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Crítica del trabajo (asalariado)

Ante todo hay que decir que la crítica al trabajo no puede desarrollarse en abstracto y fuera de la historia porque el trabajo tiene siempre una forma determinada en la que se concreta. La crítica, pues, va dirigida no contra toda actividad humana ni contra los asalariados sino contra el trabajo asalariado (y el paro que es su otra cara), es decir, contra la forma histórica adoptada hoy por el trabajo.

La canción que hoy nos venden a toda hora dice así: "El trabajo es un bien escaso a causa del desarrollo de las nuevas tecnologías, por lo que el paro se ha convertido en el problema principal de nuestras sociedades." Y ciertamente los datos son bastante impresionantes. Por ejemplo, en España, hemos pasado de unos cientos de miles de parados en 1970 a casi 4 millones en 1994. Se afirma que en los próximos años en Europa tan solo el 2% de la población activa estará empleada en la industria, etc. Y junto a estos datos objetivos se podrían añadir otros muchos más.

Muchos han empezado a hablar de que se inicia una nueva era, de Fin del Trabajo, de la llegada de la Sociedad del Ocio... pero de momento lo único que ha llegado es la precarización cada vez más generalizada. Es engañoso hablar, por tanto, de Fin del Trabajo porque implica concebirlo como un bien escaso y es falso que así sea. Ni es un bien ni escasea en realidad. Lo que sí es cierto, y hasta la izquierda (¿qué es esto?) lo ha comprendido es que jamás volverá el pleno empleo. Pero esto no tiene por qué ser necesariamente algo negativo. Hay que discutirlo.

En el nuevo escenario en que se sitúa la crítica del trabajo que denominaremos "la metrópoli" o "sociedad del control y la comunicación" (en contraposición a la "sociedad fábrica" de los años 60) las modificaciones en el estatuto del trabajo suponen por una parte que el trabajo termodinámico entendido como fuerza está siendo sustituido por la introducción de las nuevas máquinas (robótica) al mismo tiempo que gran parte del trabajo mental vivo es sustituido por el trabajo mental mecanizado (software). Pero de forma paradójica, a este proceso de sustitución de trabajo vivo asalariado por tecnología, se incorporan en la esfera productiva todas las actividades que en la época fordista (años 60) se consideraban "tiempo libre o de ocio". Cada instante de nuestra vida se hace productivo para la valorización capitalista. Todos producimos (parados y empleados) en el espacio-tiempo interactivo del capital. La producción de mercancías (de objetos o símbolos) desaparece como actividad específica y separada del resto de la sociedad . Es la sociedad entera la que produce a través de esta nueva forma del trabajo: el trabajo abstracto (la comunicación, el software, la publicidad, el diseño y el leguaje humano en la base de todo ello). El trabajo abstracto (o trabajo complejo) en este espacio interactivo del capital produce hasta la propia subjetividad de la gente, la propia sociedad. Un tópico: el parado ante la televisión también trabaja.

El ejemplo Benetton es muy ilustrativo: a través de las encuestas, el marketing, se produce una subjetividad en torno a la marca Benetton para luego producir una mercancía. Hay una continua invitación por parte del poder a que se participe en campañas ciudadanas a formar parte de una idea de ciudad (las olimpiadas del 92 en Barcelona fueron un ejemplo con la creación del voluntario olímpico que se prolonga hasta hoy con el voluntario cívico). También se observa un cambio de orientación en la publicidad dirigida no ya a las "masas" sino al ciudadano singular ofreciendo una diversidad en las ofertas de consumo para que cada cual se construya su propio estilo de vida.

El resultado de esta huida hacia delante de la forma capitalista es que la ley del valor se impone únicamente como puro dominio. Más en concreto, no es posible hacer depender el salario de la cantidad de trabajo realizado, pero se oculta esta desvinculación.

Esta lógica de la transformación técnico-económica muestra claramente que estamos ante una verdadera crisis de la sociedad salarial, o sea, de la sociedad capitalista: Paro creciente estructural e irreversible e intensificación de la explotación en el marco de una flexibilización laboral extrema.

Las modificaciones en el estatuto del trabajo, que incluyen la relación entre trabajo y no-trabajo (paro, precariedad) suponen, asimismo, que el trabajo ha dejado de tener ese carácter central que tenía en la época fordista cuando fábrica y sociedad no coincidían. Entonces el trabajo significaba: para el capital la fuente de valorización; para el obrero, en tanto que subjetividad antagonista expresada en múltiples formas de rechazo del trabajo (huelga, absentismo, sabotaje...), el punto de arranque del contrapoder. La fábrica era el lugar donde se producía el punto de vista sobre la sociedad. El viejo trabajo fordista constitutivo de un sujeto político con capacidad para transformar la sociedad se ha venido abajo como un castillo de naipes. El sujeto es un sujeto sujetado. Ahora el trabajo y su otra cara el paro son los mecanismos de producción de miedo a ser excluidos. El trabajo se contempla únicamente como un medio para obtener el dinero y salir de la precariedad. La desarticulación de la clase obrera que supuso la reestructuración capitalista de los años 60-70 debe ser un punto de partida para buscar nuevas herramientas de lucha.

En el posfordismo, las cosas han cambiado. En la nueva versión del trabajo, sin dejar de ser lo que siempre ha sido (trabajo viene del latín "tripalium": instrumento de tortura asociado a los términos sufrimiento, dolor, pena), el trabajo a pasado a formar parte de lo que llamamos formas de vida en el espacio-tiempo ocupado por el capital. Es decir, cuando todo el tiempo de nuestra existencia es productivo, el trabajo ha dejado de tener sentido para nosotros.

Esta parece ser la paradoja en la que transcurre nuestra existencia: en la máxima , "Somos lo que podemos y podemos lo que somos" parece abrirse un hiato. "Somos" potencia colectiva, cooperación social, intelecto general... y sin embargo, no "podemos" liberar esa potencialidad para crear relaciones libres. Las relaciones de poder capitalista se han colocado en el centro de nuestro inconsciente colectivo.

El propio capital se ha encargado de restituir el viejo sentido del trabajo, instrumento de tortura y sujeción política, aunque ahora intenten vendérnoslo como bien escaso. Este desplazamiento del trabajo hacia lo residual deja paso a un nuevo ídolo que se coloca en el centro de las relaciones sociales: el dinero. Monetarización general de todas las relaciones y mercantilización absoluta. Todo ello unido a la no necesidad de trabajo humano en multitud de actividades ligadas al ciclo productivo origina, entre otras cosas que el salario en sus varias modalidades (salario del empleado, subsidio de paro, renta mínima de reinserción) se convierta en "salario del miedo": remuneración a cambio de orden, de un uso adecuado, funcional (trabajo, formación, civismo). El capital nos somete a un doble vínculo: ser trabajadores sin trabajo y por otra parte nos impone políticamente la ley del valor (solo se puede intercambiar salario por trabajo).

Para salir de este espacio del miedo son varias las propuestas que se han formulado en torno a una renta básica universal. Una primera conclusión por tanto que permitiría introducir la cuestión de la "renta garantizada", estriba en considerar que esta mutación en el estatuto del trabajo exige reformular la propuesta paradigmática del "rechazo del trabajo" (cuando el trabajo ha dejado de ser lo que era, ¿cómo vamos a resistirnos a algo que el propio capital está suprimiendo?) en favor de otras figuras políticas de resistencia que impliquen fundamentalmente la reapropiación directa de la riqueza entendida como la recuperación de espacios-tiempos de vida, fisuras que se abren y se cierran.

No obstante en el debate sobre el trabajo y la renta, el espectro de propuestas es variado y contradictorio.

En un primer bloque situaremos algunas de las más relevantes entre las "posibilistas" o "alternativas", respetuosas por lo general con las reglas de juego que regulan la esfera macro y microeconómica, cuyo denominador común radica en el propósito de atenuar las consecuencias generadas por la dualización social producto del cambio tecnológico-político. Yendo un poco más allá, en algunos casos (A.Gorz, C.Offe) presuponen que el desarrollo de algunos de los sectores desmercantilizados, acabará por transformar la organización capitalista de la sociedad (versión socialdemócrata de fin de siglo).

Distinguiremos escuetamente:

a) En el contexto de la redistribución del trabajo (se concibe que el trabajo es condición necesaria para la obtención del complemento económico) instaurar un contrato social renovable que permita percibir una remuneración, "segundo cheque", como compensación por la disminución en los ingresos a causa de la reducción en horas de trabajo.

b) Derecho a una "renta básica", modesta sin contrapartidas (obligaciones) como compensación por haber renunciado voluntariamente a concurrir en el mercado de trabajo.

c) "Renta básica" garantizada para todo excluido calculada a partir de las posibilidades que ofrece el PIB (producto interior bruto).

Todas estas alternativas globales que se ofrecen como solución -o por lo menos, aquellas que pretenden tener una orientación progresista- descansan sobre la hipótesis de que la sociedad capitalista será superada cuando las relaciones sociales de cooperación y de intercambio no mercantiles predominen sobre las relaciones de producción capitalista. Pero este escenario en el que el capital se suicida a si mismo es difícil de creer cuando se sabe que el límite del capital al ser inmanente a él mismo puede ser siempre desplazado hacia delante. Hay otro escenario posible aunque bastante menos idílico: el del campo de concentración. La sociedad basada en tres zonas diferenciadas: la zona blanca (junto a los Jefes: la vida está asegurada de aceptar el horror); la zona gris (la vida precaria en los intersticios); la zona negra (exterminación por exclusión).

Por último, desde una óptica bien distinta, estaría el bloque de propuestas que se enmarcan en la perspectiva impúdica (inmodesta, provocativa,...): "dinero gratis", sinónimo de renta a cambio de nada. Metáfora de crítica de la política que incita a romper el cerco del TODO capital, sin aspirar a transformar globalmente la sociedad ni buscar interlocutor institucional alguno.

Dicho de otro modo, cuando el conjunto de las relaciones sociales está monetarizado, apostar por el dinero sin ofrecer nada a cambio (la nada es el lugar de la enunciación, el "no lugar") distorsiona sin duda plenamente el circuito de la comunicación (pilar básico del posfordismo) haciéndola imposible. Invención, quebrantamiento de las reglas del juego impuestas de lo que ya tenemos algunos indicios. Liberación de espacios, insumisión, formas de cooperación difusas, puestas en común de saberes telemáticos, proliferación de eslóganes ("que reviente la economía"), etc.

Por tanto, el "dinero gratis" no pretende ser ninguna "alternativa". Es un uso del lenguaje con una carga simbólica de subversión que se deberá materializar. No es posible ni imposible. Se sitúa en el centro del espacio del miedo para desplazarlo con la alegría del querer vivir. Una de las formas en que se ha materializado durante estos últimos años ha sido los espacios okupados. Es por ello que cuando todo nuestro tiempo de vida esta subsumido en la esfera productiva del capital quizá lo que nos quede sea el espacio. Con la desaparición del sujeto político (desarticulación de la clase obrera) y con él las formas anteriores de mediación entre capital-trabajo (los partidos y sindicatos ya no pueden representar la complejidad social), el Poder pone el derecho (legalidad/ilegalidad) en el centro de la actividad social. El Estado aparece cada vez más como un estado policial. La okupación al interrumpir el orden utilizando el espacio como palanca abre brechas en la otra cara del Estado: la democracia parlamentaria productora del ciudadano participativo. La okupación no es un objetivo, es un rechazo a lo que no queremos: el tiempo de trabajo. Okupamos para experimentar la libertad. El/la que okupa, pone su libertad en el centro y la colectiviza: crea otro mundo distinto. La relación con el poder de una okupación no se da como relación de fuerzas sino como relación entre mundos (formas de vida). Estos mundos que se crean en la okupación son como el agua que se infiltra en el espacio-tiempo para abrir grietas. No solo okupamos por necesidades (vivienda, luz...) también, y por encima de todo, por deseos de vivir otra socialidad. Hay pues dos niveles: sobrevivencia y producción de subjetividad política. La okupación es un proceso material de relaciones comunitarias donde la moral del trabajo queda desplazada.
 

Grupo de los viernes del CSO El Palomar
Barcelona, verano del 97

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