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Comunicado del Laboratorio sobre el ataque fascista a un transeúnte

 El pasado día 18 de agosto fue atacado, rociado con gasolina y quemado un transeúnte que dormía tranquilamente en la Plaza de Agustín Lara, en Lavapiés. Este tipo de ataques de índole fascista resultan por desgracia demasiado regulares como para pasarlos por alto. No es con declaraciones indignadas y llevándonos las manos a la cabeza y la boca al micrófono del periodista más cercano como se puede hacer frente a estas situaciones.

Lavapiés es un barrio en pleno proceso de rehabilitación. Diversos colectivos sociales del barrio han manifestado sus dudas y sus seguridades: es dudoso que el plan de rehabilitación en marcha sirva para frenar el proceso de degradación económica y social que caracteriza este barrio; es seguro que de poco sirve el arreglo de algunos edificios y fachadas si no viene acompañado de una profunda intervención social que aborde las condiciones de marginalidad, precariedad y pobreza en las que vive buena parte de Lavapiés. Y es seguro también que eso no está contemplado en el plan de rehabilitación.

En este barrio, como en tantos otros, hay gente que vive y duerme en la calle, sin recursos propios, desplazados de toda relación social que no sea la de la mera supervivencia. Gente a la que se les mira mal, como si de algún modo fueran responsables de su situación. Gente que se convierte en el objetivo de fascistas militantes o, en ocasiones, de otra gente envilecida por soflamas vecinales que llaman a la limpieza de lo marginal o de lo diferente, que trata de encastillarse viendo enemigos en quienes comparten el drama social de una ciudad endurecida y arrasada por la pobreza, la dejadez institucional, el paro y la precariedad en el trabajo, la pérdida de derechos sociales que vacía de significado el término ciudadano.

Este barrio no está a salvo de la violencia que genera la pobreza. Nosotr@s la conocemos por experiencia. Con una población progresivamente envejecida y desestructurada, con numerosos inmigrantes sobreexplotados por su condición, con jóvenes cuyas perspectivas son cada vez más reducidas y con un tejido social organizado sumamente débil no es posible pensar que esta acción salvaje contra un vecino vaya a ser la última.

Mientras, las políticas de la administraciones públicas, no es que no se planteen medidas radicales, es que ni siquiera llegan a considerar soluciones reformistas como pueden ser la despenalización de las drogas o la regularización de tod@s l@s inmigrantes sin papeles, y más parecen destinadas a desplazar los núcleos de marginalidad o a dejar que se aniquilen entre sí que a promover las más elementales medidas asistenciales o integradoras.

De poco vale entonces escandalizarse o lamentar este tipo de agresiones. Las soluciones no van a venir de las instituciones ni menos aún del aumento de dotaciones policiales. Hay que reconocer cuanto antes que el fascismo de fin de siglo no es algo ajeno a nuestros espacios, a nuestros barrios, sino algo muy próximo, demasiado próximo, que se nutre y arraiga precisamente en la diversidad metropolitana de barrios populares como Lavapiés y que las vías de solución han de provenir del propio tejido social. En concreto, inmunizarse de esta formas de microfascismo pasa necesariamente por elaborar y experimentar formas de democracia radicalmente extraparlamentarias, con una intervención decidida de l@s vecin@s del barrio, que analice y afronte el proceso de desarraigo y descomposición social que vivimos, que asuma su responsabilidad en el diseño del barrio y de la ciudad que queremos para articular una esfera pública donde las diferencias puedan convivir y expresarse sin aniquilarse mutuamente.

CSO El Laboratorio
Agosto 1997

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