que cambiará de política. En esta coyuntura los dirigentes democristianos y los "socialistas" prefirieron sabiamente ser ellos los que cambiaran de política, a costa de Moro, antes de correr el riesgo de ver a Moro cambiarla a su costa. El mundo está hecho así, por mucho que chillen todas las ocas del Capitolio, pretendiendo lo contrario.
Todos nuestros incapaces extraparlamentarios, como primitivos deslumbrados por el éxito técnico del golpe de vía Fani, no fueron capaces de ir más allá, considerando por ejemplo que aquél que dispone de tantos medios y capacidades tácticas no las pondrá ciertamente al servicio de un proyecto político de mayor envergadura. Pero los extraparlamentarios ante la eficacia operativa demostrada en vía Fani y a continuación, naturalmente prefirieron atribuirlo a "compañeros que se equivocan" más que a enemigos que no se equivocan, y que les dan por culo a todos tranquilamente. Aquí también, nuestros izquierdistas tomaron sus pobres deseos por la realidad, sin sospechar que la realidad sobrepasa siempre sus deseos, pero no como ellos quisieran. Y si fueran menos ignorantes, no subestimarían tanto, y sin razón, la capacidad de los servicios paralelos italianos: sabrían, por ejemplo, que las únicas acciones de guerra verdaderamente brillantes llevadas a cabo en Italia durante el último conflicto fueron acciones de comando, ejecutadas por la Marina. Apenas me parece necesario recordar cómo esta brillante tradición se ha transmitido admirablemente de la Marina militar a los servicios secretos, dirigidos primero por el almirante Henke, que no ha sido nunca un imbécil, después por el almirante Casardi, más capaz todavía - con el interregno ignominioso de un general incapaz como Vito Miceli que a fin de cuentas tuvo que sucumbir a su propia incapacidad y a la imprudencia de Andreotti que no tardó en darse cuenta de ello. En efecto Andreotti no hizo arrestar al general Miceli porque hubiera sido el responsable de las "desviaciones" del SID - que datan de mucho antes, como bien sabe Andreotti - sino que lo hizo arrestar precisamente porque Miceli corría el riesgo, por torpeza, de destapar la olla de los servicios secretos. Y una vez más, Andreotti se manifestó como un político más perspicaz todavía de lo que parecía, justificando a continuación su ataque contra Miceli por un afán de fidelidad a la Constitución, lo que le valió algunas simpatías, esperadas, de la izquierda. El único error de Andreotti, como de costumbre, fue un error de falsa modestia y de vanidad: después de la detención de Miceli, se mostró demasiado complaciente, exagerando un poco la carta de la ingenuidad y repitiendo sin cesar que él, por prudencia, nunca quiso ocuparse de los servicios secretos: declaración escandalosa, para un jefe de gobierno, pero necesaria para alguien que, habiéndose mezclado en ello, ha visto "cose che'l tacere é bello" [24] pero cosas tan escandalosas, que sólo se pueden callar si se finge no conocerlas. Andreotti sabe bien que el escándalo de la ignorancia es el precio que debe pagar para fingir la ignorancia de ciertos escándalos. Resulta cómico ver a este zorro disfrazado de cordero para hacerse aceptar mejor entre los lobos.
Aparte de los almirantes, hay en Italia entre los carabineros unos excelentes oficiales superiores, que no son todos como Miceli o La Bruna, (no hay como los Miceli y los La Bruna para caer en todas las trampas). Por otra parte, existe un argumento más profundo y dialéctico a favor de los jefes de nuestros servicios secretos: si esta época exige que ciertos hombres practiquen el terrorismo, es igualmente capaz de crear los hombres que necesita. Y además, no se trata de creer que la operación de vía Fani es una obra maestra de capacidad operativa: hasta ayer, incluso Idi Amin Dada podía permitirse ciertos éxitos técnicos que no dejarán nunca de extrañar a los geniales militantes de Lotta Continua.
Mucho menos ingenuos que los extraparlamentarios, un buen número de obreros, que he encontrado en las más diversas situaciones, han concluido de inmediato: "¿Aldo Moro?, son ellos los que le han secuestrado, entendiendo por ellos, naturalmente, a los que tienen el poder ¡Y pensar que hasta ayer, tales obreros votaban, y en general votaban al P.C.I.!
La rotura definitiva que existe desde ahora en el país entre, por una parte, todos los que tienen la palabra, los políticos, los poderosos y sus criados, periodistas u otros, y por otra parte todos aquellos que están privados de ella, aparece perfectamente en el hecho de que los primeros, lejos de la mayor parte de los hombres y protegidos por la barrera de sus guardaespaldas, no saben ya lo que dicen y piensan los segundos, en la calle, en el bar, en su lugar de trabajo. Así las mentiras del poder se van por la tangente, para acabar bajo la acción de una fuerza centrífuga, en una especie de órbita autónoma que no toca ya ningún polo del "país real" donde la verdad puede entonces abrirse paso con tanta más agilidad porque ningún obstáculo va a estorbarle o intimidarle. Inversamente, el espectáculo se ha convertido en autista, es decir, afectado por este síndrome de la psicopatología esquizofrénica según el cual las ideas y los actos del enfermo no pueden ser ya modificados por la realidad, de la que está irremediablemente separado, reducido a vivir en su propio mundo fuera del mundo. El espectáculo, como el rey Edipo, se ha arrancado los ojos y sigue ciegamente en su delirio terrorista: como Edipo no quiere mirar la realidad, y como el presidente Andreotti, dice que no quiere saber nada de los servicios secretos, y declara por el contrario que han sido desmantelados y no existen desde hace años. Si, como Edipo, el espectáculo no quiere mirar más la realidad, lo que quiere, por el contrario, es solamente ser mirado, contemplado, admirado y aceptado por lo que declara ser. Quiere por lo tanto ser escuchado, sin escuchar nunca, pero a pesar de todo no le importa mucho no ser escuchado más: lo que parece más importante para el espectáculo es que pueda continuar incansablemente su viaje paranoico. Desde el mismo momento en que es la policía la que pretende hacer la historia, todo hecho histórico es explicado por el poder según las claves policiales. El especialista húngaro de psiquiatría, Joseph Gabel, dice que, según lo que define como la "concepción policial de la historia", "el motor de la historia no es el conjunto de las fuerzas objetivas, sino la acción individual buena o mal", donde cada suceso "viene a situarse bajo el signo del milagro o de la catástrofe": el esclarecimiento del suceso no depende así ya más de su explicación histórica, sino de la magia roja o negra. Así para el poder la bomba de piazza Fontana ha sido el milagro que ha permitido a los sindicatos renunciar a toda huelga, y al Estado evitar la guerra civil; la muerte de Moro, al contrario, anunciaba una misteriosa catástrofe que, gracias a la habilidad y firmeza de nuestros políticos, fue evitada. Y poco importa que gran número de personas de la plebe" - por usar una feliz expresión del estalinista Amendola - digan, como he oído decir miles de veces: "si matan a Moro, a mí me da igual; es su problema". "El país ha aguantado, ha sabido reaccionar": ¡qué mentiras! La única reacción de este mitológico "país" ha sido, muy sabiamente, no creer ya una palabra de todo lo que se decía.
Paralelamente a las explicaciones catastrofistas o milagrosas de la historia, el espectáculo ha llegado a no saber ya a quién domina, no conociendo ya la realidad y los pensamientos que debe controlar con urgencia: y, como decía Maquiavelo, "dove men si sa, piu se sospetta" [25]: toda la población y en particular todos los jóvenes se hacen sospechosos a los ojos del poder. Al mismo tiempo, si el terrorismo oficial quiere ser el único fenómeno real, en esta "concepción policial de la historia" todas las revueltas espontáneas, como las de Roma y Bolonia en el 77, se convierte en un complot artificial tramado y dirigido por "fuerzas ocultas" pero "fácilmente reconocibles" - como hoy sostienen todavía los estalinistas. Todo lo que el poder no prevé, porque no lo organiza, es por lo tanto un "complot" contra él; al contrario, el terrorismo artificial, porque está organizado y teledirigido por los patronos del espectáculo, es un fenómeno real, espontáneo, que estos fingen constantemente combatir, por la sencilla razón de que es más fácil defenderse de un enemigo ficticio que del enemigo real. Y al enemigo real, al proletariado, el poder querría negarle incluso el estatuto de enemigo: si los obreros se pronuncian contra este terrorismo demencial, entonces "están contra el Estado"; si están contra el estado, entonces "son terroristas", es decir, enemigos del bien común, enemigos públicos. Y contra un público enemigo, todo es legal, todo está permitido.
Gabel dice que "la concepción policial de la historia representa la forma extrema de alienación política...: el acontecimiento desfavorable no puede explicarse más que por el sesgo de una acción exterior (el complot), es vivido (por el enfermo) como una catástrofe inesperada, "inmerecida". Y he aquí cómo toda huelga espontánea se convierte en un ultraje a la "clase obrera" tan bien representada por los sindicatos, toda lucha salvaje es "provocadora", "corporativa", "injusta", "inmerecida". Todo esto, precisamente, entra dentro del cuadro clínico de la esquizofrenia autista: "el síndrome de la acción exterior... es la traducción clínica de la irrupción de la dialéctica en un mundo cosificado, que no sabría admitir el acontecimiento más que como catástrofe" (J. Gabel, La falsa conciencia). La irrupción de la dialéctica no corresponde, sin embargo, a nada más que a la irrupción de la lucha en un mundo cosificado, que es más exacto denominar mundo espectacular-mercantil, que no puede admitir la lucha, ni siquiera en pensamiento. Así, esta sociedad espectacular ni siquiera es ya capaz de pensar: el que razona lógicamente, por ejemplo, acepta la identidad de dos cosas solamente cuando esto se basa en la identidad de los sujetos; el espectáculo al contrario, paralógico, establece la identidad a partir de la identidad de los predicados y dirá: "el diablo es negro, lo negro es el diablo" o "el judío es malo, todos los malos son judíos" e incluso "el terrorismo es catastrófico, la catástrofe es el terrorismo". Sin el terrorismo todo iría bien: pero desgraciadamente este terrorismo existe: ¿qué se le va a hacer?
Si yo digo: "un policía debe ser irreprochable, Mario Bianchi es un policía, luego es irreprochable", el esquizofrénico dirá al contrario: "Mario Bianchi es irreprochable, luego es policía". De la misma manera, el espectáculo, afectado de autismo, dice: "los que han secuestrado a Moro son terroristas, Moro ha sido secuestrado por las B.R.". Ninguna identificación es abusiva para el espectáculo, salvo una, ésta: el Estado afirma desde hace años que combate a las B.R., las ha infiltrado varias veces sin tratar nunca de eliminarlas. luego el Estado se sirve de las B.R. como tapadera, porque las B.R. sirven a este Estado, luego B.R.=Estado. Que el poder teme por encima de todo esta identificación, lo ha confesado de mil maneras, por ejemplo cuando forjó el eslogan neurótico y torpe: "O con el estado, o con las B.R.", lo que equivale a decir: "o conmigo o si no conmigo".
Mucho tiempo antes de la llegada del espectáculo, la religión que ha sido siempre un prototipo de ideología funcional para todos los antiguos poderes, ya había inventado el diablo: primer y supremo agente provocador, que debía asegurar el triunfo más completo del reino de Dios: la religión no hacía más que proyectar en el mundo metafísico la simple necesidad de todo poder concreto y real. Así, Cicerón necesitaba exagerar el riesgo que representaba Catilina, para glorificarse personalmente como salvador de la patria, y al mismo tiempo, multiplicar sus propios abusos. Para cualquier poder, la única y verdadera catástrofe es ser barrido de la historia; y cada poder, una vez debilitado y sintiendo la inminencia de la verdadera catástrofe, ha intentado consolarse siempre fingiendo llevar un combate desigual contra un adversario muy cómodo: pero tal lucha ha sido también siempre la última arenga pro domo sua [26] pronunciada por ese poder. De estos ejemplos está llena la historia.
Así como el escándalo es necesario para la mayor gloria de Dios - dice Paul-Louis Courier - también lo son las conspiraciones para el mantenimiento de la alta policía. Hacerlos nacer, asfixiarlos, cargar la mina, descubrirla, es el gran arte del Ministerio; es la cualidad suprema y el objetivo de la ciencia de los hombres de Estado; es la política trascendente en nuestro país perfeccionada desde hace poco por excelentes hombres en esa materia, que el inglés envidioso quiere imitar y remeda, pero groseramente... Además de que los ministros, tan pronto como se conocen sus intenciones, no pueden o no quieren llevarlas a cabo. Política conocida, política perdida; asuntos de Estado, secretos de Estado... La discreción se exige en un gobierno constitucional". Paul-Louis Courier, Panfletos políticos.
Courier hablaba así en 1820, en plena Restauración; hoy, por miedo a una nueva revolución más terrible, se usan los mismos procedimientos que en aquella época, pero en mayor escala, para alcanzar una restauración "preventiva". La "política trascendente" de entonces es la política inmanente del espectáculo, el cual se presenta siempre, al igual que Dante decía de Dios, como "l'avversario d'ogni male" [27] - y por lo tanto, todo lo que está contra el espectáculo es malo según su lógica autista. Y frente a esta despiadada restauración preventiva, frente a esta infame serie de provocaciones, de masacres, de asesinatos y de mentiras que intentan camuflar una realidad clara como el agua de manantial, frente a todo esto, se multiplican los "estudios" sociológicos sobre el terrorismo, que todos los periodistas "asalariados" y progresistas prefieren su seguridad a la simple realidad de los hechos, pugnan por descubrirse "alguna simpatía" por la "lucha armada" y la clandestinidad, como decía el incalificable Giorgio Bocca, añadiendo como excusa que esto le recordaba sus épicos combates de resistente. Hombres como Bocca se encuentran por así decirlo, "disculpados" cuando por miedo declaran que sienten simpatía por este terrorismo, porque ganan 4 o 5 millones al mes y porque saben perfectamente que este terrorismo les da seguridad de que podrán seguir así. Pero el que no tiene nada es engañado por estas gentes que mienten siempre esperando seguir engordando largo tiempo a costa de los demás: gentes como tu, Bocca, no merecen que se las mate, ¡sería demasiado honor! Nadie quiere verte morir, pero por mi parte, si me cruzo contigo un día por la calle, puedes estar seguro de que te enseñaré a vivir, imbécil.
Y he aquí por otro lado al abogado Giannino Guiso que nos relata las sublimidades ideológicas de Curcio, y al sociólogo Sabino Acquaviva que se extiende en grandilocuentes "explicaciones" sobre el terrorismo, mientras que el pedante Scialoja, periodista del Espresso, discurre pretenciosamente sobre las "estrategias" de la lucha armada, fingiendo todos juntos estar en el meollo de la revolución social, tratando todos de dar una credibilidad al terrorismo artificial como preludio de la revolución:
Vous serez etonnés, quand vous serez au bout,
de en nous avoir rien persuadé du tout [28]
No os digo más que esto, respetados mistificadores: contrariamente a vosotros, he conocido bien, en los últimos 13 años, a una gran parte de los revolucionarios de Europa - conocidos también por todas las policías - que más han contribuido, por la teoría y por la práctica, a reducir el capitalismo a sus actuales condiciones: pues bien, ¡ninguno de ellos, sin excepción, ha practicado nunca ni aplaudido lo más mínimo el terrorismo espectacular moderno, lo que verdaderamente no es de extrañar! No hay asuntos secretos en la revolución, todo lo que es secreto hoy pertenece al poder, es decir a la contra-revolución. Y esto todas las policías lo saben perfectamente.
Conviene que desde ahora tengáis la conciencia tranquila sobre un punto, señores del gobierno: mientras vuestro Estado exista y yo esté vivo, no me cansaré jamás de denunciar el terrorismo de vuestros servicios paralelos, y cueste lo que cueste: porque ahí está precisamente el principal interés del proletariado y de la revolución social, en este momento y en este país, y esto precisamente porque, como decía Courier, "política conocida, política perdida". Y si este Estado criminal quiere seguir mintiendo, matando y provocando a toda la población, se verá obligado en adelante a tirar su máscara "democrática", a actuar en primera persona contra los obreros, abandonando el actual espectáculo de comedia en el que se exhiben los servicios secretos, que mantienen ilusiones sobre la "lucha armada" en algunos militantes ingenuos, con el fin de dar verosimilitud a sus provocaciones, para a continuación meter en la cárcel a centenares de personas, mientras que nuestros políticos se entrenan en el tiro a pichón esperando la guerra civil.
A partir de 1969, para seguir siendo creído, el espectáculo tuvo que atribuir a sus enemigos acciones increíbles, y para seguir siendo aceptado, atribuir a los proletarios acciones inaceptables, y darles una gran publicidad para que las gentes que se dejan asustar elijan siempre el "mal menor", dicho de otra manera, el actual estado de cosas. Cuando los verdaderos jefes de las B.R. ordenaron tales atentados, que apuntaban a dirigentes industriales de segunda fila, hecho únicamente digno de la cobardía policial y no del valor revolucionario, sabían perfectamente lo que querían: dar miedo a esta parte de la burguesía que, como no disfruta - ella - de las ventajas de la gran burguesía, no tiene suficiente conciencia de clase, con el fin de ganársela a la guerra civil. La fragilidad de este tipo de terrorismo artificial se debe de todas formas a esto: procediendo de esta manera, esta política acaba por ser también mejor conocida, y en consecuencia juzgada, y todo lo que había hecho su fuerza, acaba por constituir su debilidad, hasta tal punto que las grandes ventajas que prometía a sus estrategas se convierten en un perjuicio mayor.
El actual presidente de la República, Pertini, hombre ingenuo, que no teme más que a lo que conoce, sigue temiendo únicamente al fascismo: pero debería desde ahora temer lo que no conoce, y lo más rápidamente conocer lo que debe temer hoy: no ya una dictadura abierta, sino un temible despotismo camuflado de los servicios secretos, despotismo tanto más fuerte en cuanto que usa su propia fuerza para afirmar con vigor que no existe. No es en absoluto por casualidad que Fanfani, casi de incógnito, creó en septiembre del 78 un nuevo puesto importante, sin precedente en la historia de nuestras instituciones: el de "consejero adjunto al presidente de la República para los problemas de orden democrático y de seguridad". Y tampoco es por casualidad, si para ocupar este puesto, Fanfani llamó al general de división Arnaldo Ferrara, considerado en el plano militar el mejor oficial de los carabineros, uno de los mejores de Europa. Destinando al viejo Pertini, al joven general Ferrara, del que se ha dicho, "hombre de ojos de hielo y de gustos refinados", Fanfani institucionalizó de un golpe, un estado de hecho, sancionando el poder alcanzado por los cuerpos paralelos, y dio el primer paso hacia la coronación de un viejo sueño de una República presidencial: Arnaldo Ferrara, este oficial inteligente y refinado, que recientemente había rechazado la dirección del SISDE (Servicio Secreto del Ministerio del Interior) para no renunciar a sus propias ambiciones, y esto a pesar de la insistencia de Andreotti a la que no había cedido este oficial superior, "introducido en los secretos más recónditos del estado y de los hombres que lo representan" - como nos lo asegura Roberto Fabiani - es de hecho el nuevo presidente de la República. Además Ferrara posee hoy poderes que ningún presidente de la República ha tenido nunca - poderes que el solo cargo de "consejero", que aparentemente no es más que honorífico, le garantizan mucho más y mejor que cualquier otro cargo político, al mismo tiempo que el cargo le asegura una libertad de acción cuyos límites son difícilmente determinables, pero fácilmente franqueables. Enfrentado a semejante estado de cosas, el proletariado no tiene más que combatirlo a campo descubierto, o acostumbrarse a soportar todas las pesadas consecuencias.
Esta es la razón por la que, si a alguien le interesa, se confió la presidencia de esta República a un hombre "por encima de toda sospecha": para ocultar su final y su transformación "indolora" en estado policial, manejando el espectáculo de las apariencias "democráticas". El honorable Pertini, porque permaneció siempre al margen de su propio partido y porque es quizás el único hombre político, que no habiendo tenido nunca poder real, ha permanecido siempre ajeno a las prácticas de los servicios paralelos, es por lo tanto también el hombre que mejor conoce estas prácticas, y el que presenta las mejores referencias para ser manipulado sin ni siquiera darse cuenta, por este poder oculto. Los cuerpos separados del estado, llegados a su poder actual, no pueden sino continuar con la misma táctica de infiltración utilizada con éxito en lo tocante a las B.R., extendiéndola ahora a todas las instituciones del Estado. Así, no sólo no cederá el terrorismo, sino que aumentará cuantitativa y cualitativamente: y se puede prever ya que si una revolución social no pone fin a esta trágica farsa, la presidencia de Pertini señalará el período más funesto de la República. Y que no me vengan a decir que lo que digo "es muy grave": lo sé perfectamente, pero también sé que callarse como todo el mundo es más grave todavía, y sobre todo lo que es muy grave, es el fenómeno al que todo el mundo asiste sin denunciarlo nunca. No hay ya nada secreto en este fenómeno, que sin embargo permanece todavía oculto a la conciencia general: y como dijo Bernard Shaw: "no hay secretos mejor guardados que los que todos conocen". Y la conciencia llega siempre demasiado tarde.
En semejantes condiciones, el primer deber de cada subversivo consciente es quitar sin piedad de las cabezas llamadas a la acción cualquier ilusión sobre el terrorismo. Como ya he dicho en otro lado, el terrorismo no ha tenido nunca históricamente eficacia revolucionaria más que allí donde otra forma de manifestación de la actividad subversiva se hacía imposible por una represión total, y por lo tanto cuando una fracción considerable de la población proletaria era llevada a tomar partido silenciosamente por los terroristas [29]. Pero ya no es, o no es todavía el caso de la Italia actual. Además, hay que señalar que la eficacia revolucionaria del terrorismo ha sido siempre muy limitada, como lo muestra toda la historia de finales del siglo XIX.
La burguesía que impuso su dominación en la Francia de 1793 gracias al terrorismo, debe recurrir otra vez a este arma, pero en un contexto estratégico defensivo, en el momento de la historia en que su poder es universalmente cuestionado por esas mismas fuerzas proletarias que su desarrollo ha creado. Paralelamente, los servicios secretos del Estado burgués encubren su terrorismo utilizando oportunamente a los militantes más ingenuos de un leninismo completamente deshecho por la historia - leninismo que por otra parte utilizó, entre 1918 y 1921, el mismo método terrorista anti-obrero para destruir a los soviets y apoderarse del Estado y de la economía capitalista en Rusia.
Todos los estados han sido siempre terroristas, pero lo han sido más violentamente en su nacimiento y en la inminencia de su muerte. Y los que hoy, bien sea por desesperación, bien sea porque son víctimas de la propaganda que el régimen hace del terrorismo como nec plus ultra de la subversión, contemplan con una admiración acrítica el terrorismo artificial entrenándose incluso a veces para practicarlo, ignoran que hacen la competencia al Estado en su propio terreno; e ignoran no sólo que ahí el Estado es más fuerte, sino también que tendrá siempre la última palabra. Todo lo que no abate el espectáculo lo refuerza; y el reforzamiento inaudito de todos los poderes estatistas de control, desarrollados estos últimos años bajo el pretexto del terrorismo espectacular, es utilizado ya contra todo el movimiento proletario italiano, hoy el más avanzado y el más radical de Europa.
No se trata ciertamente de "estar en desacuerdo" estúpidamente y abstractamente con el terrorismo, como lo hacen los militantes de Lotta Continua, y menos todavía de admirar a los "compañeros que se equivocan", como lo hacen los supuestos Autónomos - que dan así un pretexto a los infames estalinistas para predicar la delación sistemática - sino que se trata de juzgarlo simplemente por sus propios resultados, de ver a quién benefician éstos, de decir claramente quién practica el terrorismo y qué utilización hace de él el espectáculo - a continuación se trata de acabar con él, de una vez por todas.
Obligar a todo el mundo a tomar continuamente posición a favor o en contra de acontecimientos misteriosos y oscuros, prefabricados en realidad con esta finalidad precisa, este es el verdadero terrorismo; reducir constantemente a la clase obrera a pronunciarse a favor o en contra de tal o cual atentado, al que todo el mundo, aparte de los servicios secretos, es ajeno, es lo que permite al poder mantener la pasividad general y contemplación general de este lamentable espectáculo, y lo que permite a los burócratas sindicales reunir bajos sus directrices anti-obreras a los trabajadores de cada fábrica en lucha, donde regularmente un dirigente se hace herir en las piernas.
Cuando Lenin pronunciaba en 1921, cuando la represión del soviet de Kronstadt, el famoso "aquí o allí con un fusil pero no con la oposición obrera" era mucho menos honesto que Berlinguer que dice, "o con el estado o con las B.R.", porque no temía declarar que su único fin era la liquidación de la oposición obrera. ¡Pues bien! A partir de este preciso instante, el que se dice "con el Estado" sepa que ya está también con el terrorismo, y con el más podrido de los terrorismos de Estado dirigido contra el proletariado; que sepa que está con los responsables de las muertes de piazza Fontana, del Italicus, de Brescia, y con los asesinos de Pinelli y cientos de otros, y que no vengan más a tocarnos los cojones, porque estamos hartos de las lágrimas de cocodrilo sobre "los mártires de vía Fani", de las provocaciones, de las intimidaciones groseras, de los asesinatos, de la cárcel, de la hipocresía desvergonzada de la defensa de las "instituciones democráticas" y de todo lo demás.
Y en cuanto a nosotros, subversivos, que estamos precisamente con la oposición obrera y no con el Estado, demostrémoslo ante todo y en cualquier ocasión desenmascarando siempre los actos del terrorismo del Estado, al que dejamos gustosos el monopolio del terror; se trata de hacer la infamia más infame todavía, dándola a la publicidad: a la publicidad que se merece.
Cuando nos llegue el turno, no nos faltarán las armas, ni tampoco los luchadores más valientes: no somos esclavos del fetichismo mercantil de las armas, pero nos las procuraremos cuando sea necesario y de la forma más sencilla de todas: cogiéndooslas a vosotros, generales, policías, burgueses, porque tenéis ya suficientes para todos los obreros de Italia... "No tenemos reparos, no los esperamos de vosotros. Cuando llegue nuestro turno, no embelleceremos la violencia". (Marx)
Mil vía Fani y mil piazza Fontana no ayudan al capitalismo tanto como puede perjudicarle una sola huelga salvaje antiburguesa y antiestalinista, o un simple sabotaje de la producción violento y logrado. Millones de conciencias oprimidas se despiertan y se rebelan cada día contra la explotación: y los obreros salvajes saben perfectamente que la revolución social no se abre camino acumulando cadáveres a su paso - esto es una prerrogativa de la contrarrevolución estalinoburguesa, prerrogativa que ningún revolucionario le ha discutido nunca.
Y en cuanto a aquéllos que se han unido al militantismo alienado y jerárquico en el momento de su quiebra, no se harán subversivos más que saliendo de él, y sólo si consiguen negar prácticamente las condiciones que el espectáculo en sí mismo prepara, para lo que hoy es designado con el término vago, pero exacto, de dissenso [30] - siempre, por su misma naturaleza, impotente.
El que en Italia no usa desde ahora la inteligencia de que dispone para comprender rápidamente
la verdad que se esconde en cada mentira del Estado, éste es un aliado de los enemigos del
proletariado. Y los que todavía pretenden combatir la alienación de forma alienada por el
militarismo y la ideología, se darán cuenta enseguida que han renunciado a todo combate real.
¡No son ciertamente los militantes los que harán la revolución social, ni los servicios secretos, ni
la policía estalinista los que la impedirán!
NOTAS
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por no haberme convencido en absoluto"
Vous serez ébahi, quand vous serez au bot,
que vous en m'aurez rien persuadé du tout."
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