El Imperio en guerra contra sí mismo
Todo el mundo está de acuerdo: con la globalización se afirma un nuevo tipo de guerra. El “primer conflicto del siglo XXI” no será entre Estados-Nación. Pero eso significa mucho más de lo que se imagina.
Extractos de un artículo de Roberto Bui (Wu Ming 1), 13 y 14 de sepiembre del 2001.
En ese fabuloso “Occidente” que nadie sabe qué es, pero todos los verdugos quieren defender, de un momento a otro puede desencadenarse un pogrom anti-árabe y anti-islámico. La emergencia anti-terrorista permite gestionar autoritariamente la crisis del Imperio. Crisis económica, de sobreproducción, de legitimidad. La “mano invisible del mercado” tiene arritmia y la mano de hierro interviene en su lugar.
No hay conflicto entre civilizaciones armadas una contra otra, sino más bien la crisis de un modelo imperial. Hoy en día, nadie sabe claramente lo que significa Occidente. La expresión no coincide con un hemisferio preciso del planeta, sino que busca referirse a un conjunto de características religiosas, jurídicas, políticas, culturales, estéticas. Y sin embargo, es difícil definir la “cultura occidental”. Ningún aspecto de “nuestra” cultura ha quedado al abrigo de contaminaciones y transfomaciones. Un ejemplo entre mil posibles: ¿existe algo así como una “música occidental”? No. En el curso del siglo XX, la música euro-americana ha sido irreversiblemente cambiada por el empuje del blues y del jazz, con sus “blues notes” y las gamas no-pentatónicas de origen africano.
Con la globalización neoliberal, “Oriente” y “Occidente” se re-localizan como manchas sobre la piel de un leopardo, a través del planeta y en el interior de cada ciudad. Lo mismo ocurre con el “Norte” y el “Sur” del mundo: ¿dónde buscar la estrella polar o la cruz del Sur cuando nos enfrentamos a la coexistencia de una élite muy rica de un país asiático y de chinos sin papeles reducidos a la esclavitud en una tienda de alimentación del nordeste italiano? ¿o a la coexistencia de los “hombres-topos” en las alcantarilllas de Nueva York y de un cortesano de Brunei?
Now you know how it feels like
En caliente, Henry Kissinger dijo que la respuesta al acto de guerra contra el Worls Trade Center y el Pentágono sería “proporcional”, que no se trataría de simples “represalias”. Kissinger ha sido el cerebro y el dirigente de asesinatos políticos y golpes de Estado. El más célebre tuvo lugar, curiosamente, un 11 de septiembre. 28 años después, este 11 de septiembre era el aniversario de la toma del poder por Pinochet. Durante ese tiempo, el general no ha recibido una respuesta “propocional”, sino que ha obtenido del poder el derecho a morir en su cama. Dos días más tarde, Edward Luttwark dijo que hacía falta reconsiderar de una vez por todas las prioridades y que en la respuesta al ataque no debía existir preocupación por los “daños colaterales” y las víctimas civiles. Luttwark fue el teórico y el instigador de diversos golpes de Estado. Escribió también una verdadera “guía”, Tecnica del golpe de Estado (Longanesi, Milán, 1979). Así, gracias a estas “prioridades” del Imperio (y a los daños colaterales provocados un poco por todo el mundo) es como hoy fuerzas oscuras, mafias desterritorializadas, bancos, servicios secretos, millonarios exóticos que tienen las manos metidas en todas las masas, pueden contar con un verdadero ejército de desesperados y de fanáticos dispuestos a servir de kamikazes.
Algunas “banalidades de base”. Entre 1978 y 1982, Israel, con el apoyo incondicional de los Estados Unidos, invade en primer lugar el Sur del Líbano y después el país entero, bombardea Beirut, mata a veintemil personas (80% civiles), destruye los hospitales, practica sistemáticamente la tortura and so on. Se han demostrado las responsabilidades israelíes (en particular las de los entonces primer ministro Menahem Begin y las del ministro de Defensa Ariel Sharon) en las hecatombes de los campos palestinos de Sabra y Chatiila, en 1982: milicias controladas por Israel masacran metódicamente a más de dos mil civiles, mujeres, ancianos y niños incluidos. Hoy, vemos en marcha la misma lógica del pogrom, pero a escala global.
La Resolución 425 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (marzo 1978) exige a Israel retirarse del Líbano inmediatamente y sin condiciones. Israel la ignora, como ignorará las dos resoluciones siguientes con el mismo contenido. La ocupación del sur del Líbano ha durado veinte años, hasta que las dificultades del gobierno Barak y -sobre todo- la resistencia de Hezbolá determinaron la retirada israelí. Luego se sorprenden de la facilidad con la que los extremistas islámicos hacen prosélitos. Si existen “Estados gamberros”, Israel está sin lugar a dudas entre los primeros de la lista por el número de invasiones militares, atentados ejecutados en otro país y violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional. Pero en esa lista “oficial” de los “Estados gamberros” figuran solamente los enemigos que molestan al Imperio, a menudo exdiscípulos, criaturas de la CIA que han escapado “aparentemente” a su control.
La lógica de las “dos varas de medida” es grotescamente evidente también en la guerra del Golfo y en muchos casos más. No hay que extrañarse si más de tres millones de personas son hoy enemigas potenciales de los Estados Unidos y se convierten en un oceánico caldo de cultivo para el nihilismo y el terrorismo. No hay que extrañarse de que algunos se alegrasen del ataque contra las Torres Gemelas y el Pentágono. “Se puede hacer”: ese es el lúgubre mensaje del que fueron los destinatarios. Después de tantos “civiles de categoría Z” aniquilados por sofisticadas tecnologías de muerte, es el turno de los “civiles de categoría A” de ser asesinados por bombas “ready-made”, sus propios aviones de línea.
El coco y la mafia islámica
La globalización de la explotación implica la globalización de las represalias y de la influencia de los que canalizan la desesperación. Esa acumulación de afectos e intereses, una sección del capital trans-legal y desterritorializado que vive en simbiosis con el Imperio y sus servicios de información, expresa una vanguardia. La vanguardia de todos aquellos que, por diversas razones, algunas “nobles” y otras abyectas, se oponen al Imperio y sueñan con que las tres Roma (Washington, Nueva York y Los Ángeles) sufran lo que sufre Bagdad, Beirut, etc.
El enemigo del Imperio es algo más que una “Internacional del Terror”. Es una suerte de mafia islámica (atención: digo “islámica” como diría que la mafia italiana es “católica”). Mantiene con el Imperio una relación equivalente a la de la Cosa Nostra con el Estado italiano: competencia y colaboración, represalias y acuerdos, etc. Es una articulación de relaciones complicadas difícil de describir. Basta una palabra inapropiada para salirse de la ruta y deslizarse en las “teorías de complot”, donde todo parece decidido sobre el papel. Y eso no es más que una reducción consoladora de la complejidad de lo real: si el enemigo es omnipotente hasta el punto de preveer el curso entero de acontecimientos, no debo sentirme culpable si no consego oponerme a él. Así, después de los ataques del 11, escuché a diversas personas comentar que los Estados Unidos se habían atacado a sí mismos. No debemos ser groseros e imprecisos, no es el momento.
“Para el establishment imperial, se trata de restituir al capitalismo internacional la clave para salir de un ciclo recesivo que se anuncia largo. Esa clave se llama Warfare (Estado de guerra)” (Sbancor). El “warfare” es un complejo militar-industrial y de información al mismo tiempo que una política económica. Permite inyectar liquidez al sistema con el objetivo de invertir en tecnologías que perpetuen el sistema imperial. Permite distribuir dinero a los amigos, estimula la innovación tecnológica, evita políticas sociales embarazosas, dirige la política de demanda del Tercer Mundo hacia un producto como las armas, demostrando la inutilidad de las políticas de ayuda a un Tercer Mundo bárbaro y cruel. El “warfare” se alimenta continuamente de visiones geopolíticas. Estados Unidos, desde la época de Bush padre, se esfuerza por sobreponerse a un obstáculo psicológico como es el síndrome de Vietnam, que le impide hacer funcionar con seriedad el “warfare”. Casi ha conseguido superar el síndrome después de la guerra del Golfo y la de Kosovo. ¿Dónde ensayará la siguiente guerra?
Palestina es la mecha. Siempre encendida. Quien ha querido apagarla ha acabado mal, como Rabin. ¿Qué longitud tiene la mecha y hasta dónde puede arder? Pero Oriente Medio no es el polvorín, sino la segunda parte de la mecha. El polvorín está en un punto impreciso de fronteras entre Iran, Afghanistan, Tadjikistan, Azerbaïdjan, Pakistan, Ouzbékistan, etc.
We are the world
Como escriben Negri y Hardt, este imperio tiene tres Roma: Washington para la política, Nueva York para la economía y Los Ángeles para el espectáculo. Las dos primeras han sido golpeadas físicamente, la tercera desestabilizada, sus “profecías” realizadas y retirado su artículo de lujo, las “películas de catástofes”. El Armageddon y el patriotismo se han vuelto universales: Estados Unidos coincide con el planeta y viceversa. Mientras los americanos se preparan para detener el asteroide, los otros pueblos (es decir, nosotros) escuchan la radio, esperan y rezan. Sobre el planeta, no somos más que figurantes. El ataque contra las tres Roma ha vuelto difícil seguir por ese camino. La vanguardia enloquecida y nihilista de los “figurantes” ha demostrado que podía asesinar a diez mil personas en menos de una hora, utilizando un manual de piloto y un cuter.
El movimiento debe defender su espacio vital
El movimiento global ha sido una de las co-causas de la crisis de legitimidad del turbocapitalismo. De Seattle a Génova, el “pensamiento único” ha sido fulminado. Con nuestra irrupción, han desaparecido del ágora los diversos Chicago Boys, Friedman y demás émulos del reaganismo y thatcherismo… siendo sustituidos por Naomi Klien, Jeremy Rifkin, José Bové, Susan George, Vandana Shiva, etc.
Algunos lo advertían por escrito y en las asambleas: “la próxima etapa de la crisis es la guerra”, “se acerca una tormenta de mierda”. Durante la nueva, extraña guerra que va a estallar, debemos continuar trabajando, sin dejar que el miedo nos paralice, estando a la altura del desafío. La guerra no cubre todo el horizonte. Con el “warfare”, se llenarán algunas fallas, pero otras se abrirán. Debemos mandar el liberalismo a la basura de la historia, con otras supersticiones del mismo género. Leo Mantovani ha resumido así la diferencia entre la vanguardia nihilista y el movimiento solidario y libertario de las multitudes: “Esa gente quiere apuñalar a las azafatas, nosotros queremos hacer el amor con ellas”. He aquí la cuestión: para nosotros, los cuerpos no quedan reducidos a vectores de sacrificio, minas dispuestas a explotar, masas lanzadas contra un objetivo. El cuerpo somos nosotros, soy yo, es lo que ponemos en juego en el contacto, el proyecto, el deseo. Nuestro ser comunitario no tiene nada que ver con los ejércitos, los clanes mafiosos, las bandas. Es nuestra fuerza. Utilicémosla.
Mientras tanto, no me van a poner el casco en la cabeza, no me van a enrolar a la fuerza en un enfrentamiento entre civilizaciones. Me opondré a la guerra y gritaré contra los pogroms que tengan lugar. Somos el asteroide. Después de todo no es tan fácil detenernos.
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