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BRECHA
20 de Junio de 2003


ENTRE RUINAS Y ACERO

Las jaulas de los presos

El Ministerio del Interior invitó a varios legisladores y a la prensa a la presentación de los nuevos módulos «antivandálicos» adquiridos, mediante compra directa, a una empresa estadounidense.

Jorge Velázquez

A las 14 en punto, hora de encuentro fijada en el Penal de Libertad, periodistas y legisladores fueron guiados por las autoridades de la Dirección Nacional de Cárceles (el ministro Guillermo Stirling brilló por su ausencia), no hacia los nuevos módulos, sino en dirección a la enorme mole de cemento del viejo penal. Detrás del mismo, al aire libre, unos 80 reclusos esperaban, encerrados en un predio alambrado. Era la forma de facilitar la entrada a los visitantes a la planchada donde, distribuidos en 26 celdas, penados y procesados pasan 23 horas al día. Uno de los presos que estaba en el predio alambrado dijo a BRECHA que, desde el viernes 13, 140 de ellos estaban en huelga de hambre -la medida se levantó el martes- por una serie de reivindicaciones como la aplicación de la media pena a los presos denominados primarios y de los dos tercios a los reincidentes. También solicitaban que se aplazara el traslado a los nuevos módulos. Las opiniones eran variadas. A otro preso no le preocupaba que los trasladaran, dijo, pero sí que le respetaran sus derechos «porque el que se me prive de mi libertad no significa que pierda mis derechos como ser humano». Y un tercer recluso llamado Sergio afirmó que vivían «como animales, y lo que queremos es que nos den trabajo y la posibilidad de rehabilitarnos en vez de meternos en cárceles de acero de las que no saldremos. La mayoría de nosotros quiere trabajar y no permanecer todo el día sin hacer nada».

El sector B del primer piso, único habilitado en el celdario, fue dividido al medio por una alta reja. En la mitad habilitada para la visita de legisladores y periodistas hay 26 celdas -como todas, de tres metros por dos-, con frazadas o sábanas en lugar de puertas. Dentro de cada celda, donde conviven por lo general tres reclusos, se levantan plataformas de hormigón a 15 centímetros del suelo que ofician de camas, apenas separadas entre sí. Retretes, lavatorios y caños están rotos, y un olor nauseabundo invade el lugar.

«De aquí disparan las ratas», opinó uno de los visitantes. Las aberturas de las ventanas tienen las mismas rejas de la época de la dictadura, pero el armazón que otrora sostenía el vidrio fue sustituido por hormigón, el que cubre más de la mitad de la ventana. La comitiva visitante pudo subir al segundo piso, destruido por completo (al igual que el tercero, cuarto y quinto), para observar desde allí la otra mitad de la planchada del primero B. La diferencia es que estas 25 celdas (el total del sector son 51) tienen puertas, «reconstruidas por personal policial», según manifestó el director nacional de Cárceles, Enrique Navas. Quienes se encontraban allí encerrados pedían a gritos que se les escuchara: «Bajen y vean en las condiciones que estamos, nos tienen como animales, aquí nos torturan, por favor no nos dejen morir». La prensa no fue autorizada a entrar a ese sector, de modo que la intuición de que allí las condiciones eran similares a las de los espacios visitados no pudo ser corroborada. El propio Navas aseguró que el modo en que se encuentran ahora los reclusos «es degradante e infrahumano. Además en los diez contenedores colocados debajo de una de las alas del penal (sobre lo que informara BRECHA con anterioridad) hay 90 presos: los lugares son húmedos, cerrados y casi sin luz. Ahora van a ser trasladados a un sitio seguro, donde no corra peligro ni su integridad física ni su vida».




EL ALIVIO. Después del recorrido por las ruinas indescriptibles del viejo celdario, los visitantes fueron invitados a caminar unos cien metros más, hasta el lugar donde en la época de la dictadura había dos canchas de fútbol. Allí se encuentra ahora una enorme estructura de cemento que contiene y cubre seis nuevos y relucientes módulos de acero importados de Estados Unidos. Un par de jóvenes periodistas que durante la visita al viajo celdario habían exclamado visiblemente emocionados, «esto es terrible» o «cómo se puede vivir aquí», suspiraron con alivio frente a las paredes aceradas: «esto es otra cosa». El diputado forista Alberto Scavarelli, actual presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes, exclamó que era como pasar de la noche al día y señaló a BRECHA la importancia de que trasladen allí a los presos para que vivan mejor y de esa forma se beneficie toda la sociedad. «Como en Uruguay no existe cadena perpetua por ningún delito, un día van a salir y con seguridad un poco mejor porque los módulos ayudarán a recuperarlos.» Incluso el senador Eleuterio Fernández Huidobro, quien denunciara falencias en estas construcciones, reconoció que las condiciones de los presos iban a mejorar, pero aclaró que, en la forma que estaban penando ahora, una simple carpa constituiría para ellos un gran alivio.


Si las autoridades hubieran obviado la visita al destruido celdario, presentando sólo jaulas de acero de unos tres metros y medio por dos y medio, es probable que la mayoría de los presentes hubiera reaccionado muy distinto al entrar en una de ellas (lo que fue permitido por las autoridades). Algunos podrían haberse imaginado, aunque fuera por unos instantes, cómo sería dormir en cuchetas triples que casi llegan al techo, con otras dos personas presas. Despertarse y empezar a gastar las horas de todo el día en ese pequeño cubículo acerado donde todo es metálico: la pequeña mesa y los dos bancos sin patas, todo empotrado en la pared; el inodoro y la minúscula pileta, el espejo ajustado a la pared con tornillos especiales, todo acerado y además irrompible según la empresa yanqui que aseguró que lo que vendía era material «antivandálico». El duchero debió ser quitado para hacer lugar a dos pequeñas aberturas que permiten algo que habían olvidado: ventilación y un poco de luz natural.

Quien continuara imaginando se conformaría sabiendo que de vez en cuando lo sacarían de la celda para que se bañara en una esquina del patio correspondiente a su módulo. La puerta es compacta y tiene una abertura un poco mayor que el tamaño de una baldosa, a metro y medio del piso, con finas rejas cruzadas, de acero como todo, cada cinco centímetros. A unos treinta centímetros del piso, una rendija permitirá pasar un plato con comida, luego que la cerradura de la tapa de acero que la cubre se abra con una de las dos llaves de la puerta. Por allí no pasa un termo para tomar mate, y como las celdas no tienen electricidad, el que mora allí deberá, quizás, buscar alguna «transa» para conseguir agua caliente, como en otras cárceles lo hacen para munirse de un porro o de algo de alcohol. Sin electricidad tampoco habrá derecho a tener un radiograbador ni nada eléctrico, de modo que será imposible escuchar música o fútbol y se alargará el tiempo en que, encerrados y hostiles, los que comparten el módulo se miren unos a otros y nada más. La calidad del ocio depende del estado de ánimo pero sobre todo de los recursos naturales y personales. Es difícil imaginarse en ese universo la sucesión de horas, minutos y segundos que se hace más implacable paradójicamente a medida que pasa el tiempo.

En caso de sanción un preso puede permanecer encerrado en su celda durante un tiempo indeterminado de días, semanas, meses...

Según Navas, los dos primeros módulos, de 22 celdas cada uno -los restantes cuatro módulos tienen 42 celdas cada uno-, se utilizarán para la admisión de recién llegados; allí los técnicos del Instituto de Criminología harán la evaluación para decidir hacia qué módulo irán. Pero también estos dos módulos serán lugar de castigo, para ayudar a recordar que las tres funciones están relacionadas: aquí serás admitido, clasificado y probablemente castigado. Aclaró Navas que no todas las celdas tendrán tres reclusos, según los criterios criminológicos empleados.

Cuando se creó el COMCAR en 1985, el criterio fue similar; con el paso del tiempo en las celdas destinadas a alojar a tres personas se hacinaron nueve presos.

La seguridad interna consiste en torretas de dos metros de altura ubicadas entre los módulos. Al cambiar la guardia, que tendrá turnos de ocho horas, la escalera se recoge hacia arriba y se cierra la abertura, quedando la guardia completamente aislada hasta el siguiente reemplazo.

Si bien el director de Cárceles habló de recreos de cuatro horas en los patios techados y rodeados de alambres, no se observa en los alrededores de los cuatro módulos algún espacio que permita imaginar la instalación de un taller para trabajar aunque sea en algunas manualidades y combatir parte del ocio. Quizás el diputado Scavarelli se apresuró al afirmar que puede reinsertarse socialmente alguien que cumpla una pena de diez, doce o quince años, encerrado en esas condiciones en estas cárceles de alta seguridad.

El senador Fernández Huidobro señaló que sus denuncias sobre los defectos de construcción en los módulos surgieron de las propias declaraciones de Navas, quien dijo que las puertas no cerraban bien, que se llovían los patios y que había otros inconvenientes. Navas aclaró que los defectos de origen se habían solucionado y que lo módulos con capacidad para 600 reclusos estaban en condiciones de ser habitados, quedando a criterio del comando cuándo se llevaría a cabo el traslado de los que estaban en el penal y de quienes llegaran de otros centros de reclusión. Además informó de un convenio entre el Ministerio del Interior y el de Transporte y Obras Públicas para ir refaccionando el viejo penal, «porque ante el crecimiento constante de la población reclusa se necesitan ya, por lo menos, 700 lugares más».

CENTRO DE TORTURA. Fernández Huidobro admitió a BRECHA que al llegar al penal sintió una gran conmoción personal. «Era volver por primera vez luego de tantos años al viejo edificio, centro de tortura y hostigamiento psicológico brutal y en masa utilizados por la dictadura militar, donde tantos compañeros sufrieron y murieron. Llegué aquí por primera vez en enero de 1973, meses después junto a otros compañeros nos sacaron para mantenernos como rehenes en distintos cuarteles del país, donde, según los militares, por motivos de seguridad, nos trasladaban cada pocas semanas. Estuvimos en calabozos imposibles de narrar, en aljibes que oficiaron de celdas; cuando volvimos aquí nos pareció un consuelo a pesar de que al principio y durante meses permanecimos aislados en los calabozos de la isla. Pero del aljibe a la isla fue en un primer momento un alivio, a pesar de que ambos constituían centros de tortura. Algo similar debe suceder con los presos que están ahora por pasar de las ruinas a estos módulos de acero, pero no podemos olvidar que después del golpe de efecto y del aparente alivio, los módulos oprimirán otra vez como en cualquier lugar donde el hombre esté privado de su libertad y no se visualice un horizonte de esperanza que lo ayude a rehabilitarse, a tener hábitos de trabajo, de estudio, a pensar y querer rehacer su vida junto a sus seres queridos. Estos módulos además son desastrosos como estructura carcelaria y sólo pueden cumplir una función cerca de los juzgados, mientras los técnicos evalúan a los detenidos para derivarlos a los lugares donde cumplan su pena con dignidad y sin enloquecer.»

En tanto para Guillermo Payssé, representante del SERPAJ en la Comisión Tripartita que funciona en el Parlamento, los módulos son inhumanos desde todo punto de vista. El encargado de comprarlos, el ex director de Cárceles Carlos de Avila, no sabía nada de cárceles -dijo Payssé- y sólo le importaban sus negocios particulares, «la prueba está que se encuentra procesado y recluido en Cárcel Central». Pero Payssé considera que hay momentos como éste en que se debe ser realista y reconocer que el penal está inhabitable. Va más lejos cuando afirma que de todo hay un principal culpable: el ministro Stirling con su discurso machacón de que «si ustedes (los presos) rompieron el penal vivirán en las condiciones que quedó», dando a entender que se trataba de un acto de castigo o de venganza. Sin embargo, dice Payssé, el penal debió ser clausurado hace tiempo porque al no ser mínimamente reparado permitió más violencia y muertes. Todavía no está claro, añade, si los destrozos del penal no fueron permitidos y con qué intenciones: «Ahora cambian lugares de tortura en ruinas por lugares de tortura de acero, aunque a falta de otra cosa es preferible, sin dudas provisoriamente, ese cambio».


Mientras tanto el miércoles se presentaba en la comisión del Senado el ministro Stirling, y Fernández Huidobro adelantaba a BRECHA que además de los problemas que presentaban los módulos y los incidentes en el penal, deseaba conocer de boca del ministro por qué se ignoraron las observaciones del Tribunal de Cuentas y la adquisición de los módulos se realizó mediante la modalidad de compra directa. Una de las razones esgrimidas entonces fue que la empresa estadounidense entregaría los módulos en pocas semanas, sin embargo la demora fue de más de un año. Pero otra de las cosas que sorprende al senador encuentrista es que se habló de construcciones de alta tecnología, cuando lo que llegó fueron módulos que una empresa uruguaya del ramo estaba en condiciones de construir. Esto hubiera significado dejar el gasto en el país, en impuestos, en materiales, en sueldos de arquitectos, ingenieros y obreros, que se reflejaría luego en la actividad comercial, en las compras en el almacén. Deseaba saber también si el costo fue efectivamente de más de 4 millones de dólares y si allí están incluidos los 750 mil dólares que habría costado su instalación cuando, curiosamente, las puertas no tenían ni cerraduras porque hubo que quitar ducheros y vidrios y colocar una estructura por fuera. Fundamentalmente esperaba que se pudiera aclarar un rumor que corre a nivel empresarial, en la interna policial e incluso lo maneja parte de la prensa: «Como no tengo pruebas no puedo acusar pero sí tratar de averiguar si es cierto que la compra de los módulos significó que alguien obtuvo, de coima, 600 mil dólares. Nos han llegado denuncias de que al motín de marzo de 2002 la Policía no hizo nada para frenarlo, e incluso que algunos agentes lo habían promovido. Sé que no se dan recibos por coimas, pero seria interesante que el ministro pudiera disipar todas las dudas y nos quedemos con la tranquilidad de que ese delito no existió».

Queda otra preocupación que no tiene que ver con los costos sino con el tipo de cárcel en que se convertirán los módulos, la vida que se llevará allí, porque éstos «sólo pueden constituir una solución de emergencia y por muy poco tiempo; ahora urge ver como se inscribe una política carcelaria mínimamente seria cuyo objetivo sea el de rehabilitar a quien cometió un delito»

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