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«Etnología y sus ritornelos»
Tadashi Yanai
1. Introducción
En Proust y los signos, Deleuze dice: «La verdad nunca es el producto
de una buena voluntad previa, sino el resultado de una violencia en el
pensamiento. (...) La verdad depende de un encuentro con algo que nos fuerza
a pensar y a buscar lo verdadero» *1. Creo que, en efecto, cada uno,
al pensar, gira alrededor de esas violencias, esos encuentros, con los
que, en alguna medida, se hace capaz de pensar.
En mi caso, esa violencia sería, en primer lugar, mi condición
de haber nacido y crecido en Japón -en un país donde continuamente
se mezclan y se chocan lo tradicional y lo occidental-; y, en segundo lugar,
serían las experiencias que he tenido como etnólogo (o antropólogo
-lo que es lo mismo) durante los últimos 13 ó 14 años
y sobre todo la que he tenido durante mi convivencia con los indígenas
mapuches de Chile en 1990-92.
Y, sin duda, son estas experiencias las que, a través de los
problemas que ellas me plantean, me han impulsado a leer a Deleuze y Guattari.
Lo que voy a contar es una síntesis breve de algunas de las respuestas
que he obtenido en esa lectura, sobre todo en mi lectura de estos autores
relacionada con mis experiencias etnológicas entre los mapuches
de Chile (aunque la primera condición -mis experiencias como japonés-
siempre influiría considerablemente esta lectura). Dicho de otro
modo, es un resumen de mis anteriores intentos de hacer comunicar la etnología
con el pensamiento de Deleuze y Guattari.
Una última precisión: la etnología de la que hablaré
ahora no es exactamente aquella etnología comentada por Deleuze
y Guattari, con toda lucidez, en los dos tomos de Capitalismo y esquizofrenia:
Anti-Edipo y Mil mesetas. Como se aclarará poco a poco, lo
que planteo es una especie de «etnología molecular»,
que se distinguirá de la etnología clásica que podríamos
calificar de molar (de las «moles», o los bloques). Cabe añadir
que, desde mi punto de vista, es precisamente Mil mesetas el libro
que ofrece las pistas más claras e importantes para este planteamiento.
2. Trabajo de campo: «devenir-indígena» de la etnología
Para hablar de la etnología, creo que antes que nada hay que
hablar del trabajo de campo (fieldwork). Es, sin duda, la parte más
interesante y más profunda de esta disciplina, evidentemente mucho
más que el trabajo posterior de elaboración de datos o de
teorización.
En efecto, el etnólogo o antropólogo, en principio, se
considera suficientemente capacitado para hablar de una sociedad o de un
grupo social sólo después de hacer un trabajo de campo más
o menos largo (al menos 1-2 años). Es allí donde los intereses
iniciales del investigador se reformulan de acuerdo con el verdadero estado
de cosas, y se convierten en los temas que realmente vale la pena investigar.
Y es también allí donde, aunque muchas veces intuitivamente,
el investigador empieza a entrever las respuestas a sus preguntas.
¿Qué hace el etnólogo en el trabajo de campo?
Lo que no puede faltar son las tres cosas: permanencia prolongada en el
terreno (al menos 1-2 años, como ya he dicho), convivencia con la
gente, y observación participante. Luego, su contenido varía
según diferentes factores: la orientación teórica,
el carácter de la sociedad y el carácter personal del investigador,
etc. Por ejemplo, algunos subrayan las encuestas estadísticas, y
otros subrayan la observación participante. En mi caso, estuve dos
años en el terreno, viviendo con la gente y haciendo más
o menos todo lo que hace la gente: del trabajo cotidiano a las actividades
rituales.
Dos años de estadía es, evidentemente, larga. Es monótono,
incluso aburrido, ver, durante dos años, más o menos el mismo
paisaje, las mismas personas, las mismas ovejas. Sin embargo, puedo afirmar
que la estadía prolongada en el terreno es imprescindible: es sólo
a través de ella, en una plena inmersión en el medio, que
uno empieza a digerir realmente los hábitos de la gente (es decir,
incluso a nivel inconsciente y corporal). Recuerdo que, por ejemplo, fue
a partir de a seis meses de mi convivencia con los mapuches cuando, poco
a poco, empecé a intuir lo que pensaba la gente (empecé a
entender las bromas de la gente); en una palabra, empecé a ver el
mundo, en alguna medida, desde el punto de vista de ellos.
Esta asimilación de los hábitos de la gente, incluso
a nivel inconsciente y corporal, no sólo sirve para comprender mejor
su modo de pensar y de vivir; ella obliga al etnólogo a revisar
profundamente sus esquemas teóricos iniciales -lo que, a veces,
incluso le obliga a renunciarlos. Es el momento de una gran decepción
-y a la vez el momento de desasimiento, el momento en que uno se hace capaz
de pensar a través de esa violencia en el pensamiento *2.
El trabajo de campo es, en este sentido, una lenta descodificación,
una lenta desterritorialización. Es un «devenir-indígena»
de la etnología -es decir, un «devenir-menor» de una
ciencia occidental. Si la etnología puede pretender, hasta cierto
punto, un saber empírico que va más allá del saber
occidental, no es sino gracias a este proceso del «devenir-menor».
Se podría decir, en otras palabras, que en el trabajo de campo
el etnólogo «deviene niño» entre una cultura
que había dejado atrás y otra cultura que aún no ha
asimilado del todo. El trabajo de campo conduce al etnólogo a esa
zona de indiscernibilidad donde se cruzan los diferentes puntos de vista
y fuerzas -lo que le hace encarar el devenir mismo.
Quiero añadir rápidamente que otra cosa distinta son los
textos que escribimos los etnólogos (o antropólogos) en el
escritorio. Y es porque la mayor parte de las teorías etnológicas
o antropológicas (desde la noción estandardizada de la «cultura»
hasta las estructuras inconscientes protolingüísticas) son
verdaderas máquinas de reterritorialización. Por medio de
estas teorías la realidad etnográfica se va reduciendo a
un conjunto de categrías molares y el devenir se inmoviliza; y los
rastros de aquella descodificación y desterritorialización
en el trabajo de campo se van borrando cuidadosamente. Cabe destacar que,
en realidad, la función reterritorializadora de las teorías
etnológicas comienza a actuar ya en el terreno: una cierta «conciencia
profesional» muchas veces impide a que el «devenir-indígena»
de la etnología descodifique una gran parte de sus teorías.
En Mil mesetas, en el capítulo de «Postulados de la lingüística»,
Deleuze y Guattari critican de manera contundente la noción de la
lengua estandard y las teorías lingüísticas que se apoyan
sobre ella (inclusive el estructuralismo). Exactamente la misma crítica
puede dirigirse a la noción de la cultura estandard (o reglas socioculturales
estandard) y las teorías etnológicas o antropológicas
que se apoyan sobre ella: es decir, prácticamente todas las teorías
etnológicas o antropológicas. (Hay que reconocer que la etnología
ha tenido Lévi-Strauss -una especie de Edipo-, pero no su William
Labov *3).
De todas formas, el hecho es que, en mi caso personal, la función
reterritorializadora de las teorías antropológicas no ha
actuado correctamente: al contrario, mi experiencia de desterritorialización
durante el trabajo de campo entre los mapuches me hizo romper con la noción
de la cultura estandard y estudiar el devenir cultural mismo. En otras
palabras, es precisamente esa experiencia de desterriolización la
que me ha forzado a plantear una etnología del devenir (que podría
llamarse «etnología molecular»): el estudio de la realidad
etnológica como una configuración de fuerzas siempre en movimiento.
Lo que sigue es un ensayo de esta «etnología molecular»
aplicada a la etnografía mapuche. Concretamente, analizaré
los dos temas siguientes, que son dos aspectos importantes del devenir
cultural mapuche:
(1) En general, la tradición suele considerarse como algo inmóvil
, a la vez que como un conjunto de formas, reglas o mecanismos culturales
estandard. Pienso, sin embargo, que la «cultura tradicional mapuche»
no puede ser considerado de esa manera, sino que es algo que tiende a variar
continuamente, algo profundamente variacional (y sospecho que al fin y
al cabo toda tradición, toda cultura es así). Veremos por
qué es así.
(2) Hoy en día, los mapuches están pasando de una fase
de biculturalidad a la de una aparente “chilenización”: a pesar
de que mucha gente habla, aún, tanto castellano como mapuche (aunque
en su vida cotidiana se habla más bien castellano) y comparte tanto
el modo de pensamiento de vida mapuche como el chileno, una gran parte
de la juventud ya no sabe su propia lengua, y lo que queda de la institución
sociocultural tradicional (el sistema de creencias y de rituales) está
perdiendo cada vez más su peso -lo que parece inevitable cuando
más de la mitad de la juventud se emigra a la ciudad, sobre todo
a Santiago de Chile, en busca del trabajo. Ahora, la pregunta que planteo
en esta situación es la siguiente: ¿cómo podemos pensar
la relación entre estos jóvenes, «desterritorializados»,
y su tradición? Cabe añadir que, en realidad, fue sobre
todo esta pregunta la que me hizo romper con la etnología molar
clásica y plantear una etnología molecular.
3. Ritornelos territoriales entre los mapuches
Veamos el primer punto. ¿Por qué la «cultura mapuche
tradicional» no puede ser entendida de manera estandard? ¿Por
qué ella tiende a variar? En realidad, podemos destacar que la tendencia
a la variación es especialmente acentuada por el carácter
eminentemente oral de la cultura mapuche.
Los mapuches tienen lo que son más o menos sus reglas socioculturales
no en la forma de leyes escritas en papel sino en la forma de tradiciones
orales (historias de los ancestros), y las mantienen sólo oralmente.
Y hay ciertamente una institucionalización para conservar y utilizar
estos saberes: tanto en la vida cotidiana como en los contextos rituales,
ellos, sobre todo las personas sabias, se acostumbran a «conversar»
de manera ritual. Esta «conversación» (ngütramkan)
de estilo ritual que puede durar horas y horas, es una oportunidad de exhibición
mútua de los saberes, en la que los dialogantes, alternativamente,
van recordando las historias memorizadas.
Por decirlo así, es como si tuvieran la Biblia enteramente memorizada,
y citaran de memoria las historias que más se relacionan con el
interés del momento, con el fin de que éstas sirvan como
criterios para pensar, actuar y juzgar.
Aquí la comparación con la Biblia no es ninguna exageración.
La memoria de algunos mapuches es realmente sorprendente: son capaces de
hablar varias horas (o incluso varios días) citando de memoria una
infinidad de historias ancestrales.
Ahora bien, la comparación con la Biblia nos ayuda también
a entender su especificidad: diferentemente de la Biblia, en las historias
ancestrales mapuches no hay ni una versión universal (cada familia
tiene un conjunto de historias que se difiere ligeramente de otras), ni
textos fijos (ellos no recuerdan esas historias literalmente sino más
bien como un encadenamiento de imágenes; por tanto, cada vez que
se reproduce, cambian las palabras, se extienden algunos detalles o al
contrario se omite, etc.). En la cultura oral como la de los mapuches,
no hay ningún texto original sino todo son variaciones, actualizadas
cada vez de manera improvisada. Así, la recordación de las
reglas socioculturales es siempre sujeta a la variación, a la improvisación.
Esto es el primer punto, pero hay más. En realidad, en el acto
de la recitación de tradiciones orales, hay algo más profundo
que recordar las reglas socioculturales contenidas en ellas. Podemos entenderlo
a través de los cuatro puntos siguientes:
(1) En la lengua mapuche el discurso indirecto es prácticamente
ausente, y esto hace que cada historia ancestral, narrada por los mapuches,
sea repleta de citaciones en discurso directo -lo que la acerca un poco
al cuento rico en diálogos.
(2) El uso del discurso directo, naturalmente, facilita la identificación
emocional del hablante con los personajes aparecidos en la historia. En
el caso de los mapuches, la repetición de las narraciones parece
crear en ellos un cierto hábito de identificación emocional
con algunos ancestros. En efecto, en varias ocasiones les vi llorar a los
mapuches cuando contaban las historias de sus ancestros que ni siquiera
habían conocido.
(3) Esta identificación, en realidad, va más allá
de lo emocional: muchas veces el hablante cuenta sus historias en un estado
de automatismo (o de autohipnosis inducida por la recitación monótona
de las historias rememoradas). Aunque el hablante mantiene siempre algún
grado de consciencia, se puede decir que es un estado mental semejante
al trance o a la posesión. Ellos mismos, describiendo su estado
mental en la recitación de las historias ancestrales, dicen: «no
sé lo que estoy diciendo», «es como si las palabras
vinieran del cielo».
(4) Además, curiosamente, el pensamiento mapuche tradicional
entiende el fenómeno de la recitación de las historias ancestrales
de la siguiente manera: cuando ellos recitan esas historias, en realidad
son los espíritus de sus ancestros los que hablan utilizando la
boca de ellos.
En una palabra, al contar las historias ancestrales, los mapuches no
recuerdan exteriormente las reglas socioculturales contenidas en ellas,
sino que ellos mismos devienen ancestros -esos ancestros que son creadores
de las reglas mismas-. Y así ellos ven el mundo desde el punto de
vista de esos ancestros, y se apropian de las fuerzas de los mismos. Podríamos
decir que el cogito mapuche es «devengo ancestros», sólo
a través de lo cual los mapuches se hacen capaces de pensar, actuar
y juzgar.
Cabe añadir que, para los mapuches, aparte de contar las historias
ancestrales, hay dos formas más de «devenir ancestros»:
soñar y realizar los rituales. Podríamos decir que los sueños
(o, más exactamente, lo que ellos llaman «sueños grandes»)
son manifestaciones inconscientes de las voces ancestrales -voces acumuladas
en el inconsciente de ellos a través de las repetidas narraciones
de historias ancestrales- y que los rituales son actualizaciones corporales
de las voces ancestrales. Y sin duda las historias ancestrales están
en el núcleo de este triple proceso de soñar-hablar-hacer
el ritual. Podemos decir que las historias ancestrales, a través
de estas tres formas, se desarrollan como motivos y paisajes de la vida
mapuche, y trazan un territorio que es el estilo de vida mapuche misma
-un estilo de vida apoyado sobre el sujeto mítico colectivo de los
ancestros *4.
En Mil mesetas dicen Deleuze y Guattari: «En un sentido
general, se denominan ritornelo a todo conjunto de materias de expresión
que traza un territorio, y que se desarrolla en motivos territoriales,
en paisajes territoriales» *5. En este mismo sentido, las historias
ancestrales son ritornelos territoriales - conjunto de fuerzas que recrea
el modo de vida mapuche en una variación continua.
4. Creación de ritornelos cósmicos
Pasemos al segundo tema. En la situación de una aculturación
progresiva, y sobre todo de una emigración masiva de la juventud
a la ciudad (y detrás de todo esto hay factores económicos
difíciles de cambiar), ¿cómo podemos pensar la relación
entre estos jóvenes mapuches «desterritorializados»
y su tradición?
Cuando digo «desterritorializados», evidentemente no es
sólo un juego de palabras. En efecto, lo que ocurre a estos jóvenes
es parecido a la descodificación y desterritorización que
experimenta el etnólogo en el terreno, aunque en el sentido inverso.
La inmersión en la vida de la metrópoli (o de la ciudad)
va formando en el inconsciente y el cuerpo de estas personas un conjunto
de hábitos nuevos. Y estos hábitos son, asimismo, los puntos
de vista nuevos (además son puntos de vista respaldados por la estructura
del poder de la sociedad global o mayor) sobre los hábitos antiguos
de la vida rural y comunitaria. Evidentemente los dos grupos de hábitos
se chocan constantemente, de ahí los profundos conflictos interiores
vividos por estas personas. Y de ahí también la posibilidad
de que algunas de estas personas tomen una actitud de rechazo completo
de uno de los grupos de hábitos, aunque esta «solución»
nunca será realmente satisfactoria.
Ahora bien, vale la pena subrayar que la coexistencia de dos grupos
de hábitos en un mismo individuo no supone solamente conflictos.
Los dos grupos de hábitos inevitablemente entran en comunicación
y se influyen mútuamente, desarrollando una especie de, si usamos
un término de Deleuze y Guattari, «evolución aparalela».
Si he dicho antes que el rechazo por completo de un grupo de hábitos
no es ninguna solución, es porque, por culpa de esta «evolución
aparalela», el grupo de hábitos que rechaza, de alguna manera,
ya está dentro del otro grupo que elige.
Evidentemente, en este breve espacio es imposible, aunque sea rápidamente,
abordar todos los problemas que supone esta «evolución aparalela»
de hábitos en el inconsciente y el cuerpo de los jóvenes
mapuches emigrados. Aquí sólo trataré la siguiente
pregunta, que sin embargo me parece fundamental: ¿son resolubles,
de alguna manera, estos conflictos interiores? Si es así, ¿de
qué manera? Y quisiera pensar este problema con el siguiente poema
de Leonel Lienlaf, un joven poeta mapuche.
Veamos el poema *6. Este poema está escrito en mapuche; la traducción
es mía.
Rüpü Camino
Lefün wenuntumeael He corrido a recoger
ñi füchake che yem las palabras perdidas
ni ñamkülechi düngu. de mis ancestros.
Kuyem meu En la playa,
mawida meu En el bosque,
allküngenochi düngu allküfin he oído
las palabras no oídas
gürken piuke meu las he respirado con fuerza
llegpachi antü meu al nacer el sol
ñi kürüfngeam püllü para
que mi espíritu sea viento
wesh-weshngechi düngu meu en el medio de las cosas trastornadas.
Lefün wenuntumeael ñi peuma He corrido a recoger mi
sueño
ñi piuke ñi peuma El sueño de
mi corazón
ñi küme neyen-ngeam para tener un buen
aliento
tüfachi mapu meu. en este mundo.
Leído sobre todo de esta manera en su traducción castellana,
lo que se resalta es el tema del «retorno» al mundo originario,
a la naturaleza y al mundo fantástico de los sueños -tema
que podríamos adjetivar perfectamente de romántico. Y esto
no es ningún espejismo: el autor quien, al igual que todos los mapuches
urbanos, comparte el modo de pensamiento y de vida chileno-moderno, tiene,
sin ninguna duda, esta sensibilidad romántica.
Sin embargo, si vemos a la versión original en mapuche, nos
damos cuenta que aquí hay algo más. Por ejemplo, esas «palabras
perdidas de mis ancestros» (ñi füchakeche yem ñi
ñamkülechi düngu) no son sino aquellas historias ancestrales
a través de las cuales los mapuches, deviniendo ancestros, se hacen
capaces de pensar, actuar y juzgar. Esa «playa» (kuyem) y ese
«bosque» (mawida) son lugares poblados de los espíritus.
La palabra mapuche «kürüf», aquí traducida
como «viento» en castellano, tiene el doble sentido del «viento»
y del «espíritu ancestral», por lo que la frase: «para
que mi espíritu sea viento» puede traducirse al mismo tiempo
como «para que mi espíritu sea el de mis ancestros».
La palabra mapuche «peuma», aquí traducida como «sueño»,
en realidad, indica todas las actividades del inconsciente: sueños,
trances, visiones, etc., a través de las cuales los mapuches entran
en comunicación con los espíritus ancestrales. Y, finalmente,
esa hora: «al nacer el sol» (llegpachi antü meu), es justamente
la hora en que los mapuches hacen sus oraciones para dirigirse a Dios y
a los espíritus. Así, lo que resuena detrás de este
poema son, sin ninguna duda, aquellos ritornelos territoriales del pensamiento
mapuche cuyo tema esencial sería: «devenir-ancestros».
Todo esto hace que en este poema se establezca una comunicación
densa entre el pensamiento mapuche tradicional y el pensamiento romántico
moderno, entre los hábitos o puntos de vista mapuches y los hábitos
o puntos de vista chileno-modernos. Y a mi modo de ver, aquí esta
comunicación es tan densa que incluso elimina, aunque sea momentáneamente,
los conflictos entre los dos grupos de hábitos; y esto con el doble
efecto sorprendente de desatar el pensamiento mapuche de su territorialidad
y, al mismo tiempo, de liberar el pensamiento romántico de la subjetividad
moderna.
Es decir, por un lado, ese retorno al origen, a la naturaleza y a los
sueños, gracias a aquellos ritornelos del «devenir-ancestros»,
deja de ser una simple negación del sujeto moderno y se convierte
en un acto constitutivo de un sujeto colectivo semejante al sujeto mítico
colectivo de los ritornelos mapuches. Semejante, pero no idéntico:
gracias, por otro lado, a la expresión modernamente reinventada
de estos ritornelos -no como oración sino como poema-, este acto
constitutivo del sujeto colectivo no se reterritorializa en el sujeto mítico
tradicional, sino que se proyecta hacia el futuro. Así, creo que
en este poema Lienlaf supo componer un ritornelo totalmente nuevo, un ritornelo
desterritorializado que Deleuze y Guattari, en Mil mesetas, llamaba: «ritornelo
cósmico».
Desde luego, desterritorializar los ritornelos y vivirlos es un esfuerzo
espiritual arduo, puesto que uno puede caer fácilmente o por el
lado tradicional o por el lado moderno: en el primer caso, puede convertirse
en un ritornelo de reterritorialización que no conduce más
que a un esencialismo o fundamentalismo, étnico o religioso con
todas las consecuencias devastadoras que ello pueda suponer; en el segundo
caso, una vez más sería la represión de los hábitos
menores, la represión de una forma de vida menor, con toda la disminución
de la vida que ello pueda acarrear. De todas formas, lo que demuestra este
poema es que, por muy difícil que sea, la síntesis de lo
mapuche y de lo moderno es posible, y que -esto es un punto interesante-
esto es posible sobre todo en el acto de «correr», en ese acontecer
que es «correr».
5. Conclusión
¿Qué nos enseña este poema de Lienlaf?
He dicho antes que la desterritorialización que experimentan
los jóvenes mapuches urbanos es parecida, hasta cierto punto, a
la que experimenta el etnólogo en el terreno. En efecto, podemos
pensar perfectamente que, en el inconsciente y el cuerpo del etnólogo,
durante su estadía en el terreno prolongada, se va desarrollando
una evolución aparalela entre los hábitos nuevos y los hábitos
antiguos. Y esto sugiere que tal vez el etnólogo también
pueda crear ritornelos cósmicos -ritornelos de pensamiento, aunque
puede ser también de creación artística-. El objetivo
de la etnología molecular consistiría precisamente en esta
creación de ritornelos cósmicos a partir de la experiencia
en el terreno -ritornelos que nos ayuden a hacer la vida algo más
soportable, que nos ayuda a aumentar nuestra vida, la intensidad de nuestra
vida. Cabe añadir que, al decir esto, no supongo necesariamente
que ese «terreno» sea un lugar algo exótico como las
comunidades indígenas de Chile o Japón: pienso que, lógicamente,
cualquier práctica sociocultural «menor» puede ser dignamente
un lugar de investigación para la etnología molecular.
Pero, aparte de lo que he expuesto hasta ahora, ¿hay algún
modelo a seguir? Aunque no abundan, tenemos algunos (en realidad, pienso
que muchas veces el etnólogo estaba a punto de practicar la etnología
molecular, pero las teorías etnológicas o antropológicas
lo han venido reterritorializando.) Por ejemplo, en el campo de la lingüística,
el admirable trabajo de William Labov (tanto su trabajo empírico
sobre el inglés negro y algunos otros temas como sus conceptos de
«variación inherente» o de «reglas variables»,
verdaderos ritornelos teóricos), comentado por Deleuze y Guattari
en Mil mesetas *7. O bien, aunque ya se trata de ritornelos musicales,
la etnomusicología de Béla Bartók, sobre cuya música
precisamente Deleuze y Guattari utiliza el término «ritornelo
cósmico» en Mil mesetas. Este compositor húngaro, basándose
profundamente en su investigación de la música popular, supo
innovar la música occidental moderna, desterritorializando los ritornelos
y así convirtiéndolos en ritornelos cósmicos. La grandeza
de su obra consiste en que Bartók, a través de sus investigaciones
etnomusicológicas en el terreno, fue superando la contradicción
entre las melodías populares -fundamentalmente autónomo,
suficiente y cerrado en sí mismas- y el carácter abierto
y dinámico de la música culta occidental, creando una música
original, un verdadero «discurso indirecto libre» en la música.
Los dos ejemplos de la transcripción y armonización de
canciones populares, analizados por Gisèle Brelet, tal vez puedan
dar alguna idea de cómo Bartók fue realizando este «devenir-menor»
de la música culta occidental *8.
Si comparamos el primer ejemplo tomado de Para los niños (1908-9,
pocos años después de que Bartók comenzara la recolección
del folclore), y el segundo tomado de Cantos de campesinos húngaros
(1914-18) -donde ya se percibe el resultado de su inmersión en la
música popular-, la diferencia es clara. En el primero, el acompañamiento
es rígido, y en su conjunto la armonización neutraliza esa
especificidad del canto popular, de la monodia de ser autónomo,
autosuficiente, integrándola violentamente en una estructura de
la música occidental. Sin embargo, en el segundo, como dice Brelet,
«la armonía favorece las intenciones de la monodia con la
cual se acopla de manera flexible. Los acordes se juntan por ligaduras
más flojas, gracias a lo cual se libera el impulso melódico.
... La cadencia afloja sus tenazas: en vez de seguir paso a paso la melodía,
sólo la sigue de lejos, a fin de dejar que la melodía se
juguetee libremente y que encuentre sus aventuras particulares.»
Y añade Brelet: «esta armonía floja y móvil,
que parece desaparecer delante de la melodía que actualiza, será
precisamente la armonía original de Bartók». Es decir,
gracias a esta armonía floja y móvil inventada por Bartók,
la melodía popular se abre, se fusiona con el acompañamiento,
se desterritorializa; y esta fusión casi imposible -esta desterritorialización
de las melodías populares- permite que la esencia de la música
popular se exprese como una tonalidad totalmente nueva y actual en su música.
Y esto ocurre no sólo respecto a la armonía: como demuestra
Brelet, Bartók crea también una serie de soluciones geniales
en otros aspectos de la música: ritmo, melodía, tonalidad,
cromatismo, estructura, etc. Su música es un «discurso indirecto
libre» musical que ya no supone los sujetos preconstituidos (de hecho,
por ejemplo, carece absolutamente de sentido pregutarse si esas «transcripciones»
de los cantos populares como Cantos de campesinos húngaros
pertenecen a la música popular o a la obra de Bartók) -una
música «originariamente plural e impersonal donde se complican
voces a la vez distintas e indiscernables» *9.
Mirando retrospectivamente, creo que la parte más fuerte de la
etnología -me refiero a la etnología de tipo molar que estudia
una determinada cultura o sociedad como un conjunto- ha sido la descripción
de los mecanismos socioculturales diferentes a la sociedad occidental moderna
-descripción que servía tanto para criticar, desde un punto
de vista nuevo, los mecanismos socioculturales de la propia sociedad occidental
como para hacer pensable la constitución de otra sociedad. Y merece
la pena destacar, a este respecto, que sin la etnología no hubiera
existido, o al menos no habría existido en la misma forma, ese ejercicio
de imaginación hacia el pasado (las obras de Foucault) o hacia el
futuro (Anti-Edipo).
Ahora bien, las transformaciones socioculturales contemporáneas
-en el seno de las cuales existe, por ejemplo, la progresiva integración
de los mapuches en la sociedad chilena- han hecho que este tipo de etnología
molar poco a poco se vuelva obsoleta (aunque en la comunidad etnológica
mundial, ciertamente, ella sigue ejerciendo aún una considerable
influencia). Y es porque este tipo de etnología no puede dar cuenta
de la situación de esos millones de individuos (de hecho más
o menos toda la humanidad) que, querámoslo o no, vivimos varias
culturas al mismo tiempo. Y esto es la razón más grande por
la que es necesario plantear una etnología molecular que estudie
no las formas, reglas o mecanismos culturales, sino las fuerzas creativas
de las diferentes culturas -los ritornelos y su devenir.
En lugar de la etnología molar que ha venido criticando la sociedad
occidental moderna de manera global, la función crítica de
la etnología molecular se originaría del uso de las fuerzas
liberadoras de esos ritornelos territoriales para desbloquear el encerramiento
en la subjetividad moderna, por un lado, y, por otro, del uso de fuerzas
liberadoras del pensamiento moderno para impedir que esos ritornelos se
conviertan en máquinas de reterritorialización (esto es lo
que ocurre en las dos versiones de fascismo contemporáneo: nacionalismos
y fundamentalismos religiosos).
En definitiva, podríamos decir que el objetivo de la etnología
molecular sería crear, a través de sus múltiples actividades
en múltiples campos, un discurso indirecto libre colectivo donde,
al fin y al cabo, la distinción entre el nativo o investigado y
el investigador pierde su sentido, y donde los individuos de todo el mundo,
con sus respectivos ritornelos interiorizados, se comunican para una liberación
colectiva.
Notas
*1 G. Deleuze, Proust et les signes. Paris: PUF.
*2 Sobre la relación entre la «decepción»
y el pensamiento, ver el excelente comentario de F. Zourabichvili (Deleuze:
une philosophie de l’événement. Paris: PUF. 1994, pp.60-64).
*3 Sobre el lingüísta W. Labov, ver los comentarios de
Deleuze y Guattari en el capítulo de «Postulados de la lingüística»
de Mil mesetas.
*4 He estudiado detalladamente estos problemas en el siguiente artículo:
«Oralidad mapuche, o ¿qué aprendemos de este otro modo
de pensar y de ser?», Mitológicas (Buenos Aires: Centro Argentino
de Etnología Americana), XII, 1997.
*5 G. Deleuze y F. Guattari, Mil mesetas. Valencia: Pre-Textos. p.328.
*6 Leonel Lienlaf, Se ha despertado el ave de mi corazón. Santiago
de Chile: Editorial Universitaria. 1989. pág.100.
*7 Ver «Postulados de la lingüística» en Mil
mesetas. Respecto a la obra de Labov, ver, por ejemplo, la traducción
castellana de uno de sus libros principales: Modelos lingüísticos.
*8 Gisèle Brelet, «Béla Bartók». En:
Histoire de la musique II. (sous la dir. de Roland-Manuel). Paris: Gallimard
(Encyclopédie de la Pléiade). 1963. pp.1036-74. Los ejemplos
1 y 2.
*9 Frase de F. Zourabichvili, dicha respecto a la filosofía
de Deleuze. Ver: Deleuze: une philosophie de l’événement.
p.126.
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