De las masas a las masas, ¿pero de qué manera?

"¿Dónde reside la novedad de este congreso?" -se pregunta Fabio Mussi en Rinascita a propósito del congreso de intelectuales del PCI. A lo que responde: "El Príncipe se ha presentado desnudo. El partido, su grupo dirigente ha adelantado una propuesta política sin arroparla con los vestidos de una doctrina bella y elaborada... En la actualidad, la cuestión más importante para Italia es la de la participación activa en un proyecto de renovación... Existe, por consiguiente, la necesidad de un 'consenso'".

Dejando aparte la desnudez del Príncipe, aquí se refleja todo el sentido de la propuesta de Berlinguer a los intelectuales.

Por un lado, el aparato de poder policíaco y stalinista debe obligar a los obreros al rendimiento, a hacer horas extraordinarias, a la productividad cada vez más fuerte. Por el otro, es preciso que los intelectuales organicen el "consenso" social alrededor de objetivos productivos que el Estado y el capital han fijado.

La cultura como colonización

Los intelectuales en tanto que funcionarios de la unidad entre las clases, en tanto que mediadores de la superioridad del sistema de producción de valor, bajo forma de hegemonía; la hegemonía del elemento de la producción sobre el de la vida. Y, en consecuencia, la vida entendida como aberración, la autonomía como disgregación, y la expresión de los individuos como provocación.

Los intelectuales, por tanto, contra la aberración, contra la disgregación, contra la provocación, por la muerte, por el dominio del capital sobre el tiempo de vida obrero, mediatizado por el consentimiento que transforma la dominaciónn en hegemonía.

Pero entonces digámoslo claro: del congreso de intelectuales del PCI surge una propuesta de cultura que elabore valores que, por un lado, toman de nuevo e idealizan el presente estado de cosas, las relaciones existentes de producción, y, por el otro, pretenden "descentralizar" los productos de la elaboración intelectual, obligar a los individuos extraños a la participación. Cultura PCI = propaganda blanca en los guettos negros = colonización.

Debemos destruir la propuesta cultural colonialista, la cultura de la integración y de la participación forzada. Pero para llevar esto a cabo es necesario criticar la figura del intelectual que el reformismo ha elaborado y puesto en práctica; es el concepto de intelectual "orgánico" el que se pone en cuestión, en tanto que es de este concepto del que proviene toda una tradición teórica que concibe la práctica teórica y la actividad cultural como un proceso externo a las relaciones de clase, capaz de entrar en el juego de las relaciones sociales sólo a través de la institución y sólo como fuerza de poder (de organización del consentimiento, "consenso", tal vez con la mitificación de la hegemonía, correa de transmisión obrera del poder capitalista).

La realidad, sin embargo, del trabajo intelectual ha cambiado mucho con respecto al pasado, y de esto el berlinguerismo no puede darse cuenta porque la clase a la que el PCI hace referencia es la clase de los intelectuales burgueses, de los académicos, de los catedráticos, de los portacarteras, que después de haber hecho un poco de 68, se inscriben en bandadas para tener alguna posibilidad de hacer el parásito en la universidad, en resumen, una clase social que ha servido a todos los patrones, y que ha mantenido intactas las estructuras de su actividad durante el fascismo, durante los treinta años de gobierno de la DC y hoy se prepara para mantener su papel en la fase del totalitarismo social-democrático participativo.

La base social del berlínguerismo tiende a convertirse totalmente en una base social burguesa; esto es cierto asimismo en el plano de la producción cultural; los intelectuales de la institución son la base de la intervención del PCI, en el preciso instante en que el trabajo técnico-científico, el trabajo intelectual productivo se proletariza y esto sitúa las bases para un discurso acerca de la inscripción de la práctica teórica, lingüística y de la transformación cultural en el movimiento, la lucha obrera contra el trabajo y la crítica práctica de la economía.

Toda la historia de la literatura, de la cultura, es la historia de la separación del individuo práctico; separación del trabajo que produce el texto, separación de lo vivido, del cuerpo, la sexualidad y la contradicción; el lenguaje comprensible se fundamenta en la separación de la contradicción constituida por el rechazo. Todo ello constituye la base de la impermeabilidad recíproca del texto, transformación lingüística, y del proceso histórico -desde el punto de vista del movimiento revolucionario y de la abolición del estado de cosas presente.

El lenguaje ha sabido funcionar como elemento de organización del trabajo, la cultura como organización del consentimiento. La contradicción ha sido históricamente negada, incluso cuando la literatura pretendía interpretar la hegemonía de las fuerzas sociales del trabajo, lo hacía reflejando su ser presente, reproduciéndolas en su figura capitalista, la fuerza de trabajo, o la pasividad popular. La hegemonía obrera en tanto que dictadura de la realidad existente sobre la clase obrera se traduce en el lenguaje como dictadura de la comprensibilidad sobre el individuo en movimiento, como separación del gesto distributivo y su codificación.

La escritura como inscripción recíproca

La delegación acordada a los intelectuales es perpetuada por la política cultural gramsciana; la escritura ha estado siempre separada del proceso de transformación real. En la vanguardia histórica y en algunos de sus momentos esta presión del individuo, de la contradictoriedad que lo caracteriza con respecto al orden del texto, emerge. El texto remueve la realidad del individuo en movimiento; el proceso histórico remueve la transformación cultural.

Rimbaud, Lautreamont, Jlebnikov, Artaud... algunos instantes de esta irrupción de lo vivido, de lo irreducible del cuerpo al lenguaje comprensible; el delirio concebido en tanto que elemento de emergencia del sujeto en el texto. Pero es DADA el que recoge esta irrupción proyectando una ruptura de la separación entre texto e historia, entre literatura y política, entre lenguaje y movimiento. Pero el dadaísmo proyecta la inscripción recíproca del texto en el movimiento y del individuo en la escritura en un lugar que es constitucionalmente impotente, el terreno del arte (aunque sea desacralizado). Lo que le falta al dadaísmo es la condición práctica de la proletarización, condición material de la inscripción recíproca de la escritura en el movimiento y del individuo de movimiento en la práctica textual.

La nueva condición en la que se basa la posibilidad de una práctica textual y de una actividad cultural capaz de inscribir en su propio interior el proceso de transformación de la existencia y de lucha proletaria contra el estado existente es la condición de la proletarización del trabajo intelectual, en su imagen técnico-científica, y asimismo en su imagen creativa.

El reformismo no opta por el trabajo intelectual proletarizado, no se dirige a los técnicos y a los científicos productivos, no habla de la inteligencia viva y productiva, no se dirige a los artistas proletarizados, a los obreros que escriben.

Resulta claro que, cuando nos planteamos el problema del trabajo intelectual, de la actividad cultural de la práctica textual y de la transformación lingüística, nos situamos en un terreno absolutamente diferente.

Ante todo reconocemos el carácter interno y material de la escritura y de la cultura en el proceso de transformación global del que la clase obrera es el sujeto.

En segundo lugar reconocemos un estrato social proletarizado que se convierte en portador de la actividad específica de transformación lingüística.

Retomemos la lección de la vanguardia histórica, retornemos la intención dadaísta:

1. Cambiar el mundo no basta, es preciso transformar la vida y el lenguaje. Porque la vida es la forma cotidiana de las relaciones de clase, porque el lenguaje es soporte fundamental de todo proceso productivo y de toda transformación del proceso productivo.

2. Acabar con la separación entre arte y vida, inscribir en la práctica que escribe el texto la ruptura subjetiva de la clase que interrumpe el circuito productivo, hacer circular el significante (en el que el deseo se inscribe) como ruptura de los circuitos comunicatívos.

Inscribir en la práctica revolucionaria la ruptura textual, el texto colectivo. Consolidar en la forma de la escritura colectiva y de la comunicación la transformación cultural profunda que se determina en el proceso de mutación general de la que la clase es agente.

La escritura transversal en tanto que camino de recomposición

Hemos dicho en muchas ocasiones que la forma de organización que la clase obrera en lucha ha sabido dotarse en la década de 1960, no es ni un partido ni una estructura consejista. La forma de organización más sólida, la auténtica base roja sedimentada del rechazo al trabajo y de la insubordinación igualitaria de los años 60 es la transformación cultural, la mutación antropológica, las actitudes, el lenguaje y los gestos distintos e irreducibles al orden y al lenguaje del servilismo.

Por consiguiente, empecemos lanzando esta hipótesis; que la práctica de transformación cultural, la inscripción recíproca del proceso revolucionario en el lenguaje y del texto en el proceso, es la nueva manera de realizar aquella operación que el presidente Mao concibe como la forma principal del trabajo organizativo; recoger las ideas dispersas de las masas, sintetizarlas y devolverlas de nuevo a las masas. El proceso organizativo es esta capacidad de sintetizar, consolidar y lanzar de una manera continua lo que las masas transforman en su lucha revolucionaria. Y éste es el recorrido de la escritura colectiva, ésta es la trayectoria de la actividad de ruptura y transformación cultural.

El leninismo ha determinado un ámbito de práctica organizativa extraordinariamente eficaz; el partido de cuadros, la vanguardia organizada que rompe en un punto y se esconde detrás de una vastísima formación de fuerzas. Pero un funcionamiento de aquel género del factor organizativo está ligado de un modo indisoluble a una composición de clase en la que el proletariado sea una fuerza de minoría, sea una fuerza capaz de autoorganizarse.

"¿Es posible el leninismo en las metrópolis? ", se pregunta H.J. Krahl. Es cierto que el leninismo se ha convertido en un ritual, hipóstasis de una forma de organización transformada en modelo. El era, por el contrario, sólo una solución a una determinada situación. Desde entonces, sin embargo, no ha hecho más que proponer una y otra vez un funcionamiento abstracto.

La difusión y la extensión metropolitana de la figura de clase, y al mismo tiempo la subsistencia del trabajo intelectual técnico-científico en la sociedad con un alto nivel de desarrollo, en el sistema de la inteligencia capitalizada, nos lleva a plantear una posibilidad de organización; la inscripción recíproca del texto y del proceso, la inscripción de la transformación cultural en el movimiento revolucionario, y del sujeto revolucionario en el texto que circula como vehículo y como consolidación de la transformación cultural puede ser concebido en tanto que la nueva forma de solución del problema de la organización. Quizá no veamos aún todas las implicaciones de un discurso de este tipo. (El problema de la ciencia, la informática, la apropiación y la transformación de los instrumentos de producción informatizados).

Por el momento sabemos dos cosas:

1. El dadaísmo quería acabar con la separación entre lenguaje y revolución entre arte y vida. Se quedó sólo con la intención, porque Dadá no estaba dentro del movimiento proletario y porque el movimiento proletario no está dentro de Dadá. Porque el vuelco de las relaciones de clase y la transformación cultural y antropológica no se entrecruzaban en la vida y en la materialidad de las necesidades obreras.

2. El maoísmo nos presenta el camino de la organización no en tanto que hipostatización de una forma de representación del sujeto-vanguardia, sino como capacidad de sintetizar las necesidades y las tendencias presentes en la realidad material de las actitudes de las masas, traducir todo esto en el terreno práctico y proponer de nuevo esta síntesis. De las masas a las masas. ¿Pero, cómo? ¿Quién ha dicho que este proceso de síntesis debe ser recorrido siempre sobre la vía de la política? Quizás el sendero complicado y aún desconocido en gran medida de la escritura, la información, es capaz de penetrar más profundamente en el bosque de la transformación cultural, en la jungla del rechazo del trabajo y de la lucha cotidiana e incesante contra la sociedad del servilismo y la explotación.
 


De "A/traverso",

Febrero, 1977