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Consideraciones sobre la construcción de un conflicto público contra la administración, por/con/entre ‘El Laboratorio’ y una multitud metropolitana. (Esto se ha venido llamando ‘diálogo’ y constitución de un ‘consejo’)

A primera vista, hablar de ‘diálogo’ con la administración parece menos comprometedor, o quizás más cauteloso que plantearse una ‘negociación’. A mí me gustaría que los temores (tal vez razonables) no obturaran la capacidad crítica y la potencia del uso que hacemos del lenguaje en cada momento. Literalmente, un ‘diálogo’ es un discurso con sentido y referencia construido a dos voces, entre dos. Por su parte, ‘negociación’ (en tanto negociación social/política, que es nuestro caso) habla de una discusión en la que al menos dos partes, más o menos enfrentadas, más o menos heterogéneas, tal vez incompatibles ponen en juego (y no necesariamente sentados a una mesa) lo siguiente: la relación de fuerza expresada actualmente; aliad@s; astucia y destreza en la anticipación; la capacidad de prefigurar y hacer eficaz un espacio público de simpatía y/o contaminación, de una multitud (en nuestro caso) o bien un pueblo (en el de la administración) más o menos efímera pero real. Los objetivos son: defender lo conquistado (y aquí hay que considerar también la potencia de determinar como algo a defender, quizás más aún que lo visible y palpable); abrir, en la medida de lo posible, nuevos espacios públicos no estatales, nuevos tiempos sociales cooperativos no modulados, asimétricos respecto a los tiempos de la administración y los múltiples mercados más o menos integrados. Vistas así las cosas, ¿qué es más radical, ‘diálogo’ o ‘negociación’? La distinción entre ‘diálogo’ como ‘primera fase’ de un contacto con la administración y ‘negociación’ en tanto resultado posible y acaso fructífero del diálogo no destruye los problemas semánticos (políticos y éticos, desgraciadamente también morales) que plantea el uso que estamos haciendo de los dos términos. Esta pregunta sobre la radicalidad sólo pretende hacer ver la ambivalencia continua del sentido y el significado de estas palabras, así como una instancia que se nos oculta: los contrapoderes en el lenguaje que con nuestras prácticas, nuestra pasión y creatividad política podemos imponer.

El consejo se anticipa a la relación judicial

Abre una vía transversal y más llena de posibilidades que el enfrentamiento militar y la política de victimismo social y llamada a la compasión (dos de los principales ingredientes del dispositivo político puesto en marcha tradicionalmente en la resistencia a los desalojos). En primer lugar, instaura la figura del aconsejar: la consulta recíproca sobre el ritmo de las posibilidades que se abren en cada momento: ahora mismo: ¿qué pasos dar en defensa del CSO? El consejo supone un diseño imaginativo y eficaz de nuestras alianzas, así como de las contrapartes menos hostiles (algunos media, algunos partidos, instituciones del estado (defensor del pueblo).

Se trata de poner de manifiesto la creatividad social, que excede y por tanto está más allá de los actuales ordenamientos sociales y políticos, de nuestro cotidiano. De abrir con fuerza una discusión pública (con l@s amig@s y l@s enemig@s) que permita poner de manifiesto esta potencia social clandestina en términos políticos, constitutivos, abriendo la posibilidad de practicarla con mayor complejidad, multiplicando sus dimensiones y reforzando su autonomía, haciendo proliferar la multiplicidad de sus componentes y la riqueza y la densidad de las alianzas sociales que hay que tejer. Los términos que pueden ayudar a comprender este proceso: 1) creación de una esfera pública no estatal, 2) reapropiación de la administración, 3) construcción de formas de democracia no representativa, que no separan producción-creación y decisión política ni actividades cooperativas y comunicativas y cuidado de los asuntos comunes (en lo local como en lo global) ni la creatividad de las singularidades y su promoción y autovalorización en tanto multitud de l@s creador@s.

Sobre la prefiguración de los escenarios del conflicto:

> La figura del consejo es central; debemos pensarlo como prototipo experimental de una forma política de expresión de una multitud metropolitana (necesariamente efímera, mutable, discontinua, que asume la crisis como momento de constitución siempre renovada). El consejo puede ser el agente principal de expresión de la potencia colectiva en tanto red contrapoderes sociales en la negociación.

> Las actividades que hagamos durante el ‘período’ de confrontación pública con la administración han de apuntar al enriquecimiento continuo del proyecto y la configuración del centro social: en el propio centro, en el barrio, en la metrópoli; respecto a los segmentos de poder que nos atraviesan y que podemos romper en términos de proyecto y de ocasión de lucha social: la vivienda y la especulación; la ordenación urbana (hábitat, ecología urbana, social y mental: espacios y tiempos colectivos-públicos vivibles); el derecho a la existencia y a formas de ingreso universal garantizadas y controladas por organismos mutantes de base de productor@s-usuari@s-creador@s de las relaciones de servicio; la salida/crisis de la sociedad del trabajo asalariado obligatorio; la redefinición de la ciudadanía contra/más allá de la nacionalidad y de la posición ocupada en la sociedad del trabajo asalariado obligatorio; la invención de una práctica (de discurso y no) que haga visible y transformable la relación de continua determinación mutua entre lo global y lo local, y que ponga de manifiesto un nexo y una orientación basadas en la entrada en la escena de diferentes multitudes (redes) planetarias.

> Los escenarios del contacto con la administración serán públicos, transparentes; las conversaciones deberían celebrarse en un espacio ‘neutral’ que resalte la independencia y la diferencia entre subjetividades, las alternativas en juego y la presencia eficaz de una relación de fuerzas social.

La utilización de las ‘contrapartes menos hostiles’ (partidos como IU, algunos espacios en algunos diarios, en algunas teles...) debe subordinarse a la afirmación continua (no sólo retórica) de la autonomía y la no subalternidad (a ningún nivel) de nuestra lucha. Hay que poner los medios para ello: se debe apoyar o no lo que decimos y hacemos, se le debe dar eco y difusión, el principal agente político somos nosotr@s. Se trata de hacerles ver los peligros de una actitud diferente.

Más importante que cualquier ‘conversación’, ‘negociación’ o ‘diálogo’ han de ser las formas de movilización y expresión pública: masivas, imaginativas, ambiguas (difíciles de interpretar e identificar por los media y el sistema de partidos), centralizadas así como difusas, anónimas, inesperadas: manifestaciones de una multitud. Si creamos una multitud autoorganizada a diversos niveles y registros, con diferentes intensidades, podemos afrontar desde otro marco, con otros a priori y otra sensibilidad determinadas dudas, algunos temores y desconfianzas. Por ejemplo, cuando se habla del ‘movimiento de okupación’ y de las posibles consecuencias negativas que este proceso constitutivo pueda tener, desgraciadamente faltan elementos imprescindibles para que la cuestión pueda afrontarse sin demasiados resquemores morales y sentimientos de culpabilidad. Quizás no pueda ser de otra manera. En primer lugar, porque el llamado ‘movimiento’ es un interlocutor siempre silencioso, que al parecer sólo se expresa mediante metáforas, signos y alusiones desplazadas, sospechas de ‘lo que se dice de’ y demás. Más que un movimiento, se diría que es una esfinge, que además no sabemos donde localizar. No existe por tanto, más allá de lo que se propone como consejo, procedimiento material alguno de determinar, no ya el efecto, sino la medida de la participación de otros sectores más o menos afines que se encuadran como movimiento de ocupación. No existen foros, canales, acuerdos, referentes comunes suficientes como para que pensemos que tomamos una iniciativa con/desde un ‘movimiento’. El hecho de que existan varios centros sociales, distintas okupaciones, colectivos llamados autónomos o libertarios que apoyan la okupación o la propagan (pero no son l@s únic@s) no es suficiente como para determinar un movimiento. Esto me parece claro. Las principales fuentes de determinación de algo que pudiera llamarse ‘movimiento de okupación’ son externas a los distintos colectivos y centros: son mediáticas y sociológicas. ¿No nos importarán, entonces, los colectivos que se engloban en un ‘movimiento’? Por supuesto, pero sobre la base de al menos dos consideraciones: a) no existe un ‘movimiento’ formado por no se sabe cuántos colectivos y sobre qué límites, depositario de la soberanía de las prácticas (radicales) de okupación; b) la importancia implica la construcción previa definida, precisa, de una relación palpable de cooperación, comunicación y, sobre todo, contaminación afectiva, confianza y amistad mutuas. Más bien poco de esto podemos ver, en términos generales: las relaciones son discretas, singulares, muy diferentes; en algunos casos, la ausencia de relación, muchísimo antes de la creación de este CSO (presciencia okupa) es total, o tiende a definirse como hostilidad y ataque hacia quienes pisan por ‘El Laboratorio’. La iniciativa de construcción de un conflicto público contra la administración no añade nada nuevo, ni viene a estropear relaciones materiales, proyectos, acuerdos, ya determinados; al referirnos al "qué pensará el ‘movimiento’" damos por hecho: que el movimiento no va a participar en este proceso que, de forma inequívoca, está abierto; que el proceso es sospechoso, así como que el ‘movimiento’ es incapaz de comprenderlo, tanto por lo poco radical que es el proceso como porque aquel carece de recursos para hacerlo. Si esto es cierto, el llamado ‘movimiento’ no sería más que una pura detención ¿qué sentido tendría preocuparse (aparte de un sentido psicopatológico) por algo que: difícilmente existe, se manifiesta, interviene, propone, entiende, confía... Bajemos a las determinaciones reales y no morales. Conocemos a un montón de colectivos ‘enmarcables’ en el llamado ‘movimiento’: contactemos entonces con ell@s, comuniquemos todas las iniciativas, animémosles a que propongan, a que se mojen en esta situación crítica. Sobre esta base, que hasta ahora no existe, podremos valorar más allá de la paranoia y la culpabilidad los efectos de estas iniciativas.

Una última consideración por el momento. Cuando se dice: "si nos ‘legalizamos’ (algo por lo que yo entiendo: si nos reapropiamos de un local cedido y relativamente garantizado para seguir con el proyecto de autogestión), ¿nos estabilizaremos?" O: "¿seremos l@s okupas ‘buen@s’ frente a l@s mal@s, (representad@s por el sufrido ‘movimiento’?)", ¿qué se presupone? Entiendo la función crítica y la preocupación por no caer en la seguridad o la arrogancia. Ahora bien, más allá de estas precauciones, ¿qué se presupone? Sobre esto, tan sólo diré: a) si se piensa que hay vías a salvo de riesgos, estamos list@s b) no tenemos opción, si queremos continuar, aunque sea a través de mil crisis y sacudidas, que tal vez nos vengan muy bien, con los n proyectos y procesos que nos traemos entre manos, más o menos asumidos y expresados por todo el mundo c) una dinámica social que depende, salvo grave riesgo de caos mental e implosión, de desarrollar siempre y en todo momento, actividades castigadas por los códigos civiles y penales, creo que nunca saldrá de la miseria (casta y pura tal vez, eso sí) d) los ‘movimientos’ deben pasar por la prueba de crear nuevos derechos reales, expresiones normativas de diferentes contrapoderes sociales (que no se confunden, aunque a veces sea preciso, con la exigencia de que se codifiquen jurídicamente). Si alguien cree que es pernicioso que exista, por ejemplo, y pese a todo, el derecho de manifestación, de relativa ‘libertad’ de prensa, el ‘sufragio universal’, las pensiones, la sanidad y la enseñanza pública, etc, que lo diga, por favor, y diga por qué. La teoría del ‘cuanto peor esté todo, mejor para la subversión’ parece vivir también en los imaginarios okupas. Yo diría, en cambio: cuanta mayor sea la eficacia de la capacidad constituyente, la autonomía real de las minorías oprimidas, de las singularidades sociales, de l@s que no tienen derechos practicables... todo irá probablemente mejor. Las singularidades no son imbéciles, eso forma parte de su código genético o de su definición. Por eso saben que es posible utilizar, dar la vuelta, maquinar subversivamente todos los derechos y recursos, todas las aperturas que dejan los sistemas de poder y control. Porque suelen estar vivas, y confían en sí mismas, en su cuerpo, en los otr@s afines, sensible y pasionalmente afines, y en el tiempo constitutivo que lo dice todo, que, aunque no les pertenezca, se presenta como reserva de todas las posibilidades.

raúl

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