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FREE THE 70's

Entrevista a Toni Negri pocos días antes de volver a Italia
 

¿Por qué ha decidido volver ahora a Italia, sabiendo que le espera la cárcel?

Vuelvo para marcar el fin de los "años de plomo" y la necesidad de liberar a todos los compañeros que siguen en prisión y en el exilio. En prisión hay unas 200 personas. Se cuenta un número parecido de exiliados, instalados en su mayoría en París, a los que los gobiernos, tanto de izquierda como de derecha, han acogido en suelo francés sin autorizar su extradición. En Italia, el régimen constitucional está en vías de modificación y el paso a la II República impone sacar los muertos de los armarios de la Primera. Es igualmente evidente que la persistencia de las leyes antiterroristas está en contradicción con la presencia de Italia en una Comunidad Europea de Estados de derecho. Mis únicas razones para volver a Italia y por tanto a la cárcel son políticas. Espero, evidentemente, que el tiempo de mi encarcelamiento sea lo más breve posible, con el fin de convertirme lo más rápido posible en un ciudadano europeo. Pero eso depende del apoyo de la opinión pública italiana e internacional.

Usted fue condenado por constitución de banda armada. ¿Qué tipo de responsabilidad reivindica?

Fui condenado por banda armada y asociación subversiva, tras cuatro años y medio de prisión preventiva y haber sido elegido a la Cámara de los diputados. Se me acusó de haber asesinado a Moro, de ser el jefe de las Brigadas Rojas y el cerebro político que hacía de enlace entre las organizaciones armadas y los movimientos de masa. Las acusaciones cayeron una tras otra, pero en cada momento lanzaron otras nuevas. En una serie alucinante de procesos (al menos una docena, de los que uno sigue aún en curso) fui condenado una primera vez a treinta años de prisión, pena reducida tras una apelación a doce años, a los que hay que añadir algunos restos. Si después del 68 se hubieran aplicado en Francia criterios comparables, ni un sólo dirigente de la Gauche Prolétarienne (Izquierda Proletaria) u otras organizaciones parecidas se hubiera librado de cuatro o cinco años de prisión preventiva. Yo sitúo mi responsabilidad dentro de un movimiento político de masas que practicaba un extremismo radical y popular. Mis responsabilidades son y siguen siendo fundamentalmente intelectuales. Sin embargo, considero al ser humano (y a mí entre otros) como un todo: los errores políticos que se cometieron, cuando el ataque contra el Estado se "militarizó", remiten a responsabilidades a las que no me sustraigo.

Francia le acogió durante su exilio. Usted continuó ejerciendo su oficio de profesor e investigador. ¿Qué mirada lanza sobre ese "otro país" que ahora abandona?

Lo conocía desde tiempo antes. Durante los años cincuenta trabajé en mi primera tesis con Jean Hyppolite. A lo largo de los años setenta, Louis Althusser me acogió en la Escuela Normal Superior, para investigaciones sobre Marx más allá de Marx. Para mí Francia no es "otro país". Hace catorce años que vivo en él y, si me quedara, podría probablemente conseguir la naturalización. He aprendido mucho de los intelectuales y de los movimientos sociales franceses. He intentado utilizar a Francia como una pantalla en la que proyectar (y por tanto ampliar para analizar) muchas nociones elaboradas por el pos-marxismo italiano. Eso no me ha salido mal. La obra de Foucault, Deleuze y Guattari me ha permitido dar consistencia, por contaminación, a nuevos conceptos tales como trabajo inmaterial, explotación y poder constituyente. Estos conceptos no son abstractos: los he hallado en las luchas, desde 1984 (marcha de los beurs), a 1986 (coordinadoras de estudiantes, ferroviarios y enfermeras), al movimiento contra el CIP (Contrato de Inserción Profesional), a las huelgas de diciembre de los "sans-papiers". Como decía un viejo teórico, ahora tal vez olvidado, a menudo vemos en pocas semanas en Francia lo que en el resto del mundo tarda mucho en desarrollarse. Aquí he aprendido que la razón (singular y colectiva) siempre se acompaña de la ética de los afectos. En esto Francia ha sido siempre para mí no un país cartesiano sino espinosista.

He enseñado en esa universidad del "Tercer Mundo" que es París VIII. He trabajado en el Collège International de Philosophie, apreciando la fuerza y la libertad de los debates. He conducido investigaciones sobre la Plaine-Saint-Denis, observando las transformaciones de la vieja clase obrera frente a las nuevas formas de producción. He tenido amigos y enemigos. He amado y odiado, como se suele decir. Futur Antérieur, la revista que he contribuido a fundar y a hacer funcionar ha sido un buen instrumento de comunidad y de pensamiento.

Muchas cosas han cambiado en Italia desde los "años de plomo". ¿Piensa jugar un papel público en todo ello?

Mi papel público ya ha comenzado. Basta con leer los periódicos italianos de esta semana para comprender que mi "rendición" representa la ocasión para repensar los "años de plomo", para denunciar la puesta en la picota de toda una generación política y apresurar la promulgación de la amnistía. Ciertamente, han cambiado muchas cosas desde que me fuí. Pero mi vuelta no puede pasar por un compromiso político activo. Por otra parte, voy a la cárcel. Sin embargo, queda la necesidad de reconstruir, "desde abajo", una relación renovada entre sujetos sociales y representación política. En Italia, así como en Francia y en Europa.
 

Entrevista concedida a Libération, publicada el 3 de julio de 1997

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