Variación sobre un lema: posible o no,
en «otro
mundo» no van sino nuestras vidas
Fría primavera socialdemócrata
Quisiéramos comenzar respondiendo a la pregunta que planteaba
recientemente Sami Naïr: «¿Es el movimiento que se ha reunido en Porto
Alegre la golondrina que anuncia el verano?» . Todo apuntaba, desde
antes del comienzo del Foro Social Mundial, a que así debía ser, por el
bien del incierto presente que vive el polinómico «movimiento». No debe
pasarnos por alto la encarecida atención que han merecido los
prolegómenos y desenlaces del evento por parte de no pocas plumas y
agencias mediáticas que, luego atenderemos a los porqués, han
identificado en el crisol de Porto Alegre la génesis --largamente
esperada, insistentemente impuesta, trayecto obligatorio por añadidura
después del 11 de septiembre-- de un actor global portador de «posibles»
controlados, de «soluciones realizables», de «propuestas realistas y
audaces [sic]» . Una improbable «cuarta vía socialdemócrata» se postula
como encarnación material y tangible de la esperanza, forma real y
sensata de ésta. Palabra sobresaturada de imposturas, de esperanza sólo
cabría hablar como neologismo, como afecto activo que acompaña y
refuerza las inseparables pars construens y pars destruens en y de este
mundo, una alegría expansiva que se pone en juego en cada acto de
destrucción del dominio y de producción coextensiva de nuevos
ordenamientos abiertos de la libertad y la cooperación, de los saberes y
los cuerpos, de las instituciones y los territorios de la existencia
común. Basta de ilusiones en rebajas. Entre las Escila y Caribdis de la
esperanza socialdemócrata y el nihilismo que no toca fondo, cabe apostar
por la esperanza declinada como transvaloración sin paliativos ni
ilusiones de los sentidos y los cuerpos. Bien pudiéramos carecer de una
estrella polar: en nuestros mapas buscamos el sempiterno y recurrente
torrente de alegría de las estrellas fugaces, que algún día han de
destruir este mundo.
La revancha de lo(s) político(s)
«La escena se presenta perfectamente dividida en dos: por un lado, Nueva
York, el Norte económico, rico y guerrero; por el otro, el Sur cultural,
dividido, pobre y que continuaría anidando el socialismo en su seno,
instalado en uno de los pocos bastiones de la izquierda (el Estado de
Rio Grande do Sul) del país más grande de América Latina, la única
izquierda que, con el Partido de los Trabajadores (PT) y en la persona
de Lula, tendría posibilidades serias de ganar las próximas elecciones.
Todo a apenas mil kilómetros de una Argentina en plena insurrección
antiliberal. Sin que falten, además, discretamente, algunos Estados
europeos hostiles a la hegemonía estadounidense. Así, pues, las cosas
parecen estar claras. Otro mundo es posible. ¡Sigamos todos al PT en
Brasil y a Attac en el resto del mundo! ¡Todos contra la hegemonía
estadounidense, de Kabul a Buenos Aires! ¡Abajo el neoliberalismo!»
El párrafo que citamos da cuenta (irónicamente) de lo que habrá de
llegarnos comunicado como «principal resultado» de las jornadas de Porto
Alegre, fuente además de un nuevo calendario de iniciativas globales. En
efecto, declarada, al parecer, la hora de las soluciones, la escena se
puebla de actores clásicos, de desgarradoras cuestiones, de ingentes
peligros, de identidades perdidas, de telúricas fuerzas hostiles y, vaya
por donde, de resoluciones propias de un serial --to be continued--: «Esta
vez se trata de dibujar la utopía de manera más modesta: rebajar por
ahora las expectativas emancipadoras a fin de cohesionar una expresiva
fuerza social y una mayoría política (sin lo cual no hay posibilidad de
transformaciones democráticas) con el objetivo de refundar el contrato
social moderno» . Así, pues, el cóctel formado por la profundidad de la
crisis de la globalización neoliberal, el vigor demostrado por el ciclo
de luchas Seattle-Génova, el nuevo paisaje semiótico y geopolítico
abierto por los atentados del 11 de septiembre y la dinámica de guerra
global permanente abierta por la monarquía imperial estadounidense
vendrían a imponer, por un lado, un necesario «disciplinamiento»
(dialogado, según parece) de las luchas contra la globalización
capitalista; un ejercicio de madurez, esto es, la convicción que habría
de asentarse en los movimientos de que sólo una sólida salida
institucional-electoral en el ámbito transnacional podrá operar la
renovación de los organismos democráticos y la restitución de la
soberanía a los ciudadanos, solas condiciones necesarias para un eficaz
control y rectificación de la potencia normativa de los mercados
financieros; una neta condena de la «violencia» (aquí equiparada en un
continuo al terrorismo), para la cual sirven tanto las razones de índole
oportunista («que no nos confundan, a toda costa») como de orden
teológico-político (una suerte de comunión global con el principio de
legalidad), mientras, por el otro, vendrían a indicar la urgencia y la
idoneidad de operaciones políticas de corte soberanista: una estatalidad
legal y legítima que, mutatis mutandis, en las naciones y en los
municipios, en las unidades políticas plurinacionales así como en los
organismos multilaterales, se enfrente de igual a igual a la bestia
neoliberal, poniendo bridas a los capitales desterritorializados y
estableciendo unos principios de inscripción social (léase, nacional,
soberana) de las riquezas producidas y de redistribución siguiendo el
eje Norte/Sur.
Ésta viene a ser, pues, la resultante dominante del encuentro de Porto
Alegre, la confirmación de Attac Francia «en su papel de animador
ideológico esencial, mientras que el Partido de los Trabajadores
brasileño lo era en el de escaparate de un socialismo soft o de una
revolución light» . Por encima de otras consideraciones, hemos de pensar
lo que puede suponer en la coyuntura presente esta enésima
reactualización de la redentora «autonomía de lo político».
Abstengámonos de juicios: constatemos, en un primer momento, que la
dinámica de conflicto y consenso que venía siendo considerada un
elemento constituyente del movimiento contra la globalización
capitalista ha pasado a ser implícitamente declarada, por esta
componente que se postula como «hegemónica», un elemento subordinado o,
en el mejor de los casos, una función de cohesión y vertebración de una
agenda política paralela a aquella que, en foros ubicuos y con
modalidades ajenas a las que aspiran a producir como resultado una
renovación de la representación política, las múltiples figuras del
movimiento se vienen dando. Señalemos, acto seguido, que no faltarán
quienes vean en esta operación el acto de desenmascaramiento, el
esclarecimiento final de los campos en liza o, porqué no, la inevitable
«traición» al movimiento global. No tenemos, de buenas a primeras, en
buena estima este tipo de reflejos condicionados, que remiten más bien
al «doble vínculo» y al juego de espejos entre pares homólogos de las
viejas dicotomías izquierdistas. Lo cierto es que tanto unos como otros
comparten la idea de que el ámbito y el movimiento globales no son sino
un tablero más en el que tarde o temprano habrán de verse las caras,
reformistas y revolucionarios, puros e impuros, héroes y traidores,
auténticos y advenedizos. De ser así, no han entendido nada, para
desgracia de tod@s.
Considerar, a estas alturas, enemiga a esta nueva operación
socialdemócrata, añadiéndola a la lista de los enemigos del movimiento
global, olvida elementos sustanciales de la singularidad de éste. Torpe
y estúpida, cierto, la operación socialdemócrata es, en primer lugar,
irrealizable. La movilidad incontrolada de los capitales financieros, la
vicaría forzada de los Estados-nación, la constitución de la nueva forma
de soberanía global basada en configuraciones democráticas y no,
estatales y no, pacíficas, humanitarias y militares y asesinas, esto es,
la constitución en ciernes del Imperio, sin centro soberano, ha arrojado
al basurero de los recambios posibles tales propuestas. ¿Significa esto
que ha de darnos igual un gobierno socialdemócrata que uno
fascista-mafioso? ¿Qué debemos considerar indiferentes las garantías
democráticas, los derechos adquiridos, las diferentes modulaciones de la
norma jurídica, de la violencia estatal y de las administrativas? No. Se
trata, más bien, de considerar que la irrupción salvaje y renovadora del
movimiento global reside en su dinámica de éxodo y desocupación, en su
potencia de hibridación y recombinación, en su movilidad y su capacidad
de invención de nuevos lenguajes y procedimientos públicos, en su
tensión, en definitiva, hacia su constitución siempre inacabada como
multitud global, hecha de singularidades y de construcción de lo común a
través de su incansable trabajo vivo de transvaloración y secesión
cooperativa. La lectura de La Realidad, de Seattle, Praga, Quebec,
Génova, no nos dará otros resultados de análisis. De este modo, las
multitudes habrán de enfrentarse a los tanques en Beijing, al ejército
en Chiapas, a la policía federal y militar en Argentina, a las fuerzas
de Rajoy en Barcelona, intentando a toda costa, con modalidades y
riesgos difícilmente comparables o extrapolables, desbaratar un mismo y
modulado estado de excepción permanente. Las socialdemocracias o los
fantoches soberanistas de todo pelaje no son, a fin de cuentas, sino
anécdotas en comparación con este desafío al que no alcanzamos a dar
respuesta definitiva.
Desobedecer, desertar, crear, constituir... en Europa
La construcción de un contraimperio de las multitudes debe marcar
nuestro nuevo calendario. Sólo éste estará en condiciones de desbaratar
el estado de guerra global permanente, suficientemente ilustrado por las
nuevas legislaciones en materia de seguridad, de control de las
telecomunicaciones, de condiciones y límites de las manifestaciones
públicas, de circulación de las personas. El presupuesto militar
estadounidense es una declaración de guerra irreversible a las
multitudes presentes y por venir, un rien ne va plus a lo imprevisible,
lo impensable, en palabras de Donald Rumsfeld. Confiar en cualesquiera
Joschka Fischer como contrapeso europeo de la dinámica de guerra
constituyente decretada desde Washington no sería, ante todo, más que un
acto de indignidad intelectual. Pero precisamente una zafia tradición
antiestadounidense nos ocultaría a su vez que Nueva York es la ciudad de
las multitudes, que en las metrópolis de la costa oeste estadounidense
millones de personas sin nombre ni ciudadanía carcomen los fundamentos
del terror estatal con sus movimientos, sus clandestinidades y sus
empresas de libertad entre las redes de la explotación y el racismo
capitalistas, que la frontera de la libertad no ha terminado en Estados
Unidos y que ésta no ha de limitarse a sus confines nacionales.
Busquemos en ellas a los sepultureros del Estado-guerra de Bush y
consortes. Afinemos los sentidos para ver los signos de vida y rebelión
que ningún cretino soberanista europeo será jamás capaz de ver, defecto
que le amalgama con todos los belenes del «antiimperialismo» y el
«tercermundismo» domésticos, que no parecen conocer las periferias del
Ejido, de Lorca, de las banlieues metropolitanas francesas, de Los
Angeles o del barrio de Lavapiés en Madrid -otro tanto ignoran de
ciudades como Rio, São Paulo, Buenos Aires o El Cairo . Las multitudes
han destruido la vieja noción de «tercer mundo», exodando y obligando al
Imperio a romper la vieja relación centro/periferia y Norte/Sur,
reproduciéndola en cualquier lugar.
No obstante, necesitamos armas. ¿Con cuáles cuenta el movimiento global
en Europa? Son pocas, manejables y potentes: la mitopoiesis, el cuerpo,
la fuerza-invención de los saberes múltiples y de sus prótesis
maquínicas, la capacidad de comunicar libertad e inteligencia. Atrévase,
Mr. Rajoy, a desarticular estas armas y estas bandas, ponga fuera de la
ley estas máquinas de guerra. Nos matará de risa.
Empecemos a orientarnos. Hagamos un inventario de aquello con lo que
contamos en lo relativo a los procedimientos y los gestos como elementos
que expresan la decisión política; de los métodos de construcción, de
los ámbitos del hacer político y de las temáticas a las que podemos
continuar dando forma y expresión.
¿Procedimientos y gestos? Ante la conversión en máquina constituyente
de los ordenamientos sociales a través de la guerra por parte del
Imperio, inspirémonos en la riqueza que expresan los nombres comunes de
desobediencia al mando, de deserción de las instituciones ilegítimas, de
fuga, éxodo y construcción colectivas, por así decirlo, «on the run», de
una nueva esfera pública no estatal global contra el Imperio.
Entre los métodos del hacer política que tenemos a nuestro alcance,
podremos apurar las virtudes que pone a nuestra disposición la
investigación de los nexos que unen las distintas expresiones de
creatividad e invención en las luchas, sus estilos, sus bosquejos de
mitopoiesis, con la «composición» de las singularidades cooperantes que
las hacen, con sus dimensiones de trabajo vivo social, reanudando el
mapa que describe los puntos de ruptura entre la explotación capitalista
global de los saberes y los cuerpos y sus expresiones de libertad, sus
excedencias (en el saber, en el afecto, en la imaginación, en la
existencia) que se tornan en acontecimientos de ruptura y secesión de
las múltiples constelaciones cooperativas. Para ello es preciso que el
movimiento de movimientos detalle y reflexione su inserción y extensión
en las redes de la cooperación social productiva (esto es, a fin de
cuentas, en los tejidos sociales genéricamente sometidos a la regla de
la explotación); esta inserción subversiva debe ser capaz de conectar
con todos aquellos procesos en los que los lenguajes, las imágenes y los
afectos se fabrican y hacen lo real; para ello son útiles difícilmente
renunciables todo tipo de prácticas de encuesta y de coinvestigación
metropolitana en pos de las líneas de complicidad y de construcción
singular de lo común en nuestras metrópolis, en nuestras world cities.
Estos son los ámbitos: la red de redes metropolitanas, el ciberespacio
en permanente construcción y tensión entre su plena subsunción
capitalista, banal, comercial y policial y sus dimensiones de
cooperación liberada, de producción de normas de la liberación, de
nuevos estatutos del saber y el lenguaje genéticamente hostiles a la
equivalencia de la norma del capital; las cuencas regionales y
transnacionales que inmigrantes, hackers de la producción de software,
precari@s del trabajo lingüístico y afectivo trazan en múltiples ejes
que exceden el continente y la forma política europea. En esa
frontera/confín abierta o siempre expansiva de una Europa trazada,
agujereada y plegada por la movilidad espacio-temporal no controlada del
trabajo vivo de l@s mestiz@s que la habitan.
¿Cuáles son las temáticas adecuadas a este encaminarse? No son sino
aquellas ligadas a los vectores genéricos de construcción de lo común en
y por las luchas de destrucción de la balcanización de las
concatenaciones de la cooperación del trabajo vivo: la libertad de
circulación e instalación (No Borders); la renta de ciudadanía
universal, individual e incondicional; la no patentabilidad de la vida y
del software, el rechazo de la privatización de los saberes comunes; la
reapropiación de los nexos administrativos y la construcción de
instancias democráticas metropolitanas no representativas, en un
paradójico y siempre inacabado autogobierno de las multitudes.
En una situación de peligro, donde crece lo que salva.
Nota: Este artículo es el editorial del segundo número del periódico Desobediencia Global, de la Universidad Nómada, que saldrá publicado en papel a finales de febrero de 2002.