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26 de agosto de 2002
Carta abierta de Gustavo López al juez
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Señor Juez:
Luego de haber escuchado con atención y detenimiento los argumentos de la señora Fiscal,
representante del Ministerio Público, y luego de haber escuchado el tenor de su pedido de
condena y procesamiento, he reafirmado mi convicción de que estoy siendo sometido a un
juicio de indiscutible y evidente matriz política.
Lo que aquí se pretende enjuiciar no es, por cierto, un insulto, un improperio o una
puteada, lo que se pretende condenar y criminalizar es el legítimo derecho a la protesta,
a la indignación organizada contra la injusticia y la opresión.
Desde nuestra humilde opínión, nuestro país se encuentra atravesando la peor crisis de
su historia como nación independiente, producto de la aplicación sistemática y obcecada
de un modelo político social y económico que condena a la inmensa mayoría de la
población a condiciones de existencia miserables, al tiempo que privilegia a una pequeña
élite de especuladores y ladrones de la banca.
El 47% de los niños que nacen en Uruguay lo hacen por debajo del umbral de la pobreza,
más de medio millón de uruguayos se bate entre el desempleo, la precariedad y la
desesperanza. Decenas de miles de jóvenes abandonan el país todos los meses hartos de
una existencia desdichada y una vida sin perspectivas. Un trabajador del taxímetro, para
hablar desde nuestra propia realidad, luego de una extensa e inhumana jornada laboral de
doce horas y más, llega a su casa, con suerte, con 100 pesos de jornal con los que
obviamente no puede garantizar ni siquiera la supervivencia material de su familia.
Quien habla, vive y sueña en una humilde vivienda construida por ayuda mutua en la Villa
del Cerro, barrio que otrora fuese un ejemplo de dignidad obrera y que hoy se encuentra
entre los tres barrios más pobres de Montevideo. En algunos barrios del Cerro,
concretamente en el barrio Casabó, en el que viven cerca de 27.000 personas, el 37% de
las mismas vive con las necesidades básicas insatisfechas.
Son miles de familias que sobreviven entre chapas y cartón desprovistas de las más
elementales condiciones de vida, sin saneamiento ni agua potable. Los niños de mi barrio
caminan por las calles cargando la pobreza como una cruz, llevan la pobreza como un
estigma en el cuerpo, se les ve la pobreza en los ojos. Los niños de mi barrio, señor
Juez, son millonarios de lombrices, llevan los piojos en la cabeza y en el corazón. La
pobreza lacera el cuerpo y destruye el alma. Estos niños tienen dificultades
intelectuales producto del hambre que les condicionará el resto de sus vidas.
Esta es la estampa cotidiana del Uruguay de hoy, y esta es la realidad que nos negamos a
aceptar.
En nuestra opinión, cualquier inteligencia sensata, cualquiera que ande por este mundo
con un grado de sensibilidad se siente naturalmente inclinado a proferir un insulto contra
los responsables de esta barbarie.
Vivo de la venta de la fuerza de mi trabajo. No poseo más capital que el de mi palabra y
mis convicciones y a ellas me debo por entero. En consecuencia, no siento ningún tipo de
arrepentimiento y por el contrario me reafirmo en mis dichos y en mis actos. He consagrado
buena parte de mi vida a la militancia sindical orientado por los siguientes preceptos
políticos y éticos: contribuir a combatir la injusticia y la opresión cualesquiera sean
sus formas y en ese sentido me remito a la sentencia de Terencio que inmortalizara Marx,
"que nada de lo humano nos sea ajeno".
Si de algo me siento, y nos sentimos colectivamente con mis compañeros, culpables es de
no acostumbrarnos a la injusticia, a la explotación infame de unos hombres sobre otros.
En definitiva, somos culpables de soñar y luchar por una humanidad digna de ese nombre y
superadora del injusto y frívolo orden del capital. No nos acostumbramos ni nos
acostumbraremos al dantesco espectáculo de ver a un ministro de Estado cortando una torta
de cumpleaños en la televisión mientras vemos a niños comiendo pasto y hurgando en los
tachos de basura para sobrevivir. No nos acostumbramos ni nos acostumbraremos a que nos
propongan una forma de existencia que para la inmensa mayoría se parece más a la muerte
que a la vida.
Contra esa ominosa realidad y por una vida plena y dotada de sentido, nos comprometemos a
seguir luchando desde el lugar que nos toque.
Finalmente, señor Juez, quiero expresar mi más profunda convicción de que no hay
justicia que pueda consagrar la injusticia. Siempre, inexorablemente siempre, el sol vence
a las tinieblas.
Hace 75 años, un obrero italiano condenado a muerte en los EEUU, de nombre Bartolomeo
Vanzetti, escribía: "No está lejos el día en que habrá pan para todas las bocas,
techo para todas las cabezas, felicidad para todos los corazones". Solo ese día
podremos decir con fuerza ¡¡SE HIZO JUSTICIA!!
EL MUNDO SERÁ DE LOS TRABAJADORES
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