Los movimientos sociales frente al conflicto vasco y el uso de la violencia.

Publicado en Molotov.

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El "problema vasco": reflexión
por la autonomía

Nandu Llorente

Pensar el conflicto vasco es una buena oportunidad para revisar nuestro discurso y nuestra práxis, eso que aproximativamente llamamos la autonomía.

Hagamos un poco de historia. Cuando a mediados de los 80 empezamos a buscar intuitivamente un nuevo espacio de acción y reflexión políticas, tuvimos que inventar una posición que nos parecía novedosa y radical, una posición que equidistaba del reformismo y del vanguardismo armado, una posición que trataba de superar el viejo y estéril odio entre marxismo y anarquismo... Más tarde descubrimos que nuestra experiencia conectaba con las de Alemania, Italia y también con algunos experimentos sociopolíticos de Euskadi... la Autonomía.

A mi juicio no fuimos lo bastante consecuentes con lo que habíamos intuido, y lo autónomo quedó, demasiadas veces , como un nuevo tamiz ideológico, una nueva identidad política con dosis de exclusivismo, separatividad y poca autocrítica. Se nos colaron en la práctica y las ideas muchas de las enormes contradicciones que venían de las teorías del pasado que creíamos haber superado: una mitología de lo radical que identifica lo revolucionario con lo violento; tendencias y actitudes manipuladoras, prepotentes, totalitarias con un cierto tufillo vanguardista; carencia de análisis histórico y autocrítica, compensadas por un "pensamiento" de consigna, y una tendencia maniquea a seguir interpretando todo en términos de amigo/enemigo.

La experiencia italiana, la deriva armada de un sector del movimiento que abrió caminos en el 77, la descomunal represión que se saldó en los años de plomo con la liquidación de la experiencia autónoma, es un caso histórico que nos debería hacer reflexionar. En general, si miramos la historia de la izquierda europea, deberíamos sacar algunas conclusiones que nos podrían ayudar a la refundación de lo autónomo. En nuestro ámbito, Euskadi es un laboratorio contradictorio y trágico del que podemos ir sacando algunas enseñanzas. La revisión histórica que propongo es demasiado ardua y compleja como para tener cabida en este artículo, así que voy a proponer algunas ideas, quizá inconexas, que entre algunos compañeros venimos barajando y discutiendo, sin otro objeto que provocar... ideas, discusiones.

No se pueden imponer las ideas, no se puede construir una práxis política que base su estrategia en desplegar una máquina de dominio que suplante a la del Capital. No se puede porque al hacerlo estaríamos reproduciendo lo mismo contra lo que luchamos.

No se puede construir una política que se base en la violencia, la violencia y el conflicto son cosustanciales a la naturaleza humana, pero la política es precisamente "la guerra por otros medios", un intento, quién sabe si utópico, de reconducir el conflicto humano por otros medios que no sean los de la fuerza.

Es imposible ética, estética y estratégicamente vencer militarmente al Poder, la dinámica de la guerra, la política del odio es su dinámica y su política, los/as revolucionarios no pueden copiar ni los métodos ni los fines del Dominio, y de todos modos, de intentarlo, siempre pierden, como demuestran los 150 años de derrotas que lleva la izquierda.

Cualquier política que pretenda imponer ideas, que dé a la violencia centralidad en su discurso, que sea una imagen invertida del Dominio que dice combatir es escasamente revolucionaria y nada autónoma.

No sabemos por dónde ir, pero sí sabemos por dónde NO ir: exactamente por donde va y dicta el Poder. Aquí y ahora al Poder le interesa que la guerra vasca no se acabe, en otros artículos se ha explicado la función creadora de consenso e identidad que está teniendo el problema de ETA, se podría hablar también de los intereses económicos que yacen en el fondo y demostrar cómo el "terrorismo" incrementa el PIB. Es por eso que algunos pensamos que lo más radical y transformador que se está diciendo sobre el conflicto vasco no se encuentra en los comunicados de ETA, ni en Ardi Beltza, sino en las columnas de Eduardo Haro Teglen, en los párrafos de Elkarri en este periódico, en lo que decía Jesús Ibáñez (QPD), o en las declaraciones de alguna periodista emocionada y conmocionada: NEGOCIACIÓN.

Por eso es que pensamos que lo autónomo madrileño debería apoyar y crear un espacio político discreto, contradictorio, crítico y autocrítico que equidiste del nacionalismo español y del vasco. Un espacio de reflexión en el que se abran microexperimentos de diálogo y distensión emocional y que intente superar la dinámica de la guerra y el odio. En el que sea posible reinventar lo político como mediación del conflicto, en el que se recupere el valor transformador y revolucionario de viejos conceptos que algunos en nuestro campo desprecian: democracia, perdón, pedagogía. Un espacio que ponga el acento sobre la construcción de comunidad y la experimentación social libre.

Tenemos miedo a ciertas palabras, bien porque han sido colonizadas o pervertidas como democracia y perdón, o bien porque identificamos radicalidad con extremismo y pensamos en términos excluyentes. Pero cada vez tenemos más claro que la única alternativa que merece llamarse revolucionaria pasa por una profundización democrática: asamblearismo, autoorganización, autonomía; y una profundización teórica que supere los -ismos que nos separan, que diga adiós a los viejos esquemas del Siglo XIX y que posibilite una nueva experimentación política y afectiva en libertad.

Para que lo autónomo madrileño pudiera contribuir con su experiencia y sus ideas a la resolución del conflicto vasco, deberíamos empezar por destruir ese "imaginario" guerrero que identifica violencia y radicalidad, los micrototalitarismos que emergen en lo personal y lo colectivo, atrevernos a pensar sin consignas, a dialogar escuchando, ser capaces de autocriticarnos en una búsqueda de coherencia ética y política que hoy nos falta. En fin, que deberíamos tomarnos todo más en serio, saber que esto no es un juego, sino un complejo entramado de deseos, de pasiones, de ideas, de acciones que buscan transformar la realidad y como mínimo transformarnos a nosotros y nosotras que así lo deseamos; que el mundo, la política y la revolución no son un juego sino una necesidad histórica, una apuesta civilizatoria y humanista, una apuesta por la justicia y el amor (otra palabra que no gusta a los que prefieren encastillarse en su resentimiento). Si desembocamos en la autonomía para ligar, para jugar a tener una identidad que nos falta en lo íntimo, para proyectar nuestras sombras psíquicas contra el Estado y el Capital,... sólo cabe esperar que cuando llegue la represión, y tarde o temprano llega, todas/os corramos como hienas a escondernos. Todo esto implica aquí y ahora una separación clara en lo ideológico y lo ético de las vanguardias armadas de distinto signo que pugnan por hacerse un hueco en la política del espectáculo, separarse del espectáculo todo, ponerse a estudiar, a pensar sin esquemáticos dogmas, y ponerse a trabajar en lo cotidiano, en la vida que se nos escapa entre las manos, para construir relaciones más justas, individuos más sanos e íntegros, estructuras de apoyo mutuo y difusión cultural y pedagógica. Separarnos del sistema pero no sólo a nivel económico y político, sino también a nivel psicológico y edificar poco a poco, con paciencia y generosidad "un mundo donde quepan muchos mundos, un mundo donde quepan los vascos, los españoles, y también los que ni lo uno, ni lo otro sino todo lo contrario, un mundo que no se puede construir eliminando al otro, al diferente, tal y como sugiere y hace el Poder que decimos combatir.

Espero haber provocado lo suficiente.

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