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Fulkro

Devenir subalterno

François ROSSET


Cuando nos ponemos a esperar, presuponemos implícitamente entre nuestros deseos y su objeto una continuidad cuya naturaleza es incierta. No es seguro que esa pasión, que parece situar al hombre entre sus congéneres, nos permita sentir de otro modo que por el sesgo de una proyección en el futuro. Además, el principio de esperanza admite forzosamente, aunque sea disimulada en un rincón del bosque, la necesidad del miedo.

"Entonces, la certeza revelada de que no había nada que esperar tuvo en mí un efecto de salvación. Durante semanas y meses, durante años, a decir verdad toda mi vida, había esperado ardientemente que algo ocurriera, algún acontecimiento exterior que cambiara mi vida, y en ese momento, repentinamente inspirado por la ausencia total de esperanza por todas partes, me sentí aliviado, como si me hubieran quitado una pesada carga de los hombros."
(Henry Miller, Trópico de cáncer)
 

Miller no habla de la neurastenia, sino de un giro de 90 grados: se experimentaba aquello, una y otra vez, y luego aquello cesa, porque -la fisiología, simplemente- uno no se apoya de manera ininterrumpida en una llaga sin que los nervios se cansen de responder con el dolor. Entonces, ¿qué quiere decir dejar de esperar? ¿Es un mal signo? ¿Es una terapia o incluso una promesa? Evidentemente, "no tengo esperanzas" es una frase que no se pronuncia en voz alta, suena estúpido, es una pose y una declaración de intenciones; no habla más que en pasado, cuando el giro es también algo del pasado. Miller señala únicamente un estado de hecho, "espero ardientemente" señala una separación entre los acontecimientos contenidos en una vida-envoltura y aquel encargado de vivirlos o más bien de practicarlos; es el punto en el que una vida parece constituída por completo, hecha de lazos corredizos visibles a simple vista, "había esperado", esperaba, esperaba, declinación histérica, cuando el afecto reviste la forma de una letanía, cuando de reduce a formar un círculo como la serpiente, a rozarse a sí misma; un caso particular de vuelta contra sí mismo, que no es exactamente mortífero ya que no cesa de poner los ojos en el "acontecimiento exterior" pero que es una de las más altas potencias de petrificación, de fotografía; vivir = oscilar, pero como un metrónomo; ¿por cuanto tiempo? Semanas, meses, años. Hay allí una extraña, una mala manera de esperar: esperar con gruesos ojos esparrancados, en esa hipnosis en la que está inmerso el que imagina la lista de las cosas que deben ocurrirle, ocurrirle en vida, el que se ha hecho capaz de descifrar signos premonitorios, que ve dibujarse a lo lejos a los acontecimientos cargados de sentido que poco o mucho está destinado a vivir. Eso es, el pensamiento del advenimiento, el pensamiento de la Gran Noche, la falsa relación con el exterior; algo surgirá del suelo, ya hecho, ya histórico pero cuya altura, extensión, estan definidas ya por la potencia de mi sensibilidad; las ensoñaciones sobre la revolución son de este orden, así como una cierta manera de juzgar el mundo (pues también se trata de eso, el viejo asunto del juez y parte, comento lo que me sucede, me miro atravesar una existencia que, con todo mi pesar, se parece cada vez más a una representación de actor: soy el Paciente y esperaré el tiempo que haga falta y trabajaré por ello, seguro que aquello acabará pareciéndose al aguante, la vida reconocerá en mí esa virtud así como todas las demás que implica, sí, vendrá ella misma, al final ¿me ocurrirá algo?), de hacer constataciones, de no ver cómo siempre es inactual, al pairo, por detrás o por delante en relación a los estados que de él se hacen; reiteración.

Es preciso ser categórico: "ausencia de esperanza por todas partes", en presencia de sí mismo un pequeño coto lleno de visiones más secretas capaces de compensar todo lo demás. Miller pasa a otro plano, de "esperaba" a "nada que esperar" (o más exactamente a la comprobación de que no es una parte del universo que tenga que recobrar la otra puesto que ninguna de ellas está ahí para eso, puesto que la naturaleza no tiene ninguna vocación) sin conversión al cinismo; si hay ese tono, si es sardónico cada vez que se encuentra a la esperanza y sus representantes, es una simple consecuencia de la mayor velocidad adquirida al desertar. ¿Por qué desconfiar de la esperanza? Porque es asintótica en tanto que "sueño de una cosa"; la esperanza no se interesa más que por la entidades masivas: la vida está en otra parte, -pero ¿de qué hablamos? Otra vez de las grandes caras, de las carreras, de todas clases de tentativas, ese alineamiento de proyectos que podrían abandonarse a continuación; esperar es enumerar; esto y aquello y también eso, si Dios quiere; una pantalla parabólica en la que se muestran todos los objetos de deseo, y del otro lado, inmóvil en el hogar, el que ha secretado todo eso. La fórmula propia de la esperanza es la de pegar al que espera sobre una pequeña superficie, un punto en el que se mantienen y que más tarde denigrará por incómodo; no es simplemente un rostro del egotismo, con frecuencia espera ser cogido, arrebatado o perforado por una de esas cosas que ha vislumbrado; los soñadores pueden ser verdaderos violentos, se les ha decepcionado con tanta frecuencia, la nostalgia les pertenece por derecho; en el reino de las ideas -en la medida en que estan conectadas a posiciones de deseo- también hay decepciones inconfesables; ¿cómo se pasa del izquierdismo a la extrema derecha?

Miro la montaña. Estan los falsos abismos y, distantes, los grandes imperios. Esperar es hacer la corte, como por azar, es muy visual: con los pasos contados, un paso hacia adelante, dos hacia atrás, tal vez un salto; esperaré inmóvil el tiempo que sea preciso: el falso desierto, el desierto de los Tártaros; si no hay nada que esperar, no hay nada que aguardar; por ello, Miller no entablará el elogio de un nihilismo trivial, pues el vacío no es la nada, inmanencia, abandono de la pretensión de...; las cosas estan, se extienden alrededor, hasta el punto de que ya no sabemos qué participa de qué. Por contra, la esperanza elige lo distante contra lo lejano; lo distante nos está prohibido, mucho más a medida que lo rodeamos y tratamos de dirigirle la palabra; "cambiar mi vida", que mi vida sea reformada, la aposición de las manos, es estar persuadido aún de que la vida me mira, aunque sea discretamente, aunque sea de lado; no se sueña, no se fantasea nunca sino en torno a lo que no sueña o sobre todo no sueña con nosotros. El sentimiento de injusticia ha perdido contra el estado social en la medida en que este manifiesta cada día su capacidad de durar; aporta sin cesar la prueba de su inadecuación. La esperanza es la ilusión óptica, la montaña irreal-completamente próxima, en cuya dirección hay que producir un vasto volumen de representaciones mentales y horas perdidas. A propósito de la luz atrapada en las olas, Faulkner decía que "el desplazamiento del agua es igual al algo de alguna cosa": elevación al cuadrado, incremento de potencia, hasta tal punto que la naturaleza o la vida parecen desplazarse por encima de sí mismas. Eso es lo lejano; no hay que intervenir (la palabra de un yo bien unificado) sino tan sólo participar pues aquel lleva una existencia virtual paralela a la nuestra; la esperanza realiza esa operación de una manera paródica o fantasmática: la vida está repetida, perseguida por una instancia que de hecho no tiene más nombre que consistencia.

Esperar requiere imaginación, hace falta gustar de representarse las cosas y el camino que a ellas conduce; para esperar correctamente es preciso prestar atención sin descanso, pues el signo puede brotar en cualquier parte (y por todas partes al mismo tiempo, pero, curiosamente, los que esperan nunca parecen tener la experiencia de la saturación, como si hubiera una última triquiñuela que evitara en cada momento el corto-circuito, el verdadero desprendimiento, "ahora, súbitamente"). Como si, en todo el asunto , hubiera algo inconfesable; a saber, que todo individuo está compuesto de una longitud de onda de soledad, el punto ciego en el que no es nada para los otros así como para sí mismo; no se trata de una cualidad del ser sino de una especie de frecuencia de radio: el momento episódico en el que se desvía de todo lo que es humano, en todo caso bajo la forma de la relación de persona a persona. Quién no ha conocido esos instantes en los que los seres disponen de la misma evidencia que las cosas y no son ni más ni menos que inmediatos desconocidos tirados al azar en torno a sí (sin que ello implique hostilidad, relación de dominación, sadismo...- la verdadera y asignificante separación entre los reinos). En esos momentos, la noción de proximidad se modifica de manera extraña; lo que está a vuestro lado está próximo, pero otra cosa que vuestros sentidos pueden aprehender lo está del mismo modo; no se deja de preferir el sonido y la densidad de tal entidad contra los de tal otra. En ese estado, no nos hemos salido del mundo, nos hemos dispersado a través de él, en su superficie. Efectivamente, la soledad no es la angustia, el aislamiento, un dolor recurrente en el curso de la existencia humana concebida como río contínuo. Es la práctica del alejamiento entre las islas; no "sin parada única" (aislamiento), sino más bien: aquello con lo que vendréis a mezclaros será lo que deviene común entre "vosotros" y un todo aparentemente constituído (ya sea un ser, una máquina social, un corpus de ideas...); una ínfima noción común, una velocidad, una lentitud común, una sonoridad común- pero común a priori; la soledad es ante todo una distancia igual flotante, no medible, entre lo que nos constituye y lo que puebla la serie de lugares que atravesamos; y no hay más que eso, entidades lejanas cuyos contornos no son fijos, lo inverso de la gran noche, lo inverso de la asíntota. Por esa razón, "el deseo más alto es deseo de soledad"; utilizarla para salir de la persona, para interesarse por lo que nada tiene que ver con nuestro caso, con nuestra situación. "No hay esperanza" es un presente extendido, vertigonoso de veras; ya no un estado infinito, el tedio [le spleen], la carga, sino una situación ilimitada. Así, no os convertiréis, no os pegaréis a aquello cuyo alejamiento os ha atraído; la participación no es fusionante, pese a que el motor-soledad nos empuja a comportamientos imperiosos: distancia (catatonia) y aproximación (fulguración). Por otra parte, el resistente debe también otorgar confianza a la soledad en lo que concierne a su conservación; la quietud, el vacío, no tienen nada que ver con la neurastenia; son parte integrante de la vida; situación a la Faulkner, lo que un hombre descubre en "su" amante: "Hay una parte de sí misma que no quiere a nada, (...) Cómo, pero ella está sola. Ella no se siente sola. Lo está" (Palmeras salvajes, p. 87, el subrayado es nuestro) Comprender eso; que no se trata de solipsismo, una parte de sí misma no quiere a nada es una fórmula alegre porque designa ese hechizo constitutivo de la vida; designa la verdad del rostro que se da la vuelta (es decir, la velocidad absoluta de la pasión), en fin, hace posible que lo preferible (tú, él, esto, aquello) y lo no preferido (el mundo) se encuentren; no se trata de sincretismo- entonces diríamos el Todo a través de Sí; se trata de lo inverso, el sí se ha fragmentado en el todo hasta el punto de que ya no hay que distinguir entre dos nociones; de paso, el viejo yo, la unidad del yo se ha revelado como ilusión. Las ocasiones de deseo, la hora de salir de sí mismo, no tienen consistencia real más que sobre el único fondo contínuo del que, una vez acontecidas, dibujan un trazo saliente: el mundo, alias la naturaleza, alias el hombre; un relieve particular no es exclusivo y nunca tuvo la pretensión de serlo; cada epifanía, por recluída que pueda parecer, traiciona por contigüidad la existencia de otros acontecimientos que marcan la extensión de un mundo. "Love streams". No hay sino una única operación digna de interés, que arrastra a todo lo demás, devenir poroso, obtener la mayor apertura sea cual sea el detalle absolutamente ínfimo en la mejilla de cualquier cosa que permitirá ese arranque o más bien ese desajuste que os hará partir directamente por las trayectorias más tortuosas.

"En todos los lugares a los que voy, las gentes hacen de su vida un gran lodazal. Cada uno tiene su tragedia privada. Ahora se lleva en la sangre: la desgracia, el aburrimiento, la pena, el suicidio. La atmósfera está saturada de desastre, de decepción, de futilidad. [...] Y sin embargo, el efecto que ello me produce es excitar mi regocijo. En lugar de estar desanimado, deprimido, me doy un festín" (Trópico de cáncer, p. 36). De hecho y de derecho, uno no es responsable de la estrechez del orden humano. Luchar contra porque estamos constituídos así, y luego nada más; ningún ideal; es el orden acostumbrado de nuestra vida, la clase de afectos mediante los que procedemos; la resistencia es atávica, ciega y sorda como un estremecimiento de membrana; de nuevo una cuestión de afirmación: "el mundo, plano, evidente, sin misterio" pero "plano" no es una palabra vana, significa también, e indiferentemente, lineal e ilimitado. Naturalmente, a veces las obturaciones son vertiginosas, 99% de inmovilismo, de aburrimiento infranqueable- y entonces Miller devenido tipógrafo: "nada escapa al ojo del corrector, pero nada penetra a través de su cota de mallas" (ibíd. p. 214). No se trata de un sensualismo del hombre con armadura. Simplemente, debemos escapar a las petrificaciones impuestas por la esperanza, a la desposesión que se experimenta tras cada nueva decepción. La esperanza no es constituyente, masticada ya por nuestros padres y maestros cuando nos la encontramos. Por contra, el alejamiento define la sola forma interesante de autonomía: se encuentra, se captura y se es capturado, se aparta, pero en esa línea, actuar equivale a contemplar, es decir, los dos gestos van a la misma velocidad, no se actúa más que al nivel de las pequeñas sensaciones, al nivel de los corpúsculos y las composiciones moleculares; un ser no es "uno", sino bloques asociados, densidades asociadas, individualizables, lluvia de partículas; y un grupo-sujeto no tiene realidad más que a la altura de las simpatías que llegan a circular en él. A esta escala, la contemplación es de hecho una intrusión, una participación, lo que Musil llama bodas, incluso en medio de cosas inanimadas.

Es preciso devenir el subalterno, el imbécil, el perfecto último, y para desfilarse hacia ese blanco todo lo que pueda hacer invisible está permitido: hasta la cortesía, inclinarse, apretar las manos cuando el brazo que las lleva se para a la altura del codo; hará falta de todas formas atravesar las repeticiones lúgubres, los horarios, la socialización cretina, las personas molestas, los dandys. Si no es aún la comunidad, estará pese a ello, cada vez que sea posible, fuera de la sociedad. Estar aquí y allá, pasar de un punto a otro, más delgado cada vez que los cuellos de estrangulamiento pretenden impedíroslo. ¿Qué ocurre? "El alba se alza sobre un mundo nuevo, una jungla en la que andan errantes espíritus delgados con las garras aceradas. Si soy una hiena, soy una delgada y famélica; salgo de caza para engordar" (Trópico de cáncer , p. 151). Pero la fórmula no debe malinterpretarse: cada cual su totem, los hombres-montaña y los desdentados son bienvenidos, nunca se opera más que según la propia deformidad- la cifra de la propia identidad (los más sosos serán así las hienas más nómadas), y pensar en la panoplia de armas que eso representa. Las albas son frecuentes, y no tienen nada que ver con el movimiento de la tierra y el sol. Entre ellas, que llegan, que no se las provoca, las horas, los segundos, y la estrechez, es preciso experimentar, aguardar, aceptar la alternancia. Conoceremos el desierto, "la experimentación sobre sí mismo", seremos pues forzosamente discretos: devenir geógrafo exige lo neutro, la sobriedad, quedarse mucho tiempo en el mismo sitio, con el fin de poder un día vibrar inmóvil. Nos dirigiremos sin quejas, sin espíritu de comparación hacia lo que vive y no nos mira ("ah!, siempre estamos pillados por los que de verdad no quieren nada de nosotros" dice Kerouac). Lo que es divertido es que nosotros, "nuestros ideales", no serán vengados. Ninguna amargura en Miller: es lo suficientemente rápido; el deseo de ser vengado, el deseo de que mi amargura (pues a su manera es un órgano grueso) sea saciada de manera lenta en el interior de un bebedero, no conoce los saltos. Miller experimenta que tales y tales cosas son decididamente notables, en negativo y en positivo; concretamente, da sus paseos.

Y entonces, todo lo que podemos decir es: hay activismo. Estado de hecho. ¿En cuanto a sus resultados? Visto desde el exterior, "nadamos sobre la cara del tiempo, y todo lo demás se ha ahogado, o se ahoga, o se ahogará" (ibíd. p. 55). Es más que una declaración de intenciones, es la verdadera irresponsabilidad: "Antiguamente creí que el objeto más elevado que podía proponerse un hombre era el ser humano, pero ahora veo que ese objeto no tenía más razón de ser que la de destruirme. Hoy, estoy orgulloso de decir que soy inhumano, que no pertenezco ni a los hombres ni a los gobiernos, que no tengo nada que hacer con las creencias ni con los principios" (p. 352). Tender hacia lo que no es una pose ni una torre de marfil sino un grado de consistencia del cuerpo, una aptitud para mezclarse, en función de las experiencias que hemos conducido sobre nosotros mismos. Proporcionarse un cuerpo puesto que no sólo hemos nacido huérfanos sino obstruídos por órganos, forzados a encontrar por todos los medios aquello que podrá hacernos cambiar de reino. "¡Mirad bien! Hoy ni siquiera sabemos donde se esconde la vida, lo que es, cómo se llama". Saber utilizar la indiferencia de la que somos capaces y buscar incluso lo que se pueda hacer con la catatonía cuando se apodere de nosotros. Deformación, simpatía; esta alianza es el único punto de vista que puede combatir el poder engañoso de esta vida, su cohorte existencial, la presencia de los infinitos. El objeto inmediato, evidente, de este trabajo es una doma; cómo elegir los puntos de vista, cómo poder reconocer las buenas alineaciones... No hay nada que aguardar, nada que esperar, ninguna inquietud entonces, al haber perdido toda inquietud por más potencia de acción. La segunda pregunta se deduce simultáneamente: ¿cómo devenir indestructible? Pero era eso precisamente, somos indestructibles.