Todos los seres humanos comparten la voluntad de participar en la vida y en el devenir de la sociedad y no hay, pues, ninguna necesidad de obligarlos a ello a través de la organización de la miseria. La miseria es un crimen contra la humanidad de los hombres porque necesariamente les impide poder participar libremente y plenamente al devenir de la sociedad. Por lo que a ella concierne, ésta tiene por vocación el garantizar a todos un libre y equitativo acceso a todos los medios materiales de producción de la vida. Cuando parados y excluidos reclaman "una renta decente para todos", lo hacen, evidentemente, para aflojar la tenaza de la supervivencia material. Pero esta reivindicación es portadora, ante todo, de una voluntad de integración en una sociedad fundada sobre la libertad y la responsabilidad de cada uno. El paro y la exclusión son una violencia infligida a aquellos que las sufren, y no el resultado de una fatalidad contra la cual nada puede hacerse: siempre son hombres concretos e identificables los que deciden sobre ello en nombre de intereses privados. Pero para oponerse a esta violencia de la exclusión, hay que empezar por oponerse al poder exorbitante, acordado a una minoría de decidir la utilidad o la inutilidad "social" de la mayoría. ¡Condenar el derecho de excluir acordado a todos los patronos de la tierra, pasa necesariamente por condenar el derecho de elegir los hombres, las mujeres (¡y todavía aún los niños!) de los que precisan! La reivindicación de una "renta decente para todos, sin condiciones", deviene, en este contexto, una reivindicación de combate que permite de nuevo reunir a las víctimas de esta sociedad, en el interior y en el exterior de las empresas. Esta reivindicación se funda sobre la conciencia naciente de que la promesa del pleno empleo no es más que humo; y de que esta sociedad tiene como ambición enriquecer a una minoría, utilizando sólo el trabajo de aquellos que le son estrictamente necesarios en no importa que lugar del planeta. Mientras que las 40h. fueron una conquista social, el resultado de medio siglo de luchas obreras, las 35h. no son más que una medida técnica destinada a esconder el desmoronamiento del modelo social de esta sociedad, fundado sobre la guerra escondida de una minoría contra todos. Si, en lo sucesivo, se quiere tener una imagen del deterioro de la sociedad, no es el número de parados lo que se debe contar, sino el número de pobres, ¡tanto si trabajan como si no! Cuando el trabajo ya no permite vivir decentemente, cuando necesariamente hay que quitárselo a otro, cuando supone obligatoriamente renunciar a una parte de tu dignidad, cuando se convierte en una despiadada mecánica de exclusión y de división de la población mundial, se hace necesario el reconocer que el escándalo del paro no es más que la pobre tapadera del escándalo del trabajo mismo. Defender el trabajo asalariado, es hacerse garante del corazón de las aberraciones y de las injusticias que gangrenan a este mundo. Nadie tiene derecho a decir, hoy por hoy: "yo no lo sabía". Sociedad por la neutralización de los escuálidos
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