Tránsitos feministas

 

Cristina Vega

 

«Escapar o es cosa hecha o jamás se hará. Las preguntas tienden generalmente hacia un futuro. El futuro de las mujeres, el futuro de la revolución, el futuro de la filosofía, etcétera. Pero mientras tanto, mientras que uno anda a vueltas con esas preguntas, hay devenires que actúan en silencio, que son casi imperceptibles. Pensamos demasiado en términos de historia, personal o universal, pero los devenires pertenecen a la geografía, son orientaciones, direcciones, entradas y salidas»

(Deleuze, G y Parnet, C., Diálogos, Pretextos, Valencia, 1980)

 

«A pesar de este cuerpo intento llevar una vida alegre y correcta»

(Ranma, del comic manga con el mismo título de Rumiko Takahashi, Barcelona, Ediciones Glénat, 2001)

 

 

 

La propuesta de escribir acerca de la institucionalización del feminismo quiero convertirla, en esta ocasión, en una excusa para hablar en voz alta sobre el momento presente del movimiento feminista, sobre lo que considero algunos retos e incertidumbres apasionantes y sobre algunos puntos de recursividad improductiva, de parálisis incluso que atenazan la recomposición de un movimiento que en los últimos años ha asistido a la desarticulación de numerosos grupos de mujeres y que en estos momentos carece de la agilidad e imaginación necesarias para leer y abordar algunas de las transformaciones que está imponiendo el capitalismo patriarcal globalizado o, de forma más sugerente, el circuito integrado[1].

Estos retales, escasamente hilvanados, están hechos desde el tránsito. Tránsito entre la intervención política y la investigación precaria y los «trabajillos». Tránsito entre la escritura feminista autónoma y las desacompasadas y contradictorias citas del movimiento de resistencia global. Tránsito entre la entrecortada soledad organizativa y la efervescencia en las redes. Desplazamiento que hace la vida y confusión de las fronteras del «dentro» y «fuera», de lo público y lo privado, del trabajo y la existencia, de lo propio y lo ajeno en un continuum biopolítico[2] que desafía las categorías –identidad, solidaridad, integración, igualdad, liberación, etc.– con las que pensar la realidad obligándonos a reenfocar los espacios y los tiempos.

 

Desplazamientos de identidad

Los tránsitos –los míos, los de otras, los que hacemos juntas– son múltiples y en distintos sentidos, no siempre agradables desde luego; sin embargo, pensar sus aperturas internas (en los sujetos) y externas (entre los sujetos) y sus ambivalencias es una tarea fundamental. Pensarlos en Europa al calor del cierre de fronteras y la nueva ofensiva conservadora que aspira por ende a reformular el lugar de las mujeres en relación a las exigencias de la nueva economía y del sacrificio reproductivo se hace imprescindible. La movilidad por la geografía del género y por el género de la geografía se ve interceptada, abocada al lugar de sobra conocido o a un no lugar que impide la libre construcción de territorios habitables para todas.

Creo que estos tránsitos, que de algún modo son desplazamientos de identidad o identificaciones –lesboprecaria, madre-solaperiférica, transmigrante, etc.– tienen mucho que ver con el célebre enunciado de «lo personal es político» o «lo privado es polítco» como matizan algunas en el sentido de que arrojan una nueva luz sobre la intimidad que los cambios económicos, por ejemplo,  están teniendo para muchas mujeres en todo el planeta: precariedad laboral que condiciona la composición de los hogares, sobrecarga en el cuidado que obliga a determinadas decisiones afectivas de supervivencia, incertidumbre y estrés que provocan angustia e inseguridad. Pero también a la inversa, cambios en los modos de relación que están obligando a una modificación de los diseños capitalistas, siempre a la captura del exceso que es la vida: liberaciones personales y colectivas que se traducen en decisiones reproductivas autodeterminadas –índices demográficos, incertidumbres raciales, insubordinaciones sexuales– o inquietudes materiales y/o espirituales que desencadenan un paso adelante en la migración y que se ven nuevamente capturadas por el racismo, por la falta de derechos y por la explotación laboral.

El capitalismo homogeneiza, segmenta, recorta… gestiona y fagocita la materia que surge de la producción incesante de subjetividad y de los diagramas, clasificaciones y jerarquías raciales, sexuales y espaciales, que le proporcionan los sistemas de dominación con los que intima. Algunas intervenciones feministas como las que tuvieron lugar recientemente en el marco del Foro Transatlántico en Madrid en contra de Inditex y Telefónica bajo el lema «Hagamos de nuestras sexualidades, deseos y afectos un desorden global», el piquete de encuestación de mujeres durante la huelga general del 20 de junio o la huelga que en estos momentos están llevando a cabo las trabajadoras despedidas por la Contrata Ferrovial en el Hospital Ramón y Cajal, por hablar del contexto más cercano, ponen en evidencia la complejidad de la intensificación y el entretejimiento de las políticas de privatización, el recorte de los derechos sociales, civiles y laborales, las desigualdades geográficas y de género y el mando sobre la comunicación que tienen lugar en el capitalismo mundial integrado. Estas luchas ponen, así mismo, de manifiesto el valor social de dimensiones tales como la imagen, la atención, el bienestar y el cuidado[3].

La transposión que experimenta, por ejemplo, el cuerpo de la dependienta de Zara o el de la joven trabajadora del Circo del Sol que ha integrado una interpretación activa de la moda o de la compostura hasta convertirla en hábito remite a esta intimidad. Evidentemente, la corporeidad de esta mujer es anterior a su empleo en Zara, no podemos reducirla a un mero efecto de su socialización en el trabajo. Sin embargo, resulta inseparable de la misma desde el momento en el que su empleo demanda una estilización que va más allá de la ropa. ¿Cómo experimenta esta mujer su cuerpo cuando sale de casa camino del trabajo y, a la inversa, cuando regresa a casa sin desprenderse del uniforme? ¿Qué tránsito tiene lugar en/a través de su cuerpo? No es posible pensar en un fenómeno de estas características sin tener presente un sujeto «intelectualizado» en el sentido de agente capaz de fabricar y poner en circulación productos y/o ideas culturales y capaz, así mismo, de subvertir o desplazar su funcionamiento[4].

 

La fuga

La interrupción y el mando sobre los tránsitos ilustra, en último término, lo que ya sospechábamos: que lo que hoy se denomina imperativos económicos representa la imposición de una ordenación y una disciplina determinadas en el cotidiano (¡se nos ha olvidado que la economía, como dicen las economistas feministas, puede ser otra cosa!) y que el deseo no se deja gobernar tan fácilmente.

Yann Moulier Boutang ha empleado la figuración de la fuga –de la plantación, de la servidumbre, del trabajo asalariado– para explicar la positividad de los sujetos frente a los aparatos de captura y el modo en el que éstos están constantemente nutriéndose y modificándose con el fin de aprehender la liberación. La historia del capitalismo, sostiene Boutang, es la historia del control de estas fugas, que van mucho más allá del trabajo en tanto avatar del sujeto y se extienden a la totalidad de la existencia cotidiana[5].

En un sentido similar, cabe afirmar que la fuga de las mujeres con respecto al patriarcado a partir de la década de los 60 se ha generalizado: fuga matrimonial, fuga de la maternidad como destino, fuga de la norma heterosexual, fuga intelectual, fuga de la autoridad religiosa y paterna, fuga de la madre-patria, etc.

El contrato sexual que según Pateman ponía de relieve el carácter moderno de la dominación y de la subordinación de las mujeres en la fundación de la sociedad civil se ha resquebrajado, se está resquebrajando. El virus de la fuga y el agenciamiento entre mujeres, movilizado por el movimiento feminista, se ha hecho cada vez más extensivo y ha puesto de manifiesto, como en la desesperada y apasionada huída de Thelma y Louise, la obscenidad de la dependencia económica, de las diferencias salariales, de la violencia machista, de la miseria sexual, de la mediocridad de la «mística de la feminidad», de las complicidades patriarcales de la ley y el orden. Ha puesto, así mismo, de manifiesto la potencia de las alianzas femeninas para subvertir el mundo.

La fuga lleva implícita un movimiento de autovalorización y crecimiento irreversible. La relación de fuerzas es otra y las formas actuales de sujeción de cuerpos, corazones y cerebros femeninos están siendo reformuladas a raíz de este tremendo despliegue de energía pacificado por las «políticas de igualdad»[6], que si bien han constituido un profundo fracaso en lo que se refiere a los cambios reales en las vidas de las mujeres (al menos en el contexto del Estado Español) han asentado en la década de los 90 y coincidiendo con el ascenso de la derecha el imaginario autocomplaciente del «esto ya no es lo que era».

Como señalaba recientemente Maite Ayllón, una compañera del MF de Madrid, integrado en la Coordinadora de Organizaciones Feministas del Estado Español, la irrupción institucional con el PSOE en el gobierno no sólo supuso la «suplantación» y fragmentación por parte del Instituto de la Mujer de la voz de las mujeres y del movimiento feminista sino una decisión deliberada de ruptura del mismo por medio fundamentalmente de la política de subvenciones. Efectivamente, esto ya no es lo que era; la cuestión ahora es saber cómo se está recomponiendo el nuevo mapa de la dominación patriarcal, cuáles son sus nodos, cuáles sus fisuras.

 

Gestos estratégicos

Hoy, instaladas en los 2000, asistimos a una oleada conservadora y neoliberal que reinterpreta, como ya comentábamos en otro lugar[7], cuestiones como la violencia contra las mujeres o las formas de la reproducción a través de las políticas de «integración de la vida familiar y laboral» bajo el prisma de la flexibilidad, el gobierno a distancia y la gestión de la emergencia con su obsesión por abordar las cuestiones sociales como problemas de seguridad y control de riesgos.

En este sentido, las feministas que se agarran desesperadamente al Estado social, allí donde éste ha adquirido un desarrollo significativo, hacen quizá un gesto estratégico necesario aunque inútil en su irreversibilidad, pero no advierten o prefieren no enfatizar algunos hechos clave que en términos generales se refieren a los dispositivos de control que el Estado ha acondicionado históricamente para el control de las mujeres, desde su exclusión de la esfera pública en el primer Estado moderno y el disciplinamiento y la regulación sustentada en la división sexual del trabajo en la familia en el Estado de Bienestar hasta las formas de gestión asistenciales diferidas del Estado neoliberal avanzado[8].

Preservando el caparazón de lo público-estatal, el Estado ha ido progresivamente practicando un vaciado de sus funciones, transfiriéndolas según el caso al sector privado o al tercer sector[9] al tiempo que preservaba las de monitorización y legitimación a través de la comunicación en el espacio social. La derecha, al menos en este país, se ha limitado a heredar y dar un empujón a este modelo poniéndolo del revés, es decir, proclamando a los cuatro vientos la necesidad de «agilizar» y desburocratizar las instituciones para devolver la iniciativa a la dinámica sociedad civil. Esta transformación silenciosa de la racionalidad administrativa no deja de sorprendernos cuando escarbamos mínimamente y descubrimos que, en el mejor de los casos, los servicios sociales efectivamente están ahí pero que nosotras nos hemos convertido en clientes, asistidas o subcontratadas.

Las mutaciones subjetivas y su filtración a toda la cotidianeidad social que a lo largo de tres décadas provocara el feminismo y, en particular, el movimiento feminista en tanto encarnación de una vida política distinta, inquieta y sometida a debate en las luchas de liberación –luchas en el terreno de las representaciones, de los placeres, de los derechos civiles, etc– están hoy estancadas o en franco retroceso.

La victoria en el campo de la igualdad de derechos formales no ha alcanzado a repensarse de forma colectiva como un paso útil aunque insuficiente y, en ocasiones, perverso para una rearticulación de los deseos de las mujeres. Esto no quiere decir ni mucho menos que se hayan alcanzado todos los derechos formales –¿Cuántos y cuáles serían todos y para todas?– o que se estén implementando realmente. En algunos lugares del mundo occidental están más bien en peligro, como sucede con el derecho al aborto en Estados Unidos; en muchos, los derechos son constantemente rediseñados para la dependencia o ni siquiera han llegado a desarrollarse como es el caso de los que deberían amparar a las mujeres inmigrantes sin papeles víctimas de la violencia machista.

En este sentido, las batallas de las personas transexuales y de las prostitutas y sus aliadas constituyen un reto fundamental, una politización del tránsito que opera simultáneamente sobre la identidad sexual, el trabajo, la formulación de los derechos y tantas otras cosas.

La forma política feminista actual, al menos la hegemónica, es la del lobby o grupo de presión que ha asumido la capilaridad del feminismo y las prácticas institucionales de fragmentación, y «trabaja» a destajo desde la ONG, las empresas de formación o el sindicato elaborando listas, proyectos, servicios, haciendo informes, viajando a Bruselas o montando alguna que otra concentración.

En la universidad, donde yo trabajo in-and-out, más bien esto último, la profusión de «estudios de género» es apabullante aunque, eso sí, éstos sigan perteneciendo –en muchos casos por vocación de las propias estudiosas– al acotado coto de las «cosas de mujeres», los empleos en condiciones ínsólitos y la pasión política –la que podría provocar un agenciamiento político de la intelectualidad feminista– prácticamente nula. En los espacios institucionalmente mediados donde se practica el feminismo se ha renunciado de manera más o menos explícita, si es que alguna vez se albergó, al desarrollo de una reflexión colectiva encaminada a rearticular un movimiento amplio que se enfrente a los nuevos y viejos desafíos.

 

Desmemoria

Desde los grupos e iniciativas feministas autónomas, por lo menos desde las que yo frecuento, se producen intervenciones puntuales sugerentes que no acaban de conformar una práctica política sostenida, de acumulación de memoria, reflexión y potencia, que sea capaz de hacer propuestas públicas ricas, ágiles y no totalizadoras en temas tan importantes como la feminización de la pobreza y el trabajo precario.

El exceso de prudencia, la desmemoria de las eclosiones pasadas y futuras, la falla entre los propósitos personales y los colectivos y los cortes «administrativos» entre espacios, momentos y colectividades son algunos elementos de esta descomposición que ya de por sí merecen una indagación pausada. Hacer de los afectos, las sexualidades y los deseos un desorden global, politizar nuevamente el placer, interrumpir las segmentaciones y normatividades; estos son nuestros gritos de guerra. En la última «manifestación» del día del orgullo lesbiano, transexual y gay algunas personas llevaban carteles en los que se podía leer: «el PP nos odia». A ver, ¿por qué nos odia el PP? Pues porque introducimos un desorden innecesario en una heterosociedad que ya de por sí les cuesta controlar; las familias se desbaratan, cambian, las unidades domésticas no hay EPA que las entienda, la doble jornada nos tiene extenuadas, el índice de natalidad de las «nacionales» anda por los suelos y ahora encima vienen estas locas y dicen que se quieren casar, que se quieren operar a cuenta de la seguridad social pero que no quieren ser clasificadas en función de sus genitales. ¡Tránsitos!

El PP nos odia porque además de representar una dislocación del modelo de regulación sexual dominante, el de la familia heteropatriarcal, con el que la reproducción social marcha divinamente (para algunos), estiramos los límites de lo existente. ¿Hasta dónde la insubordinación? ¿Cuánto va a costar en términos sociales, simbólicos, económicos…? ¿Cómo va a determinar esta apertura el acceso a los derechos y a los recursos? Tienen miedo de que la boda no nos domestique ya de una vez por todas y luego propongamos casarnos de tres en tres o de veinte en veinte, que no nos queramos poner el babi o que desobedezcamos en masa y vayamos todas a casarnos en grupo y por la iglesia con personas sin papeles. Eso ya sí que sería too much.

 

Para una cartografía del patriarcado

Existe un debate teórico sobre qué sustenta el patriarcado contemporáneo, debate que en muchos casos se resuelve a la vieja usanza, es decir, bajo la fórmula de la opresión fundamental y la identificación de las fuentes primordiales del poder haciéndolas extensivas a todas las relaciones de dominación. Para Jónasdóttir[10], por ejemplo, lo que hoy sustenta el patriarcado, y está hablando desde lo que ella entiende por sociedades occidentales, implícitamente uniformes en el sentido étnico, sexual y de clase, es la materia que proporcionan los procesos socio-sexuales, fundamentalmente, «el amor socialmente organizado».

Ahí y no meramente en el trabajo como sostenían las marxistas durante los debates que tuvieron lugar en la década de los 70 es donde la promesa de la igualdad como horizonte más o menos consumado se topa con su límite propio: un intercambio desigual de cuidados y placer entre hombres y mujeres. De acuerdo con esta reformulación materialista de las tesis radicales en torno a la sexualidad, se sostiene de modo sugerente que el capital se están volviendo cada vez más dependientes del poder recreativo del amor. Las mujeres se implican activamente en intercambios desiguales no dominados necesariamente por la violencia y la coherción, los hombres alienan y explotan las capacidades de las mujeres para el éxtasis erótico y el cuidado y el déficit de dignidad persiste[11]. El interés del planteamiento de Jónasdóttir se topa irremediablemente con dificultades insalvables.

Por un lado, la ya indicada: su abstracción de las articulaciones múltiples y complejas del poder según la raza, la clase social, la edad, el lugar de procedencia, la localización, las sexualidades y todos las partículas existenciales habidas y por haber. Sólo las operaciones cartográficas permiten hoy, a pesar de que los brutos anden por ahí echando espumarajos contra las políticas de la identidad y de la localización[12], comprender los nodos o estratificaciones del poder. Sólo un pensamiento cartográfico nos puede ayudar a entender prácticas tan importantes en el mundo actual como la constitución de las «cadenas mundiales de afecto y asistencia», que representan una transferencia singular de sentimientos que hacen que éstos no puedan concebirse como «recursos» que pueden arrebatarse a una persona en un lugar del planeta y dárselos a otra en otro, pero que tampoco son completamente distintos a un recurso[13].

 El análisis de estas transferencias sólo es posible teniendo en cuenta, entre otras cosas, las prácticas y requerimientos afectivos que operan en distintos lugares del mundo y las dislocaciones y recomposiciones múltiples a las que se ven sometidas las familias y los hogares en el mundo globalizado. Por otro lado, la simplificación a la que esta autora somete al amor, a menudo confundido con el matrimonio, con las relaciones heterosexuales de pareja, con la sexualidad o con la identidad sexual, en consonancia, en último término, con los imperativos binarios sobre los que se sustentan lo que Teresa de Lauretis denomina tecnologías del género.

 

El amor aparece estructuralmente disociado de otros aspectos de la existencia como la organización social del trabajo, la puesta a punto de la reproducción en el seno de los hogares –por ejemplo, a través de la externalización de algunas actividades «amorosas»–, la privatización de la asistencia, los hogares en la diáspora, las condiciones de vida en la ciudad o la emergencia de las nuevas tecnologías con sus particulares expresiones de sexo y amor.

 A pesar de considerar el amor (¿entre mujeres y hombres? ¿en pareja?) como una fuerza activa y generadora de valor, y no como una maldición (como pensaban las feministas culturales), como un delirio de sensualidad y bajo una mistificación del «vínculo» (como sostienen algunas feministas de la diferencia) o como un modo de producción en el sentido más estrecho del término[14], Jónasdóttir no explica de qué está hecho el amor, cuáles son su(s) historia(s), cuáles sus cualidades, cómo opera en el nivel de la micropolítica, cómo se solidifica, en definitiva, cómo el amor se convierte, así mismo, en una fuerza domesticada e indómita[15].

El análisis de Jónasdóttir tampoco hace justicia a las fugas de las que hablaba anteriormente. Las parodias del amor romántico o de la entrega incondicional a un hombre –paradigma dominante del amor que se emplea en estos análisis– están en crisis, a pesar de que algunas amigas insistan en lo contrario a la vista de las representaciones más comunes en el cine y la literatura, y a la luz de la experiencia de muchas mujeres «realizadas» que en último término se sienten solas e infelices y añoran otro tipo de relaciones. Yo, por mi parte, apostaría a que las niñas ya no juegan con las Barbies del mismo modo, a que en la representación de los géneros se ha colado con más fuerza el juego pervertido de la parodia, un cierto escepticismo, una desnaturalización desubicada, una ironía pragmática si se quiere.

Si me he detenido en la propuesta de Jónasdottir es por dos motivos. Por un lado, porque nos devuelve a un modo de análisis que aísla analíticamente e incluso jerarquiza las formas de dominación. Por otro, porque se centra en un campo complejo –el del afecto, la sexualidad, el deseo, la atención, etc.–, con una enorme reflexión feminista a las espaldas, que está en el núcleo de una transformación social clave que atañe conjuntamente a la producción social entre sujetos y a los procesos de (auto)producción de/en los sujetos.

 

Situar la reproducción en el centro

Las transferencias en forma de esfuerzo emocional a familias, empresas, ongs, individuos e intituciones semi-públicas es una fuente de trabajo femenino, aunque no sólo, que se ha visto socializada, con o sin salario, durante las últimas décadas. El trabajo sexual no ha sido ajeno a esta dinámica; internet es un claro ejemplo de ello. Así, por un lado, asistimos a modificaciones importantes del circuito del «amor privado», cada vez más alejado de la forma contractual de la familia nuclear heteropatriarcal en sus modalidades más autoritarias y, por otro, a la irrupción de lo que podríamos llamar el «amor público» al que se concede un valor ínfimo en el mercado y fuera de él, que además se acentúa con las desigualdades de la presente globalización.

Nancy Fraser tiene razón cuando sostiene que este modelo se aleja de la autoridad y el parentesco pero se equivoca cuando siguiendo a Eli Zaretsky defiende la autonomía de lo que esta autora llama «vida personal», «un espacio de relaciones íntimas que incluye la sexualidad, la amistad y el amor, que ya no puede ser identificado con la familia y que es experimentado en su desconexión con respecto a los imperativos de la producción y la reproducción».

Decir que «el modo de regulación sexual» no es simplemente «una parte de la estructura económica» no equivale a decir que es independiente, particularmente si aceptamos que la producción y reproducción de las normas, significaciones y construcciones de la personalidad, incluyendo las concernientes a la sexualidad, se articulan materialmente, también en el terreno de la economía, algo que Fraser, frente a Butler, no está dispuesta a admitir[16]. Si pensamos que esto es así, que como apunta Foucault más allá de algunos análisis marxistas, el poder y las cuestiones relativas a la reproducción están, de manera creciente, subsumidas en la producción, y que ésta se define en términos económicos pero no sólo (¡por dios!), entonces la propuesta feminista de «situar la reproducción en el centro»[17] se convierte en un vuelco fundamental. Un vuelco que precisa de una articulación política más amplia y precisa; de unas alianzas híbridas y sospechosas para la desobediencia global.

 

Hablar desde dónde

El feminismo, a lo largo de su historia de diálogos y encontronazos como movimiento y en su alianza con distintas perspectivas, nos ha proporcionado, particularmente en los últimos años, valiosas herramientas con las que leer y actuar sobre la realidad.

La teoría y la práctica de la «ubicación» y la «experiencia» en la crítica antiesencialista de la ciencia y el humanismo, de las imposturas frente a las disciplinas raciales y culturales y de la intervención cotidiana sobre los placeres y las hibridaciones de las queer son, en su mezcolanza, algunas de ellas. No podemos conformarnos con posiciones acomodadas que se limitan a resistir desde la consabida falta de reconocimiento de la que tanto nos resentimos las mujeres y mucho menos renunciar a una articulación política en nombre de una reflexión sobre el carácter paradójico del poder cuyo efecto sea el estar atenazadas por el fantasma de la dominación y la totalización[18]. Si es cierto, como sostiene D. Haraway, que «la única manera de encontrar una visión más amplia es estar en algún sitio en particular», construyamos esos sitios, transitémolos y sigamos conversando.

 

 

1 De acuerdo con la imagen que propone Donna Haraway: Ciencia, cyborg y mujeres, la reinvención de la naturaleza, Barcelona, Cátedra Feminismos, 1991.

2 Acerca de la biopolítica véase la obra de M. Foucault. Más cosas en: http://www.sindominio.net/arkitzean/otrascosas y en Hardt, M. y Negri, T. Imperio, Barcelona, Paidós, 2002, también disponible en la red.

3 Más información sobre estas intervenciones en diversos artículos publicados en http://acp.sindominio.net/article.

4 Sobre estas transposiciones y «múltiples presencias», véase el dossier del colectivo  Sexo Mentiras y Precariedad, 2000.

5 Véase la entrevista realizada en 1999 por Stanley Grelet «El arte de la fuga» en: http://www.sindominio.net/arkitzean/espacioliso.htm.

6 "Ética y estética: aportes feministas a los movimientos sociales», Jornadas Feministas, Córdoba 2000, Feminismo es y será, Universidad de Córdoba, 2001.

7 Véase Vega, C. Y Marugán, B., «El cuerpo contra-puesto. Discursos feministas sobre la violencia contra las mujeres» y «Gobernar la violencia. Apuntes para un análisis de la rearticulación del patriarcado», http://www.cholonautas.edu.pe/genero.htm.

8 Existe una extensa literatura sobre la crítica feminista al Estado del Bienestar. Me gustaría destacar:
Del Re, A. «Tiempo del trabajo asalariado y del trabajo de reproducción», Política y Sociedad
, 19, 1995, págs. 75-81 y Carrasco, C. (ed.), Mujeres y Economía. Nuevas perspectivas para viejos y nuevos problemas, Barcelona, Icaria, 1999.

9 Grupo de Estudios Feminismo y Cambio Social, «La domesticación del trabajo. Trabajos, afectos y vida cotidiana», Feminismo es y será,  2001.

10 Jónasdóttir, G. A., El poder del amor ¿Le importa el sexo a la democracia?, Madrid, Cátedra, 1993.

11  "El amor es una especie de poder humano inalienable y con potencia causal, cuya organización social es la base del patriarcado", pág. 311.

12  Los detractores de la política de la identidad la caracterizan en su conjunto como una defensa de las diferencias esencializadas; una pluralidad de identidades marginalizadas que son las que habitan el debate del multiculturalismo al uso. Desde esta perspectiva, se generalizan las propuestas no ya de las gentes subalternas y sus formas de lucha sino su propia teorización sobre el sujeto y el poder. Todo esto revuelto con una suerte de encono con el postmodernismo, así no más, y tendremos una de las corrientes más reaccionarias de nuestro tiempo en la que la izquierda más caduca se funde en un mortal abrazo con la derecha, esta última más preocupada por controlar y deslindar las diferencias que por meterlas a todas en el mismo saco. El ataque a lo que se entiende como feminismo postmoderno, con sus dentro/fuera y demás contorsiones de sujeto descentrado e incoherente, también es objeto de ataque, aunque en ocasiones no adquiera apenas la sombra de un fantasma. Sobra señalar las concomitancias entre este tipo de posturas y la visión hegemónica post-11 de septiembre. Para una reflexión crítica sobre las políticas de la identidad: Bondi, L. «Ubicar las políticas de la identidad», Debate Feminista, año 7, vol. 14, págs. 14-37 y Butler, J. «Encuentros transformadores», en Beck-Gernsheim, E., Butler J. y Puigvert, L. Mujeres y transformaciones sociales, Barcelona, El Roure, 2001.

13  Hochschild, R. A., «Las cadenas mundiales de afecto y asistencia y la plusvalía emocional», en A. Giddens y W. Hutton, En el límite, Barcelona, Tusquets, 2001.

14 La primera posición estaría encarnada por B. Adrea Dworkin y C. MacKinnon; con respecto a la segunda, véanse los comentarios de R. Osborne frente a M. M. Rivera en Violencia de género y sociedad: una cuestión de poder;  con respecto a la tercera, véase el capítulo V de Jane Flax, Psicoanálisis y feminismo. Pensamientos fragmentarios.

16 J. Butler, «El marximo y lo meramente cultural», N. Fraser, «Heterosexismo, falta de reconocimiento y capitalismo: una respuesta a Judith Butler», New Left Review 2, 2000 págs. 109-121 y 123-134. Véase también Hardt, M. y Negri, T., 2002.

17 Grup Dones i Treballs, Ca la Dona, Barcelona, «Repensar desde el feminismo los trabajos y los tiempos en la vida cotidiana» y «¿Qué hacemos con el trabajo doméstico?», en Feminismo es y será, 317-324 y págs. 467-474.

18 Sobre las paradojas del poder y la subjetivación –«cómo adoptar una actitud de oposición ante el poder aun reconociendo que toda oposición está comprometida con el mismo poder al que se opone»–, sus callejones sin salida, sus ambivalencias y emergencias, véase Butler, J. Mecanismos psíquicos del poder. Teoría sobre la sujeción, Barcelona

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] La imagen tecnológica del circuíto integrado permite a Donna Haraway teorizar la red de relaciones sociales –hogar, mercado, puesto de trabajo remunerado, Estado, escuela, clínica-hospital e iglesia– desde el punto de vista de las sociedades capitalistas avanzadas. Así, mientras que con este término Haraway evoca el entretejimiento entre estas dimensiones, mediante el de informática de la dominación se refiere a «la intensificación masiva de la inseguridad y el empobrecimiento cultural con un fallo común de la subsistencia de las redes para los más vulnerables» (pág. 295). Ciencia, cyborg y mujeres, la reinvención de la naturaleza, Barcelona, Cátedra Feminismos, 1991.

[2] Acerca de la biopolítica: Foucault, M., «Nacimiento de la biopolítica», Archipiélago, 30, 1997, págs 119-124 e Historia de la sexualidad, Madrid, Siglo XXI, 1995. Más cosas en: http://www.sindominio.net/arkitzean/otrascosas y en Hardt, M. y Negri, T. Imperio, Barcelona, Paidós, 2002, también disponible en la red.

[3]  Más información sobre estas intervenciones en: http://acp.sindominio.net/article.pl?sid=02/05/20/0131215&mode=thread, http://acp.sindominio.net/article.pl?sid=02/05/19/0014252&mode=thread, http://acp.sindominio.net/article.pl?sid=02/05/27/229240&mode=thread, http://www.nodo50.org/upa-molotov/infos/articulosmolo26/huelgapeques.htm, y http://www.nodo50.org/railesverdes21/noticias/limpiezas.htm.

 

[4]  Sobre estas transposiciones y «múltiples presencias», véase la colección de textos recogidos en el dosier del colectivo Sexo Mentiras y Precariedad, 2000.

[5] Véase Yann Moulier Boutang: De l'esclavage au salariat. Économie historique du salariat bridé. PUF (Actuel Marx/Confrontations), 1998. Véase, así mismo, la entrevista realizada en 1999 por Stanley Grelet «El arte de la fuga» en: http://vacarme.eu.org/article15.html, http://www.sindominio.net/arkitzean/espacioliso.htm.

[6] «Ética y estética: aportes feministas a los movimientos sociales», Jornadas Feministas, Córdoba 2000, Feminismo es y será, Universidad de Córdoba, 2001.

[7] Véase Vega, C. Y Marugán, B., «El cuerpo contra-puesto. Discursos feministas sobre la violencia contra las mujeres» y «Gobernar la violencia. Apuntes para un análisis de la rearticulación del patriarcado», http://www.cholonautas.edu.pe/genero.htm.

[8] Existe una extensa literatura sobre la crítica feminista al Estado del Bienestar. Me gustaría destacar:
Del Re, A. «Tiempo del trabajo asalariado y del trabajo de reproducción», Política y Sociedad
, 19, 1995, págs. 75-81 y las reflexiones que aparecen en Carrasco, C. (ed.), Mujeres y Economía. Nuevas perspectivas para viejos y nuevos problemas, Barcelona, Icaria, 1999.

[9] Esta reflexión ha sido ampliamente desarrollada por el Grupo de Estudios Feminismo y Cambio Social, «La domesticación del trabajo. Trabajos, afectos y vida cotidiana, Feminismo es y será,  2001.

[10] Jónasdóttir, G. A., El poder del amor ¿Le importa el sexo a la democracia?, Madrid, Cátedra, 1993.

[11] «El amor es una especie de poder humano alienable y con potencia causal, cuya organización social es la base del patriarcado contemporáneo. El amor hace referencia a las capacidades de los seres humanos (poderes) para hacer y rehacer ‘su especie’, no sólo literalmente en la procreación y socialización de los niños, sino también en la creación y recreación de los adultos como existencias socio-sexuales individualizadas y personificadas», pág. 311.

[12] Los detractores de la política de la identidad la caracterizan en su conjunto como una defensa de las diferencias esencializadas; en este caso, no se trataría de una única identidad –la hegemónica–, sino de una pluralidad de identidades marginalizadas que son las que habitan el debate del multiculturalismo al uso. Desde esta perspectiva, se generalizan las propuestas no ya de las gentes subalternas y sus formas de lucha sino su propia teorización sobre el sujeto y el poder. Todo esto revuelto con una suerte de encono con el postmodernismo, así no más, y tendremos una de las corrientes más reaccionarias de nuestro tiempo en la que la izquierda más caduca se funde en un mortal abrazo con la derecha, esta última más preocupada por controlar y deslindar las diferencias que por meterlas a todas en el mismo saco. El ataque a lo que se entiende como feminismo postmoderno, con sus dentro/fuera y demás contorsiones de sujeto descentrado e incoherente, también es objeto de ataque, aunque en ocasiones no adquiera apenas la sombra de un fantasma. Sobra señalar las concomitancias que se están produciendo entre este tipo de posturas y la visión hegemónica post-11 de septiembre. Para una reflexión crítica sobre las políticas de la identidad: Bondi, L. «Ubicar las políticas de la identidad», Debate Feminista, año 7, vol. 14, págs. 14-37 y Butler, J. «Encuentros transformadores», en Beck-Gernsheim, E., Butler J. y Puigvert, L. Mujeres y transformaciones sociales, Barcelona, El Roure, 2001. Para una reflexión feminista sobre el 11 de septiembre: http://sindominio.net/unomada/desglobal/1/transnac.html.

[13] Hochschild, R. A., «Las cadenas mundiales de afecto y asistencia y la plusvalía emocional», en A. Giddens y W. Hutton, En el límite, Barcelona, Tusquets, 2001.

[14] La primera posición estaría encarnada, en distinto grado y modo, pór autoras como Kathleen Barry, Adrea Dworkin y Catherine MacKinnon; con respecto a la segunda, véanse los recientes comentarios de Raquel Osborne en relación al libro de Maria-Milagros Rivera, Mujeres en Relación (Feminismo 1970-2000), Barcelona, Icaria, 2001, en «Ni demonios ni mártires. La «impotencia» de las mujeres como fundamento de la violencia de género» en Violencia de Género y sociedad: una cuestión de poder; con respecto a la tercera, véase el capítulo V de Jane Flax, Psicoanálisis y feminismo. Pensamientos fragmentarios.

 

[16] J. Butler, «El marximo y lo meramente cultural», N. Fraser, «Heterosexismo, falta de reconocimiento y capitalismo: una respuesta a Judith Butler», New Left Review 2, 2000 págs. 109-121 y 123-134. Véase también Hardt, M. y Negri, T., 2002.

[17] Grup Dones i Treballs, Ca la Dona, Barcelona, «Repensar desde el feminismo los trabajos y los tiempos en la vida cotidiana» y «¿Qué hacemos con el trabajo doméstico?», en Feminismo es y será, 317-324 y págs. 467-474.

[18] Sobre las paradojas del poder y la subjetivación –«cómo adoptar una actitud de oposición ante el poder aun reconociendo que toda oposición está comprometida con el mismo poder al que se opone»–, sus callejones sin salida, sus ambivalencias y emergencias, véase Butler, J. Mecanismos psíquicos del poder. Teoría sobre la sujeción, Barcelona, Cátedra, 2001.