Por
el diálogo y la negociación:
no a la vía policial
Alvar Chalmeta
Después
de una larga tregua unilateral, ETA se ha lanzado a una oleada de
atentados. Con durísima regularidad, hay un muerto cada semana
de media. Frente a ello el estado español – el gobierno
y los partidos políticos- recurre a todos los mecanismos
a su alcance, para movilizar y sacar a la calle al máximo
de personas. Estas movilizaciones son consideradas como un respaldo
a la política antiterrorista, y el estado se siente fortalecido
por estas manifestaciones masivas. Además en un proceso que
se retroalimenta a sí mismo
se
exige una mayor movilización, movilización cuyo primer
paso es la exigencia de la condena. En el actual clima de histeria,
el simple silencio, ese no sabe/no contesta, es una complicidad.
Callar es colaborar con el terrorismo. Nos exigen que nos definamos.
Hay
veces, que el problema es tan enmarañado y confuso, que no
tiene solución. Para encontrarla hay que darle la vuelta
al enunciado y poner en duda las coordenadas del mismo problema.
Entonces empieza a vislumbrarse alguna clave para avanzar. Desde
luego estas modestas notas no tienen pretensiones más que
aportar, desde Madrid y para Madrid, unas posibles líneas
de trabajo.
El
conflicto vasco no es la violencia de ETA, no nace con ella ni se
acabará con ella. Es un problema político y social
que se puede formular como el rechazo de una parte significativa
de la sociedad vasca a integrarse en "España".
Y esto impugna la aceptación y configuración del actual
estado español. La violencia de ETA no sería más
que la expresión radical o extrema de las exigencias de una
parte del nacionalismo vasco.
Es
un hecho que la tensión nacionalista ha sido una constante
de la historia de España. Estos sentimientos nacionales,
sin entrar en demasiados detalles históricos, nacen paralelamente
a la unificación de los reinos de España en EL reino
de España y la progresiva formación de un estado centralista
jacobino a patir del siglo XVIII (Borbones). Se han expresado, a
lo largo del XIX en las diferentes guerras carlistas; fueron reconocidos
en los anhelos federalistas y cantonalistas, y se formulan con el
nacimiento de partidos nacianalistas (tanto en el País Vasco,
como en Catalunya y en Galicia). Estos sentimientos tienen su reflejo
cultural en los esfuerzos de recuperación y sistematización
por parte de escritores e intelectuales de las lenguas autóctonas
minusvaloradas. Ya en el siglo XX, los nacionalismos vuelven a hacerse
presentes con fuerza en los momentos de crisis del estado español
como por ejemplo durante la II república. La dictadura franquista
persiguió sistemáticamente sus expresiones políticas
y culturales. El enraizamiento de estos sentimientos explica su
sorprendente persistencia y su resurgir incluso bajo esa durísima
represión. El proceso político llamado "Transición"
no resolvió los problemas nacionales ya que en el 2000 siguen
siendo un asunto central, como reconoce el propio gobierno.
Ahora,
una parte mayoritaria de la sociedad vasca no está conforme
con su integración en España. Esta claro que el actual
marco jurídico y político no da satisfacción
a ese sentimiento nacional independentista.
El
"problema vasco" es en realidad el "problema español".
Es el choque de dos nacionalismos, uno históricamente dominante
–Imperio-, y otro que se va articulando en oposición
al primero. Es un juego de espejos en el que ambos nacionalismos
se van definiendo uno frente al otro y se determinan mutuamente.
Sin embargo no son fuerzas iguales. Uno, el centralista, con el
enorme poder del estado (ejercito, policía, judicatura, control
de los recursos económicos...) se ha impuesto al segundo.
Obviar esa absoluta desproporción de fuerzas sería
igualar a David y a Goliat. Tampoco debemos olvidar que la construcción
del centralismo es la que provoca la respuesta "separatista".
La prueba de que están en juego dos fuerzas nacionalistas
(y no los demócratas contra los nacionalistas o los "constitucionalistas"
frente los "excluyentes"), está en el propio gobierno
español que ataca al PNV, pese a anteriores colaboraciones,
por defender objetivos soberanistas o exigir más autogobierno.
El problema ya no es la forma en que se piden las cosas (con elecciones
o con armas), el problema son las cosas que se piden.
El
nacionalismo español basado en la unidad de la patria constituyó
la médula espinal del franquismo ("España: una
unidad de destino en lo universal"). Como la transición
no fue una ruptura con la dictadura sino un apaño, la configuración
del nuevo estado no abordó en profundidad el problema nacional.
El estado de las autonomías fue un paliativo para rebajar
las exigencias nacionalistas y diluir las históricas reivindicaciones
nacionales. Se equiparaba profundos sentimientos con construcciones
artificiales como la comunidad de Madrid. Ahora sufrimos las consecuencias
del error de pretender entretener a los nacionalismos con las migajas
de una superficial descentralización estatal. 20 años
después, las constantes exigencias de los moderados partidos
nacionalistas vascos y catalanes sobre nuevas competencias y funciones
son la mejor prueba de esa insuficiencia. Los llamamientos en torno
al estatuto y la defensa de la constitución son, por mucho
adorno que se ponga, un enroque del estado central para hacer frente
a la una amplia contestación
La
mayor responsabilidad de esta falsa solución recae en las
fuerzas de izquierda. En los últimos años de la dictadura
todo el abanico de partidos y organizaciones antifranquistas reivindicaba
el derecho de autodeterminación para las nacionalidades históricas
y consideraba legitimas las aspiraciones nacionales. La traición
a estas promesas también está en la base del actual
conflicto ya que, durante unos años, fue posible resolver
el problema nacional de una forma algo más realista. Sin
embargo las fuerzas opositoras que participaron en el alumbramiento
del actual régimen "vendieron" las reivindicaciones
nacionales a cambio de otras concesiones y asumieron la unidad del
estado. La transición dejó intacta la espina dorsal
del nacionalismo español y consagró a los grupos de
poder beneficiarios del centralismo que históricamente han
definido la estructura del estado, es decir a las elites económicas
más reaccionarias, más obtusas y oscurantistas, en
estrecha ligazón con las jerarquías del ejercito y
de la iglesia. Por eso el actual españolismo heredero ideológico
del franquismo en su visión del estado, se aferra a las autonomías.
Diariamente nos piden un acto de fé, que nos creamos que
España es una sola cosa pero al mismo tiempo es múltiple.
Algo así como el misterio de la santísima trinidad.
Cabe de hecho preguntarse si las autonomías han descentralizado
las decisiones o si solamente han aumentado las burocracias y administraciones.
Las
reivindicaciones nacionales no son de por sí revolucionarias.
No alumbran el paraíso socialista ni son la llave para una
sociedad sin am@s ni dominad@s. Pero no se pueden desechar, con
los superficiales argumentos de la izquierda, de favorecer la colaboración
entre clases, o por representar los intereses de la burguesía
local. Hay que reflexionar un poco más. Los movimientos sociales
en primer termino deberían discutir e intentar zafarse del
discurso dominante con un análisis propio. La tensión
social creada por la actual campaña de ETA y las acusaciones
gubernamentales generalizadas contra toda disidencia no dejan margen
a la opción de escurrir el bulto. Además si no se
enfrenta el problema con decisión y valor corremos el riesgo
de volver a dejar pasar una oportunidad histórica. La formación
del espacio europeo, con el consiguiente vaciamiento de competencias
del estado central es un proceso constituyente que quita sentido
al estado central. Parece lógico reforzar los mecanismos
de gobierno más participativos y cercanos a los ciudadanos,
es decir las administraciones locales, cuando nuestros gobernantes
toman las decisiones cada vez más lejos e independientemente
de nosotr@s. Frente a los procesos de integración supra estatales
tiene lógica la reivindicación de un ámbito
vasco de decisión o la apuesta por una Europa de los pueblos.
Lo que no se sostiene es la defensa de la unidad de España
cuando al mismo tiempo se la está desmantelando (supresión
fronteras, desaparición de la peseta...).
Los
movimientos sociales, los grupos que día a día demuestran
con su actividad su oposición al régimen, deberían
en primer término reconocer la legitimidad del derecho de
autodeterminación, es decir aceptar la libertad de los pueblos
de decidir su destino. Esto no significa apostar por el estado vasco.
Nada está escrito y no está claro como puede llevarse
a la práctica una hipotética independencia ni siquiera
está claro qué es el "Pueblo". El nacionalismo
vasco no es homogéneo, engloba a diferentes corrientes ideológicas
con proyectos diferentes y están atravesados por otros conflictos
(de clase, de género ...). Pero está claro que cualquier
proyecto colectivo tiene que permitir a los grupos disconformes
separarse de él. Y el actual proyecto de España combate
a los separatistas. El reconocimiento de la pluralidad entronca
además con una larga tradición del pensamiento revolucionario:
el federalismo. Esta propuesta de organización administrativa
formaba parte de todos los proyectos transformadores anteriores
a la guerra civil (socialismo y anarquismo). Su actualización
abriría perspectivas alternativas a la burocracia de las
comunidades autónomas y al proyecto de Europa de los banqueros.
Por
último, dada la legitimidad de las reivindicaciones nacionales,
atrapadas entre la violencia del estado y la de ETA, es necesario
manifestarse públicamente por el dialogo y la negociación.
Si en Irlanda el conflicto ha avanzado con una negociación,
por que no intentarlo. Tiene gracia que Aznar se vaya la antigua
Yugoslavia para pedir que se olviden las heridas de la violencia,
y aquí califique de diálogo trampa unos tímidos
intentos de rebajar la tensión. El gobierno ofrece como única
alternativa la represión para un problema político
y social. Si ETA, y el sector social vasco que apuesta por la independencia,
ha sobrevivido a la dictadura, a la guerra sucia de los posteriores
gobiernos, al rodillo mediático y a todos los recursos del
estado, mantenerse en la vía policial no es solución
alguna. Como en un juego de espejos a más dureza del estado
español, más dureza de su reflejo. Hay que empezar
a enfrentarse a la propuestas y al discurso de un gobierno cuya
principal habilidad es gestionar el dolor y las muertes para mantenerse
en el poder. Hay que poner en duda la constitución del 78
y la configuración del estado porque es justo y necesario.
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