La risa de Los Angeles

Hay que darse prisa antes de que la ira de los que siempre viven humillados sea borrada a sangre y fuego. Hay que darse prisa antes de que la risa de los negros, de los hispanos, y de los demás despreciados sea silenciada por el ruido de las máquinas que reconstruyen la Metrópoli de los Sueños. Hay que darse prisa antes de que los análisis sociológicos, las explicaciones psicológicas, las investigaciones estadísticas acaben por cegar el vacío dejado por la rabia.
Que la policía y el ejército bajen del plató. Que los políticos, perros husmeadores en busca de votos, regresen a sus barrios. Pero sobre todo, que no se acerquen los sociólogos, los psicólogos, los psicosociólogos y demás bomberos. Porque esta película no es la suya. Porque esta película pertenece, por una vez, a los extras, a los que siempre pierden. Son ellos los que han realizado la mejor producción de Hollywood. Y, con todo, el presupuesto ha sido bajo. No ha hecho falta guión alguno pues todos sabían lo que debían hacer. El fuego ha sido de verdad. Como de verdad era la alegría de los que asaltaban las tiendas repletas de lujo.
Ahora ya es de noche y cada uno vuelve a su silencio. El Estado ha conseguido poner FIN. El Papa ha declarado que los asaltantes deben devolver lo que ha sido robado a sus dueños legítimos. La policía ha dicho también que quien lo haga no será inculpado. Pero lo que el fuego ha arrasado son ahora cenizas que el viento esparce y el instante vivido ya se ha hundido en el tiempo.