UN NUEVO NEW DEAL ESTÁ EN MARCHA
Yann Moulier Boutang

Veinte años de consenso sobre el paro borrados de un plumazo. Acabado el pensamiento único de la fatalidad, trastocadas las articulaciones de la mundialización, la moneda única y los criterios de Maastrich.  La lucha de los parados por necesidades inmediatas, de absoluta urgencia, no dio frutos únicamente por lo que estos nuevos pobres, que una sociología llorona describe como "inútiles para el mundo" han conseguido arrancar en un mes y medio, mucho más de lo que los asalariados obtuvieron en 1995. Sino sobretodo porque el liberalismo de los años 80 ha sido herido de muerte en su última trinchera: la falsa evidencia de que no había nada que esperar de la política, de un progreso futuro de la protección social y la idea que estábamos condenados a no hacer otra cosa que negociar durante los próximos veinte años el desgaste continuo de los niveles de bienestar social.
Desde luego, la Izquierda administrativa en el poder continúa queriendo "una sociedad del trabajo y no una sociedad de asistidos". Declaraciones de sobremesa entre cincuentones de la Escuela Superior de Administración. Cierto es que un movimiento sin precedentes en la Europa de 15 millones de parados se ve denegado con condescendencia profesoral todo carácter de movimiento de masa. Distingamos: es el paro el fenómeno masivo, no el movimiento de parados. ¿Y si este dudoso juego de palabras condujera sólo a aquellos que nos gobiernan a no medir la increíble claridad de esta señal ?  En la historia pluri-secular de las luchas de los Pobres y las leyes del Estado-Providencia, bien podría ser que este movimiento social tan particular marcara los inicios de un mar de fondo. Al mismo tiempo, marcaría el comienzo de una nueva legislación del "derecho a la vida", como el Speenhamland  en la Inglaterra de 1795 y la aparición finalmente en el horizonte de ese New Deal sin el cual las recetas keynesianas de retorno al pleno empleo son meros encantamientos agotados. Sin este New Deal la "buena voluntad" de la Izquierda (tanto de la primera como de la segunda) se muestra, en el mejor de los casos, sin contenido, impotente y tartamuda, y en el  peor de los casos, obscena, en su apología de la disciplina del trabajo, en su defensa de empleos pagados con el SMIC e incluso menos, en su obstinación en querer mantener el carácter "estimulante" de los mínimos sociales.
Lo que pretendemos señalar aquí es que, de ahora en adelante, la reivindicación de un salario universal de ciudadanía debe ser el planteamiento en el cual deberían centrarse tanto la reconstrucción de un sistema de protección social en una economía de trabajo intermitente, de trabajo omnipresente pero poroso y en gran parte invisible a los ojos del viejo trabajo asalariado, como la redefinición constitutiva de la actividad humana, de las fuentes reales de la productividad, de la invención, de la creación de riqueza social, del tiempo de trabajo y el estatuto legal del empleo. La protección social no debe ser medida a partir del patrón fijado por el SMIC, por mitades o cuartos del SMIC. Porque el SMIC no es nada más que un salario de subsistencia. Eso es lo que representan el tiempo parcial tal y como es considerado por el SMIC, un alumno de formación profesional denominado "cualificado" que percibe 1800 F, los subsidios de solidaridad específicos de 2800 F o el RMI, con el que se cobra un máximo de 2400 F. Se trata de una cuestión de justicia, también se trata de una cuestión de...creación de empleos de forma justa.

En una economía moderna, compleja, altamente capitalista, los parados no están más asistidos que los beneficiarios de los empleos o que las empresas. Sabemos que una tercera parte de la renta efectiva del conjunto familiar proviene ya de la redistribución a través del Estado. Dicho de otra manera, los salarios del sector privado son "asistidos". Los liberales puros y duros protestan: dejemos que el mercado haga por sí solo, suprimamos la protección social, los salarios descenderán pero habrá menos parados por una parte, por otra, favoreceremos la creación de empleos aunque estos sean grises (es decir, estén poco protegidos), con tal de que haya un crecimiento de la economía privada. De hecho, esto es lo se ha venido haciendo desde hace más de diez años: subvenciones a las empresas, medidas fiscales, zonas francas y supresión parcial o total de las cargas sociales. La empresa está ampliamente asistida, la creación de empleo (la mayoría de las veces con un estatuto precario) también está subvencionada. Pero esta subvención disimulada se paga una vez que el Estado se saca de encima las cargas sociales. Con el resultado que sabemos: más de 3 millones de parados y cerca de un 85% de los nuevos trabajos que aparecen en el mercado laboral lo hacen con la forma de estatuto de rebajas. Un verdadero dumping social... O bien, se dice que el empleo depende de la demanda efectiva. Reducimos esta última al simple consumo. ¿Que es lo que alimenta el consumo? Los salarios, responden los economistas atiborrados con la leche de treinta gloriosos años de pleno empleo. Pero, precisamente, los salarios dependen del empleo. Y no hay trabajo. Y cerramos el círculo después de treinta años. La demanda efectiva no depende de los salarios, sino de las rentas. Es por esta razón que sólo la renta garantizada es un factor de creación de trabajos normales.
Cuando más de un 70% de los franceses expresan su solidaridad y su simpatía por las reivindicaciones de parados y precarios, no es simplemente porque conozcan personalmente a muchos de ellos. Es también porque cada día hay razones más sólidas para ello. Desde luego y puesto que existe una asistencia general, un país rico que ha doblado su riqueza nacional en veinte años, debe ofrecer toda su solidaridad hacia aquellos que sufren directamente las consecuencias de la precarización de la actividad.
Es decir, la única garantía contra la proliferación del trabajo precario sin estatuto (CDD, cursillos de formación múltiples, imposición de trabajo a tiempo parcial, interinos) así como contra los salarios muy bajos, son los niveles elevados de mínimas sociales. Es cierto que el aumento de los mínima sociales puede significar una crisis del trabajo a tiempo parcial, que será cada día más rechazado (excepto si es acumulable con el RMI o el ASS) y un aumento del SMIC. A menos que se desee convertir Francia en un país con un pleno empleo con salarios de miseria ( lo que crece vertiginosamente, como en Inglaterra, es la pobreza, y limitaría el crecimiento sostenible), lo que necesita la economía es un choque saludable, aumentando la renta disponible para los gastos habituales. Pero queda todavía otra razón que hace de la renta universal de ciudadanía la clave de la transformación de la economía hacia mejor y no hacia peor. No habrá movilidad sectorial, flexibilidad en la creación de empresas, inversión en los sectores de alta tecnología, si no hay una nueva forma de protección que salvaguarde el trabajo inmaterial, ese trabajo no reconocido plenamente por la sociedad, explotado actualmente sin vergüenza por las empresas pioneras en su uso. Todos aquellos que trabajan a veces como asalariados, otras veces por su cuenta, al ritmo de las "carretadas", a destajo, tienen necesidad de una garantía de renta para desarrollar su inventiva. Todos aquellos que contribuyen a la productividad colectiva, a la creación de nuevos territorios productivos, al desarrollo sostenible, a la calidad de vida, a la salud de la población, son tan productivos como el asalariado del sector mercantil. La renta de ciudadanía constituye el reconocimiento del carácter social, colectivo de la creación de riqueza. Abole el trabajo asalariado en su aspecto corporativista, disciplinario, de ostracismo, para los que no tienen trabajo.