De un lugar no muy lejano se vino dando tumbos y haciendo piruetas hasta Bilbao. Servida de una nariz de bola roja, un poemario bajo el brazo y un corazón de chocolate sin lactosa latiendo en su pecho.
Inquieta y divertida intentó probarlo todo a su paso, atesorando aquello que le pareció importante, desechando aquello que sólo resta o merma el espÃritu. Sin hacerse mala sangre, ligera como un diente de león que se menea con la brisa, va cual pelusa movida por el viento recorriendo las cuestas de esta ciudad, actuando, recitando, alegrando las mañanas de los niños, riendo y viviendo.
Y es que ser una payasa poeta a estas alturas te da ese toque de magia e inocencia que los mundanos, los que no despegamos los pies del suelo, envidiamos en secreto desde abajo cuando pasas y solo te logramos ver la planta de los zapatos.