| MENSAJE DIRIGIDO A TOD@S AQUELL@S QUE NO QUIEREN ADMINISTRAR LA NOCIVIDAD SINO SUPRIMIRLA ENCYLOPÉDIE DES NUISANCES 
 Nuestra época puede tener la certeza, al menos, de una cosa: no se descompondrá en paz. Los resultados de su inconsciencia han ido acumulándose hasta llegar a poner en peligro la seguridad material, la conquista de la cual constituía su única justificación. Y en lo que concierne a la vida propiamente dicha -costumbres, comunicación, sensibilidad, creación- la época no ha traído consigo más que podredumbre y regresión. Toda sociedad es, en principio, en tanto que organización 
          de la supervivencia colectiva, una forma de apropiación de la naturaleza. 
          Debido a la crisis actual del uso de la naturaleza, de nuevo se plantea, 
          y esta vez universalmente, la cuestión social. Por no haber sido resuelta 
          antes de que los medios materiales, científicos y técnicos, permitieran 
          alterar fundamentalmente las condiciones de vida, la cuestión social 
          reaparece junto con la necesidad vital de cuestionar las jerarquías 
          irresponsables que monopolizan dichos medios. Con el fin de remediar lo dicho anteriormente, los dueños 
          de la sociedad han decidido unilateralmente decretar el estado de urgencia 
          ecológico. Pero, ¿que buscan con su catastrofismo interesado, ensombreciendo 
          la descripción de un desastre hipotético y pronunciando discursos tanto 
          más alarmistas cuanto que se refieren a problemas sobre los cuales la 
          población atomizada no posee ningún medio de acción directa? ¿No será 
          la ocultación del desastre real, para el que no hace falta ser físico, 
          climatólogo o demógrafo para pronunciarse al respecto? Porque comprobamos 
          a cada momento el constante empobrecimiento del mundo causado por la 
          economía moderna, que se desarrolla en todos los dominios a expensas 
          de la vida: con sus devastaciones, destruye las bases biológicas, somete 
          todo el espacio-tiempo social a las necesidades policiales de su funcionamiento 
          y reemplaza toda realidad, antaño normalmente accesible, por un sucedáneo, 
          cuyo contenido de autenticidad residual es proporcional al precio (ya 
          no es necesario crear almacenes reservados a la nomenklatura, el mercado 
          se encargará de ello). Cuando los administradores de la producción se percatan 
          de la fragilidad de su mundo al contemplar la nocividad de sus resultados, 
          aún sacan de ello argumentos para presentarse, avalados por sus expertos, 
          como salvadores. El estado de urgencia ecológico es a la vez una economía 
          de guerra, que moviliza la producción al servicio de los intereses comunes 
          definidos por el Estado, y una guerra de la economía dirigida contra 
          la amenaza de los movimientos de protesta que la critiquen sin rodeos. La propaganda de los dirigentes del Estado y de la industria 
          presenta como única perspectiva de salvación la prosecución del desarrollo 
          económico, corregido con las medidas que la defensa de la supervivencia 
          impone: gestión regulada de los "recursos", inversiones para 
          economizar la naturaleza, o sea, para transformarla integralmente en 
          materia de gestión económica, desde el agua del subsuelo hasta el ozono 
          de la atmósfera. La dominación no cesa de perfeccionar, a todos los efectos, 
          sus medios represivos: en "Cigaville", decorado urbano construido 
          en Dordogne después de Mayo del 68 para entretener a los gendarmes móviles, 
          se simulan en las calles colindantes "falsos ataques de comandos 
          antinucleares"; en la central nuclear de Belleville, los responsables 
          aprenden técnicas de manipulación de la información simulando un accidente 
          grave. Pero el personal destinado al control social se dedica más que 
          nada a la prevención de cualquier desarrollo de la crítica de los fenómenos 
          nocivos que apunte hacia la crítica de la economía que los engendra. 
          Se predica la disciplina a los ejércitos del consumo, como si fueran 
          nuestras fastuosas extravagancias las que hubieran roto el equilibrio 
          ecológico y no, en cambio, el absurdo de una producción impuesta; se 
          pregona un nuevo civismo según el cual todo el mundo es corresponsable 
          de la gestión de los fenómenos nocivos, en perfecta igualdad democrática: 
          desde el contaminador de base, que cada mañana libera clorofluorocarbonados 
          cuando se afeita, al industrial químico... y la ideología de la supervivencia 
          ("Todos unidos para salvar la Tierra, o el Loira, o a las crías 
          de foca") sirve para inculcar esa clase de "realismo" 
          y de "sentido de la responsabilidad" que lleva a la gente 
          a asumir los efectos de la inconsciencia de los expertos y, por tanto, 
          a dar un relevo a la dominación, puesto que le proporciona sobre la 
          marcha, de un lado, una oposición de las llamadas constructivas y, del 
          otro, arreglos de detalle.   El ecologismo 
          es el principal agente de la censura 
          de la crítica social latente en la lucha contra los fenómenos nocivos[1], 
          es decir, esa ilusión según la cual se podrían condenar los resultados 
          del trabajo alienado sin atacar al propio trabajo y a la sociedad fundada 
          en la explotación del trabajo. Ahora que todos los hombres de Estado 
          se vuelven ecologistas, los ecologistas no dudan en declararse partidarios 
          del Estado. A decir verdad, no han cambiado un ápice desde sus veleidades 
          “alternativas” de los años setenta. Pero hoy ocurre que en todas partes 
          les ofrecen cargos, funciones, créditos, y los ecologistas lo aceptan 
          todo sin la menor objeción, tan verdad es que nunca rompieron en realidad 
          con la sinrazón dominante. Los ecologistas son, en el terreno de la lucha contra 
          los fenómenos nocivos, lo que son, en el terreno de las luchas obreras, 
          los sindicalistas: meros intermediarios interesados en la conservación 
          de las contradicciones, cuya regulación ellos mismos aseguran; unos 
          negociadores abocados al regateo (en este caso la revisión de las normas 
          y  de las tasas de nocividad reemplazan a los 
          porcentajes de subida de los salarios); meros defensores de lo cuantitativo 
          en el momento en que el cálculo económico se extiende a nuevos dominios 
          (el aire, el agua, los embriones humanos, la sociabilidad sintética); 
          en definitiva, son los nuevos comisionistas de un sometimiento a la 
          economía, el precio del cual tiene que integrar, ahora, el costo de 
          un “entorno de calidad”. Ya se puede vislumbrar una redistribución del 
          territorio entre zonas sacrificadas  y zonas protegidas, coadministrada por expertos 
          “verdes”, una división espacial que regulará el acceso jerarquizado 
          a la mercancía-naturaleza. Pero radioactividad, habrá para todos. Decir que la práctica de los ecologistas es reformista 
          sería honrarles demasiado, puesto que dicha práctica se inscribe, directa 
          y deliberadamente, en la lógica de la dominación capitalista, que extiende 
          sin para mediante sus propias destrucciones el terreno en donde se ejercita. 
          En medio de tal producción cíclica de males y de remedios agravantes, 
          el ecologismo no habrá sido sino el ejército de guerra de una época 
          de burocratización, en la que con mayor frecuencia la “racionalidad” 
          es definida sin contar ni con los individuos concernidos ni con ningún 
          conocimiento realista, con las catástrofes renovadas que todo ello implica. No faltan ejemplos recientes que muestran a qué velocidad 
          se instala la administración de los fenómenos nocivos que integra al 
          ecologismo. Dejando aparte ya a las multinacionales de la “protección 
          de la naturaleza” como por ejemplo el World Wild Fund y Greenpeace, 
          "Amigos de la Tierra" ampliamente financiados por la Secretaría 
          de Estado para el Medio Ambiente, o Verdes estilo Waetcher[2], 
          compinchados con la Lyornnaise des Eaux[3] 
          en la explotación del mercado del saneamiento, existen semioponentes 
          a la nocividad de todo pelo, que siempre se han limitado a una crítica 
          técnica de los fenómenos nocivos y siempre han rechazado la crítica 
          social, cooptados por las instancias estatales de control y de regulación, 
          cuando no por la misma industria de la descontaminación. Por ejemplo, 
          un laboratorio independiente como la CRII-RAD[4], fundado tras 
          lo de Chernobil -independiente del Estado pero no de las instituciones 
          regionales y locales-, tomó por único objetivo “la defensa de los consumidores" 
          mediante la contabilidad de sus becquerelios. Tal clase de "defensa" 
          neosindical del oficio de consumidor -el último de los oficios- lleva 
          a no atacar a la desposesión que, al privar a los individuos de todo 
          poder de decisión en la producción de sus condiciones de existencia, 
          garantiza que deberán de continuar soportando lo que otros escogieron 
          y continuar dependiendo de especialistas incontrolables para enterarse, 
          o no, de la nocividad que ello trajo consigo. No nos puede sorprender 
          que después la presidenta de la CRII-RAD, Michéle Rivasi, haya sido 
          nombrada para un puesto en la Agencia Nacional de Calidad del Aire; 
          en ese lugar su independencia podrá realizarse al servicio de la del 
          Estado. Tampoco nos extrañará que los expertos tímidamente antinucleares 
          del GSIEN[5], 
          a fuerza de considerar científico el no pronunciarse radicalmente contra 
          el delirio nuclearista, salgan fiadores de la nueva puesta en marcha 
          de la central de Fessenheim, antes de que un nuevo escape "accidental" 
          de radiactividad no viniera, poco después, a aportar el dictamen pericial 
          de su realismo; ni tampoco que los boyscouts de "Robin des bois"[6], 
          trepando por el "partenariado", se asocien con un industrial 
          en la producción de "residuos limpios" y defiendan el proyecto 
          "Geofix" de basura química en los Alpes de la Alta Provenza. El objetivo de esta intensa actividad de lavado es previsible 
          en su totalidad: una "descontaminación" basada en el modelo 
          de lo que fue “la extinción del pauperismo" por medio de la abundancia 
          al servicio del mercado (camuflaje de la miseria visible, empobrecimiento 
          real de la vida); los costosos y por lo tanto provechosos paliativos 
          sucesivamente aplicados a estragos anteriores, entremezclando las destrucciones 
          -que continúan y continuarán- con reconstrucciones fragmentarias y saneamientos 
          parciales. Ciertos fenómenos nocivos, homologados como tales por los 
          expertos, serán tomados en consideración en la medida exacta en que 
          su tratamiento constituya una actividad económica rentable. Otros, en 
          general los más graves, continuarán existiendo clandestinamente, al 
          margen de la norma, como por ejemplo las dosis débiles de radiación 
          o las manipulaciones genéticas que preparan los Sidas del mañana. Finalmente, 
          y por encima de todo, el desarrollo prolífico de una nueva burocracia 
          encargada del control con el pretexto de la racionalización, no conseguirá 
          más que profundizar en esa irracionalidad específica que explica todas 
          las demás, desde la corrupción ordinaria hasta las catástrofes extraordinarias: 
          la división de la sociedad entre dirigentes especialistas de la supervivencia 
          y "consumidores" ignorantes e impotentes de dicha supervivencia, 
          último rostro de la sociedad de clases. ¡Desgraciados aquellos que necesiten 
          de especialistas honestos y de dirigentes ilustrados! No es por una especie de purismo extremista ni, menos 
          aún, por una política del estilo "cuanto peor, mejor", por 
          lo que hay que desmarcarse violentamente de todos los ordenadores ecologistas 
          de la economía: es simplemente por realismo ante el devenir patente 
          de todo el asunto. El desarrollo consecuente de la lucha contra la nocividad 
          exige la clarificación, mediante tantas denuncias ejemplares como hagan 
          falta, de la oposición entre los ecolócratas -aquellos que sacan poder 
          de la crisis ecológica- y aquellos que no tienen intereses distintos 
          del conjunto de los individuos desposeídos y del movimiento que les 
          puede situar en condiciones de suprimir la nocividad, gracias al "desmantelamiento 
          razonado de la producción entera de mercancías". Si los que quieren 
          suprimir la nocividad se hallan por fuerza en el mismo terreno que los 
          que quieren administrarla, deben, en cambio, estar presentes en él como 
          enemigos, so pena de verse reducidos al papel de figurantes frente a 
          los proyectores de los escenógrafos de la ordenación territorial. Sólo 
          pueden realmente ocupar el terreno, es decir, encontrar los medios de 
          transformarlo, afirmando, sin concesiones, la crítica social de la nocividad 
          y de sus gestores, tanto de los instalados como de los postulantes. El camino que va desde la contestación de las jerarquías 
          irresponsables hasta la instalación de un control social que domine 
          conscientemente los medios materiales y técnicos, pasa por una crítica 
          unitaria de la nocividad y, por consiguiente, por el redescubrimiento 
          de todos los anteriores puntos de aplicación de la insumisión: el trabajo 
          asalariado, a cuyos productos socialmente nocivos les corresponde el 
          efecto destructor sobre los propios asalariados, hasta el punto de no 
          poder soportarlo sino con gran provisión de tranquilizantes y drogas 
          de todas clases; la colonización total de la comunicación por el espectáculo, 
          puesto que a la falsificación de las realidades le ha de corresponder 
          la falsificación de la expresión social de las mismas; el desarrollo 
          tecnológico que acrecienta exclusivamente, a expensas de toda autonomía 
          individual o colectiva, la sumisión al poder cada vez más concentrado; 
          la producción de mercancías en tanto que producción de fenómenos nocivos; 
          y finalmente, "el Estado en tanto que fenómeno nocivo absoluto, 
          que controla dicha producción y organiza su percepción, programando 
          sus umbrales de tolerancia". El destino final del ecologismo ha demostrado, hasta 
          a los más ingenuos, que no se puede luchar de verdad contra nada si 
          se aceptan las separaciones de la sociedad dominante. La agravación 
          de la crisis de la supervivencia y los movimientos de protesta que suscita 
          empujan a una fracción del personal tecnocientífico a no identificarse 
          con la insensata huida hacia delante de la renovación tecnológica. Entre 
          aquellos que, de esta forma, se aproximan a un punto de vista crítico, 
          todavía muchos, dejándose llevar por su inclinación socioprofesional, 
          tratarán de reciclar su status de experto hacia una contestación "razonable" 
          y, por tanto, tratarán de que prevalezca una denuncia fragmentada de 
          la sinrazón en el poder, ateniéndose sólo a los aspectos puramente técnicos, 
          es decir, a los que parezcan técnicos. En contra de una crítica todavía 
          separada y especializada de los fenómenos nocivos, la defensa de las 
          simples exigencias unitarias de la crítica social no significa solamente 
          la reafirmación, en tanto que objetivo total, de que no se trata de 
          convencer a los expertos en el poder para que cambien, sino de abolir 
          las condiciones que hacen necesarios a los expertos y a la especialización 
          del poder; también es un imperativo táctico de una lucha que no ha de 
          hablar el lenguaje de los especialistas si realmente quiere hallar aliados, 
          cuando se dirija a todos aquellos que no tienen ningún poder en tanto 
          que especialistas de lo que fuere. Del mismo modo que antes se contraponía -y aún hoy se 
          sigue haciendo- el interés general de la economía a las reivindicaciones 
          de los asalariados, en la actualidad, los planificadores de la basura 
          y demás doctorados en desperdicios no se privan de denunciar el egoísmo 
          ciego e irresponsable de quienes se yerguen contra un fenómeno nocivo 
          local -ya sean residuos, autopista, tren de alta velocidad, etc.- sin 
          pararse a considerar que en algún lugar hay que meterlo. Sólo cabe una 
          respuesta digna ante tal chantaje al interés general: afirmar que, cuando 
          no se desean fenómenos nocivos en parte alguna, se han de rechazar ejemplarmente 
          dondequiera que se hallen. Y en consecuencia, hay que preparar las luchas 
          contra los fenómenos nocivos mediante la expresión de las razones universales 
          de cualquier protesta particular. El hecho de que individuos que sólo 
          se representan a sí mismos, sin invocar ninguna cualificación ni especialidad, 
          se tomen la libertad de asociarse para proclamar y poner en práctica 
          el juicio que les merece este mundo parecerá poco realista a la gente 
          de una época paralizada por el aislamiento y el sentimiento de fatalidad 
          que suscita. Sin embargo, ante tanto pseudosuceso fabricado en cadena, 
          un hecho se empeña en ridiculizar tanto los cálculos desde arriba como 
          el cinismo desde abajo: todas las aspiraciones a una vida libre y todas 
          las necesidades humanas, empezando por las más elementales, convergen 
          en la urgencia histórica de poner punto final a los estragos de la demencia 
          económica. De tan inmensa reserva de rebeldía únicamente puede salir 
          una total falta de respeto a las irrisorias o innobles necesidades en 
          las cuales la sociedad presente se reconoce. Quienes, en un conflicto particular, crean que no hay 
          que dejar estar las cosas cuando su protesta dé resultados parciales, 
          han de considerarla un momento de la autoorganización de los individuos 
          desposeídos en pos de un movimiento antiestatista y antieconómico general: 
          esta ambición les servirá de criterio y de eje de referencia para juzgar 
          y condenar, adoptar o rechazar, tal o cual medio de lucha contra los 
          fenómenos nocivos. Hay que apoyar todo lo que favorezca la apropiación 
          directa por parte de los individuos asociados de su propia actividad, 
          comenzando por su actividad crítica contra tal o cual aspecto de la 
          producción de fenómenos nocivos; hay que combatir todo lo que contribuya 
          a desposeerles de los primeros momentos de su lucha y, por tanto, a 
          reforzar su pasividad y su aislamiento. ¿De qué modo serviría a la lucha 
          de los individuos por el control de sus condiciones de existencia -en 
          una palabra, a la lucha por la realización de la democracia- todo aquello 
          que perpetúa la vieja mentira de la representación separada, ya sean 
          representantes incontrolados o bien portavoces abusivos? La desposesión 
          se ve reconducida y ratificada, claro está, no sólo por el electoralismo, 
          sino también por la ilusoria búsqueda de la "eficacia mediática" 
          que, transformando a los individuos en espectadores de una causa cuya 
          formulación y extensión ya no controlan, los convierte en masa de maniobra 
          de diversos lobbies, más o menos competidores entre sí en la 
          manipulación de la imagen de la protesta. En consecuencia, hay que tratar como recuperadores a 
          todos los que con su pretendido realismo intentan abortar, gracias a 
          la organización de jaleo mediático, las tentativas de expresión directa, 
          sin intermediarios ni avales de especialistas, del disgusto y de la 
          ira que suscitan las calamidades de un modo de producción -sirvan como 
          ejemplo el intento de desacreditar la protesta de los habitantes de 
          Montchanin[7] 
          por parte de Vergés[8] con su presencia 
          en tanto que abogado de cualquier causa dudosa, y la ignominia de la 
          moderna "mafia de la emoción" apoderándose de los "niños 
          de Chernobil" para convertirlos en tema de "Téléthon"[9] 
          (9). En el momento en que el Estado ofrece a las protestas locales el 
          terreno de los procedimientos jurídicos y administrativos para que se 
          pierdan en él, hay que denunciar la ilusión de una victoria sancionada 
          por abogados y expertos: a tal fin baste con recordar que un conflicto 
          de tal clase no se zanja nunca en función del derecho, sino en función 
          de una correlación de fuerzas extrajurídica, tal como lo demuestran, 
          por ejemplo, la construcción del puente de la isla de Re, realizada 
          a pesar de varios juicios ganados en contra, y el abandono de la central 
          nuclear de Plogoff que en absoluto fue resultado de un procedimiento 
          legal. Los medios han de variar junto con las ocasiones, y 
          ha de quedar claro que todos los medios son buenos si se enfrentan a 
          la apatía ante la fatalidad económica y si promueven deseos de intervención 
          contra la suerte que nos está destinada. Si los movimientos contra la 
          nocividad, en Francia, son todavía débiles, hoy por hoy constituyen 
          el único terreno práctico en donde la existencia social vuelve a discutirse. 
          Los dirigentes estatales son muy conscientes del peligro que esto representa 
          para una sociedad cuyas razones oficiales no soportan que se las examine. 
          Paralelamente a la neutralización mediante la confusión mediática y 
          a la integración de los líderes ecologistas, los dirigentes procuran 
          no dejar que ningún conflicto particular se convierta en un impedimento 
          para sus propósitos, cosa que daría a la contestación un polo de unificación 
          y al mismo tiempo un lugar material de reunión y de comunicación crítica. 
          Por esa razón fue decidido el "aparcamiento" de toda decisión 
          concerniente a los lugares de emplazamiento de depósitos radiactivos 
          o a la ordenación de la cuenca del Loira, a fin de fatigar a la base 
          de las diversas protestas y permitir la instalación de una red de representantes 
          responsables dispuestos a servir de "indicadores sociales" 
          -para medir la temperatura local-, a escenificar la "concertación" 
          y a hacer pasar por buenas las victorias amañadas. Se nos objetará -se nos objeta ya- que, de todos modos, 
          es imposible la supresión completa de los fenómenos nocivos y que, por 
          ejemplo, ahí están los residuos nucleares, que van a quedarse con nosotros 
          más o menos una eternidad. El argumento evoca de cerca el de un torturador 
          que, tras haber cortado una mano a su víctima, va y le dice que, ya 
          puestos, por favor se deje cortar de buen grado la otra, porque si sólo 
          las necesitaba para aplaudir, para eso hay máquinas. ¿Qué opinión nos 
          merecería el que aceptara discutir el tema "científicamente"? Resulta un hecho cierto que las ilusiones de progreso 
          económico han llevado, durante mucho tiempo, a la historia humana por 
          mal camino, y que las consecuencias de tal extravío, caso de que se 
          pudieran remediar, serán legadas como herencia envenenada a la sociedad 
          liberada, no solamente en forma de desperdicios sino también y sobre 
          todo en forma de una determinada organización material de la producción 
          que necesitará ser transformada de arriba abajo para poder prestar servicio 
          a una sociedad libre. Hubiera sido mejor no tener esos problemas, pero 
          puesto que están ahí, consideramos que el asumir colectivamente el proceso 
          de su paulatina desaparición constituye la única perspectiva posible 
          de la reanudación de la verdadera aventura humana, de la historia como 
          emancipación. La aventura comienza de nuevo cuando los individuos 
          hallan en la lucha las formas de una comunidad práctica que sirva para 
          llevar más lejos las consecuencias de su protesta inicial y para desarrollar 
          la crítica de las condiciones que les son impuestas. La verdad de una 
          comunidad semejante reside en el hecho de que constituye por sí misma 
          una "unidad más inteligente que todos sus miembros". El signo 
          de su fracaso será la regresión hacia una especie de neofamilia, o sea, 
          hacia una unidad menos inteligente que cada uno de sus miembros. Un 
          largo periodo de reacción social trae como consecuencia, junto con el 
          aislamiento y el desconcierto, la caída de la gente en el temor a las 
          divisiones y los conflictos a la hora de intentar construir un terreno 
          práctico común. Sin embargo, justamente cuando se es minoritario y se 
          necesitan aliados, conviene formular una base de acuerdo muy precisa 
          y, a partir de ella, entablar alianzas y boicotear todo lo que tenga 
          que boicotearse. Ante todo, a fin de delimitar el terreno de la colaboración 
          y de las alianzas, hacen falta criterios que no sean morales, o sea, 
          basados en una proclamación de buenas intenciones o en una supuesta 
          buena voluntad, etc., sino prácticos e históricos. Una regla de oro: 
          no juzgar a la gente según sus opiniones, sino según lo que sus opiniones 
          hacen de ella. Creemos que en este texto hemos dado unos cuantos elementos 
          útiles para la definición de tales criterios. Si queremos precisarlos 
          mejor y trazar una línea de demarcación desde donde se organice eficazmente 
          la solidaridad, harán falta discusiones fundadas en el análisis de las 
          condiciones concretas en las que cada cual se halle inmerso y en la 
          crítica de las tentativas de intervención que se den, comenzando por 
          la presente contribución. La 
          crítica social, la actividad que la desarrolla y la comunica, nunca 
          ha sido un lugar tranquilo. Hoy en día, un lugar así no existe -la basura 
          universal ha llegado hasta las cumbres del Himalaya- y los individuos 
          desposeídos no han de elegir entre la tranquilidad y los disturbios 
          de un duro combate, sino entre disturbios y combates tanto más terribles 
          por cuanto que son otros quienes los dirigen, en su provecho además, 
          y disturbios y combates que extiendan y dirijan ellos mismos por su 
          cuenta. El movimiento contra los fenómenos nocivos triunfará como movimiento 
          de emancipación antieconómico y antiestatista o no triunfará.   Junio de 1990 [1] La palabra NUISANCE, extendida entre la gente de habla francesa hacia 1965, que aquí hemos traducido por los términos aproximados de “nocividad” o de “fenómenos nocivo”, en los diccionarios consultados viene explicada sintéticamente como “cosa, persona, acción, etc., que causa molestia o perjuicio”. Se dan como ejemplos ilustrativos a los mosquitos, los niños impertinentes, el orinar en las paredes, el ruido ambiental y el tirar basuras en lugares inapropiados. Los diccionarios que, en tanto que herramientas de la falsa conciencia de la época , contribuyen a la parálisis conceptual, mediante la cual dicha época presenta de sí misma una imagen inmutable y sin contradicciones, donde las "nuisances" son simples bagatelas. Quienes escriben los diccionarios no aprecian en absoluto el aspecto proteico de las palabras y detestan a la evolución de su significado tanto como a la propia realidad cambiante; efectúan auténticos trabajos de ocultación que podrían delatarse fácilmente tomando ejemplos mejor indicados de innegables "nuisances": las instituciones, el trabajo asalariado, la contaminación, las centrales nucleares, el sistema productivo, el urbanismo, la alimentación industrial, las neoenfermedades, el racismo, los aparatos represivos, los expertos, los dirigentes, etc. Las palabras no solamente se usan para describir la realidad sino para transformarla; por consiguiente, su sentido camina contra las fuerzas que obstaculizan dicha transformación. Las palabras se reelaboran para revelar la verdad de un mundo que yace escondido bajo la hojarasca de un lenguaje caduco. Por eso, en dirección contraria a todos los diccionarios existentes, L´ENCYCLOPÉDIE DES NUISANCES trata de hacer pública la dimensión histórica de las palabras, que, para el caso de "nuisance", equivale a la revelación de la característica más común de la organización social actual y del más abundante de los efectos de la producción moderna. Pero los dirigentes no han de tolerar que la historia, a la que tratan de suprimir, les saque mucho trecho. Así, recientemente, el término ha conocido una redefinición ecologista. La última edición de uno de los diccionarios aludidos añade: "Conjunto de factores de origen técnico (ruidos, degradaciones, poluciones, etc.) o social (aglomeraciones, promiscuidad) que perjudican la calidad de vida. 'Nuisances' acústicas, visuales, olfativas, químicas. 'Nuisances' para el vecindario de las autopistas". Si el ecologismo ha entrado en el poder, por qué no iba a entrar en los diccionarios.   [2] Waetcher es un líder especialmente soporífero de Los Verdes franceses y diputado europeo. [3] Lionesa de Aguas es una multinacional del tratamiento de aguas [4] CRII-RAD es la Comisión Regional independiente de Información sobre la Radiactividad. [5] GSIEN es una agrupación de científicos para la información sobre la energía nuclear. [6] Robin de los Bosques es un grupúsculo más activista que Greenpeace, de donde procede, especializado en operaciones espectaculares como escalar torres de refrigeración de centrales nucleares. [7] Montchain es una ciudad de la región francesa de Morvan, en cuya proximidad existe un vertedero industrial que, clandestina e ilegalmente, durante años, acogió residuos tóxicos de la industria química europea (y probablemente los bidones que contenían la dioxina de Séveso). [8] Vergés es un inmundo abogado, antiguo estalinista y tercermundista, especialista del pleito con escándalo en los procesos que impliquen al Estado francés como, por ejemplo, la defensa del torturador nazi Klaus Barbie. [9] "Téléthon" es un reality show televisivo ultracretinizante que apela a la caridad popular para llevar a cabo obras de beneficencia. 
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 Publicado en el estado español en el libro Contra el Despotismo de la Velocidad [Editorial Virus] Traducción de Miguel Amorós | 
