POR UNA DISOLUCIÓN OFENSIVA
Muriel Combes
Bernard Aspe
Dominique Lemaire
Yves Deschamps

La ocupación de la École Normale Superieure de la calle de Ulm por los parados en lucha tiene un fuerte valor simbólico a condición, quizás, de no ver en ella una denuncia de los "privilegiados" por parte de los "excluidos". La idea era simple: la ENS es el único sitio del aparato educativo francés que ofrece una remuneración correcta para la formación (7.500F/mes -190.000ptas.-), remuneración no condicionada a un periodo previo de trabajo. Partiendo de esto, es el estatuto mismo de la formación lo que se ve cuestionado, especialmente la dificultad de asignarle límites precisos.
Lo que se encuentra puesto en duda, antes que nada, es el modelo de trabajador fijo en progresión continua en su puesto de trabajo para quien el paro sería un accidente. Cuando todos los gobiernos alaban los méritos de la "formación a lo largo de toda la vida", no tiene sentido el mantener una división clara entre trabajadores y sujetos en formación. Inútil es aferrarse a la ilusión de un recorrido lineal que nos conduciría de la identidad de estudiante a la de trabajador fijo, pasando por cortos periodos de paro y/o  precariedad.
Ya sea dentro del marco de prácticas en UIP o como vendedores en Décathlon o Kiabi (contratos específicos con horarios flexibles a lo largo del año), cada vez hay más estudiantes trabajando para poder pagar unos estudios cuya salida es incierta. En cuanto a los trabajadores "fijos", no solamente se encuentran permanentemente bajo la amenaza del paro, sino que se encuentran cada vez más forzados a tener que completar su formación y adquirir nuevas competencias.
Pero la ocupación de la ENS por parados tiene un sentido más general. No es sólo la distinción entre estudiante y trabajador la que se pone en cuestión con la extensión de la formación y la necesidad de su remuneración; es más bien entre parados, precarios, estudiantes y "trabajadores" donde cada vez es más difícil trazar una frontera rígida: todos están expuestos a tener que pasar y repasar a través de todas estas identidades.
En realidad, es el sistema productivo en su conjunto el que descansa hoy sobre una permeabilidad entre estas diferentes identidades; lo que llaman "flexibilidad", es antes que nada esto, a saber: una capacidad para pasar de las unas a las otras. La producción de riquezas descansa, pues, cada vez más, sobre una hibridación efectiva de identidades. Pero, en el marco capitalista de la producción, esta hibridación toma la forma de una precariedad generalizada. "Precario" deja de ser desde ese instante el nombre de una categoría sociológica para gentes en dificultades, para convertirse, como mínimo virtualmente, en categoría aplicable a todo el mundo.
Es importante entender, entonces, que el poder de Estado está sumamente interesado en poder seguir manteniendo netamente separadas identidades en realidad compuestas, híbridas, para así ocultar la generalización de la precariedad. Si en el plano "ideológico", es antes que nada a través del valor-trabajo por donde se mantiene la distinción, que instaura todas las otras, entre aquellos que serían productivos (los asalariados) y aquellos que no lo serían (las "amas de casa", los niños, los viejos, los parados, etc.), en el plano material, la diferenciación opera a través de las modalidades de remuneración: sueldo, "cobrar el paro", subsidios de solidaridad, ayudas puntuales, etc..
La reivindicación de revalorización de los "mínima sociales" conlleva tendencialmente la exigencia de una renta social garantizada para todos, la única que puede romper unas identidades ya ficticias y la diferenciación coercitiva entre modalidades de remuneración. En particular, esta exigencia impugna la diferenciación, fundamentalmente ilegítima, entre régimen salarial (al que permanece vinculado el "paro") y régimen de solidaridad. Ya que sólo una renta así, poniendo en igualdad a los jóvenes y a los viejos, parados de larga duración y trabajadores intermitentes, amas/amos de casa y enfermos, puede restituir a cada uno la dignidad de la que se ven privados aquellos que caen bajo el veredicto de "inempleabilidad".
La exigencia de una renta social es el medio para hacer admitir al poder de Estado la necesidad de pagar el coste de la precariedad. En ningún caso debemos reivindicar identidades fijas (ver la consigna sindicalista por el estatuto del estudiante), sino todo lo contrario, poner por delante de cualquier otra consideración la hibridación misma sobre la que, de hecho, descansa el sistema productivo. Puesto que no hay ninguna necesidad, si no es desde la lógica puramente capitalista, de encerrar una tal hibridación en la gestión estatal de la precariedad. Importa, entonces, pensar esta hibridación como disolución radical de identidades desde ahora sin contenido, y el batirse a partir de ella. Por esto es por lo que, concretamente,  se hace imprescindible forzar el reconocimiento de la formación en el sentido más amplio del término como la base de la producción de las riquezas.
No nos engañamos: cuando pedimos un tal reconocimiento no esperamos que el Estado lo acepte y le dé una salida de modo inmediato. La cuestión está en ver hasta que punto una reivindicación como la de una renta social y el rechazo añadido a dejarse asignar identidades ilusorias puede ser colectivamente asumida y llevada adelante.