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La globalización y los muertos de Bush
José Vidal-Beneyto
31 de julio 2001


A la memoria de Carlo Giuliani, violentamente rebelde, que no quería matar ni morir

Los llamados antiglobalizadores no están contra la mundialización, sino contra la forma específica representada por la globalización financiera, responsable de la degradación del orden económico mundial, transformado en una jungla feroz que ha radicalizado las desigualdades y ha instituido la miseria y la exclusión en hechos naturales. Esa globalización financiera que, promovida por el ultraliberalismo conservador y administrada, bajo la dirección de los Estados Unidos, por las grandes multinacionales, las organizaciones económicas internacionales y el G-7, ha aumentado la riqueza global a la par que empobrecía a países y personas. Esa globalización que ha terminado convirtiendo en negocio la totalidad de las actividades humanas e imponiendo la condición de mercancía a todos los componentes de la realidad. Los datos en que se apoyan estas afirmaciones proceden de los informes oficiales de Naciones Unidas, pero quienes necesiten más pruebas pueden encontrarlas en el alegato La crisis del capitalismo mundial, de Georges Soros, uno de sus mayores beneficiarios.

Ahora bien, el deterioro del equilibrio mundial no es cosa de los últimos meses ni su denuncia tema de última hora. Una serie de ONG y de publicaciones, entre ellas, de modo especial, Le Monde Diplomatique, llevan más de 20 años alertando sobre la sistemática perversión de un sistema que la globalización financiera ha llevado a sus últimas consecuencias. Ha sido necesaria la contestación en la calles de Seattle y el eco que suscitó en los medios, para que la necesaria sustitución de un sistema que ya no sirve se haya convertido en el tema de nuestro tiempo. Por eso, a pesar de quienes dicen que esta globalización es una versión más de la economía-mundo que comenzó en el XVI y que pasará como las que le precedieron; a pesar de los que intentan convencernos de que estamos en el mejor de los mundos posibles; a pesar de las inevitables consecuencias perversas de la violencia del Bloque Negro y de las manipulaciones que de la misma están haciendo, como ha denunciado ATTAC, los servicios de seguridad de los países del G-7, las movilizaciones ciudadanas continuarán. Porque frente al desprestigio de los políticos y la política son el mejor valedor de las democracias. Por eso continuarán acompañando desde la calle las cumbres del directorio mundial para seguir reivindicando las numerosas propuestas que la Internacional Alternativa ha formulado en los más diversos campos.

Porque sólo la resistencia ciudadana puede poner coto a la codicia de los grandes poderes económicos y de sus palancas políticas. No la ideología, ni la política, sino exclusivamente la obediencia a los intereses de dos sectores económicos -la voluntad de garantizar mayores beneficios a la industria armamentista y a la energía- han sido la razón decisiva de las principales decisiones del señor Bush jr. desde que fue nombrado presidente. Decisiones que se traducirán en más dineros y más muertos. La persistencia en rechazar la prohibición y uso de minas antipersonales y el boicot de la Conferencia contra el comercio y utilización de armas ligeras, representan cerca de 500.000 muertes violentas al año. Agreguemos la denuncia del tratado que desde hace 30 años prohibía las armas biológicas; el relanzamiento de la industria bélica nuclear al negarse a ratificar la prohibición total de armas nucleares y la revisión del Tratado de 1972 ABM con Rusia, necesaria para su escudo antimisiles, que reabren un periodo de la más alta inseguridad.

Su impugnación total del Protocolo de Kyoto y la ampliación del uso de los sumideros que lo han desvirtuado al disminuir la reducción de gases del 5,2% al 1,6 % son potencialmente generadores de efectos irreparables para la humanidad. Por lo demás, su negativa a aceptar el Tribunal Penal Internacional y a prohibir los paraísos fiscales presagian un liderazgo de extrema peligrosidad. ¿Queda espacio a la esperanza? Sólo un fuerte movimiento mundial de resistencia ciudadana, apoyado en una renovada Unión Europea, puede constituir un contrapeso eficaz.


Nota: este artículo apareció publicado originalmente en el diario El País, 31 de julio de 2001.