EL
IMPERIO CONTRAATACA Un manifiesto posttransexual[1]
Sandy Stone
Las ranas se convierten
en princesas
Las verdes colinas de
Casablanca se alzan sobre las casas y
tiendas abigarradas en
torno a las calles estrechas y
retorcidas, impregnadas
de olores a especias y excrementos.
Casablanca es una ciudad
muy antigua de la que, quizás por
un accidente
geográfico, Lawrence Durrell no se percató que
era el manantial del
amor. En el barrio más moderno,
situado en una amplia y
soleada avenida, se encuentra un
edificio sin mayor
interés que una placa de bronce que
anuncia la consulta del
doctor Georges Burou. La consulta
está dedicada
principalmente a obstetricia y ginecología,
pero durante muchos
años ha cultivado otra reputación de la
que no es consciente el
río de mujeres marroquíes que pasa
por sus salas.
El doctor Burou recibe
la visita de James Morris,
periodista. Morris
espera inquieto en la sala leyendo Elle
y Paris Match sin
prestar total atención, ya que se
encuentra allí
para realizar una misión extremadamente
importante en el
ámbito personal. Finalmente la/el
recepcionista dice su
nombre y le conduce al interior del
santuario. Morris lo
cuenta así:
Me llevaron a
través de varios pasillos y escaleras hacia
el interior de la
clínica. La atmósfera se iba volviendo
más densa a
medida que avanzábamos. El cortinaje de las
ventanas se hacía
más pesado, más aterciopelado, más
voluptuoso. Me
pareció ver esculturas de bustos y había un
rastro de un perfume
intenso. Finalmente distinguí
avanzando hacia
mí, a través de las oscuras estancias de
este refugio que
despedían el encanto de un harén, una
figura que, asimismo,
recordaba a la de una odalisca:
Madame Burou. Vestida
con una larga bata blanca, con borlas
(me pareció) en
la cintura, que combinaba la exuberancia de
una caftán con lo
higiénico del uniforme de enfermera, Mme
Burou era también
rubia y poseía un aire sutilmente
misterioso.... Poderes
fuera de mi control me habían
llevado a la Sala 5 de
la clínica en Casablanca y, aunque
hubiese querido, no
hubiese podido huir... Fui a despedirme
de mí mismo
frente al espejo. No nos veríamos más y quería
mirar por última
vez a ese otro yo a los ojos y hacerle un
guiño, desearle
buena suerte. Mientras, en el exterior, un
vendedor callejero
entonaba un delicado arpegio en la
flauta: un suave y
alegre sonido que repetía una y otra vez
mientras se alejaba por
la calle en un dulce diminuendo.
Vuelos de
ángeles, me dije, y me tambalee... a mi cama, y
al olvido.[i]
Sale James Morris, entra
Jan Morris, por mediación de la
tecnología
médica de finales del siglo XX, en esta historia
maravillosamente
"oriental", casi religiosa, de
transformación.
El texto procede de Conundrum, la historia
del "cambio de
sexo" de Morris y las consecuencias que tuvo
en su vida.
Además del guiño de la suerte, existe otro
ritual obligatorio entre
los transexuales que cambian de
sexo de hombre a mujer,
que se denomina "retorcer el cuello
al pavo", aunque no
queda constancia de si Morris también
lo llevó a cabo.
Volveré a ocuparme de este rito de
iniciación
más adelante.
Haciendo Historia
Imaginemos ahora una
rápida transición, de las abigarradas
callejas de Casablanca a
la ondulantes y verdes colinas de
Palo Alto. El Stanford
Gender Dysphoria Program (Programa
de Disforia Sexual)
ocupa una pequeña sala cerca del campus
en una tranquila
área residencial de esta rica comunidad.
El programa, equivalente
americano de la clínica marroquí
del doctor Burou, ha
sido, durante muchos años, el núcleo
de los estudios
realizados en occidente sobre el síndrome
de disforia sexual,
también conocido como transexualismo.
Aquí se determina
la etiología, los criterios de
diagnóstico y el
tratamiento.
El programa se puso en
marcha en 1968 y el equipo de
cirujanos y
psicólogos comenzó a recopilar toda la
información
disponible sobre la historia de la
transexualidad. Hago
aquí un inciso para dar un breve
resumen de los
resultados de esta investigación. Un
transexual es una
persona que identifica su identidad
sexual con la del otro
sexo "opuesto". El sexo físico y la
identidad sexual (sex y
gender en inglés) son conceptos
diferentes, pero los
transexuales tienden a difuminar las
barreras al confundir el
carácter performativo de la la
identidad sexual
(gender) con la "evidencia" física del
sexo, describiendo la
percepción que tienen de su situación
como la sensación
de ocupar "el cuerpo equivocado". Aunque
el término
"transexual" es de origen reciente, el fenómeno
es antiguo. El caso
más antiguo de algo inmediatamente
identificable como
"transexualidad" según los criterios
diagnósticos
actuales, es el del rey asirio Sardanapalus,
que, según las
crónicas, se vestía de mujer y paseaba con
sus esposas.[ii] Casos
más recientes de algo muy semejante
a la transexualidad
fueron recogidos por Filo de Judea
durante el Imperio
Romano. En el siglo XVIII el Caballero
de Eon, vivió
durante 39 años como una mujer disputándose
con Madame Pompadour la
atención de Luis XV. El primer
gobernador colonial de
Nueva York, Lord Cornbury llegó a
EE.UU. desde Inglaterra
vestido de mujer de pies a cabeza,
indumentaria que
siguió llevando durante todo su
mandato.[iii]
La transexualidad no
alcanzó la categoría de "afección
oficialmente
reconocida" hasta 1980,año en que fue
incorporada a la
American Psychiatric Diagnostic and
Statistical Manual. Como
señala Marie Mehl, en cierto modo
se trata de una victoria
pírrica.[iv]
Antes de 1980 ya se
había realizado una gran labor en pos
de conseguir definir los
criterios para un diagnóstico
diferencial. Un ejemplo
de la década de los 70 es el
trabajo realizado por
Leslie Lothstein y contenido en el
libro de Walters y Ross:
Transsexualism and Reassignment[v]
En su estudio sobre diez
transexuales de mediana edad [con
una media de cincuenta y
dos años], Lothstein descubrió que
los tests
psicológicos ayudaban a determinar la gravedad de
la patología
[sic] [...] y llegó a la conclusión de que
[los transexuales como grupo]
eran individuos depresivos,
aislados,
retraídos y esquizoides con profundos problemas
de dependencia. Es
más, eran inmaduros, narcisistas,
egocéntricos y
potencialmente explosivos, mientras que en
sus intentos de obtener
[ayuda profesional] se
caracterizaban por
mostrarse exigentes, manipuladores,
controladores,
coercitivos y paranoicos.[vi]
Otro ejemplo:
En los estudios
realizados con 56 transexuales, los
resultados obtenidos en
los índices de esquizofrenia y
depresión
superaban el parámetro superior normal. Los
autores consideran estos
resultados como indicativos del
confuso y extraño
estilo de vida que llevan los
sujetos.[vii]
Estos estudios
clínicos representaban a un tipo muy
específico de
sujetos. Sin embargo, los informes se
consideraron lo
suficientemente representativos para ser
reproducidos sin
comentarios aclaratorios en recopilaciones
como las de Walters y
Ross. A medida que leemos los
diferentes ensayos,
encontramos que cada investigador echa
tierra sobre sus
resultados con una breve aclaración que
nos recuerda a las
advertencias en letra pequeña de los
anuncios de cigarrillos.
En el primero la aclaración es la
siguiente: "Debemos
admitir que los sujetos que estudia
Lothstein
difícilmente podrían considerarse ejemplos
representativos, ya que
nueve de cada diez casos estudiados
sufrían graves
problemas de salud" (se trataba de un
estudio llevado a cabo
en un sanatorio, no en una clínica
para transexuales),
mientras que el segundo cerraba con la
siguiente
reflexión: "el 82% de [los sujetos] eran
prostitutas y
tenían características atípicas en los
transexuales del resto
del mundo".[viii] Estos resultados
podrían
considerarse marginales, escogidos según criterios
y métodos
cuestionables y resaltados mediante ejemplos poco
significativos. Sin
embargo, pasaron a representar la
transexualidad dentro de
la literatura medicolegal /
psicológica,
aún teniendo en cuenta estas aclaraciones,
prácticamente
hasta nuestros días.
Durante esta misma
época, pensadores feministas estaban
llevando a cabo sus
propios estudios. El tema pronto se
convirtió en algo
volátil y sigue siéndolo, generando
encontrados puntos de
vista. Citaré un ejemplo:
La violación...
es una violación masculina de la integridad
del cuerpo. Todos los
transexuales violan el cuerpo de la
mujer al reducir sus
formas a mero artificio, apropiándose
este cuerpo... Aunque
normalmente la violación se perpetra
a la fuerza,
también se puede cometer mediante el engaño.
Esta cita está
extraída del libro de Janice Raymond
publicado en 1979, The
Transsexual Empire: The Making of
the She-Male, en el que
se inspira el título de este
ensayo. Según mi
interpretación de Raymond, esta define la
transexualidad como la
creación de un malvado imperio
falocrático,
destinada a invadir el espacio de las mujeres
y hacerse con el poder
que estas ostentan. Aunque Empire es
representativo de un
momento específico dentro del
pensamiento feminista y
prefigura la apropiación que la
derecha radical hizo del
lenguaje empleado por el sector
liberal de la
política, hoy, en 1991, a doce años de su
publicación,
sigue siendo la declaración definitiva sobre
la transexualidad desde
el punto de vista de una mujer
académica[ix].
Para aclarar mi postura con respecto a este
debate, citaré
otro extracto de Empire:
El comportamiento
masculino es característicamente
obstructivo. Resulta muy
revelador que mujeres lesbianas
nacidas de la
transexualidad se hayan colocado en
posiciones importantes o
de poder dentro de la comunidad
feminista. Sandy Stone,
creación transexual que trabaja en
Olivia Records, una
compañía discográfica "sólo para
mujeres", es un
buen ejemplo de ello. La [...] visibilidad
que ha logrado a
raíz de la controversia de Olivia [...]
sólo sirve para
constatar que su antiguo papel dominante se
ha visto reforzado y
para dividir a las mujeres, como
suelen hacer los hombres
cuando hacen su presencia
necesaria y vital para
la mujer. Una mujer escribió: "Me
siento violada cuando
Olivia hace pasar a Sandy [...] por
una mujer de verdad.
Después de los privilegios que ha
disfrutado como hombre,
¿también se va a beneficiar de la
cultura lésbica
feminista?"
Este ensayo, "El
Imperio contraataca" habla de cuentos
morales y mitos
originales sobre la "verdad" del sexo. Su
principio argumental es
que "las artes técnicas siempre se
han visto como
subordinadas al concepto artístico
imperante, que se
encuentra asimismo anclado de forma
incuestionable en la
vida de la Naturaleza.[x]" Se trata de
la imagen y lo real
definiéndose mutuamente a través de las
inscripciones y las
formas de lectura del capitalismo
tardío. Se trata
de postmodernismo, postfeminismo y (no sé
sí atreverme)
(post)transexualismo. Todo este ensayo le
debe mucho a Donna
Haraway.
"Por su propia
seguridad, toda realidad dentro de la
cultura del capitalismo
tardío ansía convertirse en
imagen"[xi]
Vamos a centrarnos en
las experiencias de los propios
transexuales. Durante
este periodo casi todos los puntos de
vista publicados estaban
escritos por transexuales
transformados de hombre
en mujer. Quiero reflexionar
brevemente sobre las
narraciones autobiográficas de cuatro
transexuales de esta
clase para ver qué podemos aprender de
su opinión sobre
lo que creen que están haciendo. (Me
ocuparé de los
transexuales mujer-hombre en otra ocasión).
El texto más
antiguo parcialmente autobiográfico de una
transexual es el de Lili
Elbe en el libro de Niels Hoyer
Man into Woman
(1933)[xii]. El primer texto plenamente
autobiográfico
fue el libro publicado en edición barata I
Changed my Sex! (un
título no precisamente discreto y
reflexivo) escrito por
la estrella de strip-tease Hedy Jo
Star a mediados de los
cincuenta[xiii]. Christine
Jorgensen, que se
sometió a una operación a principios de
los cincuenta y que es
una de las transexuales más
conocidas, no
publicó su autobiografía hasta 1967, en su
lugar, fue Star
quién aprovechó el tirón de publicidad
generado por el caso de
Jorgensen. En 1974 se publicó
Conundrum, escrito por
la popular periodista inglesa Jan
Morris. En 1977,
apareció Canary escrito por la músico y
artista Canary
Conn[xiv]. Además, casi todos los
transexuales tienen lo
que se denomina con el término
popular
"O.T.F", siglas inglesas de Obligatory Transsexual
File: Expediente
Obligatorio sobre Transexualidad. Este
expediente normalmente
contiene artículos de periódico y
extractos de diarios
secretos sobre conductas sexuales
"censurables".
Los transexuales también suelen coleccionar
autobiografías.
Según el programa de disforia sexual de
Stanford, los centros de
salud no tienen colecciones de
este tipo de literatura
porque consideran que los textos
autobiográficos son
muy poco fiables. Por ello, y porque
muchos sistemas
bibliotecarios hacen caso omiso de la
existencia de este tipo
de material, estas colecciones
privadas constituyen la
única fuente de información de este
tipo. Tengo la suerte de
poder acceder a varias.
¿Qué tipo
de sujeto emerge de estos textos? Hoyer, en su
representación de
Elbe, que representa a Wegener, que
representa a
Sparre)[xv], escribe:
Una sola mirada de aquel
hombre la había privado de toda su
fuerza. Sentía
que su personalidad era completamente
aplastada por él.
Con una sola mirada, la había extinguido.
Algo en su interior se
rebeló. Se sentía como una colegiala
despreciada por el
profesor que idolatraba. Era consciente
de una cierta debilidad
en todos sus miembros... Era la
primera vez que su
corazón de mujer temblaba ante su dueño
y señor, ante el
hombre que se había alzado en su
protector, y
comprendió por qué a continuación se entregó
plenamente a él y
a sus deseos.[xvi]
Se pueden formular las
típicas preguntas sobre este texto:
No por quién sino
¿para quién se creó a Lili Elbe? ¿Para
qué ojos estaba
destinado el texto? Y, como consecuencia,
¿qué
historias aparecen y desaparecen en este tipo de
seducción? Es
posible que no sorprenda a nadie saber que
todas las experiencias
que citaré a continuación tienen
como elemento en
común su descripción de la "mujer" como
fetiche del hombre, como
reproductora de un papel dictado
por la sociedad o
constituido por el sexo performativo.
Lili Elbe se desmaya al
ver sangre[xvii]. Jan Morris, una
periodista de gran
reputación, que ha visto mucho mundo
sigue describiendo su
percepción de sí misma en relación
con el maquillaje y la
ropa, como si estuviera expuesta, y
se siente feliz cuando
los hombres le abren la puerta:
Me siento pequeña
y mona: En realidad no soy nada pequeña
ni muy mona tampoco,
pero la feminidad conspira para
hacerme sentir que
sí lo soy. Mi blusa y mi falda recién
planchadas son ligeras y
brillantes. Mis zapatos hacen que
mis pies parezcan
más delicados de lo que en realidad son,
además de darme
[...] una sensación de vulnerabilidad que
no me desagrada en
absoluto. Mis pulseras roja y blanca me
dan una sensación
excitante, mi bolso va a juego con mis
zapatos y me hacen sentir
bien coordinada [...] Cuando
salgo a la calle me
siento conscientemente preparada para
los elogios del mundo,
de una forma en que nunca he sentido
como hombre.[xviii]
Heddy Jo Star,
profesional del desnudo, declara en I
Changed My Sex!:
“Quería sentir el tacto sensual de la ropa
interior contra mi piel,
quería iluminar mi cara con
maquillaje.
Quería un hombre fuerte que me protegiese".
Hoy, en 1991,
también he dado con algunos hombres lo
suficientemente valientes para
expresar este deseo, pero en
1955 era una postura
exclusivamente femenina.
Además de la
complicidad de estos testimonios con la idea
del sexo performativo
entendido según la definición del
hombre blanco
occidental, sus autores también apoyan el
modelo de identidad
sexual binario y de oposición. Pasan de
ser hombres sin
ambigüedades (aunque hombres infelices) a
ser mujeres
también carentes de ambigüedades. No hay un
terreno intermedio[xix].
Además, cada una construye un
momento narrativo
específico para el momento en que su
identidad sexual pasa de
masculina a femenina. Este momento
es de
neocorporafía, es decir, de reasignación sexual u
"operación
de cambio de sexo"[xx]. En la noche anterior a
la operación, Jan
Morris escribió: "Fui a despedirme de mí
mismo frente al espejo.
No nos veríamos más y quería mirar
por última vez a
ese otro yo a los ojos y hacerle un guiño,
desearle buena
suerte"[xxi].
Canary Conn
escribió: "No soy un muchacho [en español en el
original...] ya soy una
muchacha [...] una niña
[sic]."[xxii]
Hedy Jo Star escribe:
"En el instante en que me desperté de
la anestesia me di
cuenta de que por fin me había
convertido en
mujer."[xxiii]
Incluso Lili Elbe, cuyo
testimonio es de segunda mano,
emplea los mismos
términos: "De repente se dio cuenta de
que él, Andreas
Sparre, probablemente se estaba
desvistiendo por
última vez en la vida". Inmediatamente
después de
despertarse de la anestesia de la primera fase
de la
intervención (que Hoyer denomina castración), Sparre
escribió una
nota: “"Miró la tarjeta y no pudo reconocer la
letra . Era letra de
mujer". Inger llevó la nota al doctor:
"¿Qué
opina, doctor? ¿Lo podría haber escrito un hombre?"
"No" dijo el
médico sorprendido "tienes razón"”: un
diálogo
en el que no se tiene en
cuenta que la ortografía es una
habilidad aprendida. Lo
mismo ocurre con la voz de Elbe:
"Lo extraño
era que tu voz había cambiado por completo...
¡Tienes una voz
maravillosa de soprano! Es sencillamente
increíble."[xxiv]. Hoy en día resulta tan, si no
más,
increíble pero
por diferentes razones ya que ahora
conocemos los efectos
(o, más concretamente los no-efectos)
de la castración
y las hormonas según lo cual, nada de esto
es posible. Ninguno de estos dos
tratamientos tiene ningún
efecto en el timbre de
voz. Es por esto por lo que los
centros de salud no
tienen en cuenta los testimonios
históricos.
Si Hoyer mezcla realidad
y fantasía y además caricaturiza a
sus sujetos
(“¡Sencillamente increíble!”) ¿qué
lecciones se
pueden aprender de Man
Into Woman? Lo que surge
parcialmente del libro
es la estrategia utilizada por Hoyer
de construir barreras
dentro de un mismo sujeto,
estrategias que
aún se utilizan provechosamente hasta
nuestros días.
Lili proyecta el yo masculino que lucha por
surgir, aún
peligrosamente presente dentro de ella, en la
figura cuasi divina del
cirujano / terapeuta Werner Kreutz,
a quien se refiere como
El Profesor o el El Hombre Milagro.
El Profesor es el
encargado de esculpir, y Lili es la
materia prima:
Lo que el profesor hace
con Lili no es otra cosa que
modelarle el
espíritu antes de pasar al modelado de su
físico que la
transformará en mujer. Hasta ahora Lili había
sido como arcilla que
los otros preparaban y a la que el
Profesor ha dotado de
forma y vida [...] con una sola
mirada el médico
despertó su corazón a la vida, una vida
llena de los instintos
de una mujer. [xxv]
Lo femenino es
inmanente, lo femenino yace en lo más
profundo, lo femenino es
instinto. El profesor, contando
con la voluntariosa complicidad
de Lili, crea una enorme
escisión entre
los masculino y lo femenino en su interior.
En este extracto, que
nos recuerda al aire "oriental" de la
narración de
Morris, el masculino debe ser aniquilado o, al
menos, negado, pero el
femenino es algo que existe para ser
continuamente
aniquilado:
Le parecía que ya
no tenía que responsabilizarse de sí
misma, de su destino.
Werner Kreutz la había liberado de
todo. Tampoco
tenía ya una voluntad propia [...] el pasado
no podía existir
para ella. Todo el pasado pertenecía a una
persona que [...] estaba
muerta. Ahora sólo existía una
mujer completamente
modesta, lista para obedecer, feliz de
someterse a la voluntad
de otro [...] su señor, su creador,
su profesor. Entre
[Andreas] y ella se interponía Werner
Kreutz. Se sentía
segura y a salvo.[xxvi]
En Hoyer se aprecian los
mismos conflictos con conceptos
como pureza y
negación de toda mezcla que la que se aprecia
en las narraciones
autobiográficas de muchos transexuales.
Los personajes de esta
narrativa viven en un periodo
histórico
caracterizada por una tremenda represión sexual.
¿Cómo se
puede mantener la división entre el yo
"masculino",
cuyo objeto establecido de deseo es la Mujer,
con el yo
"femenino", cuyo objeto asignado de deseo es el
Hombre?
"Como hombre
siempre me has parecido incuestionablemente
saludable. Sin duda, he
visto con mis propios ojos cómo las
mujeres se
sentían atraídas hacia ti, eso es la prueba más
irrefutable de que eres
un tío de verdad." Hizo una pausa y
puso sus manos sobre los
hombros de Andreas. "¿No te
ofendes si te hago una
pregunta con sinceridad?[...] ¿En
algún momento te
has interesado por personas de tu mismo
tipo? Ya me
entiendes."
Andreas agitó la
cabeza con calma. "Te doy mi palabra,
Niels: nunca en la vida.
Es más, puedo decir que ese tipo
de criaturas nunca se
han mostrado interesadas en mí."
"Bien, Andreas. Eso
es justo lo que yo pensaba".[xxvii]
Hoyer debe separar la
subjetividad de "Andreas", que nunca
ha sentido nada por
ningún hombre, y la de "Lili", que, a
lo largo de la
narración se quiere casar con uno. Este
proceso de
diferenciación hace que el mundo sea más seguro
para "Lili" ya
que alza y mantiene una barrera
infranqueable entre ella
y "Andreas", barrera en la que se
insiste una y otra vez,
con recursos tales como la
comparación de
dos caligrafías y dos voces diferentes. La
fuerza del imperativo-
un estado natural hacia el que
tienden todas las cosas-
para negar las posibilidades de
una mezcla, los
esfuerzos por preservar una identidad
sexual "pura":
en el amanecer del romance con la pureza,
inspirado por la
filosofía Nazi, ninguna "criatura" tentaba
a Andreas a violar las
fronteras de "su tipo"
"Con toda
sinceridad, te confieso Niels, que siempre me he
sentido atraído
por mujeres. Y hoy más que nunca. Una
confesión de lo
más banal."[xxviii]
Banal sólo
siempre y cuando la persona dentro del cuerpo de
Andreas que lo expresa
sea Andreas, en vez de Lili. Se está
haciendo mucho esfuerzo
dentro de este párrafo, un reflejo
microcósmico de
la cantidad de esfuerzo que conlleva
mantener el mismo polo
de personalidad en la sociedad. Es
más, cada uno de
estos escritores construye su historia
como una especie de
narrativa de redención. Hay un fuerte
contenido
dramático, de sentido de lucha contra la
probabilidad que
está en contra, de superación de
obstáculos
peligrosos y de enfrentamiento con el terror y
el misterio según
se acerca el terrorífico momento de la
apoteosis final de la
Transformación Prohibida.
El éxito de la
primera operación ha superado todas las
previsiones. Andreas ha
dejado de existir, dicen. Las
glándulas
germinales -¡OH, místicas palabras! le han sido
extraídas.[xxix]
Oh, místicas
palabras. El mysterium tremendum de la
identidad profunda
planea sobre un lugar físico; el
conjunto entero de la
reproducción masculina, el poder
misterioso del
Hombre-Dios, está contenido en las
"glándulas
germinales" del mismo modo que se creía que el
alma habitaba la
glándula pineal. La masculinidad está
contenida en las
cómosellaman. Según esa regla de tres,
también lo
podría estar la ontología del sujeto. Así Hoyer
puede presentar el
argumento más rudimentario de que la
feminidad indica la
falta de algo:
La operación que
se ha llevado a cabo [es decir, la
castración] me
permite entrar en un centro de salud para
mujeres [sólo
para mujeres].[xxx]
Por otra parte, tanto
Niels como Lili se pueden constituir
por un acto de
insinuación, lo que en el Nuevo Testamento
denominan endeuin, o
ponerse el dios como una prenda,
insertar el cuerpo
físico en una concha de significados
culturales:
Andreas Sparre [...] se
estaba probablemente desvistiendo
por última vez.
[...] Durante toda una vida, había estado
oculto tras estas
prendas: abrigo, chaleco y
pantalones.[xxxi]
Ahora os escribe Lili.
Estoy sentada en mi cama con un
camisón de seda
con encajes, el pelo rizado, polvos en la
cara, pulseras, un
collar y anillos.[xxxii]
Todos estos autores
hacen una réplica de la versión
estereotípicamente masculina de la constitución de una
mujer: vestidos,
maquillaje, delicados desmayos ante la
sangre. Cada uno de
estos aventureros pasan directamente de
un polo de la
experiencia sexual al siguiente. Si hay algún
espacio intermedio en el
continuo de la sexualidad, es
invisible. Nadie
menciona jamás el rito de retorcerle el
cuello al pavo.
No me extraña que
las pensadoras feministas tuvieran sus
sospechas. Cómo
no, yo también.
¿Qué
relación guardan estos testimonios con los textos
médicos /
psicológicos? En una época en la que hay más
interacciones a
través de textos, conferencias por
ordenador y medios
electrónicos que a través de contacto
entre personas y, como
consecuencia, en la que la
subjetividad individual
se puede constituir más a través de
inscripciones que a
través de la relación entre personas,
aún hay momentos
de "verdades naturales" corpóreas que no
se pueden eludir. En el
periodo en que se escribieron casi
todos estos libros, el
momento más crítico era el de la
entrevista de ingreso al
centro de disforia sexual en la
que los médicos,
todos hombres, decidían si una persona
podía someterse a
la operación de cambio de sexo. El origen
de los centros dedicados
a la disforia sexual es como una
visión en
miniatura de los criterios establecidos en la
definición de los
sexos. La idea básica de la que se partía
en los centros dedicados
a la disforia era, en primer
lugar, estudiar una
aberración humana interesante y a la
que se podría
dedicar dinero del estado, después ayudar a
resolver lo que se
consideraba un "problema corregible".
Algunos de los primeros
centros no universitarios dedicados
a la disforia realizaban
la operación a petición del
paciente, es decir, sin
atender a las conclusiones a las
que había llegado
el personal de la clínica sobre lo
denominado
"apropiado del sexo elegido". Cuando los
primeros centros de
salud universitarios se abrieron como
experimento en los
años 60, los médicos ya no realizaban la
operación a quien
lo quisiera debido a los riesgos
profesionales que
comportaba el realizar la operación a
"sociopatas".
En aquella época no existían criterios
diagnósticos
establecidos; cualquiera que pidiera consejo
era,
automáticamente, un transexual. Profesionalmente esta
era una situación
arriesgada. Era necesario construir la
categoría de
"transexual" según los dictados de la
tradición y la
costumbre, creando criterios plausibles para
determinar si se
aprobaba el ingreso del paciente. Desde el
punto de vista
profesional se necesitaba un test o un
diagnóstico diferencial
para determinar quién era
transexual, un
diagnóstico que no dependiera de algo tan
sencillo y subjetivo
como el que alguien declarase sentirse
como si estuviera en el
cuerpo equivocado. El test debía
ser objetivo,
clínicamente aceptable y repetible. Pero
incluso después
de extensas investigaciones no se consiguió
diseñar un test
sencillo y sin ambigüedades para la
disforia sexual.[xxxiii]
La clínica
Stanford se dedicaba, entre otras cosas a ayudar
a la gente, según
entendían esto sus miembros. Así las
decisiones definitivas
acerca de si una persona era
candidata a someterse a
cirugía de cambio de sexo las
tomaba el personal
basándose en la impresión que cada
individuo daba en cuanto
a lo "apropiado del sexo elegido
por el individuo".
La clínica desempeñaba además el papel
de "consultorio
estético" o "escuela de estilo" ya que,
según el personal
de la clínica, los hombres que se
presentaban solicitando
convertirse en mujeres no siempre
se "comportaban
como" mujeres. Stanford reconocía que el
papel de cada sexo era
algo que se podía aprender (hasta
cierto punto). Su
colaboración con centros de estética era
una manera de intentar
hacer de los pacientes no sólo
personas de sexo
femenino, sino mujeres... es decir,
personas que se
comportasen como mujeres. Como declaró
Norman Fisk, "Ahora
puedo admitir con sinceridad [...] que
en un comienzo
estábamos conscientemente buscando
candidatos que tuvieran
las mayores posibilidades de
éxito."[xxxiv] En la práctica esto significaba que a
los
candidatos se los
evaluaba según su actuación como miembros
del sexo escogido. Los
criterios seguidos conformaban una
definición
consensuada de sexo sin observar relativismos
culturales y al actuar
de acuerdo con esa definición se
estaba viendo el proceso
de producción de identidad sexual
en funcionamiento.
Esto provoca diversas
preguntas embarazosas, de las cuales
dos de las principales
son: ¿quién está narrando la
historia de quién
y cómo pueden los narradores diferenciar
entre la historia que
narran y la historia de la que son
testigos?
Una respuesta es que les
resulta muy difícil diferenciar.
Los criterios
desarrollados por investigadores y que éstos
luego aplicaron se
fueron definiendo a través de diversas
interacciones con los
candidatos. Este era el panorama: En
un principio, el
único libro disponible sobre
transexualismo era la
obra definitiva de Harry Benjamin The
Transsexual Phenomenon
(1966)[xxxv]. (Obsérvese que el
libro de Benjamin
apareció 10 años más tarde que I Changed
My Sex!) Cuando se
abrieron las primeras clínicas, el libro
de Benjamin se
convirtió en el libro de referencia de los
investigadores. Y cuando
se evaluó a los primeros
transexuales para
decidir sobre lo apropiado de llevar a
cabo la
operación, su comportamiento se ajustó muy
gratamente a los
criterios descritos en el libro de
Benjamin. Los
investigadores escribieron informes en los
que recogían este
hecho y que se emplearon para la
obtención de
financiación. Los expertos tardaron una
cantidad inusitada de
tiempo (varios años) en descubrir que
la razón por la
que el comportamiento de los transexuales
se ajustaba a los criterios de Benjamin era que ellos
también
habían leído el libro, que pasaba de mano en mano
entre la comunidad
transexual. Así, a los transexuales no
les costaba imitar el
comportamiento que les iba a llevar a
conseguir la
operación[xxxvi]. Este tipo de
reposicionamiento creaba
problemas interesantes. Entre
otros, la
determinación de la variedad de expresiones de la
sexualidad permisibles.
En este sentido, los candidatos se
encontraban con una gran incertidumbre sobre
cómo
presentarse ya que los
sujetos de Benjamin no hablaban de
sus cuerpos con
referencia al eroticismo. Así, ninguno de
los que acudían a
la clínica hacían referencia tampoco a
ello. Según
autoridades textuales, las personas que eran
físicamente
hombres pero vivían como mujeres y que se
definían como
transexuales (al contrario que los travestís
a los que sí se
les permitía sentir placer relacionado con
el pene) no podían gozar
con el pene. Hasta entrados los 80
no existía
evidencia de ningún transexual (hombre a mujer)
antes de la
operación que sintiera placer genital mientras
vivía ya como
persona del "sexo elegido"[xxxvii] La
prohibición
continuó en la fase postoperatorio en una forma
interesantemente
transmutada y era tan absoluta que ningún
transexual operado
admitiría haber experimentado placer
alguno a través
siquiera de la masturbación. Una auténtica
integración en el
nuevo sexo venía unida al orgasmo real o
fingido a través
de la penetración heterosexual[xxxviii]
"Retorcer el
pescuezo al pavo" es el ritual de masturbación
fálica que se
lleva a cabo justo antes de la operación, y
era la más
secreta de las tradiciones secretas. Reconocer
un deseo tan natural
sería arriesgarse a sufrir una
catástrofe, es
decir a ser acusado de falta de adecuación
al nuevo papel y
descalificación.[xxxix]
Era preciso reprimirse.
Los dos grupos, por una parte
investigadores y por
otra transexuales, tenían fines
diferentes. Los
investigadores querían averiguar en qué
consistía el
síndrome que denominaban disforia sexual.
Querían compilar
una taxonomía de síntomas, criterios de
diagnóstico
diferencial, procedimientos de evaluación,
tratamientos eficaces y
seguimiento. Los transexuales
querían la
operación. Tenían muy clara su postura en
relación con los
investigadores, y consideraban los
criterios de los
médicos para dar el visto bueno a la
operación como un
obstáculo más, algo que debían superar.
Así, expresaron
sin ambigüedades el criterio de Benjamin de
la manera más
clara posible: la sensación de estar en el
"cuerpo
equivocado"[xl]. Esto tenía todo los ingredientes
para convertirse en una
relación de animadversión, y así
era. Aún sigue
siéndolo, aunque con el paso del tiempo se
ha aumentado
considerablemente el dialogo entre las dos
facciones. Esto lo ha
hecho posible, parcialmente, el que
la comunidad de
médicos y psicólogos se haya dado cuenta de
que los criterios que
esperaban que aparecieran para los
diagnósticos
diferenciales no lo han hecho. Meditemos sobre
este extracto de un
documento escrito por Marie Mehl en
1986:
No existe ningún
test mental o psicológico mediante el que
se pueda distinguir con
seguridad a un transexual del resto
de la, llamada,
población normal. La población transexual
no sufre más
psicopatías que la población en general aunque
la reacción de la
sociedad ante el transexual sí que
plantea problemas
insuperables. Los historiales
psicodinámicos de
transexuales no revelan características
recurrentes que los
diferencien del resto de la
población[xli].
Estos dos testimonios,
el de Mehl y aquel de Lothestein en
que definía a los transexuales como seres
deprimidos,
esquizoides,
manipuladores y paranoides, coexisten con
apenas diez años
de diferencia entre sí. Con la aparición
de una categoría
de diagnóstico en 1980 (diagnóstico que,
después de
años de investigación, no iba mucho más allá del
criterio original de la
"sensación de estar en el cuerpo
equivocado") y como
consecuencia su integración en la
política con
respecto al cuerpo, es decir, la aceptación
por parte del establishment
médico, empezaron a surgir
historiales
clínicamente "aceptables" de transexuales en
lugares tan distantes
como Australia, Suecia,
Checoslovaquia, Vietnam,
Singapur, China, Malasia, India,
Uganda, Sudán,
Tahití, Chile, Borneo, Madagascar y las
Aleutianas[xlii]. (La
lista no está completa.) Constituye
un esfuerzo considerable
intentar englobarlos a todos en
una única
teoría que resulte convincente. ¿Había técnicas
de diagnóstico ocultas o no comprobadas
que hubieran
servido para diferenciar
a los transexuales de la población
"normal"?
¿Estaban los criterios equivocados, eran
limitados o
sencillamente su alcance era demasiado corto?
¿Nació la
conciencia de que los criterios de diferenciación
no estaban surgiendo
simplemente del "progreso científico"
o había otras
variables en juego?
Este festín de
información genera nuevos problemas. Junto
con el cuestionable
éxito de haber hallado una categoría de
diagnóstico
aparece la difuminación inevitable de todas las
barreras en un enorme
mosaico irregular que representa la
palabra
"diferencia", que antes era invisible para las
profesiones
"legitimas", y que ahora se canoniza de repente
y simultáneamente
se homogeniza para satisfacer las
estrecheces de la
categoría diagnóstica. De repente la
antigua fábula
moral de la verdad sobre el sexo, que un
venerable patriarca
blanco nos contaba en Nueva York allá
por 1966 se convierte en
algo pancultural en los años 80.
La polifonía de
las diferentes experiencias vitales, que
nunca fue tenida en
cuenta en el debate, pero al menos
estaba potencialmente
presente, desaparece. Después de
todo, echándole
suficiente imaginación, la berdache y la
estrella del desnudo, el
ama de casa con sus rulos y la
amujerado, la
mah´u y la estrella del rock no dejan de ser
la misma.
¿De
quién es esta historia?
Quisiera llamar la
atención sobre ciertas similitudes que
presenta esta
yuxtaposición en relación con algunos
aspectos del discurso
colonial, con los que seguramente
estaremos
familiarizados: la fascinación inicial con lo
exótico, de la
que se contagiaron investigadores
profesionales, la
negación de la subjetividad y la falta de
acceso al discurso
dominante, seguido de una especie de
rehabilitación.
Estas cuestiones, cuando se han planteado,
le han hecho la vida
más difícil a las clínicas.
"Hacer"
historia, ya sea autobiográfica, académica o
clínica es, en
parte una lucha por fundamentar un
testimonio en un
determinismo natural. Los cuerpos son
pantallas en las que
vemos proyecciones de acuerdos
temporales que surgen
tras luchas incesantes por creencias
y prácticas
dentro de las comunidades académicas y médicas.
Estas luchas se desarrollan
en campos de batalla muy
alejados del cuerpo.
Cada lucha es un esfuerzo por lograr
una posición
hegemónica fundamentada en una profunda
moralidad, llegar a una
explicación de peso, incuestionable
para entender por
qué las cosas son como son y, en
consecuencia,
cómo deben seguir siendo. Es decir, con cada
teoría habla la
cultura a través de la voz de un individuo.
Los que no tienen voz
dentro de esta teorización son los
transexuales. Como
ocurría desde el principio de los
tiempos con las mujeres,
sobre las que teorizaban los
hombres, los
teóricos de la identidad sexual han percibido
a los transexuales como
personas que no constituían sujetos
agentes. Como
ocurría con las personas "genéticamente"
"mujeres", a
los transexuales se los infantilizaba, se los
consideraba demasiado
irracionales o irresponsables para
lograr la
categoría de auténtico sujeto, o eliminados
clínicamente por
medio de los criterios diagnósticos o,
como algunas pensadoras
del feminismo radical los han
retratado, como robots
esbirros de una patriarquía
insidiosa y amenazadora,
un ejército alienígena diseñado y
construido para
infiltrarse en el mundo de la "verdadera"
mujer, pervertirlo y
destruirlo. Según esta concepción los
transexuales han sido
cómplices al no haber desarrollado un
discurso contrario que
resultase eficaz.
En las fronteras entre
los sexos en las que nos encontramos
a finales del siglo XX,
con los tropiezos de la hegemonía
falocratica y la
arrogante aparición de teorías mosaico del
origen, encontramos que
la epistemología del mundo médico
regido por hombres
blancos, la ira de las teorías de las
feministas radicales, y
el caos de las experiencias vitales
dentro de un sexo salen
al cuadrilátero del cuerpo
transexual: un objetivo
muy reñido para la inscripción
cultural, una
máquina semántica para la producción de
categorías
ideales. La representación en su manifestación
más
mágica, el cuerpo transexual es memoria perfeccionada,
inscrita dentro de la
historia "verdadera" de Adán y Eva
como teoría
ontológica de la diferencia, una biografía
esencial que es parte de
la naturaleza. Una historia que la
cultura se narra a
sí misma, el cuerpo transexual es
política
táctil de reproducción constituida a través de
violencia textual. La
clínica es tecnología de inscripción.
Dadas las
circunstancias, es decir, que estamos ante un
discurso minoritario se
basa en lo físico, su contra
discurso ha de ser
crítico. Pero es difícil generar uno si
estamos programados para
desaparecer. El propósito más
elevado de los
transexuales es borrarse, confundirse con la
población
"normal" lo antes posible. Parte de este proceso
se conoce como crear una
historia creíble, aprender a
mentir con convicción sobre nuestro propio
pasado. Lo que
está en juego es
la aceptación de la sociedad. Lo que está
en juego es la habilidad
de representar con autenticidad
las complejidades y
ambigüedades de la experiencia vivida.
Así se pierde ese
aspecto de la "naturaleza" sobre el que
Donna Haraway teoriza
como Coyote- el animal del espíritu
dentro de la cultura
nativa americana, que representa el
poder de la
transformación continua y que constituye el
corazón de una
vida comprometida. En su lugar la
experiencia
auténtica se sustituye por un tipo particular
de historia, una que
sirve de apoyo a las antiguas
posturas. Esto resulta
muy costoso y representa una
renuncia considerable al
poder. Les guste o no, los
transexuales no crecen
de la misma manera que las
genetically genuine, GG
(genéticamente "naturales")[xliii].
Las transexuales no
tienen la misma historias que las
genéticamente
"naturales" y no han sufrido la misma
opresión antes
del cambio de sexo. No sugiero que compartan
el mismo discurso.
Sugiero que en la historia borrada del
transexual podemos
encontrar una historia que trastoque los
discursos aceptados
sobre sexo, que se origine desde la
minoría sexual
misma y que haga frente común con los otros
discursos de
oposición. Pero el transexual está actualmente
en tierra de nadie,
fuera de las oposiciones binarias entre
los sexos, más
allá de los nodos de oposición creados que
se han predefinido como
las únicas posiciones desde las que
resulta posible
desarrollar un discurso. ¿Cómo puede
entonces hablar el
transexual? ¿Si el transexual habla qué
dirá?
Manifiesto Postransexual
Intentar ocupar un
espacio como sujeto hablante dentro del
marco tradicional de los
sexos es aceptar el discurso que
uno desea deconstruir.
En su lugar, podemos hacernos con la
violencia textual
inscrita en el cuerpo transexual y
convertirla en fuerza
reconstructiva. Voy a proponer un
ejemplo más
conocido. Judith Butler señala que las
categorías
lésbicas de "butch" (marimacho) y "femme"
(femenina) no son
solamente una manera de integrar el
lesbianismo en los
términos de la heterosexualidad. Butler
introduce a cambio el
concepto de la inteligibilidad
cultural y sugiere que
la "masculinidad" contextualizada y
reinterpretada del "butch" vista en contraste
con el cuerpo
femenino culturalmente
inteligible crea una disonancia que
da pie a una
tensión sexual y asimismo constituye el objeto
del deseo. Señala
que esta manera de pensar sobre los
objetos sexuados del
deseo admite mucha más complejidad de
la que el ejemplo hace
pensar. La lesbiana butch o femme a
un tiempo recrean la
escena heterosexual y la descentran.
La idea de que la butch
y la femme son "réplicas" o
"copias" de la
relación heterosexual subestima el poder
erótico de su
disonancia interna.[xliv] En el caso del
transexual, las
variedades de sexo performativo en
contraste con el cuerpo
sexuado según lo entiende la
cultura, que es, en
sí mismo, violencia textual perpetrada
clínicamente,
genera nuevas e impredecibles disonancias en
las que entran en juego
espectros completos de deseo. El
transexual como texto
esconde el potencial para mapear el
cuerpo refigurado
según el discurso convencional sobre los
sexos y así
alterarlo, aprovecharse de las disonancias
producidas por esta
yuxtaposición para fragmentar y
reconstituir los
elementos sexuales en geometrías nuevas y
sorprendentes. Sugiero
que empecemos con la declaración de
Raymond de que los
"transexuales dividen a las mujeres" y
la llevemos más
allá de su contexto, convirtiéndola en una
fuerza productiva para
dividir múltiples veces los viejos
discursos binarios del
género, así como el discurso monista
de la propia Raymond.
Para dar más importancia a las
prácticas de
inscribir y leer que forman parte de esta
deliberada llamada a la
disonancia, sugiero que percibamos
a los transexuales no
como a una clase ni un problemático
"tercer
género", sino como un género literario, un conjunto
de textos
corpóreos cuyo potencial para lograr una ruptura
productiva de las
sexualidades estructuradas y espectros
del deseo está
pendiente de análisis.
Con el fin de lograrlo,
el género artístico de los
transexuales visibles
debe crecer reclutando a transexuales
de la clase invisible,
entre los que se han difuminado con
sus "historias
creíbles". Lo más crítico que puede hacer un
transexual, lo que
constituye un éxito es "pasar por"[xlv].
“Pasar por”
significa vivir con éxito dentro del género
escogido, ser aceptado
como miembro "natural" de este sexo.
“Pasar por”
significa una negación de la mezcla. Borrar el
antiguo papel sexual es
lo mismo que “pasar por”, así como
la construcción
de una historia creíble. Teniendo en cuenta
que muchos transexuales
escogen someterse a la operación
pasados los 30 significa
borrar una cantidad considerable
de experiencias
personales. Mi argumento es que este
proceso, en el que tanto
los transexuales como el
establishment
médico / psicológico están de acuerdo, impide
la posibilidad de una
vida basada en las posibilidades
intertextuales que
ofrece el cuerpo transexual.
Para negociar las
múltiples zonas permeables de la frontera
y la posición del
sujeto dentro de la intertextualidad,
zonas que tan
problemáticas y productivas resultan, debemos
comenzar por rearticular
el lenguaje básico con el que
tanto la sexualidad como
la transexualidad se describen.
Por ejemplo, ni los investigadores
ni los transexuales han
comenzado a poner en
tela de juicio el término "cuerpo
equivocado" como
categoría descriptiva. De hecho "cuerpo
equivocado" se ha
convertido casi automáticamente en la
definición del
síndrome[xlvi]. Es bastante comprensible que
una frase que
léxicamente nos recuerda el carácter
falocéntrico y
binario de la diferenciación entre los sexos
deba ser analizada con
gran suspicacia. Mientras que
nosotros, ya sea como
académicos, médicos o transexuales
hagamos una
ontología tanto de la sexualidad como de la
transexualidad que vaya
por este camino, estamos excluyendo
la posibilidad de
analizar el deseo y la complejidad de
nuestros motivos de una
manera que describa de
adecuadamente las
diversas contradicciones de la
experiencia individual.
Necesitamos un lenguaje analítico
más profundo para
la teoría de la transexualidad, un
lenguaje en el que haya
sitio para las ambigüedades y
polifonías que
han documentado y enriquecido la teoría
feminista.
Judith Shapiro
señala que "Para aquellos que se sientan
inclinados a
diagnosticar la fijación del transexual por
los genitales como algo
obsesivo o fetichista, la respuesta
es que sencillamente
están actuando de acuerdo con los
criterios de su cultura
ante el cambio de sexo" (la cursiva
es mía).[xlvii]
Esta declaración hace referencia a
mecanismos más
profundos, a discursos ocultos y
experiencias plurales
dentro de la estructura monolítica
transexual. No son
visibles aún desde el punto de vista
académico o
clínico, y no sin razón. Por ejemplo en busca
del diagnóstico
diferencial a veces se le planteaba la
siguiente pregunta al
candidato: "Supongamos tuviera la
oportunidad de
convertirse en hombre [o mujer] en todos los
sentidos, salvo los
genitales, ¿estaría satisfecho?" Hay
varias respuestas
posibles, pero desde el punto de vista
clínico
sólo hay una correcta[xlviii]. No es extraño, por
tanto, que gran parte de
estos discursos giren en torno a
la frase "cuerpo
equivocado". De acuerdo con el mito
fundacional de la
falocracia que autoriza los cuerpo y
sujetos occidentales,
sólo es "correcto" un cuerpo para
cada sujeto sexuado.
Todos los demás cuerpos son errores.
Mientras los
médicos y transexuales continúan enfrentándose
en el campo de batalla
del diagnóstico que la situación
describe, los
transexuales para los que la identidad sexual
es algo diferente y
quizás completamente independiente de
lo genital permanecen a
la sombra de aquellos que creen en
el poder del
establishment médico/psicológico en su papel
de guardián y
autoridad máxima. Autoridad que ha de decidir
qué constituye un
cuerpo culturalmente descifrable. Este es
un área peligrosa
y si los colectivos condenados al
silencio consiguieran
una voz sería muy posible, según
pensadoras feministas,
que las identidades de los sujetos
individuales
corpóreos están mucho menos condicionadas por
normas físicas y
mucho más dispersas a lo ancho de un
espectro rico y complejo
de estructuración de identidad y
deseo de lo que nos es
posible expresar en la actualidad.
Incluso en los debates
más en profundidad, la tendencia
general es la de la
totalización sin excepciones. El más
prestigioso ejemplo
citado en este ensayo, la sorprendente
frase de Raymond:
“Todo transexual viola el cuerpo de las
mujeres”
(¿qué hubiera pasado sí hubiera dicho, por
ejemplo: “todos
los negros violan el cuerpo de las
mujeres?”) no es
menos totalizador que la frase de Kate
“los transexuales
(…) asumen un papel femenino exagerado y
estereotipado”, o
la de Bolin: “los transexuales intentan
olvidar su historia como
hombres”. No hay sujetos dentro de
estos discursos,
sólo objetos totalizados y homogeneizados
que reproducen de manera
fragmentada la pauta general de
los discursos de
minorías del pasado. Así que cuando
pronuncie la palabra
olvidada, puede que despierte algunos
recuerdos de otros
debates. La palabra es algunos.
Los transexuales que
“pasan por” parecen ignorar el hecho
de que al crearse una
identidad totalizada y monística, al
margen de toda
intertextualidad física o subjetiva, han
cerrado las puertas a la
posibilidad de relaciones
genuinas. Según
el principio de “pasar por”, al negar el
poder desestabilizador
de ser “leídas”, las relaciones
comienzan como mentiras,
y la integración, por supuesto, no
es algo limitada al
mundo de los transexuales. Es algo con
lo que está
familiarizada una persona de raza negra cuya
piel es lo
suficientemente blanca como para pasar por
blanco, o a los gays y
lesbianas que permanecen en el
armario… o a todo
aquel que haya escogido la invisibilidad
como la mejor
opción posible frente a la disonancia
personal. En resumen
estoy rearticulando uno de los
argumentos a favor de la
solidaridad que han desarrollado
gays, lesbianas y
negros. La comparación llega más allá.
Con el fin de
deconstruir la necesidad de “pasar por” los
transexuales deben
cargar con el peso de toda su historia,
empezar a rearticular
sus vidas no como una serie de
tachaduras a favor de
una especie de feminismo ideado desde
un marco tradicional,
sino como una acción política que
comenzó con la
reapropriación de la diferencia y la
reclamación del
cuerpo refigurado y reinscrito. El
surgimiento de los
viejos patrones de deseo que las
múltiples
disonancias del cuerpo transexual implican no
produce una diversidad
irreductible, sino una mirada de
diversidad, cuya
inesperado yuxtaposición conllevan lo que
Donna Haraway ha dado en
llamar promesas de monstruos:
entes físicos en
continuo cambio de figura y terreno que
van más
allá de los confines de cualquier representación
posible.[xlix]
La esencia de la
transexualidad es el pasar por otra cosa.
Un transexual que lo
logra está obedeciendo el mandamiento
Derridiano de:
“Los géneros no se han de mezclar. No
mezclaré los
géneros.”[l] No podría pedirle a un transexual
algo más
inconcebible que el no pasar por otra cosa, ser
conscientemente
“legible”, leerse a sí mismo en alta voz y
a través de esta
lectura tortuosa y productiva comenzar a
rescribirse en los
discursos que lo han escrito y así
convertirse en
(¿me atreveré a decirlo de nuevo?) Un
posttransexual.[li]
Aún así,
los transexuales saben que el silencio puede ser
un alto precio por
lograr la aceptación. Quiero dirigirme
directamente a los
hermanos, hermanas y a todas las
personas que puedan
leer/”lean” esto y decirles: Pido a
todos que utilicemos la
fuerza que nos llevó a
reestructurar la
identidad y que nos ha ayudado a vivir en
silencio y negando la
realidad, para revisualizar nuestras
vidas. Ya sé que
sentís que el camino que habéis recorrido
ya es muy largo y que el
precio por la invisibilidad no es
tan alto. Sin embargo,
aunque el cambio individual es el
fundamento de todas las
cosas, no es el final de las cosas.
Quizás haya
llegado el momento de sentar las bases para la
nueva
transformación.
--------------------
------------------------------------------------------------
Notas
[1] Sandy Stone,
"The Empire Styrikes Back: A
Posttransexual
Manifesto" apareció originalmente en Body
Guards (1991).
Notas
[i] Jan Morris,
Conundrum (Nueva York: Harcourt Brace
Jovanovich, 1974),
pág. 155.
[ii] William A. W.
Walters y Michael W. Ross,
Transsexualism and Sex
Reassignment (Oxford: Oxford
University Press, 1986).
[iii] Este resumen
histórico está tomado de la introducción
al libro de Richard
Docter Transvestites and Transsexuals:
Towards a Theory of
Cross-Gender Behavior (Nueva York:
Plenum Press, 1988).
También Judith Shapiro se interesa por
este tema en su obra
"Transsexualism: Reflections on the
Persistence of Gender
and Mutability of Sex", en Julia
Epstein y Kristina
Straub, eds., Body Guards: The Cultural
Politics of Gender
Ambiguity (Nueva York: Routledge, 1991)
y por Janice Irvine en
Disorders of Desire: Sex and Gender
in Modern American
Sexology (Filadelfia: Temple University
Press, 1990).
[iv] En la
introducción de Mehl para la obra editada por
Betty Steiner: Gender
Dysphoria Syndrome: Development,
Research, Management
(Nueva York: Routledge).
[v] Walters y Ross,
Transsexualism.
[vi] Extraido de Don
Burnard y Michael W. Ross,
“Psychological
Aspects and Psychological Theory: What Can
Psychological Testing
Reveal? en Walters and Ross,
Transsexualism,
pág. 58.
[vii] Ibid., pág.
58.
[viii] Ibid.,
pág. 58.
[ix] Janice Raymond, The
Transsexual Empire: The Making of
the She-Male (Boston:
Beacon, 1979). Existe la esperanza de
que la obra de Judith
Shapiro ocupe el lugar que ahora
ocupa la de Raymond como
declaración definitiva desde el
punto de vista femenino.
La tesis de Shapiro parece muy
equilibrada y consciente
de la existencia de otros puntos
de vista de
académicos transexuales que aún no han
participado en el
debate.
[x] Esta frase
maravillosa proviene del ensayo de Donna
Haraway "Teddy Bear
Patriarchy: Taxidermy in the Garden Of
Eden, New York City,
1908-1936", en Social Text 2. Nº 2:20.
[xi] Haraway,
"Teddy Bear Patriarchy". El carácter
anecdótico de
esta sección está cimentado en notas de
investigación de
campo que aún están sin organizar ni
codificar. Una
versión definitiva, quizás etnográfica, de
este ensayo, con citas
apropiadas de ambos profesionales y
sus sujetos de estudio
está pendiente por falta de tiempo y
financiación.
[xii] Niels Hoyer
(pseudónimo de Erns Ludwig Harthern
Jacobsen), ed., Man into
Woman: An Authentic Record of a
Change Sex. The True
Story of teh Miraculous Transformation
of the Danish Painter
Einar Wegener [Andreas Sparre],
traducido al
inglés por H.J. Stenning (Nueva York: Dutton,
1933). El
sexólogo británico Norman Haine escribió la
introducción,
aportando al libro de Hoyer una contribución
semicientífica.
[xiii] Hedy Jo Star
(Carl Rollins Hammonds), 1955. I
Changed my Sex! (From an
O.T.F). El libro de Star
desapareció y he sido incapaz de
encontrar ninguna
referencia a él
ningún catálogo de biblioteca. Una vez tuve
una copia en mis manos,
es una pena no haberme aferrado a
él con más
fuerza.
[xiv] Durante este
periodo se publicó, al menos, otro libro
sobre el tema, el de
Renée Richards Second Serve, del que
no nos ocupamos
aquí.
[xv] Niels Hoyer era un
pseudónimo de Erns Ludwig Harthern
Jacobsen; Lili Elbe fue
el nombre de mujer que escogió
Einar Wegener (nombre
artístico) cuyo verdadero nombre era
Andreas Sparre. Esta
riqueza léxica tiene un importante
impacto en los estudios
sobre el ser y sus construcciones,
en la literatura, y
también en contextos sociales
emergentes como las
conferencias por ordenador, donde
varias personalidades
dentro del mismo cuerpo son más la
regla que la
excepción.
[xvi] Hoyer, Man into
Woman, pág. 163.
[xvii] Ibid.,
pág. 147.
[xviii] Morris,
Conundrum, pág. 174.
[xix] En Conundrum,
Morris describe un periodo en su
trayecto de lo masculino
a lo femenino (desde uno años
antes de la
operación al momento inmediatamente posterior)
durante los cuales tanto
ella como los demás percibían su
identidad sexual como
algo ambiguo. Su relato sobre el
momento de
transición de hombre a mujer está completamente
desprovisto de
ambigüedad.
[xx]
**Reasignación de sexo** es el término médico
correcto. En el lenguaje
médico actual, el "sexo" se
considera una
característica física natural que no se puede
alterar.
[xxi] Morris, Conundrum,
pág. 115. Me acordé de estas
palabras la noche antes
de mi propia intervención. Pensé,
vaya, sería
interesante poderse transformar como por arte
de magia en otra persona
de manera binaria y definitiva.
Así que hice la
prueba, me fui al espejo y dije adiós a la
persona reflejada. Por
desgracia, no funcionó. Unos días
más tarde, cuando
pude volver a mirarme la persona frente a
mí seguía
siendo yo. Aún no sé en qué me equivoqué.
[xxii] Canary Conn,
Canary: The Story of a Transsexual
(Nueva York: Bantam,
1977), pág 271. Conn se sometió a
cirugía en el
centro de Jesús María Barbosa, en Tijuana. En
este extracto
está hablando con una enfermera mexicana, de
ahí que emplee
términos castellanos.
[xxiii] Star, I Changed
My Sex.
[xxiv] Reconozco que yo
estoy tan sorprendida como el bueno
del médico, ya
que, excepto en la narración de Hoyer, no
hay ningún otro
caso de un cambio de tono vocal o timbre
tras la
administración de hormonas o una operación de
cambio de sexo. Si los
transexuales consiguen cambiar sus
características
vocales, es a través de un proceso gradual
y muy complicado. Pero
hay bastantes problemas con la
narración de la
"historia verdadera" de Lili Elbe, a los
que no se escapa la
escena en la que finalmente se
"convierte en
mujer" mediante la implantación de unos
ovarios en su cavidad
abdominal. La atención que han
recibido por parte de
los medios de comunicación los
trasplantes y
enfermedades del sistema inmunológico durante
la última
década han hecho al gran público consciente de
los riesgos de
reacciones inmunológicas. Pero incluso en
1936 la narración
de Hoyer se hubiera considerado
científicamente
cuestionable. El rechazo de tejidos y el
sueño de acabar
con este problema fueron objeto de mucha
especulación en
las obras de ficción y ciencia-ficción
hasta los 40: como
ejemplo, la droga milagrosa
"collodiansy"
retratada en el libro de H. Beam Piper One
Leg Too Many (1949).
[xxv] Hoyer, Man Into
Woman, pág. 165.
[xxvi] Ibid.,
pág. 170. Para un análisis de textos que
transforman la
sumisión en realización personal (c.f Sandy
Stone) pronto aparecerá "Sweet
Surrender: Gender,
Spirituality and the
Ecstasy of Subjection;
Pseudo-transsexual
Fiction in the 1970s".
[xxvii] Hoyer, Man Into
Woman, pág. 53.
[xxviii] Ibid.
[xxix] Hoyer, Man Into
Woman, pág. 134
[xxx] Ibíd. ,
pág. 139. El cambio de sexo de Lili Elbe se
realizó en 1930.
Hoy en día en los Estados Unidos, desde el
punto de vista
legislativo se define un cambio de sexo de
hombre a mujer como la
ausencia de algo. Es decir, un
hombre se convierte en
mujer cuando "los órganos
reproductivos masculinos
se han destruido total e
irrevocablemente".
(Extracto de una carta de un centro de
salud autorizando el
cambio nombre en un pasaporte, 1980).
[xxxi] Ibíd.,
pág. 125
[xxxii] Ibíd.,
Pág. 139. Llamo la atención en estos dos
fragmentos sobre el
verbo griego referido al momento del
baptismo, cuando el que
está recibiendo el sacramento
también penetra y
es penetrado por la Palabra; endeuein
puede traducirse por
"penetrar", pero también por "ponerse,
insinuarse al penetrar,
como un guante"; viz. "El (sic) que
es bautizado en Cristo,
se pone a Cristo" En este tono
intensamente homo
erótico en el que ambos sexos están
presentes pero se
derrumban en el cuerpo sacrificado /
sagrado, como en
ejemplos tales como la descripción que
hace fray Bernardino
Sahagún de los rituales en los que el
cura que oficia la ceremonia se pone por encima
la piel de
una mujer desollada (en
Sir James George Frazer, The Golden
Bough: A Study in Magic
and Religion [London: Macmillan,
1911, págs.
589-91].
[xxxiii] La
evolución de este problema y la manera en que
intentó ser
superado sería objeto de un análisis
independiente. Para un
estudio condensado de este problema
véase Donald Laub
y Patrick Gandy (eds.), Proceedings of
the Second Interdisciplinary
Symposium on Gender Dysphoria
Syndrome (Stanford:
Division of Reconstructive and
Rehabilitation Surgery,
Stanford Medical Center, 1973) y en
Irvine, Disorders Of
Desire.
[xxxiv] Laub y Gandy,
Proceedings, pág. 7. Las
declaraciones completas
de Fisk constituyen una excelente
descripción de
los objetivos y procedimientos del grupo
Stanford durante los
primeros años y las tensiones de los
conflictos
programáticos y los diferentes intentos de
resolver estos
conflictos están implícitos en ellas. Para
ejemplos de
declaraciones similares ver Irvine, Disorders
of Desire y Shapiro,
Transsexualism.
[xxxv] Harry Benjamin,
The Transsexual Phenomenon (Nueva
York: Julian Press,
1966). El ensayo en el que después se
basó el libro
llevaba el título de "Transsexualism and
Travestism as
Psycho-somatic and Somato-psychic Syndromes"
y apareció en el
American Journal of Psychotherapy 8
(1954):219-30. Un ensayo
aparecido mucho tiempo antes
"Psychopathia
Transexualis" de D.o. Caldwellen Sexology 16
(1949): 274-80 no parece
haber tenido la misma repercusión
dentro de este campo,
aunque John Money sigue rindiéndole
homenaje atendiendo a la
grafía de transexual con una sola
s en inglés
empleada por Caldwell. En documentos antiguos
también podemos
percibir la influencia de Cauldwell o
Benjamin según la
forma en que se escribe la palabra.
[xxxvi] Laub and Gandy, Proceedings,
pág. 8, 9.
[xxxvii] El problema
reside en la ontología del término
"genital", en
particular con respecto a su definición para
actividades tales como
masturbación pre y postoperatoria.
La reproducción
crea una ontología de la economía erótica
de la superficie
corporal; como señalan Judith Butler y
otros (por ejemplo
Foucault) la reproducción legisla qué
partes del cuerpo deben
tener sus componentes eróticos
encendidos o apagados. Los
conflictos surgen cuando algunas
partes son polivalentes.
Por ejemplo, cuando porciones de
la uretra (de un hombre)
se utilizan para construir
porciones de
neoclítoris (en una mujer creada a partir del
cuerpo de un hombre.
Sugiero que utilicemos esta idea
vertiginosa como ejemplo
de formas en que podemos refigurar
la polivalencia como una
intervención en la constitución de
posiciones del sujeto
creado; en una economía erótica
binaria,
"quién" experimenta sensaciones eróticas con estas
zonas? (Judith Shapiro
propone una idea similar en su
ensayo
"Transexualism" publicado en Body Guards, págs.
260-62. He elegido un
emplazamiento bastante cercano al que
ella describe desde el
punto de vista geográfico pero,
espero más
ambiguo, y por tanto más disonante en estos
discursos en los que la
disonancia puede ser una
intervención
poderosa y productiva).
[xxxviii] Esta
acción en los límites de la posición del
sujeto sugiere la
existencia de una categoría que no se
encontraba en el
excelente ensayo de Marjorie Garber "Spare
Parts: The Surgical
Construction of Gender", en differences
1 (1990): 137-59; es una
intervención en la falta de
simetría entre
"crear un hombre" y "crear una mujer" la
descrita por Garber.
Hasta cierto punto representa el
colapso de las
categorías del imaginario transexual, aunque
parece lógica la
conclusión de que esta versión de la
llegada a la madurez
sigue siendo predominantemente
masculina- los
médicos y pacientes se cuentan historias
sobre lo que la
Naturaleza representa para el Hombre y la
Mujer. Generalmente las
pacientes femeninas cuentan las
mismas historias.
[xxxix] Los
términos "retorcerle el pescuezo al pavo"
(masturbación
masculina) y "aterrizaje forzoso" (rechazo
para acceder al programa
sanitario) y "gaff" (prenda
interior utilizada para
esconder los genitales masculinos
en transexuales antes de
la operación) pueden variar según
el área
geográfica, pero son lo bastante comunes como para
que se reconozcan en
cualquier parte.
[xl] Basado en las
declaraciones de Norman Hisk recogidas
en Laub y Gandy,
Proceedings, pág. 7, así como en mis
propias investigaciones.
Parte de la dificultad, tal como
expongo a lo largo de
este ensayo es que los
investigadores, por no mencionar a los transexuales, no han
visto los problemas que
plantea el término "cuerpo
equivocado" como
categoría descriptiva aceptable.
[xli] En Walter y Ross,
Transsexualism.
[xlii] Uso la palabra
"clínicamente" aquí como en otros
fragmentos con
conciencia de la "victoria pírrica de la que
hablaba Marie Mehl.
Ahora que la transexualidad tiene una
frágil
legitimidad que le confiere su categoría de
diagnóstico
recogido en el DSM, ¿cómo vamos a enfrentarnos
al proceso de sacarlo
del libro?
[xliii] El significado
real de GG, término utilizado en el
mundo de las
transexuales de hombre a mujer es "genuine
girl" -chica
genuina (sic) a las que también se denomina
"genny".
[xliv] Judith Butler,
Gender Trouble (Nueva York:
Routledge, 1990).
[xlv] Lo contrario de
pasar es leer, que invoca de manera
provocativa las
prácticas de inscripción a las que he hecho
referencia.
[xlvi] Sugiero un
posible punto de partida, pero hay que
llegar más lejos.
No sólo hay que poner en tela de juicio
la definición que
se hace de cuerpo en estos discursos,
sino analizar de forma
crítica a quién le corresponde
definir lo que significa
cuerpo.
[xlvii] Shapiro,
Transsexualism
[xlviii] Por si el
lector no está seguro, la respuesta
correcta es
"NO".
[xlix] Para
un estudio en profundidad de este concepto
inspirado en Donna
Haraway véase: “The Promises Of
Monsters: A Regenerative
Politics for Inapropriate/d
Others” en Paula
Treichler, Cary Nelson and Larry
Grossberg, eds. Cultural
Studies (Nueva York: Routledge,
1991).
[l] Jacques Derrida,
“La Loi Du Genre/The Law of Genre”
traducido al
inglés por Avital Ronell en Glyph 7 (1980):
176 (Francés );
202 (Inglés).
[li] También
quiero apuntar aquí a la teoría de la mestiza
elaborada por Gloria
Anzaldúa y que describe un sujeto
ilegible que viven en
las fronteras entre culturas, capaz
de dominar parcialmente
el lenguaje de cada una pero de
manera sólo
parcialmente inteligible entre las dos.
Luchando contra esta
posición la “nueva mestiza” de
Anzaldúa intenta
sobreponerse a la ilegibilidad haciéndose
con el control del
lenguaje y la inscripción e
inscribiéndose a
sí misma en el discurso cultural. La
asombrosa “Borderlands”
es un buen ejemplo: Gloria Anzaldúa
Borderlands/La Frontera:
The New Mestiza (San Francisco:
Spinsters/Aunt Lute,
1987)
[ Traducción:
Carolina Díaz ]