«Un hombre no deberÃa cantar cosas asû, comentó la gran Edith Piaf cuando en 1959 oyó interpretar por primera vez a Jacques Brel Ne me quitte pas. No me dejes. Poeta, compositor, cantante y actor, Jacques Brel acabarÃa siendo, sin embargo, mucho más que el autor de tan manida e inolvidable canción sobre el amor sumiso, como atestigua su inmensa y muy contemporánea obra, de cuando los verdaderos autores hablaban con honestidad de la vida y huÃan del éxito fácil.Hace casi 35 años, el 9 de octubre de 1978, fallecÃa en un hospital próximo a ParÃs, a la temprana edad de 49, de un cáncer de pulmón. Desde 1975 navegaba por el mundo en su velero L’ Askoy y, como Paul Gauguin tres cuartos de siglo antes, habÃa llegado al mismo lugar de Atuana, en la isla de Hiva Oa, en el lejano archipiélago de Las Marquesas. Allà serÃa enterrado, muy cerca del pintor, pero antes todavÃa tuvo tiempo y ganas de grabar un último álbum, de tÃtulo simplemente Brel (Barclay, 1977); quizá su mejor álbum, justo al final.
El descreÃdo y socarrón Brassens le puso el sobrenombre de L’Abbé Brel, para el regocijo de Ferré, Reggiani, Leclerc, Moustaki y todos los que pululaban por los cabarets de ParÃs, tal era el talante parroquial del recién llegado. Pero Brel habÃa dejado una acomodada vida –como director de la cartonerÃa de su padre– y acabarÃa alejándose de su mujer y sus hijas: «la paternidad no existe», dice.
Brassens, poeta esencial, es siete años mayor, pero ambos comparten una amistosa y creativa rivalidad jalonada por temas abordados por ambos con maestrÃa y agudeza, como los tratos con las mujeres, los excesos de los patrones, el acto de testar los bienes o la muerte.
Él mismo encontraba la gracia en una guitarra. Luego, todo lo arreglaban con combinatoria moderna sus inseparables el director de orquesta François Rauber y el pianista Gérard Jouannest, compañero de Juliette Gréco. La musa del existencialismo fue de las primeras en incorporar a Brel a su repertorio, con Le diable, allá por 1957: «Nada se vende pero todo se compra./ El honor e incluso la santidad, esto marcha./ Los Estados se transforman a escondidas/ en sociedades anónimas, esto marcha./ Los grandes se disputan los dólares/ venidos del paÃs de los niños./ Europa repone El avaro...»