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De Génova a Kabul

Editorial del primer número del periódico "Desobediencia global"

      Esta publicación es un "work in progress". Pretende contribuir modestamente en los próximos meses al esclarecimiento colectivo de los desafíos inmediatos a los que se enfrenta el mal llamado, a nuestro juicio, movimiento «antiglobalización». No obstante, de éste es preciso tener una idea abierta, no patrimonial ni orgánica. A fin de cuentas, esta atención y ese valor dado a lo común y a lo que compone entre heterogéneos explican en cierta medida el crecimiento y el interés del movimiento en estos últimos años.

     Nadie pronosticó su surgimiento -ni siquiera éste constituye una referencia común: ¿Chiapas? ¿Seattle?-, así como nadie, salvo los agoreros mediáticos de turno, es capaz de pronosticar su declive. ¿Cómo pronosticar el declive de una entidad que, como ha señalado Paolo Virno, tiene que ver más con la sonrisa del gato de Cheshire, un gesto y un afecto proliferantes y sin rostro, que con un batallón de asalto de los cuarteles generales de la globalización capitalista? En esta medida, tal vez una de las tareas adyacentes de la discusión colectiva consista en hacer el mapa de esa pluralidad móvil y de sus nudos de transformación, de encuentro, de composición y metamorfosis. A este movimiento sólo se le puede seguir, buscar, explorar. No dejan de sorprender aquellos que continúan pensando que los problemas y límites del movimiento pueden solucionarse tan sólo a través de una buena organización formal y de contenidos políticos claros y consensuados. A nuestro modo de ver, más impelente sería describir, detallar, en todos los ámbitos (esto es, no sólo en lo relativo a los comportamientos que se llevan a cabo y se promueven con ocasión de las distintas «contracumbres», de Seattle a Bruselas), la relación entre la heterogeneidad (y por ende la heterogénesis, la producción de las diferencias) del movimiento y su capacidad constructiva/destructiva, esto es, su poder constituyente multilateral.

     Tras el 11 de septiembre y en un momento sin duda difícil y lleno de incertidumbres, se hace preciso resaltar los elementos de innovación y transformación que vienen aportando las luchas contra la globalización capitalista. A nosotr@s nos parece importante señalar los siguientes, sabiendo que, desde otros enfoques, cabría indicar muchos otros: en primer lugar, precisamente, esa virtud del movimiento consistente en haber sido capaz de inventar nuevas formas de deliberación, notablemente centrífugas y polifónicas (y no podríamos minusvalorar el papel que ha jugado la red de redes a este respecto), que nada tienen que ver con cualesquiera reediciones -necesariamente condenadas al fracaso- del modelo de las Internacionales. De éstas se desprenden nuevas formas de unidad práctica, de concertación, de construcción del objetivo común. (No sería honesto dejar de subrayar que no todo desprende novedad en las luchas «antiglobalización», ni que no faltan las componentes que ven en éste la enésima oportunidad de hacer «vieja política», aceptando con dudosa sinceridad estos elementos de innovación).

     Otro aspecto que quisiéramos reseñar es el de la producción simbólica. En un reciente artículo, «Signos de los tiempos» , escrito por Naomi Klein después del 11 de septiembre, señala la autora la importancia crucial que ha revestido la capacidad de détournement de los símbolos de las grandes compañías, de las corporations , a la hora de hacer visible lo oculto, lo no enunciable en el discurso público (de la publicidad): la explotación laboral en países terceros, la devastación ecológica, la colaboración en el mantenimiento de regímenes dictatoriales o la promoción de guerras intestinas... Pero no es el único, qué duda cabe. Los encapuchados zapatistas, los «invisibles» y «tute bianche» italianos, por citar a aquellos que nos son más conocidos, han demostrado el poder de la mitopoiesis, el papel crucial que desempeña y en lo sucesivo habrá de desempeñar la imaginación política de las multitudes.

     La iniciativa, la anticipación, la autonomía en la elaboración de sus agendas políticas marcan otro de los elementos de innovación más ostensivos. Hacía mucho tiempo que no hacían aguas tan notoriamente las apretadas filas de los defensores y hacedores de la globalización capitalista y/o neoliberal: no se lo esperaban. Los lamentables distingos de un Fukuyama tras el 11 de septiembre (y, no olvidemos, tras el ciclo Chiapas-Génova) desviviéndose -chapoteando, diríamos- para ajustar su tesis del «fin de la historia» son un precioso y jocoso síntoma del declive imparable del llamado «pensamiento único». Sin embargo, tras el «reabrirse de la historia», ¿qué líneas de su nueva apertura global podemos imaginar, más allá y contra la guerra y la generalización del estado de excepción? No podemos dejar de citar los graves interrogantes que han arrojado al movimiento los sucesos de Génova y la lógica de guerra que se ha impuesto tras el 11 de septiembre.

      Como señala Naomi Klein en el artículo que citamos, se ha producido un cambio radical del «paisaje semiótico», un golpe de fuerza sobre la realidad que no podemos ignorar. El «Manifiesto del Volksbad» que publicamos en este primer número contiene indicaciones importantes en torno a esta cuestión, que cabe resumir en la propuesta: construyamos nuestras luchas al margen de la lógica de la guerra, no caigamos en la trampa, «don't panic!».

     Tras el 11 de septiembre, el discurso de las luchas por la paz ha recobrado vigor inclusive entre los ámbitos del movimiento. Debemos preguntarnos: ¿para qué sirve este discurso, las temáticas de la paz (y no digamos del «antiimperialismo yanki»), cuando a todas luces el 11-s y su resaca no contituye sino un avatar del proceso de globalización capitalista, un giro de tuerca, un cínico y sanguinario «New Deal»? Ésta es una de las cuestiones que más nos interesaría debatir con los lectores, pues la interpretación de los acontecimientos del 11-s y de la dinámica de guerra global que han desencadenado nos parecen claves y cruciales para el presente inmediato de las luchas. La suspensión de garantías, la cancelación de los derechos civiles, el bloqueo informativo, las reestructuraciones laborales, los ataques a las rentas proletarias, la conversión -más aún si cabe- del escaso welfare en warfare, todos estos procesos pueden ser afrontados desde la perspectiva del netware y del wetware, esto es, desde la potencia constructiva/destructiva de las redes (informáticas y no) de la inteligencia colectiva global.

     Queremos también abrir el debate sobre los problemas inmediatos que han de afrontar las movilizaciones contra la globalización capitalista en los próximos meses. Génova ha puesto un signo de interrogación -o, para ser más precisos, ha llamado especialmente la atención sobre ese signo, que siempre estuvo presente antes de Génova- acerca de la idoneidad de las contracumbres cuando éstas han de enfrentarse a estados de excepción temporales en las ciudades y en las fronteras, cuando todas las agencias del poder pretenden revertir la metáfora del asedio de los poderosos contra las multitudes que expresan su rechazo a esta globalización, cuando (máxime tras el 11-s) el uso de la violencia simbólica contra el mobiliario urbano y todas o casi todas las «mercancías» por parte de algunas componentes sirve de pretexto (y de perversa asociación con el terrorismo global) para criminalizar y considerar como «vida desnuda», sometida a la decisión soberana de los mandos policiales, a miles y miles de participantes, de imaginación rica y alegría revoltosa. Honestamente, no lo sabemos; aún tenemos tiempo para pensar ese rompecabezas.

     A nuestro modo de ver, la eficacia de las luchas pasa por la identificación del enemigo. El próximo semestre el gobierno de Aznar ocupa la presidencia del Consejo de ministros de los quince. El problema consiste en cómo podemos subvertir el proceso de integración europea, marcado por la Fuerza de Reacción Rápida, la violencia del euro del «crecimiento sin inflación», la patente comunitaria, la ampliación al Este y, last but not least, la Euroorden de busca y captura contra los delitos de «terrorismo», es decir, eventualmente contra cualquiera de nosotr@s asistente a una manifestación global o interruptor(a) del tráfico en una autovía o desmantelador(a) de un campo de cultivos transgénicos. ¿Qué tenemos que decir ante la construcción comunitaria desde la perspectiva de la lucha contra las fronteras, contra la precariedad laboral y social, contra la privatización de la inteligencia colectiva (patentes y derechos de autor), contra la energía y el arma nucleares, contra la supresión o la modulación autoritaria de las libertades políticas y civiles? ¿Qué doble monstruoso de la Europa queremos contra el mezquino y nauseabundo diseño de Maastricht, Amsterdam, Niza y Laeken? Se trata de cuestiones candentes y abiertas. Ataquémoslas.



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