Editorial

   Por fin han llegado los fastos del 92. La inauguración de la Expo de Sevilla ha abierto el fuego, y nunca mejor dicho, puesto que hubo disparos «al aire» que produjeron tres heridos de bala entre quienes mostraban su rechazo a la parafernalia del Quinto Centenario y al despilfarro insultante que representa la Expo.
   No pudimos evitar el recuerdo de las innumerables ocasiones en que los «disparos al aire» de la época franquista produjeron muertos y heridos.
   Ahora les toca el turno a los Juegos Olímpicos de Barcelona. Los gestores del macroespectáculo aguardan nerviosos el gran día, mientras hay quienes se regocijan contando los millones amasados fácilmente en poco tiempo. Otros aguardan su turno, como las inmobiliarias extranjeras que han tomado posiciones en la franja litoral de Barcelona, entre la Vila Olímpica y el río Besós,, esperando las recalificaciones de terrenos para hacer su agosto a partir del 93.
   Sin embargo, en la trastienda de las grandes celebraciones, el 92 nos muestra sus otras caras. Abordamos la recta final del siglo con un crecimiento inexorable de las desigualdades en todo el planeta, lo que produce grandes migraciones, tanto hacia las grandes metrópolis de Tercer Mundo (Ciudad de México, El Cairo, Yakarta, Sao Paulo...) como hacia los países más industrializados, que cierran sus fronteras e incuban la xenofobia. Es el resultado del capitalismo de nuestro tiempo, que más que productivo es financiero y especulativo. Incluso en los paises más industrializados, las bolsas de pobreza adquieren enormes dimensiones y profundizan su degradación como ha demostrado un reciente informe de la ONU que otorga a la población del Bronx, en el corazón del Imperio, una esperanza de vida menor que la de muchos países del Tercer Mundo. Se consolída así la llamada sociedad dual con el paro como chantaje permanente.
   Con el recorte del gasto público cuyo ejemplo más próximo y reciente es el "decretazo" que reduce el subsidio de paro, el sistema ha resuelto abandonar a los marginales a su suerte y al juego del mercado libre, con lo que su número se amplía permanentemente.
   En este proceso de consolidación del neoliberalismo, dos importantes hitos han marcado las líneas del nuevo orden mundial: el desmembramiento de los países de Este y la Guerra del Golfo. Ambos han influido de manera decisiva en la desmovilización que hoy se vive en el ámbito de los que intentamos plantar cara al poder.
   El fin de la dísuasión ha tenido como consecuencia el agotamiento del discurso pacifista europeo, basado en la oposición a la OTAN y a los euromisiles. Al mismo tiempo, se ha producido la recuperación de una buena parte de las reivindicaciones ecologistas, parcialmente asumidas por el sistema.
   La sociedad capitalista, utilizando todos los resortes de los medios de comunicación, ha convertido la descalificación de la burocracia soviética en persecución inquisitorial de la memoria derrotada. Las renuncias públicas al propio pasado se multiplican, sobre todo entre los que buscan apoltronarse en las esferas del poder.
   La sensación de impotencia y el miedo al vacio son las claves para explicar algunos de los nuevos fenómenos que se viven en Europa: el fuerte surgimiento de la cuestión nacional, el auge de las sectas de todo tipo y la irrupción de la extrema derecha fascista con una fuerza inusitada, apoyándose en el discurso del racismo y del odio al extranjero como fuente de todos los males.
   Estos son los aspectos del 92 que no airea la propaganda oficial. Mientras tanto, nos queda ejercer la resistencia frente a las agresiones cotidianas más inmediatas, manteniendo una opción global por la transgresión.